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Un Rato bueno en mi barrio

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En mi barrio de Madrid, al comienzo de la calle Cartagena, hay un bar que se llama Bar Rato.

(Ja, ja, lo escribo y se me viene a mientes esa vibrante y cachonda canción de mi amigo Riki López, “El menú del bar Rambo”, pero no, no tiene nada que ver. Escuchadla, que es fantástica, como él.)

El bar Rato está justo debajo de donde vive ese tipo admirable para las gentes del teatro que se llama José Monleón, artífice de la revista Primer Acto. El bar Rato lo regenta una de esas parejas que huele a emigración moderna de aire neoyorquino: él portugués, ella italiana, en la treintena pero con mucho mucho vivido, a saber si todo bueno. Ellos, sí. Desde hace un año que están en él y le han dado la vuelta hasta que el calcetín parece otro, guapo, limpio y oloroso, lleno de jóvenes y de animales, sí, que permiten pasar a los perros sin que consuman.

En el bar Rato buscan constantemente fórmulas nuevas para atraer clientes, desde intercambios lingüísticos (ya podrían ser besos, ya, pero no: enseñas una lengua y te enseñan otra), hasta bancos de intercambio de objetos sin dinero (lo último que vi era comida para mascotas, qué cosas).

En el bar Rato, ella hace pasteles que saben a abuela, y él anda limpiando siempre como si todo necesitara brillar y deslumbrar para los clientes. Esta pareja está logrando con trabajo honrado levantar un bar que antes era parada cutre de taxistas sobrados de mus y de coñac barato: antes era ese tipo de bar anclado en los sobres de azúcar vacíos tumbados indolentes largas horas a los pies de la barra. Ellos han dado esperanza a un bar que seguro se sentía acabado. Ellos y su Rato han dado esperanza y alegría sencilla a un fragmento de la geografía humana de mi barrio. Ellos y el bar Rato me dan esperanza.

(Veo a Rato en el Telediario, hundido como solamente puede hundirse el delincuente culpable y sin razón para haber elegido la mierda en vez de la virtud, y me vienen esos versos maravillosamente ácidos del poeta Machado en sus Proverbios y Cantares: “La envidia de la virtud hizo a Caín criminal: ¡Gloria a Caín¡, hoy el vicio es lo que se envidia más”. Ni un segundo más dedicado a la ignominia.)

Gracias a mis vecinos del Rato por hacer que esa palabra que hoy genera una profunda vergüenza ajena, solamente me recuerde su bar, honorable, pequeño, limpio, abierto, tranquilo, amistoso.

Y es que hay Ratos y Ratos. Hay virtud y hay vicio. Las gentes humildes que preferimos envidiar la virtud deberíamos recordar la diferencia constantemente. Necesitamos formar ejércitos éticos de lo pequeño hermoso, de lo pequeño purificador, de lo pequeño transformador, del pequeño cambio honrado y diario, de la simiente de futuro, en fin. Ratos contra Rato.

Perdón, por este post, he estado poseído por… un rato.

 

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Yo no puedo ser Charlie

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Yo soy más de monte o de mar, incluso de campo, pero hoy voy a meterme en un jardín afirmando blogueramente: Yo no puedo ser Charlie.

Semanas después del asesinato de los caricaturistas de la revista francesa, brutal por desalmado, bárbaro por insensible al dolor del otro, inútil porque los criminales lo que mueven lo mueven hacia el infierno, es momento, tal vez, de darle un par de vueltas a este tema en relación al mundo de la cultura. Empiezo diciendo que “Yo no puedo ser Charlie”, y me explico.

  1. Yo “soy” víctima y me coloco del lado de todas las víctimas que han sido agredidas, maltratadas, asesinadas en la historia. Con Walter Benjamin pienso que tenemos una enorme deuda con cuantos han sufrido y nos han precedido. Estoy al lado de todas las víctimas pues, sea cual sea su origen, su credo, su género o su ideario, incluso cuando no me guste; incluso cuando se oponga a cosas en que creo, que amo o deseo. Ser solidario y empático con las víctimas ha de sacar lo mejor de los seres humanos. Defenderé pues la revista Charlie Hebdo, y su derecho democrático a expresarse por medio del cómic y la caricatura como lo sienta o desee. Siempre. Aunque no me identifique con los insultos, los ataques o las ridiculizaciones.
  2. Quienes cometen crímenes no representan credos, son simplemente criminales, sea Atocha, Nueva York, Marraquech o Bagdad su escenario. Los verdugos de todos los tiempos y todas las religiones quieren siempre ser tenidos por representantes aventajados de terceros. Pero asumir que son representativos, o actuar como si lo fueran, es hacerles el juego a los malos. Es cierto que diferenciar es difícil, sobre todo cuando desde el interior del islam no se han levantado todavía voces suficientes para denunciar a quienes usurpan una representación que nadie les otorga. Pero en Occidente hemos de asumir nuestra responsabilidad, que no es otra que distinguir a la inmensa mayoría de musulmanes que son sencillos creyentes con reglas distintas a las cristianas, de los que reclamándose de esas creencias son capaces de asesinar. El odio no está recogido en ninguna religión como regla, y dar por hecho que una o algunas religiones son en esencia violentas, es dar por cierto que la violencia es la base de nuestra relación con ellas. Gracias a los dioses, a los diversos dioses, nuestro país es testigo histórico a través de nuestra Edad Media de que la convivencia entre religiones no solo es posible sino que puede llegar a ser sustancialmente enriquecedora.
  3. La cultura y el arte son herramientas de encuentro, de relación. La cultura y el arte han de estar al servicio de reconocernos como pertenecientes al género humano y alentar la comprensión del otro, la aceptación de la diferencia, el compasivo reconocimiento en el otro de mí, de mis diferencias e incluso de mis defectos. La cultura y el arte no deben ser altaneros, ni mirar otras civilizaciones desde la suficiencia y el menosprecio. Occidente lo ha hecho durante cientos de años. Hoy, ese Occidente que vuelve, se encuentra en el camino con otras expresiones que todavía van, particularmente algunas interpretaciones del islam. Algunas de esas expresiones particulares parten de que la simple diferencia ideológica, religiosa o de vestimenta, merece la pena de muerte. Quienes así piensan, perdón, quienes actúan en consecuencia a esas ideas, son asesinos y deben ser perseguidos por la justicia del país donde cometan sus fechorías. El hecho de que una caricatura saque de quicio, o sea empleada para justificar ataques brutales a la libertad y a la vida, refleja una extrema fragilidad de pensamiento de quienes así actúan. Pero nuestra historia no es ajena a ello, ni está libre de pecado, y no nos permite tirar demasiadas piedras. En mi opinión, ni los dominicos autores del Malleus maleficarum, manual católico antibrujeril que costó la vida a miles y miles de inocentes en la Edad Media cristiana, ni quienes defienden una interpretación de El Corán que bendiga acabar con la vida de inocentes, aportan más al mundo que dolor. Ambos, con siglos de distancia eso sí, juegan en el mismo equipo intelectual.
  4. No me gusta ridiculizar al “otro”, subrayar con desprecio las diferencias. Quienes sentimos que la cultura y el arte no tienen fronteras y que por ello buscamos en el “otro” idéntico reconocimiento como seres humanos, estamos obligados a no despreciar la diferencia cultural e incluso a entender que otras personas, en otras partes del mundo, piensen y vivan de manera distinta e incluso opuesta a la que nosotros hemos elegido. Más aún en tiempos de globalización y de intercomunicación instantánea. La riqueza de la diversidad. (Lean, por favor a Tzvetan Todorov). Ello no quiere decir que aceptemos en nuestros países otras leyes que las que libremente nos hemos dado. Ello no quiere decir que nos gusten modelos civilizatorios en los que la igualdad de géneros no existe, o en los que la fuerza bruta predomina sobre el pensamiento y los derechos. Pero, en realidad, la ridiculización, ayuda no pocas veces a identificar al otro como inferior, retrasado o simplemente como enemigo. Y si queremos convencer a alguien, o señalar a otros las bondades de nuestro camino, y hablo de seres humanos que viven en otras sociedades, no será fácil hacerlo insultando o caricaturizando sus creencias. Y viceversa.

En resumen:

La interpretación del mundo como un espacio de seres susceptibles de ser sometidos a una sola religión o/y cosmogonía, no es aceptable, y no puede ser respondida con cultura altiva occidental que mire por encima del hombro a otras religiones o formas de entender las relaciones sociales… Eso no sirve para construir, además de mostrar el poco aprovechamiento y escaso aprendizaje que hemos extraído de nuestro propio pasado.

Soy víctima, pero no me gusta burlarme de otras civilizaciones. Ni en cómic. Y sé que unos miles de personas no representan a toda la sociedad, ni en el mundo cristiano ni en el musulmán. Ni desde el grito o el exabrupto, ni desde el crimen. La razón por encima de la pasión, el puente más que el barranco, la compasión muy por encima del odio.

Estaría bien, además de todas estas reflexiones, que nos preguntáramos qué ha ocurrido en los últimos 80 años en las relaciones internacionales para que una parte del mundo musulmán acepte el terror y la venganza como herramientas de presencia. ¿Aporta alguna explicación o información la constitución del Estado de Israel tras la II Guerra Mundial en suelo palestino; o la promoción de los talibán por la inteligencia norteamericana para expulsar a las tropas rusas de Afganistán; o la invasión de Irak argumentada en falacias y que llevó a cientos de miles de soldados a decenas de miles de kilómetros de sus casas?

No me identifico con quienes diciendo “Yo soy Charlie” asumían/asumen el insulto o la burla como herramienta de relación con los otros, con cualquier “otro”. Quienes decían “Yo soy Charlie” como expresión de solidaridad con las víctimas y de oposición a los verdugos, cuentan sin embargo con toda mi simpatía.

Pero, aunque yo no sea Charlie defenderé con todas mis fuerzas que todos los Charlies del mundo opinen libremente, incluso aunque lo hagan desde el desprecio al otro. Es la diferencia entre la opinión y la bala. Y estaré enfrente de quien ataque, maltrate, amenace, hiera o mate a cualquier Charlie. Es la aportación de quienes no queremos imponer nuestra mirada a nadie, de quienes aspiramos a un mundo mejor y diverso. De quienes intentamos superar día a día el temor de ir hacia un mundo en que el dolor ajeno sea moneda de cambio.

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Tres enseñanzas sobre los Goya

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El domingo vi toda la ceremonia de entrega de los Premios Goya. Quería ver brillar al cine español, porque lo merece, y esta es una ocasión perfecta y glamourosa para hacerlo.

Al finalizar la gala saqué por enésima vez la conclusión de que las gentes que se dedican al cine y al teatro, aunque hacen de la comunicación su herramienta vital (eso es el cine y el teatro en estado puro: comunicación de historias, de personajes, de emociones…), cuando no están dentro del personaje se comportan como cualquier otra persona cuando quiere contar algo. Es decir, bastante pobremente, incluso con vulgaridad. Uno, dos, tres detalles sobre los que mejorar y acabo este post.

Uno: ¡Actúa, que te están viendo¡ La enorme ventaja del teatro, de la interpretación, es que sus profesionales pueden asumir cualquier personaje, cualquier voz y aspecto, contar cualquier historia…, con el objetivo de absorber la atención de la audiencia, seducirla y llevarla por paisajes que más tarde cada espectador podrá evocar dentro de unos momentos memorables.

Y sin embargo cuando se trata de agradecer un premio, o abrazar un hilo narrativo que seduzca a los espectadores, presentes y virtuales, el actor más aclamado, el director más prestigioso o el autor más laureado pierden el hilo y el oremus, dicen incoherencias y piensan más en sus primas que en los millones de espectadores que desean oírles y empatizar con los premiados.

¿Es cuestión de que vuelvan a la escuela de interpretación? Evidentemente, no. Saben actuar, y muy bien. ¿Entonces? Tan solo deben pensar en que las entregas de premios carecen de toda belleza si se convierten en actos onanistas y chatos. Deben pensar en que los espectadores desean profundamente asumir su belleza, la de sus seductores personajes, y que ello exige romper la naturalidad y hacer arte. Arte hasta de la recogida de un “cabezón”.

Pensar en el traje o el vestido hasta la exageración, y no pensar en la palabra, el argumento, la puesta en escena, es perder la oportunidad de seducir. Y en el arte no se puede perder ninguna oportunidad. Para eso están los camerinos. Para eso están los momentos en que los focos se apagan.

Dos. ¡Abre la ventana, que entre el aire¡ Los del arte no son, no somos el  centro del universo mundo. Nos dedicamos a algo guapo, pero ya está. González Macho decía que hacer cine es tarea de héroes. Exagera porque cree que el cine es el ombligo del mundo. Para héroes los que se enfrentan cada mañana a la tarea de sacar sus familias adelante desde el paro. No son, no somos el centro del universo pero mira que intentamos que parezca que lo creemos. Eso nos aleja de los ciudadanos, de los destinatarios del arte.

Y tres. ¡Los zombis existen, pero no cuentan¡ ¿Qué más da que Wert no vaya a los Goya? ¿Es una fiesta en la que el sector comparte con la sociedad su alegrías o es una reunión tutelada en la que si no está el jefe la cosa no funciona? ¿Es el jefe? Multitud de pesados nos recordaron una vez más lo que es público y notorio: ese ministro es un cadáver andante y ni siquiera las críticas fuera de cacho lo van a resucitar. Tanta referencia ilustra one more time nuestra adolescente necesidad de un pim pam pum sin el cual carecemos de discurso.

Los Goya, los Max, los premios de la Música, cualesquiera premios que las gentes del arte otorguen, son encuentros que han de estar al servicio de transmitir a la ciudadanía belleza y mensajes guapos, no reclamaciones extemporáneas, quejas o felicitaciones aldeanas.

Perdonen la opinión.

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Kit de Supervivencia elmuro, un guiño a la vida

Presentación Kit de Supervivencia 2014

Más de un mes sin escribir un post es tiempo suficiente como para dar explicaciones. Ahí va lo que me ha ocupado: El último tramo de Madrid Activa, el programa de proximidad cultural que el Ayuntamiento de Madrid encargó a elmuro, supuso un sprint final; luego un viaje a Nueva York, del que hay mucho que contar; y justo a la vuelta, el pasado 17 de diciembre, la Fiesta de presentación del Kit de Supervivencia para 2014 que este año se hacía en un teatro, El Sol de York. De todas ellas se me quedan cosas para próximas entradas. Pero cerraré el blog este año con el asunto del Kit.

Lo sacábamos por primera vez de nuestros locales y lo llevábamos a un teatro, con lo que nos obligábamos al equipo de elmuro a dar más, un poco más: actuaciones de Elzurdo, Silvia Marsó, Karmele Aranburu, del grupo de teatro joven Guinotillas, sabiamente dirigido por Pilar Rodríguez, del grupo de intérpretes de la recién estrenada Magia Café, de Paloma Pedrero, y los Caídos del Cielo, con Esperanza Pedreño a la cabeza; Raúl Barrio, Gloria Londoño y Ana María Hidalgo interpretando el Dueto de las Flores de Lakmè, de Delibes… Y Pepe Viyuela, Natalia Huarte, Ana Marzoa, Tito Asorey e Iñaki Miramón leyendo, y Abigail Tomey presentando… y los patrocinadores aportando productos: Serge Defeix, de Lotus, sus galletitas, Absolut sus combinados con Nordic, la tónica de Coca-Cola… Iván Santacruz entreteniendo con sus magias a los pequeños; Javier Ortiz vigilando que su Sol de York estuviera en las mejores condiciones para el encuentro. Hasta Marcos de Quinto aportó dos tarros de la miel que él mismo elabora para ser degustada, junto al inevitable jamón ibérico de estas fechas y de los platos que habían preparado en sus casas los chicos y chicas de elmuro. Y a Nacho García Garzón, Pedro Antonio García, Carlota Álvarez Basso, Luis del Val, Alfonso Albacete, Ana Rossetti, Eduado Bazo y Jacinto Bobo,  Ana Buñuel, Salvador Sanz…, entre otros muchos nombres que no caben en esta escueta narración. La fiesta del Kit de este año fue un éxito gracias a los que asistieron y a la energía colectiva que nos habitó a todos.

Y lo más importante, esas cerca de doscientas personas compartiendo con nosotros la filosofía que nos mueve como empresa y como grupo humano que es soporte de creaciones artísticas y de un nuevo modelo de gestión. Un modelo que tiene en su centro de atención al ciudadano, incluso más allá que como espectador y más allá del propio cliente que nos contrata.

Porque el Kit de supervivencia es la expresión de cómo entiende elmuro, humildemente, su pequeño papel: esforzarse en dar, en hacer las cosas con la máxima entrega y calidad, aportar la máxima belleza en un entorno en el que el recorte y la fealdad predominan y amenazan ahogar las flores. Sonreír en tiempos de cólera, aunque no sea precisamente su jefe el que lo sabe hacer mejor, lo de sonreír, digo. Ser piedra en la que descansar y no para lanzar.

Personalmente me emocionó escuchar conviviendo las cuatro lenguas en las que todos los nacidos en España han escuchado de sus madres las primeras palabras: gallego, euskera, catalán, español. No es fácil escucharlas juntas, pero allí estuvieron.

Ahora nos toca seguir. De vez en cuando echaremos mano de esos poemas, frases, relatos, para que nos acompañen el momento que elijamos. Si alguien lo necesita y no lo tiene, ya sabe, que nos lo pida, y al poco tiempo lo tendrá en sus manos.

Bueno, y la próxima semana más, y ya sobre Manhattan.

Ah, en este inusual post no puedo dejar de nombrar al equipo de elmuro, artífice real de la fiesta: Carmen Muñoz, Alicia Mena, Sol Rodríguez, la ausente Ivonne Varas, Irene Alonso, Carla Chávez y Jesús Briones en la coordinación. Y Andoni Lopategui, Jose Almanza, Ester Gombau…

En fin, lo dicho, mañana más.

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Los culpables nunca pagan: ¿Les dejamos?

aqui-no-paga-nadieLa famosa y excelente obra teatral de Darío Fo, Aquí no paga nadie, debería ser traducida en España con un nuevo título Los culpables nunca pagan. Una metáfora nada poética de la realidad que afecta a “nuestros” culpables: ¿Les dejamos?

La catástrofe del petrolero Prestige, que ensució nuestras costas tanto como ayudó a educar nuestra conciencia frente al maltrato del medio ambiente, queda sin responsables para el juez, que ha tardado 10 años de vellón en dictar el insulto. Los miles de millones gastados saldrán del bolsillo de los ciudadanos.

La banca, y en primer lugar las cajas de ahorros, causante primera de la crisis junto a los inmobiliarios sin conciencia y especuladores con bigote, recibieron 36.000 millones de euros para salvar el incendio que habían provocado, para librarles de su propia quema. Nos juraron desde el gobierno que la pagarían ellos, los causantes malos, pero ahora sabemos que la cuenta se saldará desde el bolsillo exhausto de los ciudadanos: con más recortes, con más paro, con más vergüenza.

La huelga de empleados de la limpieza de Madrid, provocada por un modelo de privatización bárbaro que alienta a las empresas y contratas al máximo beneficio y recorte, y que les impulsa en vuelo libre a despedir y a hacer cada vez peor su servicio para mantener e incrementar beneficios, ha dejado más millones en la cuenta de deudas. Esta también será pagada, indefectiblemente, por los ciudadanos.

Pasa lo mismo con las privatizaciones en otros ámbitos, como la sanidad o la cultura, hechas no con el propósito de mejorar la gestión del servicio o la satisfacción de los usuarios, sino con el único objetivo de reducir costes y hacer negocio ajeno, privado. En los Presupuestos Generales del Ayuntamiento madrileño para 2014, el nuevo responsable de Madrid Destino, la empresa pública que gestiona servicios culturales, define como su criterio “empresarial” -es transcripción textual-: “… no realizar ninguna actividad si no genera  un ingreso equivalente por lo menos, al coste real del servicio o actividad realizado…”. El coste social de perder servicios culturales –ahora ya concebidos solamente como negocio- lo pagarán los ciudadanos. Una sociedad con menos y peores servicios tal vez haga ricas a algunas empresas y personas, pero con total seguridad hará menos ciudadanía, y a los ciudadanos, seres menos orgullosos de pertenecer a una colectividad que les maltrata.

En España, la “cultura” de la responsabilidad es inexistente (perdonen la polisemia del término “cultura”, pero ustedes me entienden). NADIE, aunque haya sido cogido con las manos dentro de la masa ajena, reconoce que robó, dilapidó, malversó, o, simplemente, erró. NADIE, por tanto, reconoce responsabilidad propia en la mala marcha de la empresa, de la economía o de su departamento; en el choque, aunque sea el conductor. No conozco a nadie, no sé de nadie que haya asumido motu proprio su responsabilidad y haya entregado a los ciudadanos su propia cabeza. Salvo Juan Carlos I cuando dijo aquello de “Lo siento, me he equivocado, no volverá a suceder.” No cundió el ejemplo, claro.

Nos merecemos lo que nos ocurre. No tenemos responsabilidad en el saqueo, ni en el desastre de tantas cajas de ahorro, ni de empresas inmobiliarias hienas, es cierto. Pero sí podríamos no emular los modelos de irresponsabilidad que avergüenzan el alma. Pero sí podemos dar la espalda con el voto a los mangantes. Pero sí podemos ser autocríticos con cómo se han hecho las cosas durante décadas; y se siguen haciendo. También en el Arte y la Cultura. Y tomar medidas.

Necesitamos una nueva cultura social ética, solidaria, que se avergüence de lo inmoral y que se sienta orgullosa del bien público. Sin ella será imposible limpiar a tanto político, funcionario, empresario o, también, compañero de trabajo, que concibe el mundo como territorio de rapiña.

Las gentes que trabajan en los servicios –sanidad, educación, transporte, cultura…- tienen una responsabilidad añadida en la generación de esa conciencia ética imprescindible para el cambio: la de hacer su trabajo con la máxima calidad, aportando valor añadido constantemente para que los servicios no sean considerados un mero negocio sino la expresión de una sociedad digna, solidaria, mejor. Y esa conciencia ética, esa práctica ética se construye a poquitos, cada día, con gestos que hagan del espacio común el territorio cuidado por todos porque es de todos. De ahí sale la fuerza colectiva para defender el bien común frente a la rapiña. De ahí sale el cambio.

 

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El teatro como herramienta para las empresas… Y las personas

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La pasada semana acudí a la sede que Bankinter tiene en Tres Cantos, un edificio moderno en el que me sorprendió el espacio que tienen dedicado a la formación de sus empleados. Lo forman varias salas de uso múltiple que podían agruparse en una única aula grande, para más de doscientas personas. En los colores, la organización y los lemas que presiden las salas y espacios comunes, estaba muy presente la preocupación por fomentar la creatividad, el deseo de aprendizaje y el impulso por compartir conocimiento con otros. Fui allí junto a Pedro Antonio García, a presentar el programa La Empresa a Escena de elmuro a Enrique Díaz Mauriño, responsable de formación de este banco que tiene en la innovación una de sus fortalezas.

Muchas empresas españolas han integrado en sus rutinas organizativas la formación continua de sus trabajadores en aquellos contenidos que técnicamente tienen relación con su actividad específica y de negocio. Sin duda la competitividad e incluso la sostenibilidad de las organizaciones exige una puesta al día constante de los conocimientos específicos y diferenciales en un mundo en cambio permanente.

En lo que el avance formativo está todavía por desarrollar, y donde más oportunidades tienen las empresas para mirar más allá es en aquellas áreas que tienen que ver con la creatividad, la escucha, la empatía, el trabajo en equipo, la mejora de las habilidades narrativas, expositivas y de relación, las que tiene que ver con la capacidad de hacer frente a situaciones de conflicto o que requieran improvisación, o la capacidad de articular su comunicación pública de forma espectacular. A pesar de que estas facetas introducirían elementos diferenciales frente a sus clientes y frente a la competencia, muy pocas empresas les dedican los recursos necesarios.

Las relaciones de las empresas con su entorno, e incluso las de los propios trabajadores entre sí y en el organigrama de la empresa, son en esencia actividades de representación, en las que cada cual “actúa” asumiendo un determinado papel. Esto es lo que hacen cada día los actores y actrices en el teatro: representar. Y para ello tienen que utilizar esas técnicas que son el abecé de la interpretación: escucha, improvisación, entrar en personaje, relajación, proyección de voz, trabajo en equipo…

Esto es lo que el teatro puede ofrecer a la empresa; y lo que propone y hace el programa La empresa a Escena: aportar esas habilidades a quienes las necesitan para hacer mejor su trabajo o/y encarnar mejor el alma de la empresa, tanto en el trabajo interno como hacia fuera. Eso es lo que hemos hecho ya en Teatros del Canal, con Adecco o Coca-Cola, entre otras empresas.

P.D.: Sigo el orden temático que tenía previsto esta semana, pero se amontonan los temas. El Ayuntamiento de Madrid inicia la privatización de algunos de sus espacios culturales emblemáticos, y Montoro, que junto a Wert podrían ser los Zipi y Zape cansinos del momento, provocan un nuevo seísmo en el malherido mundo del cine español. Pero eso, como diría Jorge Mota, mañaaaaaaana.

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Cultura empresarial y corrección política

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Este es un post inusual, casi veraniego, como parece corresponder. Recibo decenas de emails al día, de otros tantos orígenes, temas y contenidos. El común denominador de todos ellos es la extrema corrección política que los acribilla. Las interjecciones, que hasta hace apenas unos años eran indicadas y empleadas para subrayar lo más importante o sorprendente, son ahora utilizadas indiscriminadamente para acabar los párrafos. Todos los párrafos. Al ser los mails escritos con frases usualmente cortas, el peso proporcional de los palitos con punto es desmesurado. Inquietante. Molesto.

Van acompañados por expresiones de agradecimiento hasta por las cuestiones más nimias. A veces y no pocas, simplemente se emite un Gracias¡¡¡¡ sin razón alguna. Sí, vuelvo atrás en el mail para ver si alguna de las cosas que he dicho o hecho merecen ser agradecidas y no lo encuentro.  A veces, en realidad, el agradecimiento esconde –muy poco- los deseos de la otra parte de insultarte o recriminarte o incluso denunciarte a la Guardia Civil. Pero lo que ves en cambio es un gracias con catorce interjecciones.

Interjecciones a diestro y siniestro, y gracias inmisericordes (también emoticones, eh) forman parte de una práctica en las empresas y en las relaciones entre sus empleados, que ha de responder sin duda a un cierto buenismo franciscano; también sin duda muy apreciado por nuestro nuevo Papa. Un buenismo simpaticoide muy útil para muchas personas, pero en el que se esconden otras que disfrazan su falta de recursos, errores o mal hacer en agradecimientos a tutiplén y en interjecciones innúmeras.

Hoy he recibido un mail contestando a otro anterior que envié hace veinte días. Mi primer correo respondía con inmediatez a una solicitud de información urgente, a la qua respuesta mi interlocutor sin urgencias, tres semanas después, como debe responderse cuando se tiene prisa, vamos, y sin pedir disculpas. Ah, eso sí, a la carta no le faltaba ni una interjección en las frases negativas (aquellas en que decía que no le interesaba lo que le proponía y que otra vez sería), y en las gracias: “Esperamos contar contigo en otra ocasión¡¡¡”, “No nos olvidaremos de ti¡¡¡¡¡”, “Gracias¡¡¡¡”.

Si todo queda en eso la verdad es que no es demasiado el problema, basta con acostumbrarse; uno se acostumbra a los “guay”, como se acostumbra a los “mola”, por reiteración y callosidad en el alma lingüística.

Pero si encubre inoperancia, incompetencia, dificultad para decir B cuando es B y negro cuando es negro, la corrección político-escrituraria es un obstáculo a remover. Vaya que sí. Bueno, o no, que también da para un par de sonrisas.

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Benditos bares, bendito público

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Benditos bares, una de las últimas campañas de Coca-Cola, puede enseñarnos mucho a cuantos hacemos del público final nuestro referente.

Lo que se promociona en esa campaña, profundamente emocional, es el consumo en los bares como lugares que han significado y significan algo relevante en nuestra vida y en nuestras relaciones. Al mensaje se une otro de solidaridad con el sector, en crisis por la crisis. Pero si me preguntaran qué es lo que está en primer lugar no sabría decir si el “cliente bar” o el “cliente consumidor en bar”. O más bien los dos. Y esa es precisamente la razón por la que traigo a colación aquí esa campaña. En la creación artística, y en cultura en general, las organizaciones van incorporando poco a poco a su ADN la orientación al cliente (espectador, usuario o como queramos llamarlo). Él, ellas, ellos, son no solamente los destinatarios de la acción creativa, son cada día más compañeros necesarios de viaje y cada día más, también, protagonistas del acontecimiento, del encuentro, que reclaman ese tratamiento. La frase “el arte sin los públicos no existe” es únicamente una expresión hueca si no se acompaña con estrategias y medidas que hagan del público el centro de la actividad.

Pero las organizaciones tienen también otros “clientes” en su acción: patrocinadores, instituciones, otras organizaciones… Y todos ellos configuran un destinatario global al que se debe atender de algún modo en los procesos de creación y exhibición. Por eso creo que para los mediadores culturales tiene mucho interés esta campaña. A mí, personalmente no me cuesta nada imaginarla trasladada al universo de los espacios para conciertos, de los cines, de los teatros, de las librerías…, los lugares del consumo cultural en fin. Todos esos lugares que constituyen en nuestra memoria viva escenarios de emociones vinculadas al arte expresan a la perfección las ventajas de que en nuestros mensajes pensemos siempre en dobles y hasta en triples destinatarios.

Con su campaña Coca-Cola lo ha logrado –no sé si posteriores desarrollos se alejarán de esta clave o la pervertirán, que todo es posible-, y considero una interesante enseñanza que podemos aprovechar para cuestionarnos cada vez que preparemos los mensajes, la diversidad de “clientes” a los que en cada ocasión nos dirigimos.

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Gracias, por el Eco de tu voz, Umberto: solo la humildad nos hará sabios

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Las respuestas de Umberto Eco a las preguntas de la periodista de El País (24.05.2013) son sencillas y magistrales. Muestran una sabiduría apacible y distante. Humilde. La entrevista se titula “La cultura no está en crisis; es crisis”.

Uno de los principales rasgos de la modernidad –no la nuestra, la de cada época- es el vacuo y fatuo orgullo por sus propias creaciones. La creencia de que lo último es lo mejor y lo que requiere más apoyo y más aplauso es propio de cegatones o, lo que suele ser más habitual, desconocedores de la historia. En nuestro caso de la historia del arte y de las artes. Ilustra esto una de las respuestas de Eco, en la que nos recuerda que no sabemos la duración de las memorias USB, pero que hay libros que ya tienen más de mil años.

Quienes trabajamos en cultura –en realidad, apenas la tarareamos- necesitamos empaparnos de ese tipo de humildad y tomar las debidas distancias sobre fenómenos que pueden ser tan deslumbrantes como efímeros. Deslumbrarse por lo que todavía puede que no esté “hecho” contribuye a dejar pasar de largo aquello que está en su plenitud; conduce a acortar bárbaramente los periodos de vida de las creaciones artísticas, que fenecen a menudo sin apenas haber sido disfrutadas.

Umberto Eco también habla de que el racismo destaca entre los oscurantismos de nuestros tiempos. Y de sus palabras extraigo la enseñanza de que lo que necesitamos es más Europa, más mundo, más ciudadanos y más personas; menos nación, menos “pueblo”. Menos “qué hay de lo mío” y mucho más “que hay de lo de todos”.

Unas palabras que son fruto de una larga y rica vida, cuajada de pensamiento y de mirada buena. Unas palabras con eco.

 

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El cine: ¿Menos precio o más valor?

cine

En el marketing,  una respuesta a situaciones de dificultad que solamente tenga en cuenta la variable precio es la aceptación del fracaso.

Todos los sectores del cine en España parece que buscan el acuerdo –hasta hace poco impensable- para reducir los precios en sala y lanzar ofertas a diestro y siniestro. Asustados ante la caída del consumo, recuperar el espectador desaparecido es el objetivo. Además del incremento bárbaro del IVA, son otros muchos los polvos de estos lodos.

Durante los últimos años productores, distribuidores y exhibidores parecían ciegos ante los cambios que se estaban dando aceleradamente en el modelo de relación del espectador con el cine, cambios profundos en su forma de consumo. Los precios, elevadísimos para un arte reproducible, eran solamente la parte más visible de su ceguera. La parte más relevante del desprecio por el espectador, por el público amante del cine era el descuido de las salas y de su limpieza, la desatención de las necesidades de los públicos y de su formación, la superexplotación de los asistentes mediante palomitas a precios de mercado negro, en fin, la absoluta ausencia de valor añadido en todo el proceso. Alguna vez he dicho que la metáfora perfecta de cómo concibe el cine a los espectadores es el hecho de expulsarlos por la parte de atrás, como si fueran desechos.

Nunca es tarde para aprender y sobre todo, para mirar a los espectadores como cómplices y compañeros del viaje artístico, no como elementos a los que “sacar” su dinero, y cuanto más mejor.

Hoy se impone para el cine la ingente tarea de diversificar la oferta, de preguntar por sus gustos y deseos a los espectadores, de acomodar todo el proceso de consumo a pautas satisfactorias y acordes a los precios cobrados. De dar más valor. Sin el público, el cine en sala como medio colectivo de disfrute tiene sus días contados. Su supervivencia depende de cómo quieren productores, distribuidores y exhibidores tratarlos y viajar con ellos. Pero, desde luego, van errados (y piden ser herrados) si creen que el precio lo es todo.

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