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Expediente Guadalajara: ciudadanos que hacen Cultura

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Hace unos días se clausuró el Festival de Cine Solidario de Guadalajara FESCIGU, un encuentro en torno al cortometraje sensible con lo que pasa en el mundo. El año pasado desde elmuro apoyamos ese festival aportando patrocinio, y produciendo la gala de clausura lo mismo que este año. Esperen, que lo que les quiero contar va mucho mas allá de la autoloa. El FESCIGU, está organizado por una asociación sin ánimo de lucro –Cinefilia– y su actividad es apoyada por decenas de “nativos” que aportan esfuerzo y pasión para que tenga éxito. Y éxito es que cientos de creadores envían sus cortos y requetecortos desde España, y también desde otros muchos lugares, algunos muy lejanos; éxito es que miles de personas cada año acuden a ver esas películas a lo largo de la primera semana de octubre llenando el Auditorio Buero Vallejo; éxito es que muchísimos escolares se acercan a este tipo de cine por primera vez a través de este festival.

Unos días antes, el miércoles 1 de octubre, asistí como invitado a la presentación de los 25 años del Tenorio Mendocino; una representación popular que se celebra por Todos los Santos en exteriores de edificios relacionados con los Mendoza de la capital alcarreña, promovida por la asociación Gentes de Guadalajara. Durante meses ensayan decenas de actores no profesionales que dan su carácter a los principales personajes de la obra de Zorrilla, y movilizan cientos de personas para la figuración y equipos técnicos y de organización y producción. El resultado, magnífico en lo artístico, es visto las dos noches en que se representa por miles de espectadores que siguen las escenas por los rincones bellos de la ciudad. El Tenorio Mendocino se ha convertido en un referente ciudadano de primer orden y uno al verlo tiene la gratificante emoción de contemplar cómo algo se está convirtiendo en tradición ante sus ojos.

En torno al final de la primavera, desde hace la intemerata -24 años-, también en Guadalajara, se celebra el Maratón de los Cuentos, promovido por otra asociación, el Seminario de Literatura infantil y juvenil. Una iniciativa que canaliza y estimula el empuje y la participación ciudadana. Las muchas actividades del Maratón, y los Viernes de los cuentos durante el año, dinamizan y acercan la literatura y la narración a miles y miles de personas, particularmente de niños, en una tarea asumida por los propios vecinos organizados.

En la misma ciudad también, la Fundación Siglo Futuro forma parte desde hace décadas ya de ese tejido asociativo que ha decidido aportar su esfuerzo a la ingente tarea de hacer de la cultura y el arte lugares de encuentro y de crecimiento ciudadano. Decenas de conferencias, conciertos, actividades de divulgación para las que la asociación busca bajo las piedras fondos con los que mantener su oferta anual.

Son cuatro de las más relevantes actividades cultuales que cada año nutren a los ciudadanos, a las que se suman otras muchas de menor perfil, claro. A ello hay que añadir la actividad cultural promovida por el ayuntamiento y cuyo buque insignia es el Auditorio Buero Vallejo. Pero sin lo que aquellas asociaciones hacen, nada sería igual en esa ciudad. Visualizarán mejor su relevancia si trasladáramos proporcionalmente tamaña actividad a cualquier otra ciudad de mayores dimensiones: como si los festivales de Jazz y de cine de mi querida Donostia los organizaran asociaciones sin animo de lucro, vamos.

¿Por qué cuento esto? Porque la esencia de la cultura es que las gentes asuman no solo el honorable papel de consumidor, sino el imprescindible papel de generador. La cultura ocurre porque alguien la hace, y cuando son asociaciones ciudadanas sin ánimo de lucro, como en el caso guadalajareño, o grupos de personas que toman sobre sus espaldas la noble tarea de “hacer”, tenemos ante nosotros el perfecto ejemplo de la democracia cultural, esa que se hace porque las personas la hacen, y no sólo o principalmente porque las instituciones la pagan.

La cultura de la queja, expresada en nuestro país tantas veces por esa mirada hacia otros, hacia las instituciones responsabilizando de situaciones o demandando dinero o medios, deja paso aquí a la cultura de la responsabilidad ciudadana que asume sin buscar el beneficio económico que las cosas ocurrirán si quienes las desean las ponen en pie. Que la maravilla no es tener dinero para comprar en el mercado cultural, sino tener el deseo y el talento de hacer cosas –actividades culturales- para tus conciudadanos.

A las instituciones públicas, tan celosas de su poder, les queda el mandato constitucional de promover la cultura, que no es otro en relación a lo que hablamos, que facilitar los medios para que los ciudadanos asuman cada día más responsabilidad en su propio devenir cultural.

El caso de Guadalajara es un ejemplo. Un ejemplo de cuya trascendencia probablemente ni sus protagonistas, ni por supuesto las autoridades locales, son conscientes.

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Ana Diosdado: una dramaturga

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Mujer de raza, de las que contiene en un fino y frágil cuerpo una energía y una determinación inconmensurables, ha muerto dulcemente en su puesto en la directiva de SGAE, durante una reunión, acompañada en el final por la mano amiga de Paloma Pedrero.

Esta primavera me llamó para que fuera al estreno en el Lienzo Norte, de Ávila, de “El cielo que me tienes prometido”, la obra que había escrito con motivo del centenario de Teresa, la mística abulense. Consumida por el mal, pero fuerte y sin una sola queja, recibió feliz la ovación tras el final y luego, ya en petit comité, charlamos con un vino en la mano de futuro; como siempre: con ella siempre se hablaba de planes.

Ana Diosdado no solo era una gran autora teatral, era el mascarón de proa de un cambio producido en el teatro español a comienzos de los ochenta, casi en medio de la Transición a la democracia. Y ese cambio, revolucionario por radical, consistió en que las masculinas murallas de la escritura teatral se abrieron al toque de trompeta de una brava mujer, sí, una mujer, que osaba no solo a competir en un territorio reservado a las corbatas, sino que, además, abordaba temas y creaba tramas y personajes desde una perspectiva hasta entonces casi ausente en la dramaturgia española.

Porque ésa es precisamente la clave de su aportación y lo que hay que recordar en estos momentos en los que los tópicos suelen flotar por encima de las grandes verdades. Se dice tantas veces que no importa el género de los autores y que lo que importa es la calidad, que se olvida que eso se suele afirmar partiendo de un molde masculino, acuñado por hombres que deciden lo que es y no es canónico, que dice que hay temas y personajes importantes, y temas y personajes poco relevantes. La perspectiva desde la que buena parte de las mujeres autoras escriben no es la de los grandes personajes, reyes, políticos, líderes o celebridades, ni sus temas son la guerra, la ambición, la política o el triunfo. No, ellas suelen elegir personas humildes, héroes a menudo anónimos, incluso osan convertir en protagonistas de sus obras a mujeres. De pronto, la vida representada en escena, se abre a una mirada diferente, y se abordan temas cotidianos, más cercanos a la medida de lo humano y no de dioses o héroes. Relean “Usted también podrá disfrutar de ella”, “Cristal de Bohemia” o “La última aventura”. No ceo en el teatro de género, pero sí creo en que muchas autoras tienen una mirada propia muy difícil de impostar por los autores. Es su aportación específica, sin la que el teatro quedaría incompleto.

Por eso, y por tantas otras cosas, gloria a Ana Diosdado, honor a la dramaturga.

PS.: La muerte de Henning Mankell, también dramaturgo y novelista, el mismo día y casi a la misma hora que Diosdado, convierte esta pena en pareada. No se me ocurre mejor homenaje que releer inmediatamente alguna de sus obras. De Ana, Usted también podrá disfrutar de ella; de Mankell tal vez Antes de que hiele, o El chino.

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Mucho más que teatro joven. Mucho más que Coca-Cola

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Unos compases de violín que inexplicablemente descubren en nosotros emociones imprevistas; unos versos de Neruda que devuelven a la memoria vívidamente amores, tal vez perdidos, tal vez recién hallados; unas frases de Shakespeare que nos ayudan a definir pasiones humanas y a entenderlas; un cuadro de Klimt, de Leonardo o de Goya que son ventanas abiertas a mundos imaginados; una interpretación del Cyrano que nos alinea con los planetas del orgullo y la humildad con una leve mirada a una luna pintada… Estas y otras muchas experiencias artísticas no están al alcance de todos…, todavía. Pero todos y cada uno de cuantos formamos parte del género humano estamos dotados para ese contacto inefable, para gozar y descubrir en concretos momentos territorios que solo el arte transita. El hecho cierto de que estamos dotados también para crear maldad y horror hace todavía más importante el arte.

Es verdad que la felicidad no depende del nivel del contacto con el arte. En el mundo y en su historia millones de personas han conocido el amor y la alegría sin leer, disfrutar de un cuadro, o asistir a un concierto o una obra de teatro. Pero también es cierto que hay cosas que existen en el mundo, que solamente se pueden entender y vivir en todas sus dimensiones desde el arte: la belleza sobrevenida, el llanto sin razón aparente, la comprensión de un arcano que nos atenazaba…, quedan develados en ese momento inefable, que, como dice el verso de Lope, “quien lo probó lo sabe”.

Estos días se celebra la Semana del Teatro Joven y un centenar de ellos traen a Madrid cuatro obras selectas, las que un competente Jurado Nacional ha destacado sobre las 338 presentadas, récord de su historia. Cien jóvenes que representan a muchos miles que, además de atender a sus tareas habituales, han ensayado durante meses, en equipo, han memorizando papeles y entrando en la piel de personajes lejanos a ellos…, y luego han representado las obras ante miles y miles de espectadores. Probablemente, además, han descubierto rincones propios que desconocían y que les ayudarán en la vida. Estos días, también, un puñado de profesores, en nombre y razón de muchos cientos de ellos que impulsan en silencio el teatro de base, están en Madrid en el Campus Coca-Cola de Teatro Joven.

Más allá de la relación beneficiosa entre una marca comercial y el teatro juvenil en el que las partes dan y reciben, la colaboración tiene la importancia decisiva de acercar el arte a las personas, proponerles una herramienta diferente, específica y especial para mirar el mundo y entenderlo algo mejor.

Se dice muchas veces que el arte cambia a las personas y que solo por ello merece ser vivido, y por ello solo merece el apoyo de instituciones y empresas. No sé si cambia a las personas. Lo que sé es que ofrece la oportunidad de que las personas vivan experiencias, emociones, situaciones…, en las que el cambio es posible porque el lugar desde el que miras, el lugar desde el que te ves a ti mismo, es simplemente distinto.

Gloria y loor a jóvenes teatreros y profesores entregados; gloria y loor a las instituciones que apoyan estos Premios “Buero” de Teatro Joven; gloria y loor a Coca-Cola por hacerlos posibles, y al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte por su colaboración. Toda gran transformación parte de uno o varios pequeños cambios. Miles de jóvenes lo intentan cada día haciendo del teatro una palanca guapa. Y encima se divierten. Y encima, divierten a un montón de gente.

Lo dicho, mucho más que teatro. Mucho más que un refresco.

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Veamos los Max en lontananza

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SGAE, la Academia y los premios de las Artes Escénicas

La ceremonia de entrega de los Premios Max trae cada año, junto a las manzanitas y el glamour, un poco de debate, cosa buena. Esta vez la fiesta fue en Barcelona, cada vez más guapa.

Nadie duda de que el teatro y la danza necesitan unos premios que acrediten ante la sociedad la relevancia de estas artes universales y magníficas, tan útiles para entender al ser humano. Unos premios, los Max, que todavía requieren mucho apoyo y afecto, porque es corto en España el sentimiento de defensa de lo propio, necesario para que eso propio crezca y desarrolle sus potencialidades.

Bien, no sé para qué este ex cursus si de lo que quería hablar es de que estuve allí, en el Paral.lel barcelonés y el blog me parece un buen espacio para evaluar someramente, como corresponde a este espacio, cuanto vi.

La organización buena; buena la producción; buena la dirección artística de Esteve Ferrer, que eligió para articular la entrega el obvio tema del Paralelo musical (pues en uno de sus teatros tenía lugar la gala); buena la selección de las presentadoras y entregadoras, y también el leit motiv de la mujer en la escena. Bien. Bien también el discurso de Alonso de Santos, presidente de la Academia de las Artes Escénicas de España, cada día más cercano al factor humano, al factor sabio; aunque nadie explicó por qué la presencia de una institución –la Academia- que no volvió a aparecer en el ruedo. Bien, también, un puñado de discursos hondos, medidos, y bueno que se contuviera la tendencia a la eternización en los agradecimientos a familiares en cuarto grado. Por último, hemos de felicitar a la organización, SGAE, que con su equipo de vigías logró llevar a buen puerto una noche que se supervisa con lupa desde posiciones tirias y desde atalayas troyanas.

Y dicho esto, vayamos con algunos comentarios críticos, primero sobre aspectos que bien podrían servir para mejorar próximas entregas; y después sobre cuestiones más de fondo y por ello buscadoras de reflexión compartida.

Las críticas, de menor calibre, van en forma de pregunta.

¿Por qué siendo la organizadora la sociedad de los autores, el premio que le es propio, el premio principal a la mejor autoría, en vez de ensalzarlo y diferenciarlo apareció algo perdido y rodeado de premios menores?

¿Por qué las ceremonias de los Max no acaban de ser el encuentro anual de los profesionales de la escena con mayor proyección, muchos de los cuales no acuden? ¿No convendría tomarse este punto como objetivo de mejora para el inmediato futuro?

¿Por qué esa magnífica propuesta de hacer de la mujer el hilo conductor de la gala olvidó casi por completo a cuantas no fueran actrices? ¿Dónde estaban las autoras, dónde las directoras, escenógrafas, figurinistas…?

¿No podía haberse buscado para la gala un aire conceptual más joven, fresco y contemporáneo? ¿Alguien cree que en la propuesta artística ese factor era dominante? ¿No hay nadie que piense que ese, precisamente ese, es uno de los factores fundamentales a hacer presente en el futuro de los premios Max? Un tema que se relaciona, al menos en parte, con la presencia de jóvenes artistas consagrados, realmente escasa al margen de los acompañantes de los finalistas.

Hay otras cuestiones a valorar, claro, relacionadas con la definición de las categorías, la falta de lógica de confrontar trabajos de centros dramáticos con el de salas alternativas, o por supuesto de los sistemas de selección y votación de finalistas y ganadores. Pero esto es un humilde post, y no una tesis.

Y por último, dos reflexiones más de fondo.

La primera tiene que ver con una percepción personal, pero compartida, de que la profesión escénica se sigue mirando el ombligo en las grandes ocasiones, y le resulta muy difícil evitar su tendencia al onanismo en esos momentos clave en que tantos cientos de miles de personas nos están viendo. Miren ustedes, si quiero seducir a alguien –y los Max son la noche por excelencia en que el teatro quiere seducir a la sociedad- no le hablo de mis problemas de colon, o de lo mal que me trata el presidente de mi comunidad de vecinos. Le hablo de luz, belleza, me pongo sexi, le guiño un ojo o los dos…, y si en algún momento tengo que hablarle de problemas lo hago comedidamente y desde el humor. Si alguna vez los Max quieren ser un programa visto y disfrutado por millones de españoles e hispanohablantes, los profesionales y los organizadores habrán de entender que esa no es la noche para hablar de los problemas, sino la noche en que nos vestimos para seducir y gustar. Otros momentos, otros lugares, otras personas, tal vez, habrán de afrontar la tarea de la reivindicación política. Ojo, que no digo que no haya que poner el dedo en alguna llaga: digo que hay que elegir las palabras, saber quién está escuchando y saber que el objetivo no es quedarse a gusto con el exabrupto o el titular, sino lograr cómplices y amores en la masa ciudadana. Lograr nuevos y más compañeros de viaje

La segunda reflexión tiene que ver con SGAE y su papel en estos premios. Defiendo con coraje en estos tiempos la necesidad de esa asociación que defiende los derechos de los creadores y se encarga de recaudar sus ingresos, su sustento. La asociación de los autores, esa es la clave. Los Premios Max son los premios para todas las profesiones escénicas, y por ello debieran estar todas ellas implicadas. Hoy, la organización que agrupa y representa a todas las profesiones es la Academia de las Artes Escénicas de España. Hay que agradecer a SGAE su impagable contribución a crear estos galardones, y probablemente ese agradecimiento deberá incluir un estatuto de privilegio en el futuro de los Max, pero convendría plantear a debate –sin prisa, pero sin excusas- esta cuestión de fondo. No soy partidario de que la Academia cree otros premios, pardiez; sino de que asuma sus responsabilidades en la organización de los que hay. Hace un año la Academia nacía, de la mano de un puñado de académicos, y con el apoyo de SGAE –no hay que esconderlo, más bien al contrario-, que continúa a día de hoy, gracias a los cielos. Pero la Academia y SGAE, han de pensar en que la lógica ha de imponerse, más temprano que tarde, y que en cuanto se alcance la mayoría de edad –o incluso, para alcanzarla- los académicos y su asociación habrán de asumir la hercúlea tarea de organizar los Max.

Sirvan estas líneas para promover el debate, para otear el futuro, y mirar los Max en lontananza.

NOTA: “Ojalá este domingo regrese la decencia”, reza desde El País Emilio Lledó, flamante Premio Princesa de Asturias de Humanidades. Bella palabra -“decencia”, que para muchos tiene resonancias éticas, además de las que le atribuye la RAE. No sé si en un día de elecciones se logra tamaño objetivo, pero sí que sería un excelente punto de partida para ver cómo los ciudadanos asumen su tarea de vigilantes de la dignidad y de guardianes de la honradez en la cosa pública, ése y cada uno de los días que sigan al 24 de mayo.

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Cuesta arriba y sin frenos… ¡No dejes de pedalear!

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La cultura y el arte, y el tejido organizativo y humano que las produce necesitan urgentemente facilidades para su labor.

Hace unos días acudí en el Espacio Labruc, a la inauguración de la exposición de Luis Lamadrid, un estupendo fotógrafo y creador audiovisual cuyas imágenes y conceptos mueven el cerebro, inquietan al espectador, lo cual es mucho. Un montón.

El Espacio Labruc es uno de los numerosos centros de creación y promoción del arte que florecen en Madrid en estos tiempos de ira y penurias. Porque, como le decía a su director, Ángel Málaga, la penuria no dificulta la creación, muy al contrario, a menudo la estimula; su efecto perverso tiene que ver con cosas prosaicas como el desayuno, la calefacción o los seguros sociales de sus impulsores. La dignidad material, vamos. Y es que en los últimos años se ha producido una eclosión creativa en Madrid, al calor (habría que decir a pesar del frío) de los brutales recortes a cultura, del IVAzo, y del profundo desafecto desde el que nuestros regidores han venido gobernando la cultura y el arte. Los espacios de exhibición teatral, pero también audiovisual o musical, se han multiplicado; las creaciones, contra lo previsible, se han multiplicado; los intentos de saltar la valla del recorte y la mala baba se han multiplicado; el valor se ha multiplicado.

Esta eclosión no solamente muestra un tejido cultural y artístico enérgico, apasionado y valeroso, inmune al desamor del poder y sensible al amor de los públicos; muestra palmariamente la existencia de un verdadero ejército de creadores decididos a sembrar futuro, a pesar de los pesares. Benditos sean todos ellos, incluso cuando sus creaciones no alcancen todas la excelencia. En la actual situación alcanzarla tendría la categoría de milagro. Y tampoco es eso.

Me contaba Ángel Málaga en Labruc –sala con capacidad para no más de cincuenta personas- las exigencias técnicas y de seguridad que las autoridades les imponen para darles los permisos de funcionamiento, del mismo tipo a las que se exigen a espacios comerciales y con una capacidad de espectadores muy superior. Madrid Arena ha tenido como consecuencia estos barros, que perjudican a los pequeños. Como si pasar a todos los creadores y salas por el lecho de Procusto fuera justo.

En mi opinión, el problema de fondo es que ningún gobierno, pasado o presente, del país, de las comunidades o municipal, ha apostado por apoyar y legislar a favor de la creación, de la pequeña especialmente, y del tejido organizativo y empresarial que la sostiene. Porque nada grande ha nacido grande y todo lo que ha llegado a serlo fue antes pequeño, frágil, débil, ilusionado por crecer.

Lo que tendrían que hacer los gobiernos, todos y a todos los niveles de la administración, es promover leyes favorecedoras de la creación y de las organizaciones creativas culturales y artísticas. Regar a toda esta multitud de creadores jóvenes y no tan jóvenes que pugnan por sembrar arte hoy, entre piedras. Los ministerios de Trabajo y Economía, los ayuntamientos, y consejerías, deben legislar en materia impositiva, de seguros sociales, de creación de empresas, de ayudas… para FACILITAR el funcionamiento de las nuevas organizaciones y proyectos artísticos, creando categorías específicas para el emprendimiento y los proyectos culturales. (Echemos un vistazo al modelo cooperativo argentino, por favor.) A los que empiezan hay que ponérselo fácil; a quienes apuestan por trabajar en sectores como la cultura, que aportan valor a la sociedad con un muy limitado retorno económico, hay que ponérselo fácil; a quienes por las características de su labor artística viven en situaciones inestables con trabajo hoy pero no mañana, hay que ponérselo fácil.

Ni siquiera a estas medidas legales, políticas y económicas cabe llamarles discriminación positiva. Simplemente explicitarían el deber constitucional, todavía vigente si no me he perdido algo, de que los poderes públicos promuevan la cultura. Y defiendan e impulsen a quienes la producen, añado.

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Revistas porno para Wert y Montoro

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Combatir las medidas injustas, las políticas-brujas malas contra la cultura, puede ser hasta divertido. Que se lo cuenten si no, a las “primas de riesgo”.

Las “primas de riesgo”, una mezcla de familia teatral en segundo grado de gentes atacadas por el recorte salvaje, idearon hace un par de meses una alternativa que, como el cuento de El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, desnudaba hasta el extremo las vergüenzas del poderoso de turno, esta vez de los responsables de la cosa cultural y económica del gobierno.

Las “primas de riesgo” lanzaron su campaña de promoción de El mágico prodigioso, bajo el reclamo “Porno 4%, Calderón 21%”. Inequívoco mensaje, por cierto. La iniciativa consiste en que aprovechando que las revistas porno en España solo pagan el 4% de IVA, las venderán regalando con ellas entradas para la obra de teatro. Nada más apropiado que el porno, porque esta iniciativa, deja a Wert –y a Montoro- en ropa interior.

Los impuestos que han de pagar las empresas y lo ciudadanos, todos cuantos generen riqueza, son imprescindibles porque los estados que garantizan unos servicios a la sociedad, lo hacen en parte con esos ingresos. Eso nadie lo discute. Lo que sí se discute es cuánto tienen que pagar unos y otros, y lo más razonable parece que debe ser que aporten más los que más tienen y que paguen menos los que más dificultades tienen para sobrevivir. Por eso los impuestos indirectos son tan peligrosos, particularmente el más importante de todos ellos, el IVA, porque al recaer sobre el consumo en general, afecta igual a pobres y ricos. Bueno en realidad a los ricos les afecta menos el precio de las joyas o de la gasolina, claro.

Además, el IVA no afecta a todos los productos igual. Ningún gobierno se sostendría si algunos productos de primera necesidad fuesen gravados con un impuesto del 21%, por ejemplo el pan y los alimentos de primera necesidad. Por eso el subtexto del 21% aplicado a la cultura es tan nítido. La decisión de Wert y Montoro, tanto monta, quiere decir muchas cosas, todas ellas feas: quiere decir que si quieres alimentar el alma, pagues; que si quieres dedicarte a crear arte y a hacer que tu país destaque en cultura, pagues; quiere decir, como desnudan las “primas” que tienen menos impuestos las revistas porno que el teatro. Pensar, como algunos piensan, que con el 21% esos ministros quieren castigar al sector cultural por su carácter crítico, aunque el aire vengativo de ambos alimente esta posibilidad, es dotarles de una capacidad de pensamiento estratégico del que a todas luces carecen. No, simplemente desprecian la cultura, y no creen que el arte y la cultura deban tener un papel en nuestras vidas y en la historia futura de nuestro país.

Por eso simpaticé de inmediato con las “primas de riesgo”, y compraré entradas -digo, revistas porno- para sus representaciones de enero. Ah, y ahora mismo encargo dos para enviárselas a los ministros del ramo. Con ese impuesto, yo pago una ronda. Bueno, tal vez a Mariano tampoco le venga mal recibir una… entrada. Al final, la broma me va a salir por un pico.

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Conferencia de Marketing de las Artes 2015: grandes ideas como palanca

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La IV Conferencia de Marketing de las Artes, organizada por ASIMETRICA, ha terminado envuelta en la satisfacción de los muchos asistentes.

Récord de participación, con cerca de 240 personas inscritas, y de orígenes, con una amplia presencia del contingente latinoamericano, los resultados en cuanto a contenidos son para que organizadores y asistentes estén enormemente contentos.

No me detendré en citar todos los nombres de ponentes, porque la información está en la web de la Conferencia y porque sus intervencones estarán colgadas en apenas unos días, pero sí me interesa resaltar algunas de las cuestiones de fondo que se plantearon. Porque un foro de este tipo, que congrega a cuantos mediamos en cultura desde la perspectiva del marketing, y en particular del desarrollo de audiencias, lo primero que debe tener en sus resultados es relevancia neta de contenidos: luz para el camino. Aquí van algunas de sus ideas fuerza.

En este inevitable balance parcial y subjetivo, la primera idea presente que yo resaltaría es la de que la programación, los contenidos en sí mismos, son ejes neurálgicos para la generación de demanda y el crecimiento de las audiencias. Y que los contenidos artísticos piden cada vez más originalidad, misturas y mestizajes en formas, formatos contenidos y espacios. Es una idea que defendió con entusiasmo Alan Brown, junto a otra de no menor calado: la de que frente a la segmentación clásica –edades, orígenes, distintas artes…- hay que desarrollar y atender las comunidades de gustos, taste comunities, mucho más útiles, ricas y entroncables con la programación.

Lorena Álvarez, una chilena que lidera el Festival Cielos del infinito en la Patagonia, trasladó a los asistentes, más que una idea, un principio, un valor: Allí, a lo lejos, al igual que están lejos de los centros de poder la inmensa mayoría de los proyectos culturales, es posible hacer casi cualquier cosa, casi en cualquier lugar. Y lo demás son excusas. Este pensamiento constatado en su práctica, es de una enorme fuerza originaria, frente a aquel otro que hace depender los resultados siempre de circunstancias favorables.

Constaté, también, que seguimos con fuertes problemas terminológicos y que nos cuesta encontrar un lenguaje común, probablemente porque los significados diferentes reflejan diversas formas de pensar y de sentir. Un ejemplo lo constituyen la palabra vender, o la expresión construir audiencias. Ambas expresan una posición de privilegio de quien las enuncia y un concepto de marketing unidireccional en el que el otro siempre es destinatario y pocas veces emisor. Hasta sus datos se buscan para mejorar la propia posición. El concepto de marketing que ha de prevalecer, y que es el que ha de diferenciar el marketing cultural frente al tradicional, ha de basarse en el concepto de socio, y en la construcción de puentes y de espacios compartidos en los que públicos, medios, financiadores…, sientan como suyos los proyectos.

Otro concepto novedoso nos vino dado por Raúl Ramos, que en representación de ASIMETRICA, explicó los entresijos de un nuevo modo de entender el efecto individual que tiene el arte en las personas. Al presentar Intrinsic Impact, un programa generado por la empresa norteamericana Wolfbrown, y que Asimétrica lidera en su extensión a España, los presentes tuvimos plena conciencia de que junto a la medición colectiva y en estrictos términos numéricos y económicos, es ya imprescindible poseer una herramienta que nos permita saber también el efecto concreto que el arte tiene en las personas, individualmente. Somos muchos los que defendemos y creemos que el arte y la cultura mejoran la vida de las personas, pero si ese discurso no se apoya en constataciones prácticas, no dejará de ser un mensaje bienintencionado, de escasa utilidad para la gestión.

La Conferencia ha sido muy beneficiosa al aportar herramientas y prácticas que los asistentes pueden aplicar de vuelta a sus tareas cotidianas. Pero también ha sido extraordinariamente importante al remover los pensamientos de los que mediamos entre los creadores y los ciudadanos, que eso es a fin de cuentas lo que somos quienes trabajamos en la gestión cultural desde el marketing.

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Centro Dramático Nacional. Bueno, nacional pero no mucho

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Algo tiene el poder cuando logra cambiar el discurso y la práctica de quienes acceden a él. Leo el catálogo con la programación del Centro Dramático Nacional y además de frotarme los ojos ante el sorprendente significado que encierra, pienso en que la cultura no es un territorio diferenciado y que quienes acceden al poder cultural se comportan igual que quienes acceden a cualquier poder. Sobre todo si no responden ante los ciudadanos, sino ante quienes les han nombrado.

Al bollo. El CDN, según reza su web, tiene la tarea de difundir y consolidar las distintas tendencias de la dramaturgia contemporánea, con especial atención a la española. Siento que lo que voy a decir ya lo he dicho antes y recordarlo me produce una cierta melancolía. Y siento que con este post no voy a ganar precisamente amigos en el poder, qué más da. “Pues amarga la verdad quiero echarla de la boca, y si al alma su hiel toca esconderla es necedad.” Sabio Quevedo.

Esta temporada (a la espera de lo que ocurra con el programa “Escritos en la escena”), hay 21 obras programadas, 7 en el María Guerrero y 3 en la Sala de la Princesa; y 6 en la sala grande del Valle Inclán y 5 en la Sala Francisco Nieva. De esas obras, 10 pertenecen a autores españoles, dos de ellos fallecidos. Y salvo Ramón Fontseré, Francisco Nieva y la pareja Marc Motserrat e Ignacio García May, el resto verán sus obras en las salas menores, de la Princesa y Francisco Nieva.

Las salas grandes, María Guerrero y Valle Inclán, quedan reservadas para quienes lo necesitan realmente: Homero, Shakespeare, Goethe, Potocki, Ionesco, Ibsen, Marivaux, Pollesch… Como puede verse una programación nítidamente al servicio de consolidar la dramaturgia española contemporánea.

Entre los autores teatrales, la mitad fallecidos mucho tiempo ha, tan solo hay tres mujeres, tres, una de ellas Petra Martínez, en compañía de su buen Juan Margallo, y solamente una joven autora española, Carolina Román. La canadiense Vickie Gendreau, la tercera mujer, es la única que pisará la sala grande… durante cuatro días, no sea que los espectadores vayan a pensar que sí, que hay mujeres que escriben bien. Y no es una cuestión de género y corrección política, que me repatea, es una cuestión de mirada, de enfoque, que gracias a los cielos es diferente en ellos y ellas. Y la mirada al mundo de las dramaturgas, queda circunscrita a un ínfimo 10% de días programados. No voy a emplear ninguna frase de humor cínico con este tema.

De los 128 días programados en la sala grande del María Guerrero, 84 lo ocuparán autores no españoles, el doble que nuestros dramaturgos. De los 100 que está programada la sala Valle Inclán, 50 son extranjeros. ¿Cómo va a desarrollarse la dramaturgia española contemporánea con menos de la mitad de los esfuerzos que el CDN dedica a autores consagrados y traducidos? ¿Qué concepto de sembrar futuro es ese que reduce a los nuevos autores a las salas pequeñas?

En fin, sobran los comentarios, sobran las rutinas y los caminos trillados, falta valor para programar a nuevos autores, a nuevos directores, y falta conquistar a nuevos públicos con ello. Un cierto aroma a catafalco dramático nacional (e internacional): Así es (si así os parece), Pirandello dixit.

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Javier Ortiz de York

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Hace unos días se cerró El Sol de York, ese coqueto teatro que impulsado por altas pasiones artísticas, se había hecho un hueco de lujo en el panorama teatral de Madrid. El alma mater había sido durante largos meses Javier Ortiz, navarro profesional que encabezó el proyecto de abrir, llenar de contenidos buenos y defender ese nuevo espacio escénico en el corazón de Chamberí. Todos cuantos amamos el arte y lo entendemos como herramienta de cambio –propio y ajeno-, tenemos una deuda con él y con cuantos apoyaron ese proyecto y lo hicieron vivir.

Ahora siento emociones y pensamientos contradictorios: emociones del que siente e incluso admira; pensamientos de quien analiza. Porque no quisiera decir solamente aquello que salta a la vista, lo positivo, sino que quisiera aprender, extraer enseñanzas también de esta aventura, tan bellamente insolente hacia los malos tiempos en que le ha tocado desempeñarse.

La gestión de El Sol de York ha sido en muchos aspectos ejemplar. Por su responsabilidad y compromiso con las compañías y artistas que representaron sus obras en ese teatro a las que siempre abonaba sus ingresos con la máxima justicia; por el modelo de programación artística, siempre a la búsqueda de la máxima calidad y del máximo aprovechamiento; por la relevante atención a los públicos, eje de su gestión; por el hecho mismo de haber logrado abrir una nueva ventana en Madrid al buen teatro y a muchos creadores que lo necesitaban; por su capacidad de acoger a cuantos necesitaban calor. Una gestión que caminaba en los hombros de la pasión.

El análisis, en todo caso, no debe eludir entrar en las debilidades del proyecto, esas que en parte explican el cierre. Si El Sol de York ha sido un ejemplo de gestión, entonces probablemente habremos de convenir que ha fallado el modelo empresarial que la soportaba. Un modelo en el que se apostaba por una fuerte implicación de la propiedad del inmueble y que sin embargo, durante todo el tiempo en que la sala estuvo abierta, no dio pasos en su compromiso concreto. La pasión, e incluso el éxito, tan cercano en muchos momentos, no podía obviar que todo proyecto artístico, hoy, es un proyecto empresarial y que tener cerrado el alquiler en contrato adecuado es absolutamente esencial para planificar a medio y largo plazo. Como lo es, también, disponer de socios o/y patrocinadores que cubran los flancos débiles. Sé que ambas cuestiones formaban parte de las preocupaciones clave de El Sol de York.

La legislación debería favorecer que los propietarios de locales dedicados al arte no sufrieran castigo por ello. Incentivos fiscales, ayudas a la rehabilitación, créditos especiales…, son algunas de las medidas que los propietarios necesitan para no sentirse tentados por dedicaciones más rentables. Como debiera recoger privilegiadamente la futura ley de financiación de la Cultura, el apoyo financiero a este tipo de expresiones y proyectos. Entre tanto, solamente queda acomodar los proyectos a la realidad en que han de sobrevivir y crecer.

En cuanto a Javier Ortiz de York, estoy seguro de que está preparando un nuevo lío guapo al que servir fielmente. Con la intensidad, la dedicación y el buen hacer con que sabe hacerlo. Muchos estamos dispuestos a estar a su lado en lo que necesite.

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El 21% de nada

teatrolleno

La decisión del Gobierno de aplicar un impuesto del 21 % a la producción y consumo de arte y cultura supuso y supone gravísimos problemas, cierto.

En el cine y en las artes escénicas en concreto, el incremento -brutal: del 8 al 21%- no ha repercutido apenas en los ciudadanos afectos al arte porque las empresas y compañías y los artistas han reducido sus márgenes para que los precios al público no subieran. Pero aún así, ha tenido tres consecuencias, entre otras, extraordinariamente graves.

La primera, la precarización del empleo cultural, que en estos momentos en no pocas producciones artísticas colectivas roza los límites de la dignidad, e incumple la legalidad. La segunda, la caída de muchos parámetros de calidad global de las producciones artísticas, que con la bajada de ingresos y de ayudas públicas reducen sus perfiles artísticos y de puesta en escena, el número de participantes en cada producción e incluso, urgidos por el éxito, buscan el camino fácil a través de producciones sin el menor riesgo en contenidos. En este segundo ámbito de consecuencias habremos de incluir, también (aunque este tema se merece un post específico) el caso del microteatro, que alabado por muchos de los laminadores de la cultura, precariza de oficio a los profesionales y muestra a muchos espectadores una faz tremendamente limitada del teatro. Y, en tercer lugar, la consecuencia más negativa ha sido la de desanimar a los públicos a acudir a los espectáculos en vivo, machacados comunicativamente por un análisis unilateral y chato de la subida de impuestos. En esta última consecuencia, el propio universo cultural tiene parte de la culpa al hablar constantemente, incluso cuando y donde no debe, de lo pernicioso del nuevo impuesto del 21%. El mensaje –falso por otro lado- de que la cultura se encarece, contribuye notablemente a que los públicos perciban esta expresión cultural como inasequible.

El 21% ha sido un trapero navajazo para la cultura y para los ciudadanos, a quienes desde el gobierno se transmite que la cultura es un bien casi de lujo. Pero desde el mundo del arte y de la producción cultural debemos buscar caminos propios que garanticen nuestra supervivencia y la del arte como expresión transformadora del ser humano, al margen y/o por encima de cualquier táctica del poder por destruirla. Incluso por encima del 21%.

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