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Vergüenza. Pasión. ¿Minucias? No, razones para seguir

Vergüenza. Ayer, mientras merendaba, mi hija miraba absorta una de esas series de falso realismo sobre comunidades de vecinos de las que cualquier ser humano huiría. Uno de los personajes, femeninos para más recochineo, hablaba de que su acompañante la usaba para “fardar de chochete”. Mi hija no parpadeó ante la bomba de inmundicia recibida en plena línea de flotación de la sensibilidad, lo que me hizo pensar que todavía las siembran más rastreras. Candela ha visto teatro del bueno, el de su madre, Paloma Pedrero, y el de otros grandes dramaturgos. Obras de todos los géneros y para todas las edades que ella degusta con sabiduría y con capacidad crítica. Supongo, espero y deseo que en el futuro lo visto se descubra como vacuna. No lo sé.

Pasión. Es difícil no dejarse llevar por ella en el análisis cuando teatros se cierran, programaciones se recortan bárbaramente y presupuestos culturales se liquidan. Cuando tan cerca estamos de la nada y se corta el hilo breve que nos suelda a ella. A uno, convencido creyente en las bondades del arte para el alma humana, no deja de sorprenderle que haya dinero y más dinero para teleseries de las que manchan el corazón y la mirada, y falten unos cuartos para el teatro, la lírica, la danza, los museos que lo precisan. Estas expresiones entran de lleno en la tarea de promover la cultura asignada por la Constitución a los poderes públicos; dudo que  acoja en su seno en igual medida series de las de “chochetes”.

Minucias. ¿Minucias? Los trabajadores del Liceu ofrecen una de sus pagas para evitar el ERE y que se mantenga su programación; La Guindalera, ese bello espacio de teatro bueno, pierde todo oxígeno público y acude al micromecenazgo (contad conmigo) para subsistir; cientos de actores están bajo mínimos y cobrando mindundias para que sus proyectos nazcan y vuelen. Ellos, y otros muchos -como reza la campaña de Coca-Cola– son de los que aportan razones para creer. Y es que la historia la escriben los que la cambian de a poquitos.

Mientras, los poderosos llenan su boca de grandes y apabullantes cifras, y los banqueros, compañías eléctricas, telefónicas y grandes empresas varían su forma de contar para no despertar la ira de las gentes: ahora dicen, “Vodafone ganó un 7% menos que el año pasado”; “el Santander obtuvo un 35% menos de beneficios que en el anterior ejercicio”… Ocultan con ese sinpudor propio de quienes pisan fuerte que no es lo mismo ganar menos que perder más. Y esto último es lo que les está pasando a los humildes de este país, lo que les ocurre a quienes no pueden acudir a las sanidad o la educación privada, a los que dependen de sus manos y las de sus familiares para sobrevivir. Simplemente pierden más; no dejan de perder.

Desde la Cultura, desde el arte, demos pequeñas lecciones de generosidad colectiva, de supervivencia. Amorosa. Como los del Liceu, como los actores, como los que ante la ausencia de ayudas del poder nos piden complicidad para hacer viable el arte. Apoyémonos y empujemos. Aportemos razones para seguir.

 

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¿Bailamos, ministro?

He de reconocer que me gusta más el ministro José Ignacio Wert que su antecesora, Ángeles Sinde. Obviamente no tiene que ver con el aspecto, ni tampoco con ideologías o simpatías en torno cosmovisiones. Leo sus respuestas a la interesante entrevista publicada en El Mundo, y concluyo que puedo estar en desacuerdo en muchas cosas, pero que sin duda hay conceptos, proyectos, ideas en torno a la Cultura. Ideas, qué bien. Me gusta.

En la gestión pública, como en la privada, el criterio regidor esencial es el que surge de lo razonable, de la lógica, de la sensatez. Por ejemplo, Wert se hace dos preguntas que nos hemos hecho muchos respecto a la creación en que intervienen amplios colectivos (no en la creación individual), de las que el cine y el teatro son exponentes obvios. El ministro se pregunta sobre el cine: “¿De verdad pensamos que podemos llevar a las salas más de 100 películas al año (se refiere a españolas)? ¿De verdad pensamos que podemos permitirnos un sistema de ayudas que viva al margen de la posibilidad de recaudación? Definitivamente, como sucedió en 2010, las ayudas no pueden superar a toda la recaudación en taquilla.”

Ningún modelo de promoción cultural debe poner obstáculos a la creación, individual o colectiva. Pero de ahí a apoyar indiscriminadamente proyectos creativos y al margen de los resultados y del veredicto de la sociedad hay un abismo que los responsables políticos no deben pasar. Porque el arte es arte cuando algún sector social lo considera como tal. El valor cultural de las expresiones artísticas colectivas no nace del hecho de ser producidas, sino de que su encuentro con el público se produzca.

Habrá que esperar a las propuestas concretas del equipo ministerial en torno a los sistemas de ayudas en el cine y en las artes escénicas. Cada cual ha de asumir sus responsabilidades. A los creadores les toca asumir que son los públicos quienes deciden; a los políticos, recordar que promover el arte significa dejar un espacio defendido y cálido para los nuevos creadores, para las expresiones artísticas mas comprometidas, frágiles o innovadoras. Los sistemas de ayudas, la nueva ley de mecenazgo, el imprescindible debate sobre la responsabilidad social y la transparencia en la gestión pública…, son temas urgentes, para no pisar líneas rojas en Cultura. Ya.

No debemos temer al mercado. Pero no debemos dejar todo al mercado.

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Cervantes, ¿para qué?

La realidad grita muchos temas a este blog: los recortes en el teatro de Cataluña, o las exitosas cifras de los espectáculos en vivo de esa misma comunidad, el ruido de La Gioconda revisitada, la muerte de la espléndida poeta Wislawa Szymborska, presente en el Kit de supervivencia elmuro para este año. No los escucho –a duras penas- y hago, además, un alto en el camino del patrocinio. Ya volveremos. Y me quedo con el Instituto Cervantes como tema elegido. Y sus atribuciones y disputas, claro.

El nuevo ministro de Exteriores reafirma su potestad sobre esa institución, puesta en duda días antes por el de la cosa cultural, José Ignacio Wert. En realidad la cuestión central no es la disciplina administrativa de la que depende: eso tan solo afecta al reparto del poder que tan afilados pone los dientes a algunos políticos. Lo realmente relevante es para qué va a emplear España esa magnífica herramienta con la que cuenta para multiplicar su presencia e influencia en el mundo.

El Cervantes es, hasta el momento, una red de centros operativos situados en países de habla no española, dedicados a potenciar y enseñar la lengua española y la cultura en español. Nada más y nada menos, sin duda, pero sus objetivos podrían ser mucho más ambiciosos estratégicamente. Porque para ello estamos en mejor posición que Alemania con su Instituto Goethe o Francia con su Alianza Francesa, que sin embargo disponen de presupuestos mucho mayores. Pero para ello debería definirse el papel de España en el mundo, definir nuestro perfil diferencial y apolíneo, tomar posición sobre cómo queremos que nos vean y qué podemos ofrecer a quienes nos miran. España es la lengua, la cultura, la historia y el arte, curiosas tradiciones por las que somos conocidos, turismo, gastronomía y un modo de vida envidiado en occidente; es sol, acceso libre a las playas, diversión; es Almodóvar, Plácido Domingo y Rafa Nadal; es el Madrid, el Barça y el jamón ibérico; es Tenerife y Miró, Sevilla y Salamanca, Picasso y los toros… Hasta el logotipo expresa hoy la cortedad de miras con que ha sido tratada esta institución: una eñe nos resume, para que vean ustedes.

¿A dónde quieres ir a parar, Robert? A que esos son los atributos que hemos de poner en valor en nuestra relación con el mundo; en los que debemos buscar la excelencia y la máxima satisfacción de quienes nos visiten; valores que nos configuran como un país en que la cultura –entendida esta vez muy ampliamente- es el signo diferencial; valores con unas extraordinarias implicaciones económicas en las que las empresas han de estar presentes. Voy a que el Cervantes tiene en ese plano máximas responsabilidades. El nombramiento del indiscutible Víctor García de la Concha, no parece ir en ese sentido, la verdad.

De la innombrable saldremos tarde o temprano, con más o menos heridas, pero saldremos mejor y durante más tiempo si hacemos de la cultura tal y como la he expresado, nuestra fuerza estratégica, lo que ofrecemos al universo mundo.

Menos disputas por el poder y abramos el horizonte del Cervantes para hacer de él una herramienta económica al servicio de un proyecto de país líder en el mundo en aquello que puede serlo.

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Patrocinio y fiscalidad, una pareja que da juego

La parte más debatida de las leyes de patrocinio suele ser los incentivos fiscales que promueven que empresas y particulares contribuyan a la financiación de la cultura.

En mi opinión los porcentajes de desgravación son relevantes, pero no tanto como se suele señalar. No olvidemos que la contribución de las empresas al patrocinio, reduce los impuestos de esas empresas, y por lo tanto la suma de ingresos globales que el Estado maneja. Por eso los incentivos fiscales deben estar al servicio de una política cultural global, como decíamos en el anterior post.

Ello quiere decir, que conviene ir a máximos en los incentivos para generalizar en las empresas la aportación de fondos privados a Cultura. Motivan mucho más y hacen que empresas poco sensibles a la Cultura, se planteen apoyarla. Los incentivos máximos juegan, en fin, un papel divulgador del papel de la empresa como financiador cultural.  Pero formar parte de una política cultural quiere decir también que  el modelo de incentivos que se apruebe, debe garantizar que ámbitos culturales y artísticos poco mediáticos, o minoritarios, reciban también el apoyo económico del mundo empresarial. Así que, dentro del escalado de incentivos, demos máximos beneficios fiscales para los patrocinios a proyectos de vanguardia  o innovadores, o a expresiones de difícil subsistencia. Porque la cultura sin diversidad no es cultura. Y las expresiones más mediáticas van a tener apoyos más fácilmente.

En esta misma dirección, otra fórmula de gran interés –a estudiar para incluirla en la futura Ley- es que una parte de la financiación privada sea, por ley, destinada a un fondo conjunto gestionado por el Estado o las instituciones públicas. Ello garantizaría que actividades que precisan ayuda para subsistir, gozaran también de los beneficios de una buena ley de patrocinio, dentro de una política cultural que los ciudadanos han elegido.

 Y una última cosa relacionada con los incentivos fiscales. Los ciudadanos, individualmente, también deberían poder  patrocinar la cultura y el arte y así debería recogerlo la nueva Ley. A través de pequeñas donaciones desgravables, sí. O, lo que es más revolucionario, a través de la desgravación por consumo. Así, el consumidor de arte, ese que llena teatros, compra libros, cine y música y asiste a exposiciones, vería recompensada y potenciada su fidelidad, su apoyo al arte.

En definitiva, necesitamos una Ley de Patrocinio, orientada a la sociedad, a los públicos, incluso más que a las empresas.

Y pronto el cuarto post dedicado al patrocinio –por el momento-. Pero antes, un paréntesis.

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¿Para qué una ley de Patrocinio? 2

La respuesta a esa pregunta, aparentemente chusca, tiene que ver con el modelo cultural que deseamos para España. La Constitución fija para las instituciones la tarea de promover la cultura como un servicio a los ciudadanos. Una tarea de enorme envergadura que no pueden ceder a terceros y a la que por lo tanto han de destinar establemente fondos suficientes en los Presupuestos Generales del estado y de cada una de sus instituciones.

Por otro lado, además de ser titulares de la propiedad de los espacios culturales públicos, las instituciones son responsables de fijar las líneas estratégicas de hacia dónde va la cultura; también las líneas maestras de la financiación de las artes. En este nuevo modelo mixto de financiación, alma de la nueva ley de patrocinio, las instituciones privadas, empresas, asociaciones y ciudadanos tienen la tarea de colaborar con el estado y contribuir a la financiación de la Culturapara el conjunto de la sociedad. En ese magma privado hay diversos y a veces confrontados intereses. Todos ellos deben estar representados y de algún modo salvaguardados. Porque la aportación de dinero desde las empresas ha de tener obviamente una gratificación, que debe estar establecida y delimitada por la ley. Y respetada por los medios de comunicación, que deben diferenciar el patrocinio de la publicidad, sin ocultar el primero para forzar la segunda.

Pero las aportaciones privadas a la cultura se inscriben en un modelo en el que las decisiones estratégicas sobre cultura las toma el Estado a través de gobiernos elegidos. Y es el Estado el que debe fijar periódicamente las líneas a apoyar preferentemente, mediante incentivos fiscales específicos a las líneas marcadas.

En definitiva, el patrocinio no debe servir a las instituciones para abandonar su responsabilidad política y económica en la cultura. Muy al contrario, es una nueva herramienta para incorporar a las políticas culturales. Porque ninguna ley de Patrocinio debe olvidar que su fin último es poner el arte al servicio de los ciudadanos y con ello hacer ciudadanía.

El viernes seguimos con el tema de los incentivos fiscales.

 

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Ley de Patrocinio: construir la casa por el alma . 1

Una buena noticia que nos proporciona el nuevo triministro tambiéndeCultura es su decisión de impulsar prioritariamente una nueva ley de Patrocinio y mecenazgo. Una ley larguísimamente reclamada por el sector cultural español, sin que, todo hay que decirlo, el sector sepa muy bien lo que reclama tras esa ley.

En realidad, regular el patrocinio y el mecenazgo es imprescindible y urgente, pero en estos tiempos de tanta urgencia y penuria, tanto el PP como el sector cultural no deben tomar decisiones simplemente acuciados por la innombrablerecortapresupuestos. Porque eso no es nada, pero que nada bueno.

La casa, en este caso la ley, hay que empezarla con cabeza, por la cabeza, por la filosofía que debe alentarla, definiendo el modelo que debe enmarcarla. Solamente de ese modo será duradera y dará satisfacción a medio y largo plazo a las necesidades del sector cultural, de los creadores, de los ciudadanos y de las empresas.

Porque sería un grosero error que la ley sirviera exclusivamente a objetivos económicos, y para hacer más fácil a las instituciones públicas el abandono de sus responsabilidades en materia cultural. Favorecer la financiación privada de la cultura debe estar presente y es extraordinariamente importante, pero ha de estar al servicio de una idea de fondo: la necesaria irrupción de los ciudadanos en la acción cultural, devolver el protagonismo de la creación y el desarrollo cultural y artístico a la sociedad civil.

Por decirlo de otro modo, el alma de la ley debe estar impregnada de un nuevo modelo cultural, de un renovado concepto de cultura, hasta hoy en manos de profesionales, a menudo elegidos por los políticos entre sus gentes de confianza. El nuevo modelo cultural ha de articular sabiamente la relación entre lo público y lo privado, olvidando el viejo arquetipo del estado que tutela y decide, y abriendo las puertas de la gestión a la sociedad civil de la que forman parte el tejido empresarial, el asociativo y los ciudadanos. Esta ha de ser la primera regla.

Seguiremos.

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Gijón: pasión por la escoba

La destitución del director del Festival de Cine de Gijón es el tema del día. Nada ocurriría –una consecuencia más del sistema democrático, que permite a los gobiernos elegidos nombramientos a su gusto- si no hubiera habido antecedentes como el del Niemeyer, la desaparición del Concurso Internacional de Zarzuela o las negras perspectivas de la Semana Negra, ambas también en Gijón.  Todo ello producido tras el acceso al poder local de Álvarez Cascos.

Las formas en democracia, son a veces tan relevantes como el fondo. Que para nuestros políticos la Cultura es ya un adorno, ya un saco de problemas, es un hecho, sea cual sea el color del partido gobernante. Que, además, se considera un terreno en el que colocar a gentes de confianza y lealtad y a las que haya que agradecer algún servicio, es más que sabido. Ambas cosas son deleznables y muestran unos gobernantes por lo general incultos e irresponsables en Cultura, inconscientes de las estratégicas bondades y beneficios que produce al país y a sus ciudadanos. Inmunes a la sensibilidad.

Pero que en apenas seis meses hayan tirado por tierra los principales estandartes de la cultura en Asturias, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, es alarmante, amenazante. Más, si en las formas ha predominado la mala educación, el aviso del despido minutos antes, el aquí mando yo. Suena inevitablemente a venganza, a “tabula rasa”, a borrar cuanto se haya construido antes y por otras manos. Suena a escobas. Chirría, más que suena. Mal, muy mal señor Cascos.

Es necesario poner al abrigo la gestión de la cultura de las veleidades e incongruencias políticas de gobernantes coyunturales, y para ello se impone eliminar las designaciones políticas e implantar acuerdos profesionales, “contratos programa”, para que puedan ser elegidos los mejores proyectos y que los responsables de ponerlos en práctica hagan su trabajo con sosiego. Sin miedo.

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Líneas rojas. 1

Me gusta la carga semántica de la expresión “líneas rojas”, como frontera de lo que no se debe en ningún caso hacer. Ya, ya, yo también hubiera preferido empezar el año hablando de otras cosas, por que lo de líneas rojas, da como mal rollito. Pero manda este nuevo año que viene mal encarado.

Bien, estamos en tiempos en que alguna línea roja hay que poner, porque si no es así se corre el riesgo de que en estos tiempos de reajuste –en realidad de abaratamiento de costes- pueda suprimirse cualquier mejora que la sociedad ha logrado en estas tres últimas décadas. Me sorprende, por ejemplo, que no existan líneas rojas en sanidad, educación o investigación, y que, por lo tanto, se estén reduciendo drásticamente los presupuestos destinados a la salud, a la formación y a la investigación/innovación, vía reducción, vía privatización, vía despidos. La perspicacia estratégica de nuestros dirigentes es tan tan escasa, que no se dan cuenta -o prefieren no hacerlo- de que des-invertir en algunos aspectos que tienen que ver con la cohesión social, la formación de las futuras generaciones de españoles, o la innovación estratégica y por tanto la competitividad, es el suicidio político y muestra de ceguera absoluta.

Menos rotondas innecesarias, por favor, menos aeropuertos de usar y cerrar, menos altos cargos, menos autovías y autopistas de peaje superfluas, menos tanques… Si me apuran mucho aceptaría hasta una reforma laboral -coyuntural- con contratos de bajo perfil siempre que ello acarreara sacar a la superficie ese 25% de economía sumergida que lastra a nuestro país. Seguramente en unos años buenos que vengan podremos reducir el retraso en esas partidas. Pero el retraso producido en sanidad, educación, cultura  y en investigación, tardará décadas en poder recuperarse. Líneas rojas, pues, en esas áreas.

El próximo post irá sobre cuáles son –en mi opinión- las líneas rojas en cultura.

Hasta entonces.

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Las cosas ocurren porque alguien las hace. ¡Hagámoslas!

El día en que comenzaba el invierno, celebrábamos en nuestra sede la presentación del KIT de supervivencia elmuro para 2012. Rodeado de amigos  y amigas que no se suelen perder un encuentro entrañable en torno a un jamón ibérico, era consciente de que el mensaje central del Kit –las cosas ocurren porque alguien las hace, no porque muchos se quejen– se enfrenta a un nuevo año verdaderamente canalla. Bueno, en realidad, para canallas canallas, los especuladores, ladrillistas y financieros desaprensivos que nos han llevado a este punto de no retorno. (Ante nuestra ausencia de acción, todo hay que decirlo).

La clave para sobrevivir es, probablemente, sonreír, ya ves. Pero eso sí…. al mismo tiempo hay que mantener fuertemente apretados los dientes y empujar decididamente hacia adelante, sabiendo que cuando acabe la batalla ya no seremos iguales. En 2012, lucharemos porque hay que luchar y defender el trabajo, el talento, la empresa o la familia; pero lucharemos también porque hay la posibilidad de que con ello seamos mejores y más fuertes. El esfuerzo, el sudor y alguna arruga en el alma será el pago para competir en la carrera. Siempre ha sido así. La naturaleza y la historia están plagadas de situaciones que lo ejemplifican e ilustran.

En estos momentos también puede salir lo mejor, claro. El espíritu pionero, la innovación imaginativa, la resistencia, la solidaridad, compartir esfuerzos y éxitos, sentir el sudor ajeno como propio, sentirse parte de un río que lleva a la humanidad a lugares más dignos… son pensamientos que animan a muchas personas en los momentos difíciles.

En cultura no lo tenemos peor. Bueno, un poco. Nuestros políticos han conseguido trasladar una idea nefasta a la sociedad y la sociedad ya casi la tiene comprada: que en tiempos de crisis la cultura es un lujo prescindible. Incultos políticos y cautos ciudadanos. La cultura, el arte, la literatura, la pintura, el teatro…, alimentan el alma. Y es el alma lo que introduce esa pequeña diferencia respecto a otros seres del reino animal. Por eso es tan importante que en la confrontación que se anuncia para estos próximos años, quienes hacemos, producimos, organizamos, exhibimos cultura, lideremos las fuerzas de lo mejor, de la acción, no de la queja.

Así que en cultura, apretemos los dientes, sonriamos y tiremos adelante haciendo mejor nuestro trabajo, con más calidad, con más entusiasmo y menos exigencias. Y si es necesario, simplemente porque sí. Y, además, apoyando cuanto haya que apoyar para defender que no sean los humildes quienes paguen las culpas de algunos desaprensivos estrategas.

Por lo demás, y salvo precisamente a los canallas, deseo que al resto de los mortales nos vaya bien en este 2012, moderadamente bien, en la vida y en el trabajo.

En el próximo post tocará ya meterse con las tareas concretas que en cultura tenemos planteadas para este próximo periodo. Hasta entonces.

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¿Abaratar o invertir en fracaso? A propósito de las “privatizaciones»

La situación lo acelera todo: Mariano Rajoy actúa ya de presidente de gobierno sin siquiera haberse reunido las Cortes generales. Ver para creer. La parte buena es que como la situación lo exige, da gusto verle trabajar aunque les cuente a otros y fuera lo que no nos contó a nosotros en casa.

Pero a lo nuestro, a la cultura. Releo el programa electoral del Partido Popular y dado que todo él rezuma el aroma de la ausencia de compromiso y de la inconcreción, encuentro muchos aspectos en los que exigir medidas y aclaraciones urgentes. Hoy me quedo con la necesidad imperiosa de llenar de carne el décimo punto, que reza así: “Diseñaremos, en colaboración con la iniciativa privada, políticas realistas y efectivas que garanticen la sostenibilidad de los numerosos equipamientos culturales distribuidos por toda la geografía nacional.” Si no entiendo mal, quiere decir que procederán a privatizar la gestión de teatros, auditorios y centros culturales. Soy de quienes piensa que la sociedad civil –asociaciones, ciudadanos, empresas…- ha de entrar en la gestión de lo público para democratizarla y abrirla a la sociedad, pero con la misma vehemencia defiendo que su entrada no debe estar al servicio exclusivo de abaratar costes, sino de mejorar la gestión y hacerla más satisfactoria para los públicos. Y sobre que ese sea el objetivo del PP –o del PSOE, cuidado- ya tengo muchas más dudas. Desfuncionarizar y reducir presupuestos puede aligerar el déficit de las instituciones, pero si a cambio se empobrecen los servicios y la calidad habremos hecho un flaquísimo servicio a la tarea constitucional de promover la cultura, que no es otra cosa que promover mejores ciudadanos. Abaratar, simplemente, es una de las mejores maneras de invertir en fracaso.

Por eso es el momento de recordar el tratamiento que la Constitución da a la cultura, y de pedir al PP que perfile y llene de contenidos su impreciso programa, y que para hacerlo escuche cuanto desde el sector podemos decirle. Sería una muestra de buena voluntad.

Ah, y transparencia, por favor.

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