Se me retrasa el post de gestión que había previsto para hoy forzado por las circunstancias: con apenas un día de diferencia han fallecido dos ilustres del teatro: Ricardo Domenech, catedrático que fue y director de la RESAD, y Manuel Alexandre (él mismo creó y amó esa x incorporada a su apellido en toda su vida artística). Cuando gente así se va la cultura está un poco de luto. El consuelo, no pequeño, es que al primero podemos leerle en su extensa aportación crítica al teatro español del siglo XX. Y a Manolito podemos verle siempre que lo deseemos en sus inmensas apariciones en cine y teatro (éstas ya grabadas, claro). La última obra, Tres hombres y un destino, animada por Luis Lorente, la interpretó junto a otros dos grandes, José Luis López Vázquez y Agustín González. A Manuel lo conocí en una de mis vistas a Fernando Fernán Gómez, ante un café, que la cosa ya no estaba para muchos vicios. La última vez, simpático como siempre, y como siempre acompañado de su inseparable Álvaro de Luna, lo ví en la presentación del Premio Agustín González para nuevos autores dramáticos. Le saludé efusivamente y sonriendo, también efusivo, me dijo: sé que te conozco, pero es que ya no me acuerdo de nombres, bueno ni de muchas otras cosas.
No soy de homenajes porque en mi opinión los mejores son siempre íntimos, individuales, pero sí de reconocer la enorme repercusión de una generación que tuvo casi todo en contra para hacer arte y para hacer del arte una forma de estar en sociedad. Y sin embargo lo hizo. Manuel, junto a los nombrados y otros muchos de esa generación, ha ido dejando huella de excelentes valores interpretativos, de compañerismo y de dignidad profesional. Un recorrido que pone en valor el trabajo duro y largo, frente a la búsqueda obsesiva del éxito fácil, y tan efímero a veces. Lo que se llama un ejemplo.
Salve, Alexandre, los que seguimos viviendo te saludamos
