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¿Te gusta el tutti frutti de arte y cultura?

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Veo en El País una escultura de Bernardí Roig –uno de sus regordetes y albos hombres con los pantalones abiertos- rodeada de otras muchas barrocas. La noticia cuenta algo del Museo Nacional de Escultura, esa maravilla situada en Valladolid que acoge piezas clave de Juni, Fernández, o Berruguete. Un museo a no perderse. La noticia informa de que se suma a la opción de abrir sus ventanas introduciendo escultura contemporánea entre las barrocas. “Okupas” lo llama el diario. Recuerdo que la obra de Roig, con idéntica filosofía, la vi hace unos meses en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, que dirige una “fiera”, trabajadora y dulce, Elena Hernando.

Tengo que mencionar de nuevo en el blog este museo madrileño porque es un ejemplo de sinergias, de llenar de agua ese pozo que la crisis amenaza permanentemente con secar. Este próximo jueves, 3 de octubre, el Lázaro Galdiano acoge una Jornada: “Arte y Empresa: un mismo combate”, en la que gentes del arte y la empresa compartirán sus reflexiones de cómo multiplicar valores mutuos en tiempos de cólera. Para no perdérsela. Apenas veinte días después, 21 y 22 de octubre, el mismo salón de actos acogerá la tercera Conferencia de Marketing de Las Artes, de ASIMETRICA. Otra cita a la que asistir en ese foco de arte, experimentación y reflexión que está siendo la FLG.

Cuando empezaba este post no era sobre esto de lo que quería hablar. Hoy simplemente quería sugerir, recomendar la lectura de la penúltima columna de Vicente Verdú, El deseo de cultura: como casi siempre, sugeridora, y tarareadora  de músicas intelectuales infrecuentes hoy. “El deseo es la base de la existencia”, comienza su artículo. “El ciudadano culto transmitía la impresión de que obtenía mayor placer paseando por una nueva ciudad, leyendo un nuevo libro o viendo un nuevo cine que quien no disponía de ese caudal”, nos recuerda. “Pero esta demanda o aspiración de ser culto ha desaparecido con una facilidad y rapidez impensable”. No sigo, léanlo.

La lectura de Verdú me sugiere una parte relevante de nuestro papel, el de aquellos que por profesión o pasión mediamos entre quienes crean arte y quienes lo desean. Y ese papel es promover que el arte llegue a los ciudadanos en la mejor de las condiciones para ser degustado, para que ese encuentro le ayude a vivir la vida con más placer e intensidad, más consciente de que el arte es aquello, precisamente, que establece parte diferencial y fundamental de “ser” humanos. El pasado viernes asistí una vez más, con mi hija Candela, a un concierto de Ara Malikian. Algunos de los acordes que obtenía con maestría de su violín diminuto, me llenaron de congoja guapa, y si hubiera estado solo con seguridad habría llorado, de felicidad. Por sentir esa diferencia. Por sentir. Esa es la esencia del arte.

Bueno, mañana más y diferente. Que esto, después de releerlo, parece un helado de tutti frutti. Y yo un tontuelo.

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Gracias, por el Eco de tu voz, Umberto: solo la humildad nos hará sabios

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Las respuestas de Umberto Eco a las preguntas de la periodista de El País (24.05.2013) son sencillas y magistrales. Muestran una sabiduría apacible y distante. Humilde. La entrevista se titula “La cultura no está en crisis; es crisis”.

Uno de los principales rasgos de la modernidad –no la nuestra, la de cada época- es el vacuo y fatuo orgullo por sus propias creaciones. La creencia de que lo último es lo mejor y lo que requiere más apoyo y más aplauso es propio de cegatones o, lo que suele ser más habitual, desconocedores de la historia. En nuestro caso de la historia del arte y de las artes. Ilustra esto una de las respuestas de Eco, en la que nos recuerda que no sabemos la duración de las memorias USB, pero que hay libros que ya tienen más de mil años.

Quienes trabajamos en cultura –en realidad, apenas la tarareamos- necesitamos empaparnos de ese tipo de humildad y tomar las debidas distancias sobre fenómenos que pueden ser tan deslumbrantes como efímeros. Deslumbrarse por lo que todavía puede que no esté “hecho” contribuye a dejar pasar de largo aquello que está en su plenitud; conduce a acortar bárbaramente los periodos de vida de las creaciones artísticas, que fenecen a menudo sin apenas haber sido disfrutadas.

Umberto Eco también habla de que el racismo destaca entre los oscurantismos de nuestros tiempos. Y de sus palabras extraigo la enseñanza de que lo que necesitamos es más Europa, más mundo, más ciudadanos y más personas; menos nación, menos “pueblo”. Menos “qué hay de lo mío” y mucho más “que hay de lo de todos”.

Unas palabras que son fruto de una larga y rica vida, cuajada de pensamiento y de mirada buena. Unas palabras con eco.

 

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MadFeria: pensando al futuro

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Esta semana estuve en MadFeria, la feria promovida por ARTEMAD, la asociación de empresas productoras de Madrid, y cuyo responsable artístico es Eduardo Pérez Rasilla. Me habían llamado para coordinar un debate reflexivo sobre la situación de las artes escénicas en el que estuvieron representantes de la danza, el teatro de calle, las salas alternativas, el teatro para niños y las nuevas tendencias. A todos ellos les propuse antes de empezar que elaboráramos frente a la situación una especie de mapa de oportunidades que recogiera el análisis pero sobre todo definiera los terrenos por los que el conjunto y cada organización debe deambular en el inmediato futuro para afrontar mejor su supervivencia y su crecimiento. No era fácil debido a la guerra declarada por el gobierno, comunidades y ayuntamientos a la cultura, la sanidad y la educación. A las que están privando de presupuestos para pagar unas deudas que ahora sabemos que creó un sistema corrupto.

No era fácil, pero lo hicimos.

De todas las intervenciones me quedaría con un puñado de ideas clave. Una, en la que coincidieron Alberto García de los Salmones y Víctor Torres, plantea al sector la necesidad de cohesionarse y establecer una línea de trabajo conjunta que rompa la fragmentación y fomente un frente unido de alternativas. Por mi parte añado que hay dos condiciones previas: encontrar un liderazgo y mirar más allá de los propios problemas.

Otra aportación clave fue la necesidad de avanzar hacia la cogestión de los espacios culturales públicos poco o mal utilizados debido a la caída presupuestaria. Las organizaciones culturales tienen ahí un terreno de crecimiento gestionando y llenando de contenidos los centros culturales, teatros y auditorios y ofreciendo en ellos ejemplos de colaboración público-privada. Las residencias de compañías de creadores es un ejemplo concreto en esa dirección.

Juan de Torres proponía una profunda renovación de los sistemas de ayudas a la creación, que deberían incluir fórmulas de retorno de la inversión. Es decir, como si las ayudas fueran préstamos públicos a devolver cuando los productos artísticos tuvieran ingresos y hubieran cubierto inversión. Una vieja propuesta que hoy se hace imperiosamente urgente y que a buen seguro contribuirá a la maduración de muchas organizaciones.

Se habló también de la necesidad de orientar las creaciones desde su origen hacia la internacionalización, dado que nuestro mercado natural va mucho más allá de nuestras fronteras. Y la imprescindible labor de diversificación y aclimatación que ello implica para las organizaciones.

Por mi parte, diría que la otra oportunidad, que apenas se dejó oír en el encuentro, es la de que  las organizaciones conozcan y se vinculen estrechamente a sus públicos. Los destinatarios de la acción artística y cultural son hoy, en plena crisis, el difícil territorio fértil en el que crecer; y para mañana, la garantía de supervivencia y desarrollo. Y más allá el sentido mismo del arte. Su destino.

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Kit elmuro de supervivencia para 2013

Fotos KIT

Cada año, a mediados de diciembre, elmuro lanza para sus amigos y para aquellas personas con las que se relaciona, el Kit de supervivencia. El Kit es una suma selecta de poemas, pensamientos, relatos breves, fragmentos de ensayos…, que ayudan a entender mejor el mundo y a entendernos un poco más a nosotros mismos. O eso es lo que busca, al menos. Bueno, descaradamente busca, también, aportar una visión del mundo en la que el protagonista es uno mismo, no el mal tiempo, no el frío, no la mala gente, no la penuria… Esas cosas forman parte inevitable del marco, del paisaje en que las gentes, hermanos nuestros, desenvuelven sus vidas. Pero los protagonistas somos todos.

Creemos que el mundo puede ser transformado. Creemos que podemos robarles a los ladrones su rapiña y devolver lo robado a sus legítimos dueños, la gente humilde. Creemos que la vida es hermosa aunque debamos pedalear constantemente para evitar que la bicicleta caiga y nosotros con ella. Creemos que la compasión y la solidaridad son cosas buenas que nos hacen mejores. Creemos que lo pequeño es hermoso, y hemos de practicar el humilde, difícil y pequeño cambio que empieza por uno mismo. Creemos en el arte como herramienta guapa de transformación social.

Creemos en los otros, aunque sean malos momentos para ello; creemos en que podemos, porque sin creer la vida es más fea, más triste, más oscura. Y necesitamos belleza, alegría y luz para afrontar los retos que tenemos.

Son malos tiempos, sí, pero si aprovechamos la oportunidad de trabajar duro, de apoyarnos los unos a los otros, de hacer cada día mejor las cosas sin desfallecer… con toda seguridad estos malos tiempos nos acabarán haciendo mejores.

El Kit de supervivencia ya no es nuestro, mañana, en el primer día del invierno, será de todas aquellas personas que quieran leerlo, hacerlo suyo. Os espera en www.elmuro.es

 

 

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BARRA DE IDEAS FEHR, guapo ejemplo para la cultura

La Federación Española de Hostelería y Restauración (FEHR) tiene una herramienta envidiable para la mejora de las prácticas de sus asociados.

Semanalmente envía a todos sus suscriptores –y a quien lo desea: yo me apunté- un newsletter en el que da ideas sencillas de cómo mejorar el negocio, da a conocer experiencias exitosas, o muestra buenas prácticas, dentro y fuera de España. Se llama Barra de ideas, Ideas para vender mejor en tu negocio de restauración. los titulares de algunos de sus pequeños artículos son extraordinariamente ilustrativos: Internet gratis para tus clientes con Gowex, Necesitas estar visible (se refiere a la Red) para que te encuentren, Aporta salud a tu bar con bebidas sin alcohol, Restaurantes contra el hambre, ¿debes participar?, ¿Sabes elegir la mejor copa para servir el vino?, Consigue nuevos clientes por un euro, ¿Tus clientes son capaces de dejar sus móviles?, Ahorra energía implicando a tus empleados, El único restaurante que no dice dónde está…

Un catálogo provocador a veces, sugeridor otras, estimulante siempre. Una revista digital que se plantea aportar formación e ideas a un sector que las necesita para enfrentarse mejor a la crisis económica y a las subidas del IVA. La leo cada semana y siempre encuentro ideas útiles para el ámbito de la cultura. Da un poco de envidia. Si el sector cultural dispusiera de una herramienta de este tipo, la rentabilidad y sostenibilidad de las organizaciones artísticas se incrementaría fácilmente. El gobierno y casi todas las administraciones públicas ya han demostrado que en tiempos de crisis no tienen apenas nada que aportar a la Cultura, salvo más impuestos. Pero disponemos de organizaciones empresariales, y sectoriales capaces de agrupar fuerzas para desarrollar este tipo de herramientas. Incluso en sí misma podría ser una actividad rentable para quienes la emprendieran. Hay que ponerla en pie.

Conozco y aprecio al presidente de FEHR, José María Rubio,  y a su secretario general, Emilio Gallego, y sé que por su parte esta es una apuesta estratégica por aportar valor a un sector complejo y extraordinariamente heterogéneo y necesitado de impulso modernizador. La hostelería y la restauración conforman un aliado lógico del sector cultural y artístico. En su día a día, los públicos los asocian de un modo natural en sus momentos de ocio y disfrute cultural, por eso ambos sectores deberían establecer acuerdos de largo recorrido para aportarse valor mutuo y aportar valor conjunto a sus clientes. Tenemos que trabajar mucho más juntos en esa dirección, ya.

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Neurociencia, comunicación y marketing. Vaya, vaya.

Vengo de asistir al Congreso Internacional de Neurociencia, Comunicación y Economía, que tenía como título este año el de “Consumidor global y Tecnología”, y que se celebraba en la Universidad Europea de Madrid. La ponencia inaugural corría a cargo de Mónica Deza, Vicepresidente de Innovación de McCann Worldgroup, que preside la asociación organizadora (AINACE). Su intervención y la de quienes le siguieron, planteaban en su conjunto un campo de investigación, una mirada al futuro, en un territorio espectacular para quienes trabajan en el arte y la cultura, el que tiene por esquinas la emoción, el marketing, la comunicación, y el cerebro.

Lo apasionante es explorar el cerebro desde la perspectiva de la acumulación y selección de la información, de los ingredientes que participan en cada una de nuestras elecciones,  de cómo la digitalización está alterando –ha alterado ya- no solo la comunicación, sino las partes del cerebro en que se asienta. Intuir cómo todo ello introduce variaciones en nuestro patrón de toma de decisiones -¿pronto con repercusiones genéticas?- produce un cierto vértigo.

Acercarse al fenómeno de la moda, la belleza, las emociones, las marcas, las redes sociales…, en estos momentos de cambio profundo y acelerado, desde una perspectiva neuro-científica, es más que estimulante. Las utilidades en áreas educativas, pero también en aspectos relacionadas con el conocimiento último de los gustos y los motivos de los usuarios,  y por lo tanto de su aplicación al marketing, aunque sea simplemente en esbozo, genera un sugerente cúmulo de incertidumbres.

Me quedé con la enorme sospecha de que la ética, como compromiso íntimo individual, pero también colectivo, no va al mismo ritmo que la investigación de la neurociencia en su relación con la economía y otras ciencias sociales y del comportamiento. Esa es mi sugerencia para el próximo Congreso: la de esbozar también los límites éticos de la neurociencia.

Por cierto, Mónica Deza, es una de las ponentes que participará los días 15 y 16 de octubre, en Madrid, en la segunda Conferencia de Marketing de las Artes. Su ponencia tiene un bello título: B.E.S.A.M.E. Estoy deseando escucharla.

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Teatro y Coca-Cola: “cubata” cultural

Coca-Cola mantiene su impulso cultural prestando un apoyo decidido a los Premios Buero y al Campus de Teatro Joven. No es una apuesta ciega. Los de Pemberton en España saben que el teatro es la punta de lanza de los espectáculos en vivo, penúltimo reducto de la experiencia y la emoción colectiva en directo. Unirse al teatro, apoyar la cultura, es hacer suyo el mundo de la experiencia e incorporarlo a los valores de su marca. A ella han ido asociando aspectos positivos hasta lograr lo que casi ninguna otra ha logrado: vincularse a la felicidad, al rato bueno, al lado claro de la fuerza.

Los Premios de Teatro joven son, además, la explicitación del enorme caudal de talento creativo que circula por las venas de la gente joven. Un caudal que por la estructura de exhibición de nuestro país, y por la habitual displicencia de los profesionales y lo políticos hacia lo neoprofesional, permanece escondido como mar de fondo inobservable. Pero está ahí. Y es el futuro, ya. Coca-Cola también ha sabido ver esa necesidad de hacer visible el teatro joven, de sacar del armario a miles de chicos y chicas que en sus centros de enseñanza, en escuelas de teatro o en centros culturales ensayan, producen y crean, mientras disfrutan, se enamoran, conocen otras gentes, crecen. Coca-Cola, y es el último piropo, ha visto y hecho ver a muchos que el teatro y el arte hecho por jóvenes es la expresión perfecta de un ocio alternativo en el que el alcohol, las máquinas o el aburrimiento quedan al otro lado de sus fronteras.

Las artes en vivo han ido sorteando mejor que otros ámbitos los embates de una economía herida de gravedad. Coca-Cola nos ofrece el mejor cubata posible en estos tiempos y cuyo segundo ingrediente lleva varios miles de años de éxito: el teatro.

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Visca Catalunya, con perdón

Los “vivas” tras los cuales hay el nombre de un país, nación o nacionalidad, suelen poner mis escasos pelos firmes cual escarpias. En el mejor de los casos me recuerda el papanatismo de “viva mi pueblo” (que no sabes si lo que de verdad quiere decir, es biba yo y avajo los demás), y en el peor, el terrible “viva la muerte” del legionario Millán-Astray de infausta memoria.

Ya, ya sé que el post anterior rezaba Viva España, pero supongo que a nadie se le ocultó que lo que quería gritar era un imperativo “Vivid, no os dejéis desanimar”, ante la agresión psicológica a la que está sometida la buena y humilde gente de este país para que se trague la crisis sin chistar.

Bueno. Pues hoy me dan ganas de gritar “Viva Cataluña, o Visca Catalunya”, y es que cuando uno coge carrerilla es difícil pararle.

Sergi Belbel, director del Teatre Nacional de Catalunya ha decidido programar la obra de cuatro autores catalanes jóvenes en la Sala Grande del TNC. Salivo de envidia por su valor y por la medida misma que, aunque tardía –es su última temporada- expresa la decisión de promover al primer plano a los dramaturgos locales. La cultura de un país, la cultura vinculada a una lengua, a unas tradiciones, a un pasado común que alimenta historias colectivas e Historia, debe ser respetada, conservada, delicadamente cuidada. Por eso siento hoy envidia por la decisión de Belbel, y pena por el castizo desprecio por lo castizo que anida en las mentes de tanto moderno sin pasado que bebe los vientos por cualquier novedad y desecha lo cercano, lo propio.

No hay forma de que los creadores crezcan y se hagan grandes –sean dramaturgos, realizadores, novelistas, poetas, fotógrafos o pintores…- sin el alimento que suponen estrenos, publicaciones, grabaciones, exposiciones…; sin el alimento que supone el juicio del público, al que sus creaciones van destinadas.

Pues eso, que sana envidia.

NOTA: Pena penita pena, por Juan Luis Galiardo, ese nadador irredento y atleta en su vejez; y por Gustavo Pérez Puig, que montó a Alfonso Sastre cuando hasta los suyos le negaban el pan y la sal. Fíjate, le gustaban Sastre, Buero, Jardiel y Mihura,  una tierna contradicción. Y es que, para algunas cosas, hay derechas valientes e izquierdas cobardicas.

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Honor a Ray Bradbury. Honor a la anti-utopía

Ray Bradbury falleció el martes, casi a los 92 años. Escritor fantástico en el doble sentido de la palabra, escribió también una novela anti-utópica que nadie debe perderse, Fahrenheit 451, título que hace referencia a la temperatura a la que arde el papel y que en nuestro sistema, el Celsius, es de 233 grados centígrados. La obra –trasladada al cine por Truffaut- cuenta la historia de un bombero encargado de quemar libros, porque las autoridades consideran que leer impide ser feliz. El gobierno dibujado por Bradbury persigue imponer a sus súbditos la felicidad mediante el olvido.

Como otras obras también imprescindibles -la película Metrópolis, de Fritz Lang, o las novelas 1984, de Georges Orwell, o Un mundo feliz, de Aldous Huxley…-, forma parte de ese legado cuasi filosófico del siglo XX que critica ruda y poéticamente la dirección que la sociedad, la civilización habría que decir, se ha empeñado colectivamente en seguir para escribir su historia. El progreso inevitable, tenido como filosofía de fondo de todas las corrientes religiosas, filosóficas o políticas es criticado sin compasión, fustigado por esos autores en sus libros o películas. En el mundo del ensayo, el paralelo es Walter Benjamin, ya mencionado en este blog. Comunista crítico con los comunistas, judío antinazi, escapando del horror vino a suicidarse en Portbou, en 1940, harto de escapar y amenazado por las autoridades españolas de ser devuelto a la Francia ocupada por los nazis.

Todos tienen en común dos aspectos que quiero destacar. El primero, su conciencia de que el futuro no es tan halagüeño ni el mañana es inevitablemente mejor que el ayer, como los vendedores de sueños quieren hacernos creer. Que el progreso exige hacer frente a las injusticias acumuladas en la historia y que nos gritan pidiendo salir de debajo de la alfombra; o no es progreso. Que olvidando el pasado es imposible avanzar con justicia. El segundo, es el necesario compromiso crítico del arte y la cultura. El viejo Aristóteles decía que el teatro –extendamos su juicio al arte en general- debía entretener, nunca  aburrir. Siguiendo ese principio fundamental, Bradbury, Orwell, Lang, Huxley y otros muchos, nos recuerdan que el arte ha de ser iluminador, comprometido, manchado de presente. Ese tipo de arte hoy nos hace falta un poco más que ayer. Un arte que mueva nuestro cerebro, nuestro corazón, nuestras manos.

Honor para Bradbury.

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Vergüenza. Pasión. ¿Minucias? No, razones para seguir

Vergüenza. Ayer, mientras merendaba, mi hija miraba absorta una de esas series de falso realismo sobre comunidades de vecinos de las que cualquier ser humano huiría. Uno de los personajes, femeninos para más recochineo, hablaba de que su acompañante la usaba para “fardar de chochete”. Mi hija no parpadeó ante la bomba de inmundicia recibida en plena línea de flotación de la sensibilidad, lo que me hizo pensar que todavía las siembran más rastreras. Candela ha visto teatro del bueno, el de su madre, Paloma Pedrero, y el de otros grandes dramaturgos. Obras de todos los géneros y para todas las edades que ella degusta con sabiduría y con capacidad crítica. Supongo, espero y deseo que en el futuro lo visto se descubra como vacuna. No lo sé.

Pasión. Es difícil no dejarse llevar por ella en el análisis cuando teatros se cierran, programaciones se recortan bárbaramente y presupuestos culturales se liquidan. Cuando tan cerca estamos de la nada y se corta el hilo breve que nos suelda a ella. A uno, convencido creyente en las bondades del arte para el alma humana, no deja de sorprenderle que haya dinero y más dinero para teleseries de las que manchan el corazón y la mirada, y falten unos cuartos para el teatro, la lírica, la danza, los museos que lo precisan. Estas expresiones entran de lleno en la tarea de promover la cultura asignada por la Constitución a los poderes públicos; dudo que  acoja en su seno en igual medida series de las de “chochetes”.

Minucias. ¿Minucias? Los trabajadores del Liceu ofrecen una de sus pagas para evitar el ERE y que se mantenga su programación; La Guindalera, ese bello espacio de teatro bueno, pierde todo oxígeno público y acude al micromecenazgo (contad conmigo) para subsistir; cientos de actores están bajo mínimos y cobrando mindundias para que sus proyectos nazcan y vuelen. Ellos, y otros muchos -como reza la campaña de Coca-Cola– son de los que aportan razones para creer. Y es que la historia la escriben los que la cambian de a poquitos.

Mientras, los poderosos llenan su boca de grandes y apabullantes cifras, y los banqueros, compañías eléctricas, telefónicas y grandes empresas varían su forma de contar para no despertar la ira de las gentes: ahora dicen, “Vodafone ganó un 7% menos que el año pasado”; “el Santander obtuvo un 35% menos de beneficios que en el anterior ejercicio”… Ocultan con ese sinpudor propio de quienes pisan fuerte que no es lo mismo ganar menos que perder más. Y esto último es lo que les está pasando a los humildes de este país, lo que les ocurre a quienes no pueden acudir a las sanidad o la educación privada, a los que dependen de sus manos y las de sus familiares para sobrevivir. Simplemente pierden más; no dejan de perder.

Desde la Cultura, desde el arte, demos pequeñas lecciones de generosidad colectiva, de supervivencia. Amorosa. Como los del Liceu, como los actores, como los que ante la ausencia de ayudas del poder nos piden complicidad para hacer viable el arte. Apoyémonos y empujemos. Aportemos razones para seguir.

 

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