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Plan Estratégico de Cultura para Madrid: el punto de partida

La presentación ayer en la sede municipal madrileña del proyecto de Plan Estratégico de Cultura del Ayuntamiento de Madrid (PECAM), es una buena noticia. Muestra la intención de levantar la vista y mirar más allá de lo que habitualmente miran las instituciones. Hacer política cultural planificada, atendiendo a unos objetivos en beneficio de la sociedad -y dotar luego los planes de los recursos adecuados para su ejecución-, es lo menos que se puede exigir a los poderes públicos. Enhorabuena a Carlota Álvarez y todo el equipo que ha dado los primeros pasos de esta iniciativa. Ha despertado notable interés en el entramado cultural y ciudadano, deseoso de participar en el diseño estratégico cultural de Madrid.  Ya iremos viendo en los próximos días y meses si tras esta iniciativa municipal hay voluntad decidida y seria o artificio. Perdonen, pero razones para la duda no faltan. Incluso algunas se deslizaron ayer desapercibida y subrepticiamente a lo largo de la presentación.

El Delegado Villalonga, en su bien tramado discurso, afirmó como una de las piedras angulares de su argumentación (en realidad una anécdota), que los teatros dependientes del ayuntamiento venían costando 23 millones de euros anuales y que el último año habían tenido un 43% de ocupación, y que eso, evidentemente, no podía ser. El argumento tiene dos o tres facetas tirando a tramposillas y en cualquier caso de poca proyección, lo que extraña en un responsable político de ese nivel. Las planteo en forma de preguntas: ¿Cuáles son los índices de ocupación empleados? ¿Se refiere a todos los teatros o el problema apunta específicamente al Fernán Gómez, como nos tememos? Si mete a todos en el mismo saco, ¿será por criticar la gestión del anterior equipo en su conjunto? Seguimos: ¿Si el porcentaje de ocupación hubiera sido del 100%, los 23 millones hubieran estado bien gastados? ¿Los teatros públicos tienen como objetivo capital e indeclinable el “no hay entradas”? ¿Forma parte eso de la/su política cultural? Todos creemos saber cómo llenar, pero disentimos en como llenar haciendo ciudadanía, claro.

Segundo tema. (Recuerden que estábamos hablando del Plan Estratégico para la Cultura madrileña) Contestando a una pregunta, el Delegado afirmó –por cierto, sonriendo mientras daba por obvia su respuesta- que los centros culturales de barrio seguirían dependiendo de otras áreas municipales, que eso no entraba en su negociado. Es decir, como ahora. ¿Alguien considera serio que en la planificación estratégica cultural de Madrid, se parta de que sigan fuera de la planificación general y bajo la tutela de las juntas de distrito los centros donde se encuentran con la cultura una enorme cantidad de ciudadanos?

Otra intervención realmente relevante y “filosófica” la proporcionó el moderador del acto, coordinador del Fringe de Madrid, a quien nadie de la organización desdijo. Joan Picanyol se vanaglorió de que el festival no estaba pagando cachés a las compañías programadas y que todos los grupos acudían a taquilla (¡en un festival!), que lo importante para ellos era representar y tener la oportunidad de que les vieran. Para justificar el recorte se justificaba la vuelta al neoprofesionalismo canalla. El servilismo de la apología de la miseria. Ojala me equivoque, pero suena a que todo esta parafernalia puede estar al servicio de un retroceso presupuestario en toda regla y de una neoprofesionalización de la creación artística madrileña. Jopé si es así: vaya alforjas para tan corto viaje.

Ah, una última cuestión, ésta metodológica. Doy por sentado que cuantos han intervenido hasta el momento han hecho un buen trabajo (aunque todavía no lo he podido terminar de leer), pero si el ayuntamiento quiere de verdad, sinceramente, que la sociedad civil participe en la elaboración de las líneas maestras del futuro, deberá promover fórmulas concretas de participación del tejido cultural, y esencialmente del empresarial y el asociativo (ayer ausente en el discurso), que vayan más allá de recibir mensajes a través de la web habilitada.

En realidad, el éxito o el fracaso de este proceso se podrá constatar al final del camino en el próximo diciembre midiendo cuántos agentes no institucionales han participado y propuesto cambios y cuántos de esos cambios se han incorporado al PECAM.

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Teatro y Coca-Cola: “cubata” cultural

Coca-Cola mantiene su impulso cultural prestando un apoyo decidido a los Premios Buero y al Campus de Teatro Joven. No es una apuesta ciega. Los de Pemberton en España saben que el teatro es la punta de lanza de los espectáculos en vivo, penúltimo reducto de la experiencia y la emoción colectiva en directo. Unirse al teatro, apoyar la cultura, es hacer suyo el mundo de la experiencia e incorporarlo a los valores de su marca. A ella han ido asociando aspectos positivos hasta lograr lo que casi ninguna otra ha logrado: vincularse a la felicidad, al rato bueno, al lado claro de la fuerza.

Los Premios de Teatro joven son, además, la explicitación del enorme caudal de talento creativo que circula por las venas de la gente joven. Un caudal que por la estructura de exhibición de nuestro país, y por la habitual displicencia de los profesionales y lo políticos hacia lo neoprofesional, permanece escondido como mar de fondo inobservable. Pero está ahí. Y es el futuro, ya. Coca-Cola también ha sabido ver esa necesidad de hacer visible el teatro joven, de sacar del armario a miles de chicos y chicas que en sus centros de enseñanza, en escuelas de teatro o en centros culturales ensayan, producen y crean, mientras disfrutan, se enamoran, conocen otras gentes, crecen. Coca-Cola, y es el último piropo, ha visto y hecho ver a muchos que el teatro y el arte hecho por jóvenes es la expresión perfecta de un ocio alternativo en el que el alcohol, las máquinas o el aburrimiento quedan al otro lado de sus fronteras.

Las artes en vivo han ido sorteando mejor que otros ámbitos los embates de una economía herida de gravedad. Coca-Cola nos ofrece el mejor cubata posible en estos tiempos y cuyo segundo ingrediente lleva varios miles de años de éxito: el teatro.

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DesAlmados cuatreros de IVA

En una encuesta para la que me pidieron opinión desde El Cultural de El Mundo sobre la subida del IVA de los productos culturales, y en particular del teatro, respondía que era un error estratégico. Decía que era mendrugos para hoy y hambruna para mañana. Decía que incrementar los impuestos al consumo cultural es una barbaridad, no solo porque quienes la aplican son unos liberales indocumentados, sino porque la cultura y el arte hacen país, aúnan sociedad, estimulan a los pueblos en dificultades e impulsan su crecimiento, y reducir sus presupuestos y encima exprimir sus recursos es propio de villanos de película y tendrá previsibles y funestas consecuencias. Considerar la cultura un gasto es pensamiento antigualla. ¡Es una inversión, tontainas! ¡Y muy rentable!

Si pudiera hacerme oír lo suficiente promovería la objeción de conciencia a esta subida ladronera, y el uno de septiembre seguiría facturando al viejo IVA. Y que persigan a cientos de miles de insumisos. Porque el IVA se aplica a productos que consumen lo mismo el rico que el pobre, a la cultura que a Loewe. Pero el pobre y la cultura tienen muy poquito ya de lo que desprenderse para aportar a la cosa pública, y algunos morirán por estas medidas; mientras que a los ricos y muy ricos, incluidos los ladrones de todo jaez que estos años han bandolerizado la economía y la banca y ahora se van de rositas a disfrutar del atraco, la subida del IVA no les va ni a rozar su quelonio y desalmado caparazón. En realidad, si no crecen los ingresos ni se desarrolla la economía, más IVA va a generar menos consumo, otro agujero inútil en el apretado cinturón de esta sufrida sociedad.

Como muchos otros, ofrezco mi hombro, mis hombros, en la dirección de hacer país. Pero para ello la condición sine qua non es que los ladrones y causantes de esta situación pidan perdón por sus acciones y las consecuencias las paguen en primer lugar ellos: banqueros, constructores, políticos corruptos y empresarios desaprensivos. Pero ni una sola medida de las muchas que el gobierno ha impuesto en estos meses se orienta a gravar a los canallas y a los de mucha “grasa”. Ninguna a incentivar la innovación, la creatividad empresarial, el emprendimiento, a favorecer nuevas fórmulas de crecimiento, o promover nuevos modelos empresariales, a esperanzar a la población… Ninguna medida que muestre la más mínima comprensión hacia el enorme papel económico de la cultura.

En definitiva, nuestros gobernantes hacen lo que han hecho los gobernantes toda la vida: exprimir a muchos que tienen poco y respetar a pocos que tienen mucho, sin preocuparse del mañana de todos. Atilas. Así que, encima, hemos de sufrir gobernantes sin imaginación. Ya lo cantaba Lola Flores: Ay, pena, penita, pena.

NOTA: El mucho trabajo ha impedido mantener la periodicidad de este blog en las dos últimas semanas. En ésta, en compensación, aparecerán tres. Vaya atracón.

 

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Visca Catalunya, con perdón

Los “vivas” tras los cuales hay el nombre de un país, nación o nacionalidad, suelen poner mis escasos pelos firmes cual escarpias. En el mejor de los casos me recuerda el papanatismo de “viva mi pueblo” (que no sabes si lo que de verdad quiere decir, es biba yo y avajo los demás), y en el peor, el terrible “viva la muerte” del legionario Millán-Astray de infausta memoria.

Ya, ya sé que el post anterior rezaba Viva España, pero supongo que a nadie se le ocultó que lo que quería gritar era un imperativo “Vivid, no os dejéis desanimar”, ante la agresión psicológica a la que está sometida la buena y humilde gente de este país para que se trague la crisis sin chistar.

Bueno. Pues hoy me dan ganas de gritar “Viva Cataluña, o Visca Catalunya”, y es que cuando uno coge carrerilla es difícil pararle.

Sergi Belbel, director del Teatre Nacional de Catalunya ha decidido programar la obra de cuatro autores catalanes jóvenes en la Sala Grande del TNC. Salivo de envidia por su valor y por la medida misma que, aunque tardía –es su última temporada- expresa la decisión de promover al primer plano a los dramaturgos locales. La cultura de un país, la cultura vinculada a una lengua, a unas tradiciones, a un pasado común que alimenta historias colectivas e Historia, debe ser respetada, conservada, delicadamente cuidada. Por eso siento hoy envidia por la decisión de Belbel, y pena por el castizo desprecio por lo castizo que anida en las mentes de tanto moderno sin pasado que bebe los vientos por cualquier novedad y desecha lo cercano, lo propio.

No hay forma de que los creadores crezcan y se hagan grandes –sean dramaturgos, realizadores, novelistas, poetas, fotógrafos o pintores…- sin el alimento que suponen estrenos, publicaciones, grabaciones, exposiciones…; sin el alimento que supone el juicio del público, al que sus creaciones van destinadas.

Pues eso, que sana envidia.

NOTA: Pena penita pena, por Juan Luis Galiardo, ese nadador irredento y atleta en su vejez; y por Gustavo Pérez Puig, que montó a Alfonso Sastre cuando hasta los suyos le negaban el pan y la sal. Fíjate, le gustaban Sastre, Buero, Jardiel y Mihura,  una tierna contradicción. Y es que, para algunas cosas, hay derechas valientes e izquierdas cobardicas.

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Las compañías residentes y el aceite

El concepto de residencia de compañías o de compañías residentes de teatros es un terreno de juego en el que queda mucho, muchísimo por explorar, sobre todo en estos momentos en que la situación económica pide a gritos sinergias y acuerdos que multipliquen el efecto de la actividad de teatros y compañías. La residencia consiste en que los teatros públicos acogen y financian compañías profesionales para que creen y produzcan arte escénico e interactúen con el entorno social inmediato, llenando de contenido y de sentido, y también democratizando, la pléyade de teatros y centros culturales hoy dedicados a exhibición de bajo perfil o infrautilizados. Todo ello a cambio de participar en la programación y llevar a cabo acciones pedagógicas de beneficio social. Una fórmula democratizadora y participativa. A priori, no encuentro obstáculo ni principio alguno que impida que los teatros privados participen también de esta fórmula, ni lo encuentro para que algunos centros se abran incluso a compañías neo-profesionales.

En numerosos países –Francia, Inglaterra, Estados Unidos…- la residencia de compañías es una práctica habitual orientada a extraer el máximo beneficio social de la creación, favorecer los procesos de producción artística y a las empresas y compañías que los sustentan, mejorar y descentralizar la creatividad, y ofrecer a los públicos creaciones relevantes y otros valores educativos solicitados a las compañías residentes. En España no nos es desconocido el modelo, ahora se trata de extenderlo y desarrollar sus aspectos más provechosos. Una mancha de aceite.

Manuel F. Vieites ha empleado a menudo la expresión “un teatro, una compañía”, para señalar que las residencias de compañías no se limitan a grandes ayuntamientos ni grandes teatros, sino que el concepto puede y debe aplicarse en todo el territorio, a todos los teatros y centros que dispongan de espacio adecuado, y al máximo de tejido de compañías, asociaciones y empresas que creen establemente. Los programas de compañías residentes, en realidad, se orientan a fomentar, promover y consolidar un tejido productivo –el cultural- esencial para el desarrollo de un país pero que además genera una enorme riqueza, beneficios sociales y puestos de trabajo. Por eso, el diseño y desarrollo de los programas de residencia, deben ser compartidos no solo por las áreas de cultura y educación de las instituciones sino por los de industria y trabajo, en niveles ministeriales, autonómicos y municipales.

Ando como loco dando vueltas y escribiendo sobre este tema, así que probablemente vuelva sobre él. El futuro se nos echa encima.

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Los Max y el Señor de los ombligos

La fiesta de los Max fue estupenda por el marco (qué guapo es el Price para estas cosas: hay que repetir), por el guión y la dirección (intuyo que a dos manos por esa pareja artística compuesta por Antonio Muñoz de Mesa y Olga Margallo), y por la vibrante presentación de Petra Martínez. Bien. La organización de SGAE y Fundación Autor fue espléndida y hay que felicitar al equipo de producción por este éxito.

¿El reparto de premios?: por barrios. Habrá que encontrar solución al excesivo peso de los amigos y clanes en la elección porque impide la llegada de obras o candidatos relevantes que son desplazados por el aluvión de los que votan por alguien y por todo lo que ese alguien haya hecho. Con Animalario ya sabíamos de estas cosas, pero la táctica sigue, y eso no es nada bueno para los Max. Ni para el teatro. Respecto al asunto de la censura de algunos parlamentos, no he visto la retransmisión, pero por lo leído, más podríamos achacar en todo caso los resultados a impericia que a mala intención de TVE: nada se dijo allí que pusiera en riesgo la seguridad nacional. Incluso se dijeron cosas tontas que sí debieran haberse evitado a los sufridos espectadores de televisión.

Durante la Gala me surgieron varias reflexiones, dos de las cuales me gustaría compartir. La primera tiene que ver con el espíritu de queja minimoys del sector, con su chata y ombliguista mirada.  Ya dijo Petra (que se lo veía venir) que debíamos mirarnos menos el ombligo. Y eso que no dijo que los ombligos por televisión dan fatal, pero fatal, fatal. El caso es que no le hicieron caso, y el que no dedicaba el premio a una desmesurada retahíla de consanguíneos y amigos, se dedicaba a despotricar de la crisis o de los recortes. La tendencia a la endogamia, al espejito –“dime que soy la más guapa”- y al compadreo, impide que ofrezcamos a los espectadores, a los públicos, una imagen moderna, abierta, entusiasmada, feliz, positiva, brillante del teatro. Y así, el reino de los sueños queda jibarizado por el Señor de los ombligos. (Tomo la imagen de mi querido Juan Carlos Rubio)

La otra reflexión tiene que ver con la necesaria apertura de la organización de estos premios Max. Sin querer retomar hoy el debate sobre la Academia de las Artes  Escénicas, es imprescindible, mirando al futuro, la presencia en la organización de todos los sectores, desde la interpretación a la escenografía, de la producción a los técnicos. Que SGAE, cuya función primordial es la recaudación y reparto de los derechos de los autores,  asuma en solitario la representación de todos los “gremios” no es solamente un riesgo para ella, sino, sobre todo, una dificultad para conseguir la implicación de cuantos laboran en el teatro, y un obstáculo para la transparencia.

El tema es complejo, lleno de matices relacionados con los procesos de selección, votación y comunicación, pero pasada esta bien organizada edición tal vez convenga sentarse, abrir las puertas y definir un nuevo modelo de premios para el teatro que los haga más participativos más globales, más ambiciosos. El momento de cambio que vive SGAE parece facilitar que la propia sociedad de autores lidere generosamente la apertura.

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Viva el Circo del Sol, a pesar de las palomitas

Estoy preparando un post de cierre de este año que tantos quebraderos ha producido en las cabezas de tantos. Pero ayer estuve viendo a Cirque du Soleil y no me resisto a decir un par de cosas.

La primera es la calidad de la experiencia artística vivida. Ni los casi cien metros que me separaban de la acción consiguieron que me despistara de lo que ocurría en el escenario, tal era la belleza, la armonía, la originalidad de lo que estaba degustando. La búsqueda de la máxima calidad artística es su sello y es un ejemplo a seguir por cuantos se dedican a la creación escénica. Rehuir la chapuza y el ombliguismo y orientar la creación a la satisfacción del espectador. Sin vergüenza.

La cruz de la estancia en el Madrid Arena, fue la sensación impuesta de ser un saco de euros del que todos querían llevarse su parte. Palomitas a 5,00 € -no había otra cosa-, y refrescos de grifo a 3,50 € son insultos a la dignidad del espectador. Que sin aportar valor añadido alguno se incremente el precio de un producto un 3.000 %, transmite el escaso respeto por quienes han pagado una media de 70,00 € por el espectáculo.

El “viaje” del espectador, y por lo tanto su nivel de satisfacción, depende no solamente de lo que ocurre en el escenario, sino de cuanto acontece a su alrededor, desde que recoge información a través de la web, hasta que llega a casa: el aparcamiento, la cena, el precio y las ofertas, la comodidad de las butacas, la atención de los empleados del teatro, los lavabos, o cómo te resuelven que se te rompa la falda.

Que seamos muchos los espectadores no es excusa. Al contrario, incrementa todavía más la obligación de las organizaciones culturales de dar un tratamiento individual y amable, de ofrecer un viaje inolvidable, sin que ninguna pequeña falla lo enturbie.

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Lo siento de corazón, Irene

Una voz de La guerra de las Galaxias me ha parecido fuera de lugar esta mañana en esos momentos en que sueño y vigilia se confunden. Era el informativo de la SER, y tras él, Carles Francino contaba que el dueño de esa impresionante voz, Jordi Dauder, había perdido el combate con el cáncer canalla.

Últimamente no estaba muy cerca, a pesar de que siempre lo encontraba en las acciones que desde la Cultura buscaban un mundo menos malvado e insolidario; acciones que proponían hacer del ser humano espacio de vida y objeto de permanente crecimiento desde la política social. Porque Jordi tenía íntimamente asociada a su vida esa concepción desgraciadamente escasa ya de que el hombre es un ser ético y político y que debe transformar las cosas desde la política, desde la participación. También desde la integridad, rasgo que fue el primero que me enamoró cuando le conocí. Fue allá por los primeros años ochenta en Valladolid, cuando el partido socialista, recién vencedor en las elecciones y carente de cuadros que articularan sus gobiernos, lo envió desde Barcelona a contribuir a poner en pie ese primer proyecto de izquierdas ilusionado e ilusionante. Luego, docenas de veces lo he encontrado haciendo, siempre haciendo, construyendo.

Fidelidad, entrega, lealtad, viejas palabras en busca de futuro, que caracterizaron a Jordi. Lo echaremos mucho de menos.

Por que, como he oído en la radio, el cine, la televisión y el teatro pierden un gran actor. Muy grande. Pero la verdadera pérdida es la de un hombre bueno e íntegro; un hombre comprometido con la piel de los otros, más allá de la propia.

Irene, lo siento de corazón. Un abrazo.

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El ayuntamiento de Gijón no canta zarzuela

La relación de la Política con la Cultura es un terreno minado de bombas. Las instituciones siguen viendo la acción cultural como un ámbito de rentabilidad electoral y muy pocas veces como terreno de desarrollo estratégico de los ciudadanos a los que afirman servir. Para la cultura, por otro lado, la política ha sido, y sigue siendo no pocas veces, el horizonte económico en el que busca su seguridad gracias a la financiación pública. Mal.

Una de esas polémicas minas ha estallado una vez más, y de modo escandaloso, con el nuevo ayuntamiento de Gijón. Nada más tomar posesión, la nueva corporación “popular” ha decidido suprimir su aportación –humilde, por otro lado- para el Concurso Internacional de Zarzuela que caminaba hacia su segunda edición tras una primera de éxito. Es de por sí mezquino reducir presupuestos con los más débiles y necesitados; pero  es, sobre todo, que los argumentos empleados son revanchistas y barriobajeros. Basados en acusaciones de partidismo por parte de un equipo de gobierno que quiere hacer tabula rasa con la acción de la anterior corporación.

La Fundación Ana María Iriarte, dedicada a promocionar la lírica y en particular la zarzuela, es la impulsora del concurso y la financiadora privada de la mayor parte de su presupuesto. Encabezada por una de nuestras cantantes históricas, ha visto cómo por vía postal y sin previo aviso, se cercenaba uno de los poquísimos espacios de promoción de la zarzuela en España.

Salvar la cultura del debate político pequeño, y llevarla a las cimas de acuerdos estratégicos de los grandes partidos; convertir la cultura en más ámbito de desarrollo ciudadano y menos espacio de exhibición de poder; hacer de nuestra cultura, asentada en el segundo idioma más importante del mundo, una herramienta de primera magnitud en la acción exterior…

Y, por favor, olvidarse de las querellas, pequeñas venganzas, y míseras utilizaciones.  Y si algún proyecto existente no se acomoda a las líneas de los nuevos equipos políticos, debe ser tratado con elegancia, con altura de miras, con dignidad, con educación. Incluso para dejar de apoyarlo.

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Cuarto y mitad de pestecillas

Hoy he entregado el artículo para El espectáculo teatral, la revista en que desde hace casi cuatro años, escribo cada mes. Va de la nueva programación del CDN, y la verdad es que echo unas poquitas pestes. Bueno, como las echo yo, sin demasiada mala milk. Léanla, por favor, y denme su opinión porque tal vez esté equivocado y mi mirada manchada de nacionalismo trasnochado y sin embargo ateo. Y a mí me gusta recibir críticas o al menos opiniones.

Digo, más o menos, que a Vera le priva lo que se crea fuera –y en Cataluña- mucho más que lo que se genera dentro, o/y en el resto de España. De los 17 autores programados 10 pertenecen al mundo mundial, y siete al jamón ibérico. De estos últimos, dos ha que fallecieron, y de los cinco restantes cuatro pagan sus impuestos en los nuevos condados de la vieja Marca Hispánica. Tan solo una, Ester Bellver, es del resto. Una selección que tiene como subtexto inevitable que donde no hay no hay y que aquí no hay. Pero que Marlowska, Bartlett, Ravenhill, Letts, Brisville o Marthaler…, son unos fichajes fetencios que para sí los quisiera el Madrid. Bueno, en realidad los quiere el Madrid… y así le va. Mientras el Barça potencia la cantera y así le va.

Bueno, esa es una de las razones de las pestecillas. La otra es que va el Vera que se va -en diciembre- y programa hasta junio de 2012, ahorrándole en su generosidad todo tipo de trabajos al siguiente director, que se dedicará, es un suponer, a gozar de la vida hasta que pueda hacer algo. Programación desde el más allá. O desde el más acá, no sé.

Y otra más, entre el medio centenar que se me ocurren, es que de nuevo se muestra el concepto cortijero con el que nuestros nombrados políticos asumen sus cargos. “Mientras esté yo se hace lo que a mí me gusta”. ¿Las políticas culturales, el servicio público?, what is it?, mande? Y no hay duda de que en eso la programación es de una coherencia excepcional.

A los contratos programa, la transparencia, la atención a los públicos, a los nuevos valores locales… no se les espera. Hace tanto tiempo que no vienen a clase…

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