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Mamaaaaá, quiero ser del Praaaado

El Museo del Prado da de nuevo la campanada, esa señal de partida que indica que a buen seguro otros copiarán en los próximos meses: a partir de enero próximo abrirá sus puertas todos los días de la semana, mañana y tarde. Todos (53 días más). Así se explica sin palabras lo que es la cultura como servicio, full time. Así se consigue dar valor a un museo que ya tiene mucho. Así se logra incrementar la rentabilidad, la eficiencia y hasta los puestos de trabajo, directos e indirectos. Así se reduce la dependencia de la financiación pública. Y así, por encima de todo lo demás, se atiende al público.

Los ciudadanos culturales –los deportivos o los televisivos disponen de raciones a go gó– tienen la sensación frecuente de que la cultura, como las iglesias y algunos ritos de similar orden, se hacen a escondidas y a deshoras. Un teatro abierto por la mañana, qué raros sois chicos; un museo abierto a partir de las ocho o los domingos por la tarde, pero tú de qué vas. ¿Y los derechos de los trabajadores? Desde luego yo, si quisiera ocuparme esencialmente de mi digestión o de mi siesta nunca haría oposiciones al cuerpo de bomberos. Peeeeero.  Es que soy muy raro: incluso abriría una especie de farmacia cultural 24 horas, con programaciones horarias diversas y atentas a los horarios vitales de las gentes.

Pensar en el público tiene esas cosas: a veces te “dice” que debes abrir en horarios impensables para captar a gentes que de otro modo jamás podrían disfrutar del arte; otras pensar en las gentes, te induce a que montes una guardería en el teatro o que las funciones las programes a las 17:30, cuando las mamis –furibundas del “fondo norte” futbolero pero del teatro, pueden ir a gozar de su afición preferida; otras, la orientación al público de la actividad artística te pide que te hagas un peeling y te desprendas de ese aire naftalínico y sabelotodo, de sacerdote cultural. No me gustan las palomitas, pero vivan estas palomitas.

En fin, que gracias, Prado.

Nota: este fin de semana tenemos los ensayos generales de En la otra habitación, una magnífica obra de Paloma Pedrero, producida por elmuro. Son sábado y domingo a las 19:00 horas en el C. C. Buenavista, de la Avenida de los Toreros, 5, donde su compañía, TEATRO DEL ALMA, es residente. No te lo pierdas. Y el próximo finde en el Conde Duque. Si venís éste, repetiréis el próximo. Y en La Guindalera, donde estaremos todos los lunes y martes de noviembre. Sí, lunes y martes, un experimento necesario de vinculación de la compañía y la obra al barrio. Vente y tomamos una copa de licor de guinda.

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Los públicos, protagonistas. Las artes, relevantes en sus vidas

La I Conferencia anual de Marketing de las Artes, celebrada en Madrid los días 10 y 11 de octubre, ha sido un rotundo éxito para el sector cultural, por la ambición de los temas abordados, por el clima humano, por la calidad de los ponentes y los debates, por el lugar de celebración, el Museo Lázaro Galdiano. Hasta el tiempo se ha conchabado para hacer de este primer encuentro de las gentes del marketing cultural una experiencia apasionante..

Los 150  asistentes han podido comprobar el estado de la cuestión expresado por las voces más avanzadas del marketing de las artes -ingleses y norteamericanos y españoles- y acercarse a tres experiencias verdaderamente relevantes de nuestro país: Heineken Jazzaldia de San Sebastián, Mercat de les Flors, de Barcelona y Matadero de Madrid.

Para ASIMETRICA, una consultora cultural nacida apenas hace un año, y liderada por esa pareja compuesta por Raúl Ramos y yo mismo, también ha sido un éxito. La respuesta de los compañeros y compañeras del sector,  la buena organización, la satisfacción transmitida… animan sin duda a continuar en esta línea y empezar a preparar la segunda Conferencia.

Pero lo más relevante de todo, sin lugar a dudas, son las conclusiones que sobrevolaron a los asistentes en la recta final del encuentro. El marketing de las artes puede encabezar la renovación en el sector de la cultura estableciendo un nuevo modelo de relación con los públicos en los que estos sean escuchados y participen como protagonistas en su relación con las artes. Una relación en la que obtengan experiencias emocionales de calidad; en la que el arte adquiera relevancia en su cotidianidad y contribuya a hacerlos a hacernos, mas y mejores ciudadanos.

Manos a la obra.

NOTA: Gracias a Elena Hernando y su equipo del Lázaro Galdiano; a Brian McMaster, Eugene Carr, Diane Ragsdale, Sarah Briggs, Alberto Fernández Torres, Roger Tonlinson, Marisa Vázquez-Shelly, Xavier Marcé, Hannah Rudman, David Brownlee, Chris Denton, Miguel Martín, Pablo Berástegui, Pepe Zapata. Gracias a la “cocina”: Javier Martín Balsa, Andoni Lopategui, Javier Saínz y Ana Ceballos y todo el magnífico equipo de voluntarios.

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País de charanga y pandereta, I love you

Sí, a pesar de todo. Porque lo de la duquesa es hasta tierno: que una mujer de 84 se case con lo que para ella debe ser un jovenzano,  y a la salida de la ceremonia se apunte con una sevillana, con peligro para su estabilidad, tiene mérito y hasta produce envidia. Que la cosa sea noticia y revuelo, habla mal de los que la convierten en comidilla. Muchos.

Pero, a lo que iba, otros muchos, muchos más, han convertido la Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España del pasado 2010 en una buena noticia. Con sus pequeñas sombras, claro. El diario digital hoyesarte.com, titulaba la noticia “El consumo cultural resiste la crisis”. Lean las cifras y se sorprenderán de cómo responden los españoles a situaciones de agresión psicológica como la que sufrimos. Los políticos y los medios se han puesto de acuerdo en tapiar la salida y convertir el país en una especie de ratonera que impulsa al suicidio para que toque a más a los supervivientes.

Y sin embargo nuestros compatriotas siguen leyendo, yendo al cine y sobre todo a museos, sin que la situación los haya desanimado en la práctica cultural. Así,  el conjunto dibuja un cuadro esperanzador. Las buenas noticias de la cultura. Las sombras van por el lado del bajo nivel de compra por internet, que refleja un modelo de consumo atrasado; el crecimiento de las descargas ilegales, con el consiguiente perjuicio para los autores; o la reducción de consumo en artes escénicas, que a pesar de ello conservan una estupenda vitalidad.

Un responsable político del ayuntamiento madrileño me justificaba esta semana con la “lógica” que se redujese drásticamente el presupuesto de cultura. Suprimamos lo innecesario, vino a decir. La cultura, la educación, la sanidad son piedras angulares del sistema democrático y en ellas se asienta la satisfacción de la población y su seguridad en el futuro. Las tres expresan el nivel de solidaridad y de cohesión de una sociedad, más incluso que el trabajo. Porque pueden venir las vacas todavía más flacas, pero no puede faltarnos un buen profesor de geografía o un médico para nuestros hijos, ni un libro, un cuadro o un actor que nos recuerden que somos sustancia inmaterial. La verdadera sustancia que construye el futuro.

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Entrar al Museo del Prado: el precio de la cultura

El Museo del Prado ha subido recientemente el precio de sus entradas generales de ocho  a diez euros. Las entradas pasan a servir para todas las exposiciones, temporales y permanentes. Esta medida no altera la política de precios especiales reducidos y de ofertas que por algo más de dinero dan valores añadidos, por ejemplo llevarse a casa La guía del Prado.

Esta decisión está tomada para facilitar las vistas de los públicos que hasta ahora estaban obligados a elegir con antelación un tipo de entrada según los fondos que quisieran visitar. Expresa la estrategia del Prado de estar atento a sus usuarios, de escucharles y facilitar sus visitas, para lo que ha ido modernizando su modelo de gestión, comunicación y relación con los públicos. Expresa, también, la tendencia a acercar algo el precio a la realidad de los costes del servicio ofrecido.

Por eso la medida plantea, de paso, una reflexión sobre el precio de la cultura. No son pocas las personas que en España consideran que la cultura y el arte debe ser gratuito, confundiendo libertad de acceso con gratuidad. Como ya sabemos, y más en los presentes momentos de crisis, todo cuesta y todo ha de ser pagado, venga de los presupuestos de instituciones públicas, de mecenas o patrocinadores, o del bolsillo de los ciudadanos interesados. El precio de las entradas muestra, en parte, el valor atribuido a la cultura. Por la institución correspondiente, y por los públicos. Y hasta ahora, las políticas  de precios cercanas al cero no han contribuido a prestigiar la cultura ni a hacer más público.  Son la educación, una adecuada política de promoción y un modelo de atención a las audiencias que las sitúe en el centro de la actividad de las organizaciones culturales las medidas que darán verdadero valor a la cultura. Aunque el acceso sea algo más caro.

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Marketing para hacernos oír…y para escuchar

Me encuentro en el centro de la vorágine organizativa de la I Conferencia de marketing de las Artes que se celebrará en Madrid a comienzos de octubre. Asimétrica, un jovencísimo proyecto empresarial en el que me embarqué hacia Itaca junto a un dinámico y brillante socio, Raúl Ramos, asumió la tarea de impulsar un encuentro entre quienes nos dedicamos a hacer del arte una necesidad buena de los ciudadanos, un encuentro entre quienes creemos que el arte es una necesidad salvífica.

La Conferencia ha despertado una enorme expectación, por ser la primera y, sobre todo, por las extraordinarias voces que van a aportar reflexiones y experiencias útiles en unos momentos de especial necesidad para las organizaciones.

El marketing, que en su historia ha centrado su atención sucesivamente en el producto y en la fuerza de ventas, centra desde hace años sus objetivos en el público. Sin embargo el enfoque dominante sigue situando a los públicos como destinatarios y no como jugadores y decisores. Solamente con la boca pequeña se dice que es el público quien manda. El marketing debe estar atento, escuchar lo que los públicos quieren y cómo lo quieren; y de lo que no. Y tomar medidas.

El marketing es una excelente herramienta de conocimiento del otro y de sus necesidades, tendencias y gustos. Pero no debe serlo únicamente para hacer llegar mejor los mensajes de productos o servicios a los públicos. El marketing guapo establece y genera retornos informativos de los receptores y debe poner los medios para que esos retornos influyan en el futuro. De nada sirve preguntar, encuestar, poner botones en la web si el usuario percibe que nada cambia aunque opine. La cosmética mata el marketing y desde esta perspectiva, el marketing cosmético dinamita la relación entre los creadores y productores y sus públicos.

Lo dicho, hablar para escuchar. Escuchar para cambiar.

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Lecciones de gastronomía para la cultura

Vengo de Donostia, de un intenso fin de semana de jazz y cultura (Jazzaldia)  y también, inevitablemente, gastronómico. He recibido varias lecciones de cómo tratar a los públicos, de cómo organizarles experiencias que recuerden y que salgan encantados, en definitiva de marketing cultural.

La primera lección –y no barata precisamente- fue en un restaurante, en el precioso espacio de Martín Berasategui, en Lasarte. Su compendio de placeres para el cuerpo viene recomendado por sus tres estrellas Michelín, por lo que me ahorro elogios. En su casa me hizo sentir como en la mía. Todo el trato y la atención se orientaban a proporcionar una experiencia memorable a los comensales. En todos los detalles, se percibía que alguien había hecho el recorrido previamente para definir el trato, los tiempos, los colores, el volumen del sonido, la temperatura, los mensajes…, para que quienes vinieran después se sintieran fascinados. Ya cuando subíamos las escaleras la puerta de entrada se abrió de modo aparentemente mágico y la maitre se adelantó a saludarnos y recibirnos. Berasategui en cuerpo mortal salió a saludar uno a uno a cuantos ese día comimos de su mano, preguntándonos –aparentemente con verdadero interés- por la satisfacción alcanzada . ¡Qué envidia, por favor! Me recordó que los Tricicle, suelen hacerlo: salen corriendo al hall del teatro para despedir, uno a uno, a cuantos esa noche han acudido a verles. Bajando del pedestal a agradecer su visita a los mortales que pagan.

Y es que el encuentro del arte con el cliente/receptor/usuario es un momento maravilloso y lleno de oportunidades que desde la gestión puede convertirse en experiencia memorable, que muchas veces desaprovechamos. Aprender de cómo los grandes cocineros se relacionan con sus clientes.

También tuve dos experiencias de las que aprender por vía menos positiva, claro. En Getaria, precioso puerto cercano a  Zarauz, acudí al Museo Balenciaga. La construcción es magnífica y a buen seguro de que cuando lo llenen de contenidos culturales añadidos a la colección, ganará mucho, el museo y el pueblo en el que ha de integrarse. Lo que me sorprendió fue que el contacto con el personal del museo se redujera al pago de la entrada. En el recorrido, de más de dos horas, no volví a ver a ser humano de la casa al que trasladarle grito o susurro alguno. A la salida, tras comprobar que nadie solicitaba mi opinión sobre lo visto o me pedía datos  para enviarme información, yo mismo me decidí a pedir una hoja para darles mi contacto y estar al tanto de sus actividades. A todos nos gusta dejar huella de nuestro paso. A las organizaciones culturales debería encantarles quedarse con ellas. Con las huellas, digo.

Finalmente un domingo lluvioso, como solamente llueve en el norte, fui a disfrutar de otra noche de jazz en la plaza de la Trinidad. Primero Avishai Cohen Trío (a destacar su Alfonsina y el mar cantada al contrabajo. Vedla en You tube), y luego la estrella Cassandra Wilson. La estrella actúo como si el patio de butacas estuviera a resguardo de la hostil naturaleza y abajo no tuviéramos más que deleitarnos con los cánticos suaves, lentos de la Wilson. Pero el caso es que llovía. Y en hora y media ni una sola referencia al sufrimiento del público, ni un atisbo de comprensión, ni un guiño. Una cuarta pared cerraba los ojos y el alma de la cantante que daba la sensación de ser hielo. Y el hielo no atrae amores.

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De retos y logros. Esos locos bajitos…

Daniel Lovecchio, director de la Compañía Tyl Tyl y de la sala teatral del mismo nombre que defiende contra los lobos y las tormentas en Navalcarnero, acaba de salir de mi oficina. Hemos hablado de lo divino y humano, porque alguna tecla recóndita en cada uno de nosotros, permite que cuando nos encontramos sintonicemos similares melodías.

Hablábamos de la difícil travesía que espera en los próximos años a la creación artística; probablemente tiempos de fortalecimiento para cuantos no se mareen demasiado en la singladura. Hablábamos de lo que debe ser la carta de identidad de los proyectos escénicos hoy: la innovación, la aportación de valor añadido, y, sobre todo, la generación en torno a ellos de sinergias seductoras para empresas financiadoras y públicos.

Y hablábamos, también, de lo que ambos consideramos un baldón para nuestro país: la inexistencia de un Centro Dramático Nacional específicamente dedicado al teatro infantil y juvenil. En sus facetas de creación,  investigación y de apoyo a las compañías y empresas emprendedoras que trabajen con niños y jóvenes. Eso sí es política cultural, en negativo calro.

Más de treinta años después de aprobada la Constitución la existencia de esta asignatura a la que ningún político se ha presentado todavía, resulta indignante (una bella palabra que espero no pierda sus aristas por el mal uso, al igual que está ocurriendo con esa otra de “sostenible”). De hecho tan solo el Teatro Escalante en Valencia, dirigido por Vicent Vila, asume en solitario la tarea de recordar que el reto de erigir un centro escénico dedicado a la infancia y la juventud es una urgencia.

Me da que muchas empresas cuyos públicos naturales son de suyo bajitos estarían encantadas de colaborar en hacer de ese reto un logro.

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De cigüeñas. No, de vuelos.

Almagro. Desde el ático-terraza del hotel Gran Maestre diviso la inmediata iglesia de San Bartolomé. Entre sorbo y sorbo del primer café observo el nido de cigüeñas que corona el campanario. Dos jovencísimas y ajetreadas cigüeñas dan lo que a todas luces son sus primeros pasos; bueno sus primeros vuelos. Aletean torpemente y consiguen ascender verticalmente y sostenerse en el aire apenas dos segundos. Cuando lo han hecho varias veces se acercan al borde del tejado con la aparente intención de pasar del juego al vuelo. Inclinan el pico hacia abajo y tras ver la distancia al suelo retroceden a cortos pasitos y siguen ensayando el ascenso vertical. Sus padres –es una suposición, claro- los observan despreocupados conscientes de que la genética acabará imponiéndose.

Estamos en la Escuela de La Red de Teatros. Asimétrica organiza un taller de Marketing cultural, Ticketing y Audiencias y una frase de Roger Tomlinson me hace volar. “No hay relación con los públicos si no dialogamos con ellos”. Sí, sin duda ese es el corazón del marketing cultural. Porque se dialoga con aquel a quien conoces, a quien escuchas, a quien respetas. Y el público, cada una de las personas que gustan del arte y de la cultura, quiere ser escuchado, respetado;  y tomar sus decisiones.

El segundo día, intervengo al final del taller para decir que la formación, el conocimiento se adquiere invirtiendo en preguntas; nuevas y más complejas preguntas cada vez. Que solamente podemos avanzar, volar, haciéndonos preguntas inteligentes, comprometidas; esas preguntas que como el amor verdadero son tan difíciles de hallar. Que solamente haciéndonos ricos en preguntas y dudas podremos encontrar las respuestas adecuadas llegado el momento.

En la misma sesión propuse crear un Carnet o un pasaporte profesional para cuantos vivimos por y para el espectáculo en vivo. Un pasaporte por el que paguemos una cantidad justa y que nos permita entrar en cualquier espectáculo del país. Un carnet que acabe con la lacra de las invitaciones. Un carnet que ayude a poner en valor el arte. Porque el arte no se regala, se alcanza en los cielos.

Allí les dejé anoche, cuando me vine de vuelta volando a Madrid.

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El jardín vallado, o la poética del CRM


O el invernadero, o cómo cuidar las más bellas flores… Roger Tomlinson es un experto mundial en ticketing y CRM (Customer Relationship Management), esa nueva y antigua profesión que consiste en responsabilizarse de  que las relaciones con los clientes sean satisfactorias para ellos, y Roger, ayer, cerraba los I Talleres de Ticketing, Marketing y Audiencias, organizados por ASIMETRICA.

Cuando habló de esa metáfora sobre la labor de quienes se ocupan de los clientes –como cuidadores de un jardín vallado a las pisadas- la poesía inundó el a menudo árido campo del marketing: el público convertido en bellas flores que reclaman atención y cuidados específicos de calor, humedad, tierra; o traducido: información adecuada e individualizada, propuestas artísticas ad hoc, tarifas y valores añadidos que tengan en cuenta sus rasgos como espectador… Y el trabajo de los gestores transmutado en hábiles cuidadores que hablan a las flores y les preguntan cómo se encuentran más cómodas y qué precisan para disfrutar más del sol, es decir, del arte.

Ya, ya sé que las metáforas no lo son todo, pero cuando alguna te pilla, como aquellas de Pablo Neruda cuando hablaba de amor –“y tiritan azules los astros a lo lejos”, ¿recuerdan?- sientes que tu trabajo puede ser bello y creativo. Porque en realidad la tarea de los gestores culturales y los responsables de la relación con los públicos tiene que ver poco con la tecnología, aunque sea ésta hoy su principal herramienta. La cuestión de fondo, la esencia de su trabajo, es hacer más fácil, satisfactorio y duradero el acercamiento de las gentes al arte, y con ello contribuir humildemente a mejorar la sociedad, el mundo.

Claro que eso implica recoger datos, tratarlos, comunicarse, establecer estrategias de precios y de servicios complementarios, manejar con soltura las redes sociales…; claro que se persigue también –y cómo no- una mayor eficiencia y rentabilidad del trabajo y las inversiones de las organizaciones artísticas. Pero la esencia es aportar a las relaciones con los públicos el factor humano, atender también a sus emociones, hasta convertirse en un intérprete de sus necesidades, en un suerte de amigo cultural.

A veces la filosofía y la poesía impregnan un poquito nuestro día a día. Qué bien, por favor, aunque después de haberme leído el resultado quede pelín pastel. Hoy me perdono.

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Buscando compañeros de aventuras

Los casi míticos estudios Cinecittà, de Roma, testigos de cientos de películas esenciales del cine del siglo XX, se han abierto por primera vez al público para ofrecer a los espectadores un recorrido por los escenarios donde se rodaron Quo Vadis, Cleopatta, Ben Hur, Gangs of New York, El nombre de la rosa, La dolce vita, El Padrino III, La pantera Rosa…

El programa “Abierto por obras”, puesto en pie en la Catedral de Vitoria-Gasteiz, ofrece desde hace tiempo a los ciudadanos que lo deseen la oportunidad de una visita guiada en la que se sumergirán en el trabajo arqueológico y de restauración de esta joya medieval, calificado como el mejor proyecto de recuperación de un edificio histórico que se acomete actualmente en Europa. Una iniciativa, esta de abrir los interiores a la mirada pública, que ha recibido el Premio Especial Europa Nostra, además de un notabilísimo éxito de público.

El Ministerio de Cultura acaba de impulsar un programa similar en torno a otros procesos de restauración de importantes edificios históricos, murallas, catedrales o monasterios,  y de otros bienes de interés cultural, desde el Palacio de los Duques de Medinaceli en Cogolludo, Guadalajara, a la bahía de Bolonia en Cádiz.

Tres ejemplos en los que los ciudadanos se ponen el casco y pasan hasta la cocina; tres ejemplos de innovación, originalidad, y búsqueda de nuevos caminos para relacionarse con los públicos, los de hoy y los que pueden serlo.

Todas las artes pueden ser escenario de prácticas similares que busquen el guiño, la implicación, el conocimiento más profundo  de los aficionados y con ello, su fidelización, su conversión en compañeros de viaje. Muchos espectadores aprecian esa posibilidad de conocer lo que admiran –o de aprender a amarlo- desde una perspectiva inusual en la que ellos, además, adquieren protagonismo. En los teatros, por ejemplo, conocer la “parte de atrás”, debatir con los actores o asistir a ensayos.

Pensar en los públicos, en los destinatarios de la acción cultural, no como comensales de un menú reiterado y previsible, sino como compañeros con los que fijamos nuevos destinos de viaje, nuevas aventuras. Compañeros de juegos.

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