El concepto de residencia de compañías o de compañías residentes de teatros es un terreno de juego en el que queda mucho, muchísimo por explorar, sobre todo en estos momentos en que la situación económica pide a gritos sinergias y acuerdos que multipliquen el efecto de la actividad de teatros y compañías. La residencia consiste en que los teatros públicos acogen y financian compañías profesionales para que creen y produzcan arte escénico e interactúen con el entorno social inmediato, llenando de contenido y de sentido, y también democratizando, la pléyade de teatros y centros culturales hoy dedicados a exhibición de bajo perfil o infrautilizados. Todo ello a cambio de participar en la programación y llevar a cabo acciones pedagógicas de beneficio social. Una fórmula democratizadora y participativa. A priori, no encuentro obstáculo ni principio alguno que impida que los teatros privados participen también de esta fórmula, ni lo encuentro para que algunos centros se abran incluso a compañías neo-profesionales.
En numerosos países –Francia, Inglaterra, Estados Unidos…- la residencia de compañías es una práctica habitual orientada a extraer el máximo beneficio social de la creación, favorecer los procesos de producción artística y a las empresas y compañías que los sustentan, mejorar y descentralizar la creatividad, y ofrecer a los públicos creaciones relevantes y otros valores educativos solicitados a las compañías residentes. En España no nos es desconocido el modelo, ahora se trata de extenderlo y desarrollar sus aspectos más provechosos. Una mancha de aceite.
Manuel F. Vieites ha empleado a menudo la expresión “un teatro, una compañía”, para señalar que las residencias de compañías no se limitan a grandes ayuntamientos ni grandes teatros, sino que el concepto puede y debe aplicarse en todo el territorio, a todos los teatros y centros que dispongan de espacio adecuado, y al máximo de tejido de compañías, asociaciones y empresas que creen establemente. Los programas de compañías residentes, en realidad, se orientan a fomentar, promover y consolidar un tejido productivo –el cultural- esencial para el desarrollo de un país pero que además genera una enorme riqueza, beneficios sociales y puestos de trabajo. Por eso, el diseño y desarrollo de los programas de residencia, deben ser compartidos no solo por las áreas de cultura y educación de las instituciones sino por los de industria y trabajo, en niveles ministeriales, autonómicos y municipales.
Ando como loco dando vueltas y escribiendo sobre este tema, así que probablemente vuelva sobre él. El futuro se nos echa encima.
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