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Contra Wert: a la calle que ya es hora

Hoy el desayuno se nos atraganta con la noticia de que en los presupuestos para 2013 la cultura se reducirá en un 30%. La noticia dice, también, que en los últimos tres años la reducción global ha sido del 70%. José Ignacio Wert nos engañó, es evidente, cuando en aquellos debates post-lectorales asumía el papel de moderado y centrado intérprete. Como ministro de Educación, Cultura y Deporte ha aflorado su verdadera cara, la de un killer incendiario, un altivo exterminador.

El ministro, como otros del gabinete, ha sacado su verdadera alma cuando ha ocupado el poder, el alma negra de quien no escucha, de quien no se disculpa cuando hace daño, el alma mala de quien se cree ungido por los dioses y la verdad en exclusiva. Un exterminador al que parece gustarle el cuchillo, la tijera, la guadaña. Parece disfrutar cuando justifica la brutal subida del IVA de los productos y servicios culturales del 8% al 21%, que castiga sin misericordia a los públicos y a las frágiles organizaciones culturales. Parece disfrutar cuando, con añadida chulería, afirma que la sentencia de los tribunales contraria a los colegios que segregan niños de niñas, él se la va a saltar dictando una nueva ley que permitirá subvencionarlos. Son tantas sus barbaridades en menos de un año que no merece la pena seguir. Hemeroteca.

El texto y el subtexto de la noticia es que al Gobierno de España la cultura y el arte no le importan; que en su estrategia para el país con la segunda lengua de relación más importante del mundo, la cultura es cero.  Conviene recordar, en estos tiempos que nuestros políticos y banqueros han convertido en oscuros e inciertos, que la cultura y el arte tienen el decisivo papel de darnos identidad como sociedad y nos permiten digerir mejor el presente, entenderlo e incluso cambiarlo; la cultura nos explica el mundo y nos posiciona en el mundo. La cultura, además, aporta un importantísimo 3% al PIB.

El ministro debe irse porque está haciendo la política contraria a la prometida. El gobierno en su conjunto, si no da marcha atrás en los presupuestos de cultura, va a enfrentarse a una dura respuesta. La dignidad exige gritar basta. Y hoy, como  en ningún otro momento en la historia de la democracia, los ciudadanos conscientes de la importancia de la cultura para la sociedad y la economía, y el sector del arte y la cultura, deben plantar cara y luchar por la supervivencia. Qué pena que haya que recuperar forzadamente esa vieja palabra.

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Frente a la subida del IVA, ofertas: tres post al precio de one

Debe ser este verano cargado de familiares de riesgo en segundo grado, ivas que van y ascienden a las más altas cumbres, y políticos de los que te dan tres al cuarto (de kilo), pero hasta los temas de los que hablar y comentar, importantes e incluso trascendentales, se me aparecen jibarizados. Debe ser por eso, en fin, por lo que en vez de elegir uno de ellos, me voy a echar al cuerpo, al tuyo, lector,  tres…, y medio, al precio de uno. Seguro que en los próximos meses iremos tocando de  nuevo, más detenidamente, casi todos ellos.

El IVA cultural sube hasta el 21%, es decir, en roman paladino, que el gobierno ha decidido por fin dar relevancia a la Cultura y en vez de “ayudarla”, pasa ahora a exprimirla todo lo que puede. Que la Constitución defina la Cultura como un territorio que las administraciones deben velar, proteger  y cuidar para poder afirmar que estamos en un estado democrático, es secundario, hasta irrelevante. Que la consecuencia inmediata de que los impuestos de todos los productos culturales se incrementen en 13 puntos sea probablemente diezmar las salas de cine y teatro, y reducir el consumo de los valientes que queden a la mínima expresión, es otra minucia.

Estos responsables políticos y económicos tal vez sepan –tal vez- gestionar la bonanza, pero en nueve meses han demostrado ser incompetentes para gestionar las dificultades. Al menos para gestionarlas defendiendo a la mayoría. Porque gestionar las crisis hincando los dientes fiscales en el indefenso cuello de los ciudadanos y vampirizarlos, eso lo hace cualquier canalla sin imaginación. Sin perdón.

Segundo “temilla”. Cultura y lotería: esa extraña pareja. Va Rubalcaba y en un alarde de imaginación digno de mi sobrina pequeña propone compensar los efectos de la subida del IVA con la Lotería. Bien, pienso yo, al menos sabe que en otros países –la pérfida Albión sin ir más lejos (Inglaterra)-, una parte importante de la acción cultural pública se financia con el Sistema Nacional de Lotería. Este sí que es un viajado, un leído, me digo, a éste voy y le voto aunque no me guste demasiado ese aire astuto que tiene después de haber pasado por el interior de tantos ministerios. Pero, claro, el monte se niega a ser orégano en esta España nuestra, y cuando leo a fondo la noticia me pasmo y me repasmo. Pásmense ustedes conmigo: lo que propone el cántabro que encabeza el think tank del PSOE es que los premiados –agraciados, les llaman: vaya gracia- paguen más impuestos de sus premios. Claro, como el gordo suele caerle a Mario Conde y gente así, y nunca nunca cae repartido entre humildes ciudadanos de a décimo, pues ese rico las va a pagar todas en una. A estos políticos gugu tata, perdónenme, no los vendíamos ni rebajados.

Tercer asuntejo: Recortes culturales en la periferia madrileña. El objetivo que concita el interés de nuestros gestores de la cosa política parece ser quién llega más lejos en recortar presupuestos y en gastar menos en servicios (claro, después de construir tanto piso inútil y vacío y tanta rotonda superflua e incordiona se les han acabado los posibles). Loca carrera en la que hay verdaderos líderes mundiales, qué digo mundiales, galácticos. A algunos de los astutos recortadores los mandas a Marte con la Curiosity y pone un chiringuito de arena. Jopé, si hubiera habido esta categoría en las pasadas olimpiadas, nos traemos tres o cuatro medallas de oro más: al recorte en prestaciones sociales, al recorte en sanidad, y al recorte en cultura…, esas seguras. Bueno, que me despisto. El caso es que el ayuntamiento madrileño, con ese digno y obsesivo deseo de reducir gasto, ha suprimido para el segundo semestre de este año todo el programa de proximidad cultural, ese que llevaba a los centros culturales de Madrid representaciones de teatro y danza y actuaciones musicales profesionales. Ese que acercaba la cultura de calidad a los barrios, ese que democratizaba la cultura. Por mail, a finales de julio y sin dar la cara. ¡Qué cara! Con un plumazo se han ahorrado la enorme y dispendiosa cantidad que ronda los trescientos cincuenta mil euracos por más de ciento veinte bolos (Sin tener en cuenta los datos de los bolos musicales). Un concejal opositor de nombre difícil de pronunciar dice que se gasta más el gobierno en seguridad en el Palacio de Cibeles, y que eso no está bien, que es fatal de los fatales para el ciudadano. Un quejica y un raro, eso es lo que es ese concejal, como su apellido.

Bueno, que ya ven ustedes como vuelve uno de este verano del que no ha podido irse del todo por miedo a que le robaran la empresa. Sí, robaran. Fíjense, el agua, la luz, el teléfono…, los hemos gastado, consumido en agosto, ¿verdad?, pues lo vamos a pagar como si lo hubiéramos hecho en septiembre, al nuevo IVA no al que lo consumimos. Ladrones, cuatreros del 3%, que miran hacia el cielo mientras silban haciéndose los despistados, el Sitio de Zaragoza. Lástima no les caiga un burro en la cara.

Alguno estará pensando: “Este Robert viene guerrero, no tiene una mala buena noticia que comentarnos”. Hay muchas, pero es que el tonillo del post de hoy no las pide. Pero suelto un par de ellas: El Museo Esteban Vicente consigue eludir el cierre temporal gracias a la intervención de un par de empresas. Ingeniería que sugiere posibilidades aplicables a otros lugares, a otros museos, a otros espacios de cultura y arte. Otra: en el Teatro Español preparan un programa de visitas guiadas. El interior del teatro mostrado en esplendor, dado a conocer a las audiencias, desarrollándolas, formándolas, compartiendo con ellas espacios y dichas.  También hablaremos de estas.

Los próximos post serán más serios. Pero es que todavía tengo arenilla en las orejas y juego en el baño con el cubo y la pala por las noches haciendo castillos. Se lo prometo que serán más sesudos. Por éstas.

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Plan Estratégico de Cultura para Madrid: el punto de partida

La presentación ayer en la sede municipal madrileña del proyecto de Plan Estratégico de Cultura del Ayuntamiento de Madrid (PECAM), es una buena noticia. Muestra la intención de levantar la vista y mirar más allá de lo que habitualmente miran las instituciones. Hacer política cultural planificada, atendiendo a unos objetivos en beneficio de la sociedad -y dotar luego los planes de los recursos adecuados para su ejecución-, es lo menos que se puede exigir a los poderes públicos. Enhorabuena a Carlota Álvarez y todo el equipo que ha dado los primeros pasos de esta iniciativa. Ha despertado notable interés en el entramado cultural y ciudadano, deseoso de participar en el diseño estratégico cultural de Madrid.  Ya iremos viendo en los próximos días y meses si tras esta iniciativa municipal hay voluntad decidida y seria o artificio. Perdonen, pero razones para la duda no faltan. Incluso algunas se deslizaron ayer desapercibida y subrepticiamente a lo largo de la presentación.

El Delegado Villalonga, en su bien tramado discurso, afirmó como una de las piedras angulares de su argumentación (en realidad una anécdota), que los teatros dependientes del ayuntamiento venían costando 23 millones de euros anuales y que el último año habían tenido un 43% de ocupación, y que eso, evidentemente, no podía ser. El argumento tiene dos o tres facetas tirando a tramposillas y en cualquier caso de poca proyección, lo que extraña en un responsable político de ese nivel. Las planteo en forma de preguntas: ¿Cuáles son los índices de ocupación empleados? ¿Se refiere a todos los teatros o el problema apunta específicamente al Fernán Gómez, como nos tememos? Si mete a todos en el mismo saco, ¿será por criticar la gestión del anterior equipo en su conjunto? Seguimos: ¿Si el porcentaje de ocupación hubiera sido del 100%, los 23 millones hubieran estado bien gastados? ¿Los teatros públicos tienen como objetivo capital e indeclinable el “no hay entradas”? ¿Forma parte eso de la/su política cultural? Todos creemos saber cómo llenar, pero disentimos en como llenar haciendo ciudadanía, claro.

Segundo tema. (Recuerden que estábamos hablando del Plan Estratégico para la Cultura madrileña) Contestando a una pregunta, el Delegado afirmó –por cierto, sonriendo mientras daba por obvia su respuesta- que los centros culturales de barrio seguirían dependiendo de otras áreas municipales, que eso no entraba en su negociado. Es decir, como ahora. ¿Alguien considera serio que en la planificación estratégica cultural de Madrid, se parta de que sigan fuera de la planificación general y bajo la tutela de las juntas de distrito los centros donde se encuentran con la cultura una enorme cantidad de ciudadanos?

Otra intervención realmente relevante y “filosófica” la proporcionó el moderador del acto, coordinador del Fringe de Madrid, a quien nadie de la organización desdijo. Joan Picanyol se vanaglorió de que el festival no estaba pagando cachés a las compañías programadas y que todos los grupos acudían a taquilla (¡en un festival!), que lo importante para ellos era representar y tener la oportunidad de que les vieran. Para justificar el recorte se justificaba la vuelta al neoprofesionalismo canalla. El servilismo de la apología de la miseria. Ojala me equivoque, pero suena a que todo esta parafernalia puede estar al servicio de un retroceso presupuestario en toda regla y de una neoprofesionalización de la creación artística madrileña. Jopé si es así: vaya alforjas para tan corto viaje.

Ah, una última cuestión, ésta metodológica. Doy por sentado que cuantos han intervenido hasta el momento han hecho un buen trabajo (aunque todavía no lo he podido terminar de leer), pero si el ayuntamiento quiere de verdad, sinceramente, que la sociedad civil participe en la elaboración de las líneas maestras del futuro, deberá promover fórmulas concretas de participación del tejido cultural, y esencialmente del empresarial y el asociativo (ayer ausente en el discurso), que vayan más allá de recibir mensajes a través de la web habilitada.

En realidad, el éxito o el fracaso de este proceso se podrá constatar al final del camino en el próximo diciembre midiendo cuántos agentes no institucionales han participado y propuesto cambios y cuántos de esos cambios se han incorporado al PECAM.

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Anuario SGAE: datos duros… y oportunidades

El Anuario SGAE de las Artes Escénicas, Musicales y Audiovisuales es una herramienta imprescindible para conocer el estado del consumo cultural en España. Y hay que agradecer que a pesar de las dificultades, SGAE, Fundación Autor y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, sigan apostando por conocer la realidad. Conocerla es la condición imprescindible para actuar sobre ella. Para cambiarla.

La presentación de los datos del último anuario SGAE, correspondiente a 2011, fue un rosario de pérdidas: de espectadores, de actividad, y en menor medida, que también, de ingresos. Antón Reixa, Antonio Onetti, Francisco Galindo… desgranaban algo tocados una situación para la que no estábamos preparados. Muchos años continuados de crecimiento nos hicieron pensar que la cultura y el arte empezaban a ocupar el puesto que les corresponde en una sociedad avanzada. Pero no: el desplome de la economía española –incomprensible arcano para mí todavía en sus detalles- ha arrastrado incluso a los sectores que iban bien. En la presentación se habló de la “Burbuja cultural” como si su crecimiento los últimos diez años hubiera sido ficticio, falso, hinchado. Pero no. El impulso de la creatividad, el desarrollo del tejido cultural y de las empresas que lo han hecho posible, su peso correspondiente en el PIB… no son un bluff. El retroceso es, simplemente, la explicitación de la dependencia de la cultura con respecto a la economía, y también respecto a las ayudas públicas. Cuando pensábamos que formaba parte del motor, la realidad nos ha venido a recordar que todavía entre nosotros es un aditamento estético del que prescindir cuando el hambre aprieta. Porque por estos lares, el hambre-hambre se relaciona más con el pan que con el alma.

Probablemente el inmediato futuro sería menos doloroso y difícil si hubiéramos hecho a tiempo algunos deberes que tienen que ver con el desarrollo de las audiencias y la fidelización de los públicos del arte. Hoy esas tareas pasan a estar relacionadas con la supervivencia misma del sector. Hoy el seducir a nuevos públicos, desarrollar las audiencias de la creación, hacer que quienes van repitan más veces y además entreguen de buen grado su lealtad a las organizaciones culturales, son objetivos estratégicos. En los próximos tiempos muchas organizaciones tal vez desaparezcan o comprueben la ausencia de razones para ser. Lo importante es que cuando el arte y la cultura española salgan de esta situación, los públicos sean más y más fieles. Porque lo que debemos conseguir es que las gentes –muchas y nuevas gentes- sientan que la cultura les acompaña en este tramo duro de sus vidas, con calidad y buen hacer. Que con alimento espiritual del bueno las penas son menos y el futuro más cercano. Es una nueva oportunidad que no podemos desaprovechar.

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Visca Catalunya, con perdón

Los “vivas” tras los cuales hay el nombre de un país, nación o nacionalidad, suelen poner mis escasos pelos firmes cual escarpias. En el mejor de los casos me recuerda el papanatismo de “viva mi pueblo” (que no sabes si lo que de verdad quiere decir, es biba yo y avajo los demás), y en el peor, el terrible “viva la muerte” del legionario Millán-Astray de infausta memoria.

Ya, ya sé que el post anterior rezaba Viva España, pero supongo que a nadie se le ocultó que lo que quería gritar era un imperativo “Vivid, no os dejéis desanimar”, ante la agresión psicológica a la que está sometida la buena y humilde gente de este país para que se trague la crisis sin chistar.

Bueno. Pues hoy me dan ganas de gritar “Viva Cataluña, o Visca Catalunya”, y es que cuando uno coge carrerilla es difícil pararle.

Sergi Belbel, director del Teatre Nacional de Catalunya ha decidido programar la obra de cuatro autores catalanes jóvenes en la Sala Grande del TNC. Salivo de envidia por su valor y por la medida misma que, aunque tardía –es su última temporada- expresa la decisión de promover al primer plano a los dramaturgos locales. La cultura de un país, la cultura vinculada a una lengua, a unas tradiciones, a un pasado común que alimenta historias colectivas e Historia, debe ser respetada, conservada, delicadamente cuidada. Por eso siento hoy envidia por la decisión de Belbel, y pena por el castizo desprecio por lo castizo que anida en las mentes de tanto moderno sin pasado que bebe los vientos por cualquier novedad y desecha lo cercano, lo propio.

No hay forma de que los creadores crezcan y se hagan grandes –sean dramaturgos, realizadores, novelistas, poetas, fotógrafos o pintores…- sin el alimento que suponen estrenos, publicaciones, grabaciones, exposiciones…; sin el alimento que supone el juicio del público, al que sus creaciones van destinadas.

Pues eso, que sana envidia.

NOTA: Pena penita pena, por Juan Luis Galiardo, ese nadador irredento y atleta en su vejez; y por Gustavo Pérez Puig, que montó a Alfonso Sastre cuando hasta los suyos le negaban el pan y la sal. Fíjate, le gustaban Sastre, Buero, Jardiel y Mihura,  una tierna contradicción. Y es que, para algunas cosas, hay derechas valientes e izquierdas cobardicas.

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Contra codicia, transparencia. Y abucheos.

Mi madre, riojana de pura cepa y de raigambre popular, llamaba “mamaduras” a aquello que los listos se llevaban “a mayores”, después de cobrarse lo que les correspondía en justicia. Algo así como seguir chupando del bote aunque no te toque hacerlo. Algo así como cuando el cachorro fuertote le quita su ración de leche al hermano débil.

Viene esto a cuento porque la transparencia total, cristalina, debe llegar a los cargos públicos, y en lo que nos corresponde, a los dependientes de Cultura. No basta que los procesos de selección sean abiertos, sometidos a decisiones tasadas y mediante contratos programa. Es imprescindible que la gestión diaria esté disponible libremente a los ojos de los ciudadanos. Es la mejor manera –probablemente la única- para que no se produzcan abusos. Por ejemplo, es público que todos los directores de los grandes centros dramáticos y teatros públicos han venido cobrando un salario nada desdeñable por su dedicación en principio exclusiva al cargo. Igualmente conocido es que los mismos directores han cobrado también por las direcciones de cada una de las obras cuya responsabilidad artística asumían, incluidas las obras producidas por empresas privadas fuera de su teatro. (No sé si, por ejemplo, en Follies, su director cobra como actor, además. Todo es posible.)

No sé si es legal cobrar por dirigir obras, o impartir conferencias o talleres mientras sigues cobrando la dedicación exclusiva. Desde luego no es ético. Desde luego no es solidario con la que está cayendo. Desde luego no es presentable. Esto no solo debe afectar a la Cultura, claro. Si alguien asume una responsabilidad de alto nivel, no debe compatibilizarla con consejos de administración remunerados (los casos de cajas, bancos y empresas públicas producen vergüenza por la indignidad acumulada), ni con tareas por las que cobra “a mayores”, si son propias del cargo y acometidas en tiempo de su dedicación a la tarea pública.

Si uno asume la dirección del Teatro Real, del Centro Dramático Nacional, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, el Prado, o el Teatro Español, no debe compatibilizarla con otras dedicaciones que le resten tiempo y por las que cobre añadidos, de la propia institución o de empresas privadas. No es digno, no es ético, no es solidario.

Para eso vale la transparencia, para escrutar. Pero la transparencia, para que sea útil, exige a quien observa, a quien analiza, una mirada cargada de ética, una mirada no complaciente con la corrupción ni con la codicia, que acechan siempre la acción pública en las democracias.

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Pregunta, escucha, ¿no ves que quieren decirte algo?

Escuchar-al-publico

El arte tiene un claro déficit de comunicación con sus públicos. Tal vez el origen esté en la distancia inicial marcada por quien al crear obras para ser admiradas, se distancia y se coloca en el pedestal de la pieza creada. En su lugar. ¿Va, pues, con el papel de músico, actor,  pintores, literatos… la distancia con sus públicos? Esa actitud se ha trasladado históricamente a las organizaciones artísticas –museos, teatros, orquestas, compañías, cines…- que miraban altivamente, con displicencia autista, a quienes eran su oxígeno natural, quienes compraban entradas. Hablarles en todo caso para que “vinieran”, pero cuando acabara la cosa, que se fueran prontito. El caso es que hay poco diálogo. A los públicos se les cuenta mucho, se les pregunta poco. Incluso hay veces que si se pregunta las respuestas interesan poco. En fin.

Y la responsabilidad está en las organizaciones, que deben crear puentes y oportunidades. Hay mil oportunidades en cada ámbito: en los museos, en los teatros, en los cines, librerías, galerías… Oportunidades de conocer, de preguntar a cuantos se acercan si quieren dejarnos los datos para iniciar la relación: si quieren bailar con nosotros. Conocer, poseer los datos de la persona que aprecia el arte es el paso indispensable para comenzar la conversación con ella, que es lo importante. El pasado fin de semana, y aunque no soy amigo de los “Días de…”,  acudí a varios museos. En ninguno me pidieron los datos, ni me preguntaron a la salida qué me había parecido lo visto. Una oportunidad perdida porque ese día acudieron miles de personas para las que la ocasión era extraordinaria.

En los teatros, además de perder habitualmente esta oportunidad, se suelen desaprovechar las muchas ocasiones de encuentro para dialogar con los públicos. Sí, a veces tras la representación se debate con los actores y el director, pero ocasionalmente y de modo excepcional. ¿Porqué no presentar cada obra, aprovechando cada ocasión para aportar un pequeño valor añadido que contribuya a formar a los espectadores, a enriquecerlos? Como si, de oficio, te contaran cosas de ese cuadro maravilloso, o te introdujeran en la época antes de ver una película de tema histórico. Ayer hablaba de esto en Barcelona con mi amigo Quim Aloy, historiador y gestor y con Judit Figuerola, de la Oficina de Difusió Artística de la Diputación de Barcelona. Este jueves en un encuentro concertado para cientos de espectadores Quim explicará elementos de historia de la ocupación de Polonia por rusos y nazis. Y eso porque el próximo domingo esos espectadores irán a ver Nostra clase (que ya ha estado en Madrid el pasado abril), una obra teatral que aborda un durísimo y trágico episodio en 1941 en la frontera polaca. Sin duda la experiencia teatral será notablemente enriquecida. Sin duda, la exposición y el debate, harán de la ocasión una oportunidad para llevarse el alma y la inteligencia más cargada a la cama.

Situar al público en el eje de la acción, tener permanentemente en cuenta que son ellos los co-protagonistas del encuentro es la clave que permite indagar y descubrir esas muchas oportunidades que las organizaciones tenemos para conocer y dialogar con los públicos. Solamente hay que incluir en la actividad la decisión de hacerlo. Y hacerlo, claro.

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La calidad, un buen límite para la cantidad

Experincia del público

En el último post valoraba positivamente la existencia de hordas (buenas) de consumidores de artes, inexpertos pero hambrientos. Inexpertos en conocimientos profundos de la pintura, el teatro, la ópera, el cine o la literatura; hambrientos por decir que estuvieron allí, que sí, que él es quien aparece en la fotografía delante de las Meninas, que él también ha leído la última de Zafón, o de contar a los cuatro vientos que no se perdió la última Traviata.

Estoy leyendo el último libro de Vargas Llosa, tan admirado literato, autor de Travesuras de la niña mala y de otras muchas joyas. En él arremete contra estos tiempos en que las masas consumen y no degustan, y hacen ruido frente a la quietud que todo arte demanda. En el fondo, el libro -en mi opinión escaso de argumentos: léanlo, está dando que hablar sin mencionarlo incluso-, es una queja ante los efectos de la democratización del acceso al arte y la multiplicación del consumo de arte reproducible. Y sin embargo, si lo miramos con detenimiento, lo ocurrido en las últimas décadas no debe molestar a ningún experto y amante de la “alta cultura”. Hoy no hay menos personas que amen la cultura de elite, simplemente hay más gente que consume cultura superficialmente. Pero eso no es malo, al contrario. Me hace recordar aquella cerrada defensa que Antonio Banderas hizo de Santiago Segura y sus películas. Banderas decía que no se pueden hacer grandes películas y obras maestras sin industria, y que la industria se hace sobre películas que ven millones, no sobre las que ven solamente miles.

Sí, es cierto que en arte la cantidad debe tener el límite de la calidad. Que la experiencia del usuario en su contacto con el arte debe ser satisfactoria, estimulante, gratificante en sí, transformadora. Y eso requiere unas condiciones que las organizaciones culturales deben respetar y alentar. Ver obras de arte entre codazos, películas con ruidos, o teatro en asientos incómodos, por poner unos ejemplos, puede poner en riesgo e incluso destruir la experiencia, y expulsar al usuario a otros espacios de ocio más amables; o más lógicos.

La cantidad debe relacionarse con la calidad y con la segmentación de públicos. Y las organizaciones artísticas –museos, teatros, auditorios, galerías…- han de poner esos criterios en función de su misión, de su razón de ser, que es notablemente diferente en cada uno de los casos. Vamos, que la captación de recursos, la financiación, no debe impedir una atención adecuada y segmentada que proporcione una satisfacción adecuada e individual a cada uno de los espectadores y usuarios en cada uno de sus momentos de relación con el arte. Si no es así, probablemente las organizaciones sobrevivan, pero a costa de maltratar e incluso echar a sus usuarios. También a los mejores. Mal rollito.

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Surfeando por el museo del Louvre

La pasada semana estuve tres maravillosos y breves días en París. En el Louvre saludé a una conocida italiana, hermana de la que vive en El Prado; bueno, intenté saludarla, pero estaba tan guapa y había tantísima gente queriendo verla, incluso cámara en ristre, que por mi parte opté por fotografiar a la multitud. Esa era la que me pareció la imagen fetén: cientos de personas empujándose para malver a La Gioconda y retratarla. Cientos de personas que necesitaban contar y demostrar más tarde que estuvieron allí, en una expresión de apropiación democrática del “halo” de la obra de arte. Entendí perfectamente el porqué de su sonrisa. Entendí el nuevo concepto apropiador del arte en la época de su reproductibilidad del que hablaba Walter Benjamin, que elude y olvida el trabajo originario y pone en primer plano sus valores añadidos, a menudo bastardos o al menos externamente devenidos.

Recordé también que Alessandro Baricco en su libro Los bárbaros, ensayo sobre la mutación, nos adelanta pedagógicamente la dirección de la relación entre las masas y la cultura hacia el modelo del surfista que cabalga de una a otra ola por su mera superficie, sin ocuparse del fascinante universo subacuático. Mario Vargas Llosa aborda críticamente ese nuevo escenario en su recién nacido libro La civilización del espectáculo. Hablaremos de él. Interesante en este sentido, también, uno de los últimos post de Estrella de Diego, titulado ¿A alguien le importa de verdad la cultura?

Hoy, con mirada empática, pienso que es hermoso y bueno que el arte genere muchos entusiastas, al igual que es fantástico que muchos aprecien el buen vino, los buenos libros o las comidas mejores. Aunque todos esos entusiasmos no respondan a conocimientos profundos. El hecho de que una pasión se oriente al arte la hace más bella como gesto de humanidad, como manifestación de la trascendencia del ser humano.

Pero la pregunta es si los museos, los productores y exhibidores de arte, deben priorizar el encuentro artístico de calidad que busque lo sublime o el encuentro debe estar supeditado al crecimiento numérico de usuarios y a la máxima rentabilidad que pueda extraerse de ellos, cosa que pasa, probablemente, por colas, griteríos y empujones. Dependiendo de la opción prioritaria por la que se opte y de los límites que se marquen en esa relación, podrán introducirse derivadas que favorezcan que los espectadores –los públicos- sean más y más conscientes y disfrutadores en cada encuentro, y su alma se enriquezca más y más. O no.

La pregunta es si en el fondo esta situación –que por otro lado no es nada novedosa: expertos conocedores y degustadores por un lado y masas desconocedoras pero simpatizantes por otro- no es una nueva forma, aparentemente más democrática, de estratificación cultural, de expresión de poder de las élites que señalan qué debe ser consumido masivamente, y a qué ritmo.

Cosas de la vida, esta misma semana estuve en El Prado, en una visita privada que debo agradecer a una invitación de Coca-Cola y su Instituto de la felicidad. Otra experiencia de la que inevitablemente tengo que hablar en próximos días por su relación con este post.

Nos vemos. Ah, y disculpas por el inusual tamaño de este post.

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Ceder la Bastilla cultural a los ciudadanos

Llevo unas semanas conviviendo con el día a día del  Conde-Duque, un macro espacio cultural del ayuntamiento de Madrid. Teatro del Alma, de cuya producción ejecutiva nos encargamos en elmuro, exhibe allí una obra excelente, En La Otra Habitación, de Paloma Pedrero, finalista de los premios Valle Inclán que se fallan el próximo 23 de abril.

El Conde-Duque lo forman miles de metros cuadrados para salas de exposiciones, reuniones, ensayos, encuentro, biblioteca, auditorio, sala de teatro… todo ello –y mucho más- en perfecto estado de uso, si exceptuamos un reaccionario ataque de polillas que trae a mal traer al precioso suelo de madera. Lo malo es que el ayuntamiento carece de fondos para llenar de contenidos tanta pared, tanta sala, tanto aire. ¿Qué hacer con esos ejemplos –¡hay tantos!- de gigantescos espacios en cuya reforma y adecuación para fines culturales se han invertido tantos millones de euros?

En mi opinión hay que huir de soluciones que únicamente tengan que ver con el dinero, por eso cualquier propuesta estratégica de uso pasa por establecer innovadores modelos de gestión. Y abrir las puertas es una de las soluciones. ¿Cuántas organizaciones culturales profesionales estarían dispuestas a asumir la gestión, solas o en uniones temporales, e intentar convertirlos en polos de referencia creativa y de encuentro ciudadano?

Sigamos esta cadena de premisas para ver si la conclusión final es correcta: La creatividad escénica, musical, artística y audiovisual atraviesa un gran momento; los creadores necesitan confrontar con los públicos su arte; las organizaciones culturales –compañías, fundaciones, empresas…- tienen experiencia organizativa y de gestión; los espacios públicos carecen de dinero suficiente para ponerlos adecuadamente en valor…

Conclusión: hagamos un cóctel en el que los responsables políticos establezcan las reglas de funcionamiento, los objetivos estratégicos, de acuerdo con la política cultural para cuya ejecución han sido elegidos. Y luego definan fórmulas de cesión y de gestión transparente, en cuya aplicación concreta asuman responsabilidades las organizaciones culturales.

Ya, que vaya riesgo. Me parece que el riesgo del cambio es mucho menor que el de no acometerlo.

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