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Las compañías residentes y el aceite

El concepto de residencia de compañías o de compañías residentes de teatros es un terreno de juego en el que queda mucho, muchísimo por explorar, sobre todo en estos momentos en que la situación económica pide a gritos sinergias y acuerdos que multipliquen el efecto de la actividad de teatros y compañías. La residencia consiste en que los teatros públicos acogen y financian compañías profesionales para que creen y produzcan arte escénico e interactúen con el entorno social inmediato, llenando de contenido y de sentido, y también democratizando, la pléyade de teatros y centros culturales hoy dedicados a exhibición de bajo perfil o infrautilizados. Todo ello a cambio de participar en la programación y llevar a cabo acciones pedagógicas de beneficio social. Una fórmula democratizadora y participativa. A priori, no encuentro obstáculo ni principio alguno que impida que los teatros privados participen también de esta fórmula, ni lo encuentro para que algunos centros se abran incluso a compañías neo-profesionales.

En numerosos países –Francia, Inglaterra, Estados Unidos…- la residencia de compañías es una práctica habitual orientada a extraer el máximo beneficio social de la creación, favorecer los procesos de producción artística y a las empresas y compañías que los sustentan, mejorar y descentralizar la creatividad, y ofrecer a los públicos creaciones relevantes y otros valores educativos solicitados a las compañías residentes. En España no nos es desconocido el modelo, ahora se trata de extenderlo y desarrollar sus aspectos más provechosos. Una mancha de aceite.

Manuel F. Vieites ha empleado a menudo la expresión “un teatro, una compañía”, para señalar que las residencias de compañías no se limitan a grandes ayuntamientos ni grandes teatros, sino que el concepto puede y debe aplicarse en todo el territorio, a todos los teatros y centros que dispongan de espacio adecuado, y al máximo de tejido de compañías, asociaciones y empresas que creen establemente. Los programas de compañías residentes, en realidad, se orientan a fomentar, promover y consolidar un tejido productivo –el cultural- esencial para el desarrollo de un país pero que además genera una enorme riqueza, beneficios sociales y puestos de trabajo. Por eso, el diseño y desarrollo de los programas de residencia, deben ser compartidos no solo por las áreas de cultura y educación de las instituciones sino por los de industria y trabajo, en niveles ministeriales, autonómicos y municipales.

Ando como loco dando vueltas y escribiendo sobre este tema, así que probablemente vuelva sobre él. El futuro se nos echa encima.

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Los Max y el Señor de los ombligos

La fiesta de los Max fue estupenda por el marco (qué guapo es el Price para estas cosas: hay que repetir), por el guión y la dirección (intuyo que a dos manos por esa pareja artística compuesta por Antonio Muñoz de Mesa y Olga Margallo), y por la vibrante presentación de Petra Martínez. Bien. La organización de SGAE y Fundación Autor fue espléndida y hay que felicitar al equipo de producción por este éxito.

¿El reparto de premios?: por barrios. Habrá que encontrar solución al excesivo peso de los amigos y clanes en la elección porque impide la llegada de obras o candidatos relevantes que son desplazados por el aluvión de los que votan por alguien y por todo lo que ese alguien haya hecho. Con Animalario ya sabíamos de estas cosas, pero la táctica sigue, y eso no es nada bueno para los Max. Ni para el teatro. Respecto al asunto de la censura de algunos parlamentos, no he visto la retransmisión, pero por lo leído, más podríamos achacar en todo caso los resultados a impericia que a mala intención de TVE: nada se dijo allí que pusiera en riesgo la seguridad nacional. Incluso se dijeron cosas tontas que sí debieran haberse evitado a los sufridos espectadores de televisión.

Durante la Gala me surgieron varias reflexiones, dos de las cuales me gustaría compartir. La primera tiene que ver con el espíritu de queja minimoys del sector, con su chata y ombliguista mirada.  Ya dijo Petra (que se lo veía venir) que debíamos mirarnos menos el ombligo. Y eso que no dijo que los ombligos por televisión dan fatal, pero fatal, fatal. El caso es que no le hicieron caso, y el que no dedicaba el premio a una desmesurada retahíla de consanguíneos y amigos, se dedicaba a despotricar de la crisis o de los recortes. La tendencia a la endogamia, al espejito –“dime que soy la más guapa”- y al compadreo, impide que ofrezcamos a los espectadores, a los públicos, una imagen moderna, abierta, entusiasmada, feliz, positiva, brillante del teatro. Y así, el reino de los sueños queda jibarizado por el Señor de los ombligos. (Tomo la imagen de mi querido Juan Carlos Rubio)

La otra reflexión tiene que ver con la necesaria apertura de la organización de estos premios Max. Sin querer retomar hoy el debate sobre la Academia de las Artes  Escénicas, es imprescindible, mirando al futuro, la presencia en la organización de todos los sectores, desde la interpretación a la escenografía, de la producción a los técnicos. Que SGAE, cuya función primordial es la recaudación y reparto de los derechos de los autores,  asuma en solitario la representación de todos los “gremios” no es solamente un riesgo para ella, sino, sobre todo, una dificultad para conseguir la implicación de cuantos laboran en el teatro, y un obstáculo para la transparencia.

El tema es complejo, lleno de matices relacionados con los procesos de selección, votación y comunicación, pero pasada esta bien organizada edición tal vez convenga sentarse, abrir las puertas y definir un nuevo modelo de premios para el teatro que los haga más participativos más globales, más ambiciosos. El momento de cambio que vive SGAE parece facilitar que la propia sociedad de autores lidere generosamente la apertura.

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La calidad, un buen límite para la cantidad

Experincia del público

En el último post valoraba positivamente la existencia de hordas (buenas) de consumidores de artes, inexpertos pero hambrientos. Inexpertos en conocimientos profundos de la pintura, el teatro, la ópera, el cine o la literatura; hambrientos por decir que estuvieron allí, que sí, que él es quien aparece en la fotografía delante de las Meninas, que él también ha leído la última de Zafón, o de contar a los cuatro vientos que no se perdió la última Traviata.

Estoy leyendo el último libro de Vargas Llosa, tan admirado literato, autor de Travesuras de la niña mala y de otras muchas joyas. En él arremete contra estos tiempos en que las masas consumen y no degustan, y hacen ruido frente a la quietud que todo arte demanda. En el fondo, el libro -en mi opinión escaso de argumentos: léanlo, está dando que hablar sin mencionarlo incluso-, es una queja ante los efectos de la democratización del acceso al arte y la multiplicación del consumo de arte reproducible. Y sin embargo, si lo miramos con detenimiento, lo ocurrido en las últimas décadas no debe molestar a ningún experto y amante de la “alta cultura”. Hoy no hay menos personas que amen la cultura de elite, simplemente hay más gente que consume cultura superficialmente. Pero eso no es malo, al contrario. Me hace recordar aquella cerrada defensa que Antonio Banderas hizo de Santiago Segura y sus películas. Banderas decía que no se pueden hacer grandes películas y obras maestras sin industria, y que la industria se hace sobre películas que ven millones, no sobre las que ven solamente miles.

Sí, es cierto que en arte la cantidad debe tener el límite de la calidad. Que la experiencia del usuario en su contacto con el arte debe ser satisfactoria, estimulante, gratificante en sí, transformadora. Y eso requiere unas condiciones que las organizaciones culturales deben respetar y alentar. Ver obras de arte entre codazos, películas con ruidos, o teatro en asientos incómodos, por poner unos ejemplos, puede poner en riesgo e incluso destruir la experiencia, y expulsar al usuario a otros espacios de ocio más amables; o más lógicos.

La cantidad debe relacionarse con la calidad y con la segmentación de públicos. Y las organizaciones artísticas –museos, teatros, auditorios, galerías…- han de poner esos criterios en función de su misión, de su razón de ser, que es notablemente diferente en cada uno de los casos. Vamos, que la captación de recursos, la financiación, no debe impedir una atención adecuada y segmentada que proporcione una satisfacción adecuada e individual a cada uno de los espectadores y usuarios en cada uno de sus momentos de relación con el arte. Si no es así, probablemente las organizaciones sobrevivan, pero a costa de maltratar e incluso echar a sus usuarios. También a los mejores. Mal rollito.

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Surfeando por el museo del Louvre

La pasada semana estuve tres maravillosos y breves días en París. En el Louvre saludé a una conocida italiana, hermana de la que vive en El Prado; bueno, intenté saludarla, pero estaba tan guapa y había tantísima gente queriendo verla, incluso cámara en ristre, que por mi parte opté por fotografiar a la multitud. Esa era la que me pareció la imagen fetén: cientos de personas empujándose para malver a La Gioconda y retratarla. Cientos de personas que necesitaban contar y demostrar más tarde que estuvieron allí, en una expresión de apropiación democrática del “halo” de la obra de arte. Entendí perfectamente el porqué de su sonrisa. Entendí el nuevo concepto apropiador del arte en la época de su reproductibilidad del que hablaba Walter Benjamin, que elude y olvida el trabajo originario y pone en primer plano sus valores añadidos, a menudo bastardos o al menos externamente devenidos.

Recordé también que Alessandro Baricco en su libro Los bárbaros, ensayo sobre la mutación, nos adelanta pedagógicamente la dirección de la relación entre las masas y la cultura hacia el modelo del surfista que cabalga de una a otra ola por su mera superficie, sin ocuparse del fascinante universo subacuático. Mario Vargas Llosa aborda críticamente ese nuevo escenario en su recién nacido libro La civilización del espectáculo. Hablaremos de él. Interesante en este sentido, también, uno de los últimos post de Estrella de Diego, titulado ¿A alguien le importa de verdad la cultura?

Hoy, con mirada empática, pienso que es hermoso y bueno que el arte genere muchos entusiastas, al igual que es fantástico que muchos aprecien el buen vino, los buenos libros o las comidas mejores. Aunque todos esos entusiasmos no respondan a conocimientos profundos. El hecho de que una pasión se oriente al arte la hace más bella como gesto de humanidad, como manifestación de la trascendencia del ser humano.

Pero la pregunta es si los museos, los productores y exhibidores de arte, deben priorizar el encuentro artístico de calidad que busque lo sublime o el encuentro debe estar supeditado al crecimiento numérico de usuarios y a la máxima rentabilidad que pueda extraerse de ellos, cosa que pasa, probablemente, por colas, griteríos y empujones. Dependiendo de la opción prioritaria por la que se opte y de los límites que se marquen en esa relación, podrán introducirse derivadas que favorezcan que los espectadores –los públicos- sean más y más conscientes y disfrutadores en cada encuentro, y su alma se enriquezca más y más. O no.

La pregunta es si en el fondo esta situación –que por otro lado no es nada novedosa: expertos conocedores y degustadores por un lado y masas desconocedoras pero simpatizantes por otro- no es una nueva forma, aparentemente más democrática, de estratificación cultural, de expresión de poder de las élites que señalan qué debe ser consumido masivamente, y a qué ritmo.

Cosas de la vida, esta misma semana estuve en El Prado, en una visita privada que debo agradecer a una invitación de Coca-Cola y su Instituto de la felicidad. Otra experiencia de la que inevitablemente tengo que hablar en próximos días por su relación con este post.

Nos vemos. Ah, y disculpas por el inusual tamaño de este post.

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Ceder la Bastilla cultural a los ciudadanos

Llevo unas semanas conviviendo con el día a día del  Conde-Duque, un macro espacio cultural del ayuntamiento de Madrid. Teatro del Alma, de cuya producción ejecutiva nos encargamos en elmuro, exhibe allí una obra excelente, En La Otra Habitación, de Paloma Pedrero, finalista de los premios Valle Inclán que se fallan el próximo 23 de abril.

El Conde-Duque lo forman miles de metros cuadrados para salas de exposiciones, reuniones, ensayos, encuentro, biblioteca, auditorio, sala de teatro… todo ello –y mucho más- en perfecto estado de uso, si exceptuamos un reaccionario ataque de polillas que trae a mal traer al precioso suelo de madera. Lo malo es que el ayuntamiento carece de fondos para llenar de contenidos tanta pared, tanta sala, tanto aire. ¿Qué hacer con esos ejemplos –¡hay tantos!- de gigantescos espacios en cuya reforma y adecuación para fines culturales se han invertido tantos millones de euros?

En mi opinión hay que huir de soluciones que únicamente tengan que ver con el dinero, por eso cualquier propuesta estratégica de uso pasa por establecer innovadores modelos de gestión. Y abrir las puertas es una de las soluciones. ¿Cuántas organizaciones culturales profesionales estarían dispuestas a asumir la gestión, solas o en uniones temporales, e intentar convertirlos en polos de referencia creativa y de encuentro ciudadano?

Sigamos esta cadena de premisas para ver si la conclusión final es correcta: La creatividad escénica, musical, artística y audiovisual atraviesa un gran momento; los creadores necesitan confrontar con los públicos su arte; las organizaciones culturales –compañías, fundaciones, empresas…- tienen experiencia organizativa y de gestión; los espacios públicos carecen de dinero suficiente para ponerlos adecuadamente en valor…

Conclusión: hagamos un cóctel en el que los responsables políticos establezcan las reglas de funcionamiento, los objetivos estratégicos, de acuerdo con la política cultural para cuya ejecución han sido elegidos. Y luego definan fórmulas de cesión y de gestión transparente, en cuya aplicación concreta asuman responsabilidades las organizaciones culturales.

Ya, que vaya riesgo. Me parece que el riesgo del cambio es mucho menor que el de no acometerlo.

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Escrito desde la vorágine

Ando de un lado para otro empujando proyectos y realidades que necesitan nuevos impulsos. Entre los proyectos destaca emprendecultura, una propuesta formativa en marketing digital para emprendedores en la que nos hemos embarcado de la mano elmuro y ASIMETRICA para apoyar la imprescindible autogestión de las pequeñas organizaciones culturales. Entre las realidades, los Premios Buero de Teatro Joven impulsados por Coca-Cola, tan exigentes siempre por primavera y siempre con novedades; y el reestreno de En La Otra Habitación, de Paloma Pedrero, primero en Tribueñe y a partir del 27 de marzo, en el Teatro Conde Duque. No nos aburrimos, la verdad.

Pero no era de esto de lo que quería hablar, claro. Esto simplemente explica el que haya tardado en volver a colgar un post de mi ventana digital. Lo que  quería comentar es que ayer hubo un encuentro de gestores en Madrid organizado por AGETEC y coordinado por Jaume Colomer, sobre la cooperación público privada en artes escénicas en relación a la exhibición y a los públicos. Un encuentro necesario para ir avanzando en ese reto que es constituir el sector cultural en grupo de presión, con personalidad, fuerza y objetivos que plantear a los políticos. Tras la mesa en que participé, junto a Fátima Anllo, Lluis Bonet y Adriana Moscoso, el debate derivó hacia la necesidad de cambiar los grandes ejes de la gestión pública y la financiación de la cultura. One more time no pofavó. En mi opinión las tareas urgentes, impostergables, de las organizaciones culturales son cambiar lo que ellas mismas pueden cambiar, lo que gentes que trabajan en el sector tienen en sus propias manos cambiar. Y, desgraciadamente, para grandes transformaciones en las que precisemos acuerdos parlamentarios o de gobierno, carecemos hoy de fuerza e incluso de programas.

¿Qué es entonces lo que debemos abordar? A mí me parece que lo más perentorio es mejorar y privilegiar las relaciones con los públicos de la cultura. Son ellos, en estos momentos de retroceso de la financiación pública, los que pueden dar soporte a la producción y a la exhibición artísticas. Mejorar la relación quiere decir, escuchar sus opiniones y necesidades, quiere decir conocerlos, incluso individualmente, apoyándonos para ello incluso en la tecnología que el marketing pone en nuestras manos, ticketing y CRM incluidos. Solamente conociendo a nuestros públicos podemos ofrecerles aquello que buscan y hacer de su encuentro con el arte una experiencia emocional, un viaje de calidad que debe aspirar a lo inolvidable.

Los gestores tienen, tenemos, mucho que aprender para avanzar en esta senda del conocimiento de nuestros usuarios; pero debemos hacerlo desde la humildad de aceptar que estamos a su servicio y no al revés.

En realidad, y como suele decir Roger Tomlinson, en esta cuestión tan solo se trata de responder acertadamente a una pregunta: ¿Cómo quieres que sea la relación con tus públicos, anónima o personal?

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¡Abre la muralla! Mujeres y arte; teatro y género

La creación artística hecha por mujeres, aún siendo tan relevante, está sometida hoy –y probablemente todavía por largo tiempo- al modelo masculino de creación. En consecuencia, dispondrá de menor presencia y reconocimiento sociales. El modelo masculino se relaciona con el poder, con el tipo de temas y conflictos que aborda (casi siempre “públicos”, “intelectuales” o “importantes”), con lo que hay que hacer para ser acogido en los cenáculos donde se toman las decisiones. Lejos, en fin, del modelo diferencial de las mujeres, que busca dimensiones, temas y conflictos más humanos, a veces íntimos, siempre con las personas en primer plano.

Nadie piensa, o al menos defiende, que el arte tenga género, es decir que por el hecho de ser hombre o mujer se sea mejor o peor artista. Nadie lo dice pero, como decía mi madre: nadie ha robado el burro pero el burro no aparece. O, por decirlo de otro modo, las mujeres siguen representando una exigua minoría en el arte. Y es que la toma de decisiones y la capacidad de influencia sigue mayoritariamente en manos de hombres: críticos, estudiosos, académicos, productores, conservadores, directores…

Lo verdaderamente importante y negativo de esta situación es que la mirada artística de la mitad de la población no está bien representada en los circuitos, en los museos y galerías, en los teatros… Nos es hurtada al resto. Las mujeres, la sal de la tierra (¿recuerdan esa impresionante película?), pueden regalarnos menos su forma de ver y entender el mundo; y con ello también se aminora su capacidad de transformar la realidad.

Lejos de las recientes polémicas sobre el lenguaje sexista –porque lo importante es lo que ocurre en el interior de los hablantes, en sus domicilios, en sus lechos, en los cuartos de planchar…- un día como el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, sigue teniendo sentido para el arte. En este mes de marzo, que tantas y tantas actividades se programarán en torno a este tema, Teatro del Alma también participa. La compañía de Paloma Pedrero, de cuya producción nos encargamos en elmuro, trae a Madrid –a Tribueñe y al Conde Duque- el reestreno y la temporada de En La Otra Habitación, pura esencia de mirada femenina, esa parte tan inhabitual en los escenarios.

Reivindicar la mirada de las mujeres sobre la vida es reivindicar la diferencia, no la igualdad. Los seres humanos debemos ser iguales en derechos. En el arte es la diferencia, la originalidad, la verdadera aportación.  Y en esto no puede haber neutralidad ni simpatías de género. Aristocracia en el arte, pero aristocracia abierta de par en par a las mujeres creadoras.

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El crowdfunding, ¿bálsamo de Fierabrás?

Después de una de las múltiples palizas recibidas en sus andanzas, Don Quijote menciona a Sancho este bálsamo curatodo. El equivalente en Asterix sería la afamada poción de la marmita. Siempre a la búsqueda del Santo Grial. Como para muchos el principal mal de la cultura hoy es la escasez de dineros, se está publicitando masivamente el micro-patrocinio, el crowdfunding, como solución de Fierabrás. Numerosas webs han nacido en los últimos meses como plataformas de búsqueda de micromecenazgo para pequeños proyectos (goteo, verkani, lanzanos, latahona, fandyu, kreandu…); docenas de mails recibidos me recuerdan en las últimas semanas que muchos proyectos –galerías, teatros, producciones…- quieren beber del maná, del Grial de la eterna juventud que es el dinero privado.

En el ágora digital se confunden creadores salientes del cascarón, con productoras solventes o teatros alternativos. Todos cuentan de sí, todos piden y todos ofrecen más o menos lo mismo. Hombre, no  digo yo que lo de salir a la calle hucha en mano es lo mismo, pero tal y como se está llevando a cabo amenaza con llegar a ser algo no muy diferente.

El crowdfunding es una herramienta magnífica para pequeños proyectos, pero que no consiste simplemente en pedir colaboración económica a conocidos y desconocidos; muy al contrario; su práctica ha de regirse en sus principios de funcionamiento por estrategias de captación de recursos, de comunicación y de marketing. Si no es así es hucha, mesa petitoria. La práctica del crowdfunding ha de estar al servicio de unos determinados objetivos de marketing, hacerse con veracidad y gestionarse con transparencia los fondos obtenidos, rindiendo cuentas a los compañeros de viaje logrados, buscando la diferenciación y la especificidad en relación a otros proyectos similares, dirigiéndose a un público segmentado estudiado, y definido para que los mensajes los reciban los destinatarios adecuados. Y lo más importante: debe generar en quienes colaboran la sensación colectiva de que realmente están contribuyendo a poner en pie un proyecto creativo original. Si no se siguen estas elementales y razonables normas, dentro de muy poco tiempo habremos recibido tantas solicitudes que responderemos igual ante ellas que ante la última oferta de Orange. Y es que copiar los originales, hacer buen benchmarking no es nada fácil.

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Razones para creer

Los malos tiempos sacan lo peor, cierto: desánimo, competencia mala, zancadilleo, supervivencia estrecha y amiga del codazo; incluso violencia. Pero también sacan lo mejor del ser humano, y de sus organizaciones. Me lo ha recordado la campaña cocacolera razones para creer, en la que la marca de gaseosas pone ejemplos de cómo seres humanos dan lo mejor que tienen para ayudar a otros. Una campaña que pretende dar aliento a las neuronas del alma, cansadas de oscuridad, crítica, tristeza, túneles sin salida; cansadas de mensajes cansinos que dan ganas de pasárselos al “tíolaescoba” (¡Viva José Mota!).

Bien, pues en cultura también tenemos buenos ejemplos para creer en que podemos desbrozar el camino: Ayer leía la noticia del acuerdo en el Liceu, por el que a cambio de la renuncia de los trabajadores a una paga extra la dirección levanta el ERE temporal y mantiene al tiempo la programación íntegra, amenazada antes con ser jibarizada dos meses. Son momentos de acuerdos entre empresas y trabajadores para sacar adelante los proyectos artísticos. Acuerdos coyunturales, en que el esfuerzo de las partes sea equilibrado, complementario, ejercicio saludable.  Solamente desde esa perspectiva coyuntural pueden ser reducidos los derechos y los logros.

El otro ejemplo con el que quería ilustrar que los malos tiempos también pueden generar buenos espíritus es el Taller de teatro de Caídos del Cielo, que en medio de la vorágine se empeña en ofrecer a las personas en riesgo de exclusión social (perdonen tan políticamente correcta expresión) un espacio de libertad creativa, de solidaridad, de crecimiento. Lo llevan Paloma Pedrero y el actor Carlos Olalla, y colaboran también algunos de los actores que hace años estrenaron en el Festival de Otoño esa obra que hoy da título al taller.

Desde Asimétrica y elmuro preparamos también otra forma de sinergia solidaria dirigida a iniciar a los emprendedores culturales en herramientas para la autogestión de sus empresas y proyectos. Pero eso lo cuento detenidamente dentro de unos días.

Ah, lo de Follies en el teatro Español dirigida por Mario Gas. Está francamente bien dirigida y excelentemente interpretada por un gran colectivo de actores y músicos. El rato es estupendo y, sin deslumbrarme, gocé del juego. (Lo poco que chirría es el alto presupuesto empleado en estos tiempos). Recomendarla es no fallar.

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Alicia, Luz de gas y El Mago de Oz

Jopé qué ganas tengo de que la realidad que me asalte cada mañana sea guapa y campanillera, lejos de  Luz de gas, cerca de El Mago de Oz. Pero no, se imponen tan a menudo oscuridades y desasosiegos, que tengo el alma controvertida en estos tiempos de cinturones pequeños y cada vez más apretados. Y el desasosiego más profundo se produce cuando las noticias grises vienen de lo inesperado, del lugar imprevisto. ¿Imprevisto? Sí, al menos yo no esperaba que Alicia Moreno alargara los contratos artísticos de Mario Gas y de otros responsables culturales de Madrid, unos días antes de que un nuevo Consejero de Cultura la sustituyera en el cargo.

Alicia, ¿por qué renovaste el contrato de Mario, Delia, Mora y demás a escasísimos días de que te fueses del Ayuntamiento de Madrid?  ¿Por qué, si habían sido designados uniendo su futuro a quien les designó, quien les designó firma para que le sobrevivan? ¿Por qué una vez más el poder discrecional, en vez del contrato programa? ¿Por qué resulta tan parecido ese funcionamiento al del anterior consistorio y al viejo estilo del teatro Español? ¿Por qué seguimos sin saber de contratos, de números, de presupuestos en el más puro y viejo ocultismo? ¿Por qué cuando conocemos algunos –los salarios y los cobros añadidos por direcciones artísticas- el alma sensible se irrita en estos tiempos? ¿Por qué la Cultura, que debe dar luz, esconde su gestión pública en la bruma del poder? ¿Por qué lo simplemente razonable es tan escaso y difícil de encontrar?

Mario, dices en la portada de El Cultural que “Los ciclos políticos no deben coincidir con los artísticos”, cuán de acuerdo estamos. Pero, ¿por qué no hacerlo por vía democrática y en abierta y leal competencia con otros que podrían aspirar a la responsabilidad, en vez de ampararse en el poder discrecional de quien se va en unos días? ¿Es tan peligroso para la democracia que en Cultura los responsables no sean designados sino elegidos mediante concurso? La percepción inevitable, una vez más, es que Súper Glue está perdiendo una gran oportunidad al no patrocinar los cargos. Un exitazo.

La sombra de la amistad como argumento feo debe ser desterrada de la acción política, de la acción cultural, y sustituida por la aristocracia de los mejores, pero los mejores no designados, sino elegidos por sistemas democráticos y rindiendo cuentas ante la sociedad a la que se deben. Y si no, no haber venido.

Notas:

1. La admiración artística nada tiene que ver con la crítica a la gestión. He comprado entradas para este domingo ver Follies en el Español, me han hablado maravillas. Veremos. La experiencia me cuenta que la buena gestión y el buen arte no se suelen aparear bien.

2. He pasado el post a tres amigos antes de publicarlo. Me han insinuado la posibilidad de tener problemas por decir estas cosas. La sospecha de que, en democracia, opinar pueda ser en sí un problema, ha bastado para disipar cualquier duda. Adelante con la libertad, tesoro divino.

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