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Mientras declaran la guerra, ¿quién se cree ahora el PECAM?

Traición a la cultura

Mientras el 26 de julio se presentaba con bombo y con platillo el Plan Estratégico Cultural del Ayuntamiento de Madrid, sus responsables ya habían decidido suspender toda la programación artística de música, teatro y danza en los distritos madrileños para el segundo semestre del año. La programación artística en los centros culturales, que acerca la cultura profesional y de calidad a la periferia urbana, y la democratiza, estaba compuesta aproximadamente por cerca de 120 actuaciones que afectaban a 43 compañías con un coste aproximado de 350.000,00 €.  A estas cifras hay que sumar las de la música.

La decisión unilateral de rescindir los acuerdos previamente suscritos con empresas y compañías, que se inscribe en el suicida Plan de Recortes que el gobierno central y los locales están acometiendo en loca carrera, multiplica las dificultades de supervivencia de la creación hasta lo insoportable, y hurta a los ciudadanos su derecho a la cultura y al arte. En Sopa de ganso, de los Hermanos Marx, se decía: “¡Es la guerra!”. Yo creo que simplemente es una declaración de guerra. Nada más y nada menos.

Escribí el post anterior sin conocer esta noticia, pues los responsables municipales aún habiéndola tomado ya, arteramente la ocultaron hasta después de presentar el PECAM. Pero en ese post alertaba hace una semana de que el mensaje de fondo había sido toda una loa al recorte, la “taquilla” y el neoprofesionalismo, y una renuncia a la política de proximidad.  Algunos políticos se sienten cómodos gestionando miseria, como si ese fuera su papel preferido.

La política consistente en más y más recortes, supuestamente orientada a reducir gastos, conduce inevitablemente a más paro, a menos consumo, a menos ingresos de las administraciones vía impuestos y, en consecuencia, a nuevos recortes en ciclos cada vez más cortos. Nuestros políticos no solamente son cobardes y mediocres, incapaces de liderar a una sociedad deseosa de enfrentarse unida a esta situación que no crearon; son, además –nuestros políticos-, desconocedores del axioma económico que dice que sin estímulos las políticas de recorte alargarán inevitablemente esta crisis salvaje y el sufrimiento enorme de millones de seres humanos inocentes.

El ayuntamiento de Madrid debe dar marcha atrás inmediatamente a la rescisión unilateral e ilegal de los acuerdos tomados con decenas de compañías y empresas artísticas. Si no lo hace, su credibilidad estará rozando el subcero a medio año apenas de su toma de posesión. Pero, además, se enfrentará a un sector harto, unido y que necesita y quiere vivir. Ya se sabe lo que ocurre cuando se empuja sin misericordia a la desesperación; tanto y a tantos.

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Plan Estratégico de Cultura para Madrid: el punto de partida

La presentación ayer en la sede municipal madrileña del proyecto de Plan Estratégico de Cultura del Ayuntamiento de Madrid (PECAM), es una buena noticia. Muestra la intención de levantar la vista y mirar más allá de lo que habitualmente miran las instituciones. Hacer política cultural planificada, atendiendo a unos objetivos en beneficio de la sociedad -y dotar luego los planes de los recursos adecuados para su ejecución-, es lo menos que se puede exigir a los poderes públicos. Enhorabuena a Carlota Álvarez y todo el equipo que ha dado los primeros pasos de esta iniciativa. Ha despertado notable interés en el entramado cultural y ciudadano, deseoso de participar en el diseño estratégico cultural de Madrid.  Ya iremos viendo en los próximos días y meses si tras esta iniciativa municipal hay voluntad decidida y seria o artificio. Perdonen, pero razones para la duda no faltan. Incluso algunas se deslizaron ayer desapercibida y subrepticiamente a lo largo de la presentación.

El Delegado Villalonga, en su bien tramado discurso, afirmó como una de las piedras angulares de su argumentación (en realidad una anécdota), que los teatros dependientes del ayuntamiento venían costando 23 millones de euros anuales y que el último año habían tenido un 43% de ocupación, y que eso, evidentemente, no podía ser. El argumento tiene dos o tres facetas tirando a tramposillas y en cualquier caso de poca proyección, lo que extraña en un responsable político de ese nivel. Las planteo en forma de preguntas: ¿Cuáles son los índices de ocupación empleados? ¿Se refiere a todos los teatros o el problema apunta específicamente al Fernán Gómez, como nos tememos? Si mete a todos en el mismo saco, ¿será por criticar la gestión del anterior equipo en su conjunto? Seguimos: ¿Si el porcentaje de ocupación hubiera sido del 100%, los 23 millones hubieran estado bien gastados? ¿Los teatros públicos tienen como objetivo capital e indeclinable el “no hay entradas”? ¿Forma parte eso de la/su política cultural? Todos creemos saber cómo llenar, pero disentimos en como llenar haciendo ciudadanía, claro.

Segundo tema. (Recuerden que estábamos hablando del Plan Estratégico para la Cultura madrileña) Contestando a una pregunta, el Delegado afirmó –por cierto, sonriendo mientras daba por obvia su respuesta- que los centros culturales de barrio seguirían dependiendo de otras áreas municipales, que eso no entraba en su negociado. Es decir, como ahora. ¿Alguien considera serio que en la planificación estratégica cultural de Madrid, se parta de que sigan fuera de la planificación general y bajo la tutela de las juntas de distrito los centros donde se encuentran con la cultura una enorme cantidad de ciudadanos?

Otra intervención realmente relevante y “filosófica” la proporcionó el moderador del acto, coordinador del Fringe de Madrid, a quien nadie de la organización desdijo. Joan Picanyol se vanaglorió de que el festival no estaba pagando cachés a las compañías programadas y que todos los grupos acudían a taquilla (¡en un festival!), que lo importante para ellos era representar y tener la oportunidad de que les vieran. Para justificar el recorte se justificaba la vuelta al neoprofesionalismo canalla. El servilismo de la apología de la miseria. Ojala me equivoque, pero suena a que todo esta parafernalia puede estar al servicio de un retroceso presupuestario en toda regla y de una neoprofesionalización de la creación artística madrileña. Jopé si es así: vaya alforjas para tan corto viaje.

Ah, una última cuestión, ésta metodológica. Doy por sentado que cuantos han intervenido hasta el momento han hecho un buen trabajo (aunque todavía no lo he podido terminar de leer), pero si el ayuntamiento quiere de verdad, sinceramente, que la sociedad civil participe en la elaboración de las líneas maestras del futuro, deberá promover fórmulas concretas de participación del tejido cultural, y esencialmente del empresarial y el asociativo (ayer ausente en el discurso), que vayan más allá de recibir mensajes a través de la web habilitada.

En realidad, el éxito o el fracaso de este proceso se podrá constatar al final del camino en el próximo diciembre midiendo cuántos agentes no institucionales han participado y propuesto cambios y cuántos de esos cambios se han incorporado al PECAM.

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Anuario SGAE: datos duros… y oportunidades

El Anuario SGAE de las Artes Escénicas, Musicales y Audiovisuales es una herramienta imprescindible para conocer el estado del consumo cultural en España. Y hay que agradecer que a pesar de las dificultades, SGAE, Fundación Autor y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, sigan apostando por conocer la realidad. Conocerla es la condición imprescindible para actuar sobre ella. Para cambiarla.

La presentación de los datos del último anuario SGAE, correspondiente a 2011, fue un rosario de pérdidas: de espectadores, de actividad, y en menor medida, que también, de ingresos. Antón Reixa, Antonio Onetti, Francisco Galindo… desgranaban algo tocados una situación para la que no estábamos preparados. Muchos años continuados de crecimiento nos hicieron pensar que la cultura y el arte empezaban a ocupar el puesto que les corresponde en una sociedad avanzada. Pero no: el desplome de la economía española –incomprensible arcano para mí todavía en sus detalles- ha arrastrado incluso a los sectores que iban bien. En la presentación se habló de la “Burbuja cultural” como si su crecimiento los últimos diez años hubiera sido ficticio, falso, hinchado. Pero no. El impulso de la creatividad, el desarrollo del tejido cultural y de las empresas que lo han hecho posible, su peso correspondiente en el PIB… no son un bluff. El retroceso es, simplemente, la explicitación de la dependencia de la cultura con respecto a la economía, y también respecto a las ayudas públicas. Cuando pensábamos que formaba parte del motor, la realidad nos ha venido a recordar que todavía entre nosotros es un aditamento estético del que prescindir cuando el hambre aprieta. Porque por estos lares, el hambre-hambre se relaciona más con el pan que con el alma.

Probablemente el inmediato futuro sería menos doloroso y difícil si hubiéramos hecho a tiempo algunos deberes que tienen que ver con el desarrollo de las audiencias y la fidelización de los públicos del arte. Hoy esas tareas pasan a estar relacionadas con la supervivencia misma del sector. Hoy el seducir a nuevos públicos, desarrollar las audiencias de la creación, hacer que quienes van repitan más veces y además entreguen de buen grado su lealtad a las organizaciones culturales, son objetivos estratégicos. En los próximos tiempos muchas organizaciones tal vez desaparezcan o comprueben la ausencia de razones para ser. Lo importante es que cuando el arte y la cultura española salgan de esta situación, los públicos sean más y más fieles. Porque lo que debemos conseguir es que las gentes –muchas y nuevas gentes- sientan que la cultura les acompaña en este tramo duro de sus vidas, con calidad y buen hacer. Que con alimento espiritual del bueno las penas son menos y el futuro más cercano. Es una nueva oportunidad que no podemos desaprovechar.

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Teatro y Coca-Cola: “cubata” cultural

Coca-Cola mantiene su impulso cultural prestando un apoyo decidido a los Premios Buero y al Campus de Teatro Joven. No es una apuesta ciega. Los de Pemberton en España saben que el teatro es la punta de lanza de los espectáculos en vivo, penúltimo reducto de la experiencia y la emoción colectiva en directo. Unirse al teatro, apoyar la cultura, es hacer suyo el mundo de la experiencia e incorporarlo a los valores de su marca. A ella han ido asociando aspectos positivos hasta lograr lo que casi ninguna otra ha logrado: vincularse a la felicidad, al rato bueno, al lado claro de la fuerza.

Los Premios de Teatro joven son, además, la explicitación del enorme caudal de talento creativo que circula por las venas de la gente joven. Un caudal que por la estructura de exhibición de nuestro país, y por la habitual displicencia de los profesionales y lo políticos hacia lo neoprofesional, permanece escondido como mar de fondo inobservable. Pero está ahí. Y es el futuro, ya. Coca-Cola también ha sabido ver esa necesidad de hacer visible el teatro joven, de sacar del armario a miles de chicos y chicas que en sus centros de enseñanza, en escuelas de teatro o en centros culturales ensayan, producen y crean, mientras disfrutan, se enamoran, conocen otras gentes, crecen. Coca-Cola, y es el último piropo, ha visto y hecho ver a muchos que el teatro y el arte hecho por jóvenes es la expresión perfecta de un ocio alternativo en el que el alcohol, las máquinas o el aburrimiento quedan al otro lado de sus fronteras.

Las artes en vivo han ido sorteando mejor que otros ámbitos los embates de una economía herida de gravedad. Coca-Cola nos ofrece el mejor cubata posible en estos tiempos y cuyo segundo ingrediente lleva varios miles de años de éxito: el teatro.

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DesAlmados cuatreros de IVA

En una encuesta para la que me pidieron opinión desde El Cultural de El Mundo sobre la subida del IVA de los productos culturales, y en particular del teatro, respondía que era un error estratégico. Decía que era mendrugos para hoy y hambruna para mañana. Decía que incrementar los impuestos al consumo cultural es una barbaridad, no solo porque quienes la aplican son unos liberales indocumentados, sino porque la cultura y el arte hacen país, aúnan sociedad, estimulan a los pueblos en dificultades e impulsan su crecimiento, y reducir sus presupuestos y encima exprimir sus recursos es propio de villanos de película y tendrá previsibles y funestas consecuencias. Considerar la cultura un gasto es pensamiento antigualla. ¡Es una inversión, tontainas! ¡Y muy rentable!

Si pudiera hacerme oír lo suficiente promovería la objeción de conciencia a esta subida ladronera, y el uno de septiembre seguiría facturando al viejo IVA. Y que persigan a cientos de miles de insumisos. Porque el IVA se aplica a productos que consumen lo mismo el rico que el pobre, a la cultura que a Loewe. Pero el pobre y la cultura tienen muy poquito ya de lo que desprenderse para aportar a la cosa pública, y algunos morirán por estas medidas; mientras que a los ricos y muy ricos, incluidos los ladrones de todo jaez que estos años han bandolerizado la economía y la banca y ahora se van de rositas a disfrutar del atraco, la subida del IVA no les va ni a rozar su quelonio y desalmado caparazón. En realidad, si no crecen los ingresos ni se desarrolla la economía, más IVA va a generar menos consumo, otro agujero inútil en el apretado cinturón de esta sufrida sociedad.

Como muchos otros, ofrezco mi hombro, mis hombros, en la dirección de hacer país. Pero para ello la condición sine qua non es que los ladrones y causantes de esta situación pidan perdón por sus acciones y las consecuencias las paguen en primer lugar ellos: banqueros, constructores, políticos corruptos y empresarios desaprensivos. Pero ni una sola medida de las muchas que el gobierno ha impuesto en estos meses se orienta a gravar a los canallas y a los de mucha “grasa”. Ninguna a incentivar la innovación, la creatividad empresarial, el emprendimiento, a favorecer nuevas fórmulas de crecimiento, o promover nuevos modelos empresariales, a esperanzar a la población… Ninguna medida que muestre la más mínima comprensión hacia el enorme papel económico de la cultura.

En definitiva, nuestros gobernantes hacen lo que han hecho los gobernantes toda la vida: exprimir a muchos que tienen poco y respetar a pocos que tienen mucho, sin preocuparse del mañana de todos. Atilas. Así que, encima, hemos de sufrir gobernantes sin imaginación. Ya lo cantaba Lola Flores: Ay, pena, penita, pena.

NOTA: El mucho trabajo ha impedido mantener la periodicidad de este blog en las dos últimas semanas. En ésta, en compensación, aparecerán tres. Vaya atracón.

 

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Visca Catalunya, con perdón

Los “vivas” tras los cuales hay el nombre de un país, nación o nacionalidad, suelen poner mis escasos pelos firmes cual escarpias. En el mejor de los casos me recuerda el papanatismo de “viva mi pueblo” (que no sabes si lo que de verdad quiere decir, es biba yo y avajo los demás), y en el peor, el terrible “viva la muerte” del legionario Millán-Astray de infausta memoria.

Ya, ya sé que el post anterior rezaba Viva España, pero supongo que a nadie se le ocultó que lo que quería gritar era un imperativo “Vivid, no os dejéis desanimar”, ante la agresión psicológica a la que está sometida la buena y humilde gente de este país para que se trague la crisis sin chistar.

Bueno. Pues hoy me dan ganas de gritar “Viva Cataluña, o Visca Catalunya”, y es que cuando uno coge carrerilla es difícil pararle.

Sergi Belbel, director del Teatre Nacional de Catalunya ha decidido programar la obra de cuatro autores catalanes jóvenes en la Sala Grande del TNC. Salivo de envidia por su valor y por la medida misma que, aunque tardía –es su última temporada- expresa la decisión de promover al primer plano a los dramaturgos locales. La cultura de un país, la cultura vinculada a una lengua, a unas tradiciones, a un pasado común que alimenta historias colectivas e Historia, debe ser respetada, conservada, delicadamente cuidada. Por eso siento hoy envidia por la decisión de Belbel, y pena por el castizo desprecio por lo castizo que anida en las mentes de tanto moderno sin pasado que bebe los vientos por cualquier novedad y desecha lo cercano, lo propio.

No hay forma de que los creadores crezcan y se hagan grandes –sean dramaturgos, realizadores, novelistas, poetas, fotógrafos o pintores…- sin el alimento que suponen estrenos, publicaciones, grabaciones, exposiciones…; sin el alimento que supone el juicio del público, al que sus creaciones van destinadas.

Pues eso, que sana envidia.

NOTA: Pena penita pena, por Juan Luis Galiardo, ese nadador irredento y atleta en su vejez; y por Gustavo Pérez Puig, que montó a Alfonso Sastre cuando hasta los suyos le negaban el pan y la sal. Fíjate, le gustaban Sastre, Buero, Jardiel y Mihura,  una tierna contradicción. Y es que, para algunas cosas, hay derechas valientes e izquierdas cobardicas.

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Viva España: cuestión de ánimo y de ánima

Ni hace cinco años nuestro país, su economía, la banca o la cultura eran la bomba (y los lugareños los reyes del mambo), ni ahora –mucho menos- es un país del que avergonzarse (y sus moradores unos mangurrinos).

Quienes tienen más de treinta años saben que España ha dado la vuelta tras decenios de ostracismo, falta de libertad y cutrerío producido por el régimen franquista. Con mucho esfuerzo -y con ayuda europea también, sí-, hoy es un país bien comunicado, presente en la política internacional y en la economía mundial, ejemplo para muchos países que quieren alcanzar la democracia en paz, con un buen sistema sanitario, un digno nivel de vida y un respetable, aunque bajo todavía, consumo cultural. El crecimiento acelerado produjo también miserias de varios tipos, entre ellas las provocadas por la codicia rapaz, por el triunfo rápido, por el ladrillo desdichado, por el político alicorto, por el banquero ladrón.

Pero los españoles hemos de estar orgullosos de serlo –no de nuestros defectos- y estar prestos a trabajar duro para salir de este charco que aunque la gente normal no ha provocado, ha contribuido por dejadez y contagio a que se produjera. Necesitamos aunar esfuerzos, ser conscientes de la relevancia de tantas y tantas cosas que nos dan valor diferencial: la historia, la lengua, numerosas empresas, el lugar en el mundo, la cultura y el arte, la capacidad de acoger turismo, un modo de vivir, por qué no… Y trabajar en lo que cada uno tenemos más cerca para hacerlo cada día mejor, con la máxima ambición de contribuir colectivamente a salir del marasmo. También ejerciendo solidaridad con los que, cerca, sufren, compartiendo el pan y la sal, que es momento de hacerlo. Con la decisión de que aprendamos de los errores pasados y pasemos cuentas a políticos, banqueros o empresarios desaprensivos y elijamos mejor cuando tengamos que hacerlo.

Todos, particularmente quienes trabajamos en el mundo de la cultura, que tanto contribuye a la especificidad de “ser” y “hacer” España, hemos de aportar ese valor contributivo. Todos debemos ser conscientes de que en los próximos años nos jugamos el orgullo sano, ese motorcito imprescindible para llevar los ojos al horizonte, no al suelo. No rendirnos, aunque cobremos menos, aunque perdamos el trabajo, aunque comamos peor, aunque las vacaciones sean de ventilador… Rendir el ánimo, el espíritu, es la garantía de alargar indefectiblemente el dolor y la recuperación. No tengo recetas; sugiero ánimo, ánima.

Ellos hablan de la “marca” España como si fueran vendedores de crecepelo. Nosotros, cada uno a su medida, hemos de hacerla. Simplemente.

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¿Cómo que no escriben los jóvenes?

Quienes han perdido ya algunos cabellos del alma, y andan más quejosos de lo que la vida precisa, suelen criticar el presente-presente comparándolo con el presente-pasado, el suyo, el nuestro. Bueno, es cierto que algunos que no han perdido nada de pelo son quejicas y “viejales” jóvenes; y otros calvorotas o de coleta gris, sonríen a lo que les toca vivir. Es decir, que no siempre el espíritu gruñón o feliz tiene que ver con la edad.

Bueno, que me despisto. Hace unos días escuché por enésima vez eso de que “ahora es que los jóvenes escriben mal porque ni leen ni escriben”. No me encendí porque, la verdad, cada vez procuro encenderme lo menos posible: me quita tiempo para ser feliz y en general para cosas importantes.

Pero no es verdad. La gente joven de la actual generación, escribe más, lee más, está más expuesta al arte y a la cultura que nunca en ninguna de las generaciones anteriores de la humanidad. No se escriben cartas, pero se escriben sms  y se cultivan las redes sociales con obsesión; no sé si se leen tantos libros sesudos, pero se lee mucha información sobre cine, música, y viajes; ¿y los museos?: nunca la pintura y las otras artes y esencialmente la fotografía y la narrativa audiovisual, habían estado tan presentes en sus vidas.

Lo que no hacen es leer, escuchar y admirar las artes y las obras artísticas que a algunos de nosotros nos gustaban. Seguramente ellos pierden algo con ello. En literatura, Julio Verne fue mi padre, Miguel Hernández mi hermano, Neruda y Baroja eran más de la familia que mis tíos y primos; con ellos y otros muchos imaginé mundos y volé sobre las más altas cimas. ¿Cómo no voy a desearle a otros las maravillas que yo viví de su mano?

Pero cada momento de la historia de la humanidad es diverso. Y hoy hay más gente que nunca que sabe leer, escribir, manejar ordenadores, y abstrusos sistemas de comunicación y conocimiento. Viéndoles disfrutar de otras cosas y de otras maneras he aprendido a hacerlo yo. Y espero -íntimamente, eso sí, sin alardear de ello- que cuando me vean leer a Vargas Llosa, Kipling, Cervantes, Tagore o Calvino, les genere el mismo interés.

El concepto mismo de cultura es el que en estos momentos está en discusión. El debate entre Vargas Llosa, Volpi y César Antonio Molina, o las reflexiones de Verdú y Baricco, muestran lo convulso del momento en cuanto a sus interpretaciones. ¿Cantidad contra calidad? Veremos. Y hablaremos de ello.

Para ser comprendidos, los tiempos exigen una cierta mirada que demanda empatía y no confrontación. No esperar lo que deseamos. Aceptar lo que nos viene dado. Al menos los primeros bocados: tal vez nos guste.

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Contra codicia, transparencia. Y abucheos.

Mi madre, riojana de pura cepa y de raigambre popular, llamaba “mamaduras” a aquello que los listos se llevaban “a mayores”, después de cobrarse lo que les correspondía en justicia. Algo así como seguir chupando del bote aunque no te toque hacerlo. Algo así como cuando el cachorro fuertote le quita su ración de leche al hermano débil.

Viene esto a cuento porque la transparencia total, cristalina, debe llegar a los cargos públicos, y en lo que nos corresponde, a los dependientes de Cultura. No basta que los procesos de selección sean abiertos, sometidos a decisiones tasadas y mediante contratos programa. Es imprescindible que la gestión diaria esté disponible libremente a los ojos de los ciudadanos. Es la mejor manera –probablemente la única- para que no se produzcan abusos. Por ejemplo, es público que todos los directores de los grandes centros dramáticos y teatros públicos han venido cobrando un salario nada desdeñable por su dedicación en principio exclusiva al cargo. Igualmente conocido es que los mismos directores han cobrado también por las direcciones de cada una de las obras cuya responsabilidad artística asumían, incluidas las obras producidas por empresas privadas fuera de su teatro. (No sé si, por ejemplo, en Follies, su director cobra como actor, además. Todo es posible.)

No sé si es legal cobrar por dirigir obras, o impartir conferencias o talleres mientras sigues cobrando la dedicación exclusiva. Desde luego no es ético. Desde luego no es solidario con la que está cayendo. Desde luego no es presentable. Esto no solo debe afectar a la Cultura, claro. Si alguien asume una responsabilidad de alto nivel, no debe compatibilizarla con consejos de administración remunerados (los casos de cajas, bancos y empresas públicas producen vergüenza por la indignidad acumulada), ni con tareas por las que cobra “a mayores”, si son propias del cargo y acometidas en tiempo de su dedicación a la tarea pública.

Si uno asume la dirección del Teatro Real, del Centro Dramático Nacional, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, el Prado, o el Teatro Español, no debe compatibilizarla con otras dedicaciones que le resten tiempo y por las que cobre añadidos, de la propia institución o de empresas privadas. No es digno, no es ético, no es solidario.

Para eso vale la transparencia, para escrutar. Pero la transparencia, para que sea útil, exige a quien observa, a quien analiza, una mirada cargada de ética, una mirada no complaciente con la corrupción ni con la codicia, que acechan siempre la acción pública en las democracias.

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Gánsteres guisados: una receta de Karlos Arguiñano

cocinando-gánsteres

La semana pasada Carlos Arguiñano dio una receta de dignidad en su programa de cocina. En realidad, si atendemos la grabación, uno deduce entre líneas que a quien habría que cocinar es a banqueros desaprensivos, para una vez troceados y guisados, servirlos a los tiburones.

Ya, ya sé que este blog decía en su inauguración hace un par de años que su objetivo era aportar reflexión a la cultura, pero ¿quién puede hoy hablar de cultura sin mentar los antepasados de cuantos ladrones de oficio han empujado a la economía española a pedir limosna a las puertas de la catedrales europeas? Como decía el cocinero vasco, quitar dinero de educación y sanidad –y de cultura- para entregarlo para la salvación de los banqueros que nos han llevado a esta situación es un insulto. No hay que salvar los bancos, ¿por qué? Hay que salvar a los ahorradores, a los trabajadores, a los empresarios que defienden sin especular sus empresas… Pero a quienes han inflado el valor del suelo para especular, a quienes han inflado el valor de las viviendas para hipotecarlas al alza y obtener beneficios sin medida, a quienes como Tíos Gilitos sin gracia ven el mundo a través del dólar, a esos ni agua.

Cada mañana despierto con nuevos lanzazos radiofónicos que parecen perseguir la rendición psicológica incondicional de la población. Cada mañana respiro hondo antes de poner el pie en la calle y defender elmuro y Asimétrica, los dos proyectos empresariales en los que estoy volcado, los dos proyectos culturales de los que hoy vivimos ocho personas y que dan trabajo a otras cuantas. No se me ocurre nada mejor que hacer que hacer mejor cada día mi trabajo sin dejar que los agoreros y los gánsteres –gracias, Arguiñano- nos dominen con su ley seca.

Mañana volveremos a hablar de cultura. Perdonen.

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