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Rebuznan, luego cocean: Wally o la cultura

Captura de pantalla 2015-12-18 a las 12.30.02La campaña electoral ha sido una limpieza étnica para muchos temas verdaderamente importantes, arrumbados por el enfangamiento y el engolfamiento en que ha devenido parte sustancial de la política en nuestro país. Hasta la televisión, sobre todo la televisión, ha sido el escenario privilegiado para alcanzar tan bajas metas.

Uno de los temas tan importante como missing es el de la Cultura. Nada sabemos de lo que tirios y troyanos quieren hacer tras las elecciones. Probablemente porque ni ellos mismos lo saben. Casi seguro porque no les interesa lo suficiente para saberlo. Bueno, es cierto que alguno ha hablado de bajar algo el IVA al consumo cultural: todo un alarde de novedad y compromiso. Eso sí, si las circunstancias lo permiten, claro. ¡Como si el IVA fuera el único o el principal problema de la cultura en España¡ Rebuznan, luego pueden cocear.

Lo grave, lo verdaderamente trascendental, no es que los partidos políticos tengan esa escasa consideración con la cultura, el alimento espiritual de las personas y de las sociedades, no lo olvidemos; no, lo relevante e ilustrador de la situación es que cuantos son sensibles a esa componente de lo humano han visto pasar la película electoral sin levantar la mano para preguntar de lo suyo. Lo definitivo es que cuantos sentimos que la cultura son las carreteras por las que transita la imaginación, la creatividad, el alma de las gentes, no hayamos dicho ni pío.

Para más adelante, como tantas otras veces, queda la tarea de centrar el tiro de las exigencias mínimas, ese programa básico del que en muchas ocasiones he hablado, que debería configurar el horizonte de la acción de la cultura y de la sociedad misma para construir futuro.

En el Génesis, Yahveh contestaba a Lot, que le pedía que no destruyera las corruptas ciudades de Sodoma y Gomorra, que no lo haría si hubiese un justo en ellas. Qué metáfora. Hoy, hambriento como me encuentro, admitiría, bajando el nivel de exigencia, que cualquier partido merecería ser votado desde la perspectiva cultural si tuviera tres o cuatro compromisos importantes en su programa; dos o tres compromisos en su programa. Dos o uno. Algún compromiso relevante y diferencial en su programa.

 

¿Con cuáles me conformaría?

Uno, sí, con la bajada del IVA al 4% -porque el alimento espiritual no debe tener impuestos-. Pero el 4% debe aplicarse tanto al consumo, como a la producción, porque quienes generan arte y cultura no deben ser tratados como si se dedicaran a la banca, a la energía nuclear o al tráfico inmobiliario (me limito a recordar la diferencia que para la cultura establece la Constitución). Limitar el problema impositivo de la cultura solo a quienes compran entradas es demagógico y mortífero para los creadores y las organizaciones creativas.

Dos, una legislación que articule, facilite, provoque, ayude… a que los ciudadanos y las empresas colaboren en el devenir cultural. Una ley que facilite la aportación de fondos económicos a la producción de cultura, y que al mismo tiempo favorezca la implicación de la sociedad en el devenir del arte y al cultura en España. Algunos la llaman reduccionistamente Ley de Mecenazgo. Visto lo visto, me conformaría con una que no fuese mala, copiada de algún país de esos de allende Pirineos que nos llevan alguna ventaja en esto.

En realidad sería suficiente con cualquier cosilla: un plan nacional de promoción e impulso de la lectura, la recuperación porcentual en los próximos presupuestos de las cantidades recortadas los últimos ocho años, el acceso a todos los cargos públicos culturales de designación mediante convocatorias democráticas y transparentes y con contratos programa, la presencia en lugar preferente de la cultura en la acción exterior, la incorporación destacada y relevante del arte y la cultura a los medios públicos de comunicación…

Unos pintxitos, vamos, pero que expresen la apuesta decidida por un cambio de fondo en el “hacia dónde” vamos todos y hacia dónde la cultura de España. Porque la responsabilidad de lo que afecta a todos, es esencialmente pública.

 

Casi nada, es verdad. Unas minucias.

Lo dicho, daría mi apoyo a quien prometiera y comprometiera alguna de estas medidas. Una tan solo. Incluso una que oliera a una. Pero, ¿hay un solo (partido) justo?

Como Lot, me preparo para salir de la ciudad este domingo.

Y no volveré la vista atrás.

 

NOTA: Más de un mes sin escribir un post, y mira que había temas, eh, pero los tiempos mandan. Ahora que la dulce Navidad acecha, habrá seguramente tiempo para otro antes de que acabe el año.

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Cultura y empresa, una buena pareja. ¿Bailamos?

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A propósito del I Foro Cultura & Empresa

Se suele pensar que la esencia de la colaboración entre empresas y artes/cultura radica únicamente en que sea beneficiosa para las dos partes. Bueno, es obvio que en su colaboración con proyectos artísticos y culturales las empresas ganan nuevos públicos, mejoran su imagen o encuentran contenidos útiles para sus estrategias de marketing…, entre otros muchos beneficios. Y que, por su parte, las organizaciones y proyectos artísticos y culturales hallan en la colaboración de las empresas sustento para sus iniciativas, cobertura financiera para sus creaciones, difusión, viabilidad y hasta legitimidad.

Pero me parece mucho más relevante afirmar que la colaboración entre unos y otros en torno al arte, a quien beneficia en última instancia es a las gentes, a la sociedad. Más aún en un momento en que los responsables políticos recortan en los presupuestos las partidas destinadas a salud, cooperación, cultura, derechos sociales o educación, es decir, al bien colectivo. Pero, ¿porqué ha de ser importante esta perspectiva para las empresas, a las que siempre se achaca el objetivo esencial del beneficio propio? Voy a dar mi opinión, y para ello es imprescindible argumentar también el valor intrínseco y diferencial del arte y la cultura.

No es difícil definir el arte y sus beneficios; tal vez podríamos decir poéticamente del arte que es aquello que suspende en un instante nuestra rutina elevándonos a un lugar inefable en el que somos conscientes de que la vida es bella, y sobre todo, puede serlo más aún. Solo dejarán de entender lo que digo quienes nunca han sentido todavía un pinchazo íntimo, profundo, por un verso, unas imágenes, una canción, un paso de danza, una pintura o unos acordes de violín, por poner ejemplos variados. El arte, cualquier forma de arte, nos ayuda a entender la complejidad, la profunda belleza, las capacidades del ser humano. El arte, cualquier expresión del arte, permite que entendamos –a veces inexplicablemente- aspectos de la vida y sus lugares más recónditos a los que no es posible acceder de otro modo. El arte representa la complejidad del pensamiento frente a la uniformidad, la unión de las personas a través de la creatividad y la belleza frente al miedo a la diferencia y la diversidad. Las artes, los lenguajes artísticos, representan probablemente la esencia diferencial de ser humano. Más que en ningún otro momento, el arte es socialmente útil cuando las gentes viven momentos de incertidumbre, de violencia e injusticia, de confrontación y abuso de poder. Cuando necesitan ver en los ojos del otro esperanza para todos. Porque el arte y su belleza permiten elevar la mirada del suelo al cielo y posibilita que los seres humanos se reconcilien con su esencia buena. Por eso puede ser tan útil, además de por otras cosas, el arte y la cultura.

¿De verdad que las empresas –conformadas por personas- y muchos ciudadanos, habría que decir- deben permanecer al margen de la marcha global de la sociedad y de su bienestar?

Lo que digo pueden parecer sensiblerías intelectuales. Pero la perspectiva que planteo no es otra que la del beneficio de todos como guía del desarrollo de la sociedad, el manoseado bien común en cuya consecución todos los agentes sociales –instituciones, personas, organizaciones y empresas…- deben colaborar. Y que las artes y la cultura –también la solidaridad, la salud, la educación, el medio ambiente y la vida saludable, entre otros- son un territorio natural para esa colaboración.

Sí, lo que digo parece asignar nuevas tareas, responsabilidades a creadores y artistas y a dirigentes empresariales y empresas más allá de las de lograr que sus propios proyectos sean un éxito mayor basado en la colaboración y el beneficio mutuo. Afirmo que ese nuevo papel determina que en el futuro todos los agentes que participan en el devenir social deben laborar TAMBIÉN, por el beneficio colectivo, por el bien de todos. El principio de que lo que conviene a todos me conviene a mí –y no al revés- conduce en el territorio del que hablamos a que personas, organizaciones y empresas destinen esfuerzos específicos a aportar valor a la sociedad. Mejor aun si es conformando equipos y proyectos conjuntos en los que sinergias de origen diferente se conjugan para producir bienes, para los propios y para todos. Las artes y la cultura forman parte esencial de esos bienes.

El 25 de noviembre próximo va a tener lugar un encuentro, el Foro Cultura & Empresa, organizado por ActúaEmpresa-elmuro, el primero de estas características, que reunirá a directivos de empresas, de grandes empresas, y a líderes de organizaciones y proyectos culturales para presentar públicamente casos de buenas y fructíferas prácticas colaborativas. Allí estarán Mastercard, Adecco, Coca-Cola, AtresMedia, Endesa…, junto a Matadero, Focus, Pentación-Festival de Mérida, Publicis, FCB o la Fundación First Team, entre otros. Asistiremos con toda seguridad a la constatación de que en el seno de muchas empresas empieza a asumirse una cuota de responsabilidad ante el acontecer social, más allá de la consabida RSC; y que en las organizaciones artísticas y entre los creadores hay muchos que piensan en el arte no solo como expresión de libertad propia sino como en un terreno de aportación de valor para otros.

Estoy deseando que llegue ese día y que nos veamos en la Sala Berlanga de SGAE. No te debes perder este baile.

 

P.S: Explicar el valor de la cultura y las artes en la vida de las personas y su poder transformador, no es difícil, pero necesitamos encontrar un lenguaje que haga más objetivable esa descripción. Ahí ando, trabajando en ello.

 

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Santiago Eraso: Destino Madrid Destino

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Madrid Destino, la empresa municipal de gestión dedicada a la cultura, el turismo y la rentabilización de espacios, estará en el futuro inmediato en primer plano del debate sobre la política cultural y, más allá, sobre el modelo de gestión municipal. Y es que, probablemente una de las medidas más relevantes tomadas hasta ahora por el equipo de Manuel Carmena, al frente del ayuntamiento madrileño, sea el nombramiento de Santiago Eraso para Madrid Destino Cultura, Turismo y Negocio. Un nombramiento que, para quienes hemos seguido su firme y brillante recorrido previo en Donostia, augura una reorientación profunda de la empresa pública municipal.

En un país con una estructura pública fuertemente funcionarizada y en el que las administraciones públicas tienen grandes trabas y controles que las hacen en ocasiones poco operativas, la creación de empresas públicas se ha ofrecido históricamente como un instrumento alternativo de gestión de lo público, más eficiente y más flexible para dar respuesta rápida a las necesidades ciudadanas.

En una entrevista para eldiario.es publicada el 26 de julio, Eraso se refiere a Madrid Destino como una “empresa que se creó para favorecer la liberalización de las políticas culturales”. La práctica confirma el aserto y probablemente este tema sea el corazón del debate en torno al sentido de esa empresa pública municipal.

Las empresas públicas –las administraciones públicas- deben tener como guía el servicio al ciudadano, y en un paso previo, ser un instrumento de gestión técnica y profesional al servicio de la política cultural del equipo de gobierno, siempre en el marco del servicio público al que debe ser útil. No olvidemos que la Constitución fija la obligación a los poderes públicos de promover la cultura. En otras áreas de la actividad económica, en las que la acción privada no encuentra estímulo o beneficio inmediato, como por ejemplo las infraestructuras de comunicación y transporte, la energía, la sanidad, la educación…, las empresas públicas han de responsabilizarse de que los servicios correspondientes queden garantizados para los ciudadanos. En el ámbito de la cultura –y en todos los ámbitos- este tipo de herramientas de gestión corre el peligro de convertirse en un instrumento de ahorro y de comportarse acríticamente como demande el mercado.

La fusión hace unos años de Madrid Arte y Cultura S.A. (Macsa), Madrid Visitors & Convention Bureau, y Madrid Espacios y Congresos, dio a luz una enorme, disforme y poco operativa empresa, carente de personalidad, de misión e incapaz de transmitir a los ciudadanos su propio sentido. El mensaje principal de la fusión era indudable: ahorrar, crecer y ganar dinero; criterios básicos de cualquier empresa…, privada.

La captación de recursos, la gestión de alquileres y patrocinios, el abaratamiento a toda costa de los costes, llevó incluso a transmitir que era mucho más importante el beneficio económico que el social. Así, junto a cosas positivas relacionadas con el aumento de la eficiencia, se pusieron en juego principios mercantiles impropios en un servicio público. Este último, el beneficio social –por encima del económico-, es la guía fundamental de toda política cultural y toda herramienta que sirva para implementarla. Y en eso es en lo que probablemente se ha fallado: en la dirección y estrategia, en los objetivos, en la misión de Madrid Destino. Mal que, como decía, creo que acompaña a su nacimiento.

Si alguien me preguntara cuáles debieran ser los primeros pasos, qué tres o cuatro cosas debiera acometer Madrid Destino frente al espejo en estos sus compases iniciales, le contestaría lo siguiente:

Primero, separar orgánicamente las áreas de actividad, para reducir su tamaño y hacer más operativas las empresas resultantes. La transversalidad que debe ser característica de toda política cultural no es óbice para adecuar estructuras, equipos, tamaños… a la misión de cada empresa municipal resultante. La puesta en valor de espacios como el Palacio Municipal de Congresos o la Caja Mágica tiene poco que ver con la gestión del Teatro Circo Price o Veranos de la Villa, por poner un par de ejemplos de choque. Más en común tienen las áreas de turismo y cultura pero creo que cada cual tiene la suficiente personalidad como para caminar por separado, la primera para mejorar el posicionamiento nacional e internacional de Madrid, lo que la vincula a sectores económicos; la cultura para hacer de ella un elemento de mejora ciudadana y de orgullo.

Segundo, marcar una misión para cada una de ellas que, por delante de la eficiencia o el impulso económico, recoja su papel de servicio público por encima de cualquier otro. La actividad de las nuevas empresas municipales debe poner en primer plano el servicio y la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, muy por encima de consideraciones económicas. Prestar mejores –los mejores- servicios que permitan los presupuestos y buscar el beneficio social: esos son los retos prioritarios no instrumentales.

Tercero, fijar unos criterios de financiación que recojan todas las fuentes posibles. Ciertamente, las empresas municipales no tienen por qué establecer sus presupuestos exclusivamente a partir de los fondos públicos. Una adecuada gestión comercial de sus espacios, un más hábil, generoso e inclusivo empleo del patrocinio, la autofinanciación basada en la venta de servicios y entradas…, deben ser compaginados sabiamente. Pero la mezcla resultante, que sin duda ha de buscar la máxima autonomía, deberá mirar constantemente al cumplimiento de su misión de servicio público.

Cuarto, pasados los primeros tiempos de la nueva gestión, someterse en sus puestos directivos al modelo de contratación abierta, transparente, por concurso y con programa. Entiendo que el equipo de gobierno esté urgido por hacer frente a un sinnúmero de tareas, muchas de las cuales –estoy razonablemente convencido- no entraban en sus previsiones. Pero los modos y las formas son esenciales y la elección de los directivos de las empresas públicas –y de los teatros, de los centros culturales, de los museos, de los festivales…- debe estar sometida a modelos democráticos de elección.

Es tarea prioritaria la reconducción de la política municipal madrileña al concepto de servicio cultural, alejada de la rentabilidad como condicionante esencial, y del rasgo espectacular en la programación de contenidos como criterio de éxito. Probablemente la situación de las arcas municipales no permita grandes alegrías e inversiones en el inmediato futuro, pero como recuerda Santi Eraso poniendo de ejemplo el festival de jazz de San Sebastián –Heineken Jazzaldia- hay que explorar fórmulas para conjugar todas las energías sociales en beneficio de recolocar la cultura como servicio, y al ciudadano como destinatario y protagonista de ese servicio reconocido como tal por la Constitución.

En la reorientación del rumbo va a contar con el apoyo apasionado de muchos creadores, de muchas organizaciones culturales, de muchísimos ciudadanos y de todos cuantos creemos en la cultura como palanca de transformación individual y social. Y de los que creemos también en las oportunidades que algunas herramientas empresariales ofrecen a la cultura.

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Cambio y Cultura: el bien común está en juego

Lego school

Una cosa es acceder al poder, al gobierno, y otra gobernar: distintos son los discursos, los caminos y hasta los equipos humanos. Ya sé que no expreso ningún pensamiento original. Un recio refrán lo dice a la castellana manera estableciendo lo diferente que es predicar y dar trigo. La historia del cambio social, a veces revolucionario, del que tenemos abundante constancia a lo largo del pasado siglo XX, muestra esta terrible verdad: tan incontables han sido las revoluciones como los fracasos posteriores al intentar construir sociedades mejores y diferentes una vez tomado el poder. Resumen: los cambios son posibles…, y difíciles.

Viene este ex cursus a cuento de que hace unos días asistí en el Matadero a una reunión de la asamblea de Cultura de Ahora Madrid, sobre el tema de los centros culturales. Amigos que simpatizan con ese movimiento me invitaron y no me reconocería a mí mismo si no acepto la invitación de un amigo. Aunque sea a título de oyente. No dije nada porque desde hace años no estoy en ningún equipo, pero observé. Vayan estas líneas como resultado breve de lo que esa reunión me sugirió. Muy poco, por cierto, relacionado con lo allí hablado.

Que el cambio en Madrid, y en otras partes de España, era tan necesario como urgente lo muestra tanto el deseo de esos miles y miles de personas que dieron en mayo su voto a nuevas opciones políticas, como la sordera de los partidos tradicionales a un runrún que desde hace mucho tiempo anunciaba por las calles que los ciudadanos estaban ahítos de no ser escuchados, de los viejos modos; incluso de corrupción.

Pero una vez producido el cambio los nuevos regidores han de dirigir la política y los presupuestos a satisfacer las necesidades ciudadanas. En el caso de Madrid, de una ciudad de varios millones de habitantes, compleja y llena de dificultades administrativas. Y hay que saber mucho, ser muy humilde y estar dispuesto a aprender a toda velocidad…, si es que no sabes lo suficiente o el tren de la responsabilidad te ha llegado mucho antes de lo esperado. Puede ocurrir, también, que en la más ingenua ignorancia algunos de los electos creyeran que para dirigir el destino de una ciudad como Madrid bastaba saber cuatro cosas. La realidad, terrible, de las democracias capitalistas saca del ensueño de inmediato y demanda economistas consagrados, políticos no becarios, abogados expertos, comunicadores no aficionados, sabios gestores de equipos… En fin, exige voces, susurros, experiencia, negociaciones, no gritos. El bien común está en juego.

La gestión del área de Cultura en Madrid tiene delante retos enormes. Y sus nuevos responsables van a tener que apoyarse de verdad en lo que afirman que es su base filosófica: la participación democrática. Ya están tardando en convocar un Consejo Ciudadano de Cultura en el que efectivamente esté el senado cultural de esta ciudad. Un Consejo que reúna a los mejores y a quienes más saben de la cosa pública cultural. Un consejo con capacidad de proponer medidas estratégicas, reflexiones, líneas de acción. Un consejo que supervise y dé voz.

Los dirigentes municipales de Cultura tienen la obligación, ahora que sus dedos saben qué es eso del poder, de redefinir sus objetivos y su programa, porque todos -tirios y troyanos- sabemos que el que emplearon para ganar sus votos, no podrán aplicarlo ni en toda su extensión ni en el ritmo soñado. Pero sería nefasto que algunas de las cosas prometidas no se cumplieran. Propongo, además de la creación del Consejo Ciudadano de Cultura, algunas otras medidas urgentes:

La primera, definir los objetivos, presupuestos y recursos, incluidos los de personal, para los grandes contenedores culturales de la ciudad dependientes del Ayuntamiento: Conde Duque, Matadero, Fernán Gómez, Español, festivales… Probablemente para ello habrán de separar responsabilidades de gestión y desconcentrando poder, lo que no quiere decir que no respondan a una sola política cultural. En este apartado es imprescindible sacarle el máximo partido a la empresa municipal Madrid Destino, una herramienta de gestión profesional que debe servir -probablemente después de revisar su actual estructura y misión- para facilitar la aplicación concreta de la política municipal.

La segunda, fijar los nuevos criterios de acceso a los cargos de responsabilidad de todos los centros culturales municipales –centrales y distritales- en base a normas basadas en el contrato programa, es decir, en que su elección sea por concurso, transparente, y previa presentación pública de un programa de acción –enmarcado en la política municipal- de cuyo compromiso se hace responsable formalmente y por contrato quien lo obtenga.

La tercera, fijar nuevas normas de licitación para los contratos de gestión de los servicios culturales municipales que atienda a criterios de política cultural y no de economía de costes, y fije su objetivo en la satisfacción ciudadana del servicio cultural. Unos pliegos de licitación que desglosen y diferencien las partidas técnicas, de gestión, de comunicación…, de las de programación y contratación, que garanticen que todos los participantes cobren con dignidad; que fijen límites concretos al beneficio económico de la empresa que gane la licitación; que la decisión se tome en acto público y previa presentación y defensa de las diversas propuestas; que la ejecución sea justificada posteriormente factura a factura ante el ayuntamiento; unos pliegos que prohíban taxativamente la subcontratación…

La cuarta, convertir los centros culturales de proximidad en centros de irradiación cultural y de participación artística de las fuerzas creativas de cada barrio y de los ciudadanos que lo deseen. Las residencias artísticas, la apertura de los centros a los vecinos para su utilización y para que participen en la programación, la creación de consejos de barrio que trasladen opiniones y propuestas… han de formar parte fundamental del nuevo modelo de gestión.

En fin, son muchas las iniciativas y medidas que es preciso poner en pie urgentemente en este periodo transitorio. Más allá de debates hoy es prioritario dar pasos en la dirección de acercar la cultura y el arte a los ciudadanos, y hacer más democrático y transformador ese contacto. El bien común cultural.

En mi opinión no es tan urgente hacer muchas cosas nuevas, como hacer bien las que están en marcha y ponerlas al servicio de los ciudadanos, introduciendo pequeñas cuñas que hagan de semilla de futuro.

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¡¡¡¡Cuánto queda por hacer!!!!!

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Los años de crisis que el sufrido pueblo lleva a sus dobladas espaldas, han sido en Madrid algo peores: la enorme deuda acumulada por la faraónica era Gallardón, suponía tal agujero en las cuentas públicas que en un alarde de originalidad a los regidores se les ocurrió… lo de siempre para intentar taparlo: gastar menos y cobrar más. Es decir, más impuestos –en forma de incremento de los existentes y de multas y atracos varios- y menos gastos –en forma de peores y menores servicios-. En consecuencia, el empeoramiento drástico de la calidad de vida ciudadana estaba servido, mal servido.

A ello se ha unido estrechamente el hecho de que las empresas contratadas por el ayuntamiento, para mantener e incluso incrementar sus beneficios de explotación, han prestado pésimos servicios y empeorado de paso la situación laboral de tantos y tantos contratados. Empresarios vulgares e insolidarios que ven la crisis como época de negocio y no de colaboración estratégica al servicio de los intereses colectivos.

Claro que, si hay que depurar responsabilidades, también hay que mirar a quien convocaba licitaciones sin imponer condiciones adecuadas al servicio público de que se trate, sin limitar los beneficios, y dejando ese campo al albur de la rapiña de contratistas voraces. No en vano este tipo de cosas ha hecho crecer la brecha entre ricos y pobres en nuestra España en estos pocos y largos años de crisis.

Ya, ya sé que lo que digo tiene múltiples expresiones, y que cuanto más te alejas del centro de la ciudad más se perciben los efectos más crueles, la necesidad, la desesperanza, el desamparo de los “desheredados”; y que viendo eso lo que voy a decir suena casi como un chiste, pero es la pequeña aportación a la reflexión desde alguien del mundo cultural, así que pido disculpas por la cierta unilateralidad. Veo mi ciudad sucia, porque cuando antes pasaban los “basureros” dos y tres veces por semana, ahora pasan una; veo los centros culturales dotados de un mínimo presupuesto de inversión, que tiene claras consecuencias en la perdida de calidad del servicio cultural; veo a Madrid con unos ciudadanos que han perdido aceleradamente el orgullo de vivir en su ciudad. Y esto último, precisamente esto es el “núcleo del núcleo”, que diría el maestro sufí murciano Ib’n Arabí. Porque para salir de este marasmo y mirar hacia los enormes retos que nos impone salir de la crisis en Madrid es imprescindible que todos los ciudadanos saquemos fuerzas de donde sea, apretemos los dientes y tiremos hacia adelante.

Miro, también, a nuestro nuevo equipo de gobierno municipal y no consigo espantar de mí los temores de que les supere la ingente tarea que tienen por delante para dar la vuelta al calcetín. Las respuestas a los ataques inmisericordes en sus primeros días de gobierno ilustran inconsistencia. Desgraciadamente. Siempre he pensado que descabalgar a quien gobierna es relativamente fácil: basta que la acumulación de errores del contrario desate las iras de los humildes y los una los suficiente para que su empujón derribe al mal gobernante. Siempre he defendido que lo verdaderamente difícil, lo que rarísimas veces en la historia del mundo se ha logrado, es construir algo hermoso a continuación. Para eso hay que tener sabiduría, paciencia, capacidad de agrupar y no de dividir, realismo…, saber hacia dónde se va.

Les deseo de corazón a los gobernantes suerte en ese empeño, si lo tienen; y a los gobernados nos deseo capacidad de ver pronto, cuanto antes, si van o no en la buena dirección. Para decírselo y recordarles si no cuál es la buena.

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El voto cultural para quien se lo trabaje

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Preguntas a mogollón para tomar la decisión, porque votar o no votar no es la única cuestión

Las elecciones municipales y autonómicas presentan un reto enorme a los ciudadanos si lo que desean es saber cuál es el programa de los candidatos en materia cultural. Todos los partidos atienden poco y mal ese frente. Todos los candidatos se despreocupan y muestran su incultura política al tener tan poquito en cuenta ese ámbito. La Cultura, que junto a la educación, son bienes inefables y constructivos de ciudadanía, son en estas fechas apenas rozados en los discursos principales de los candidatos.

Y sin embargo es en el marco local, cercano a la vida cotidiana de los ciudadanos, en el que podrían implementarse numerosas medidas, pequeñas sí, pero multiplicadoras. Ese tipo de medidas es el que debemos rastrear en los programas electorales de quienes demandan nuestro voto, para dárselo a quien se lo trabaje. Preguntemos y preguntémonos, pues.

¿Cuánta importancia dan en su programa a la participación de los ciudadanos en la gestión de la cultura, en la programación, en el funcionamiento de los grandes teatros y auditorios y de los pequeños centros culturales de barrio? ¿Alguno propone fórmulas concretas: consejos, asambleas, refrendos, votaciones, impulso del asociacionismo…? Si ni siquiera aparece esta cuestión, olvídate. Porque si ahora no proponen medidas concretas que articulen la participación de los vecinos o de sus asociaciones, ni de coña lo harán cuando tengan el poder.

¿Cuánta relevancia dan en su programa a la proximidad cultural, es decir, a la horizontalidad y a la descentralización cultural? ¿Hablan de grandes programaciones y grandes nombres y de los contenidos a aportar desde los espacios-escaparate, o prestan atención a los programas de continuidad, esos que debieran desarrollarse allí de modo estable, cerca de donde viven los ciudadanos?

¿Mencionan la palabra transparencia en la gestión de las instituciones culturales? Cuidado: si no va indisolublemente unida a medidas concretas, explícitas y cuantificables que la garanticen el uso del término es pura cosmética. ¿Establecen, pues, medidas concretas para garantizarla? Por ejemplo, consejos ciudadanos ante los que presentar y justificar los presupuestos, auditorías externas a las que someter la gestión económica, garantías de que los procesos de convocatorias, licitaciones, asignaciones serán públicos, o desarrollo explícito de esas normas de transparencia en las webs…

¿Dicen algo de cómo elegirán o designarán a los futuros responsables de los centros culturales públicos, grandes o pequeños? ¿Dicen si será en procesos abiertos al control ciudadano? ¿Menciona alguno la instauración del contrato programa que cualquier candidato a dirigir y gestionar un centro público debe presentar, suscribir y comprometerse a cumplir? Porque si ni mencionan estas cuestiones elementales, seguirán nombrando a los amigos o a los leales, no a los mejores ni a los más adecuados desde el punto de vista del servicio público cultural.

¿Hay alguna referencia a medidas de incentivación económica de la creatividad, o del consumo cultural? ¿O esas cuestiones las dejan a la política nacional y justifican su abandono en que no es competencia local? ¿Ningún candidato propone nada en esa dirección, salvo las ayudas a fondo perdido, herramienta por cierto antigua e inútil? Olvídate: ni siquiera han reflexionado sobre cómo hacerlo.

¿Propone alguno de los candidatos multiplicar los programas de residencias artísticas, es decir la acogida en los espacios culturales municipales compañías y grupos de creadores y jóvenes talento? Si es así es que piensan en cómo sacar el máximo jugo a los espacios culturales municipales y multiplicar su uso. Y si no…

¿Alguna referencia a que desde las instituciones que aspiran a gobernar harán cosas concretas a favor de que las expresiones culturales más débiles –la danza, el circo, la creación de vanguardia…- también llegarán a los ciudadanos? O eso se deja para Madrid, Barcelona y los centros dramáticos nacionales.

¿Hablan de privatización? Si lo hacen, ¿mencionan las palabras eficacia y eficiencia e incluso rentabilidad, y no mencionan ni un solo beneficio social asociado a los procesos de privatización propuestos? Olvídate, la conclusión es que lejos de desear una mejor gestión del servicio publico cultural para el ciudadano, lo que desean es ahorrar y reducir presupuesto cultural, aunque el servicio se resienta o desaparezca como tal.

En realidad, el escenario local es el laboratorio perfecto para establecer las políticas culturales de proximidad, que pueden y deben jugar un papel decisivo en el desarrollo de las vidas de los ciudadanos y en su desarrollo como tales.

Pero si los candidatos no se plantean en sus programas medidas relevantes en alguna de estas cuestiones, es que la cultura, en realidad, les preocupa muy poco. Nada.

Ya sabemos por experiencia, además, que ninguna política –cultural, de seguridad, de limpieza o de urbanismo…- se puede llevar a cabo sin los presupuestos adecuados para convertirla en realidad. Y si en los programas, discursos o en su práctica, si gobernaban anteriormente, los compromisos presupuestarios no aparecen, olvídate.

Saquemos las consecuencias, cada uno ha de hacerlo, sobre si las candidaturas y los candidatos por los que la cultura resbala como la lluvia sobre impermeable merecen el voto.

Y recuerda que digan lo que digan los programas, los candidatos, los partidos o los funcionarios de la cultura, los ciudadanos que de verdad queramos influir en el devenir de la política cultural –de la política en general- habremos de participar en su día a día, y esa labor es mucho más importante que la de depositar el voto una vez cada cuatro años.

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Mira el bosque, no al árbol: el IVA cultural ya no es el problema

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Derecha, neoderecha y medio izquierda ya anuncian y dan por descontada la derogación del IVA al consumo cultural decretado por Wert y Montoro. El coro de corifeos llega tarde.

Mientras hemos sufrido la medida fiscal hemos pensado y mucho, y ahora ya no es suficiente volver al punto de partida. Queremos otro punto de partida. Queremos otro juego. La discusión no está en los números, sino en el horizonte al que mirar.

La subida del IVA al 21%, desde el 8% del que partía, solamente afectaba al consumo cultural, o por decirlo brutamente, a las entradas de los espectáculos y al cine, entre otros servicios culturales. La subida afectó a la creación y a las empresas de producción de arte, pero ellas ya partían de que pagaban el 18%.

En estos años nos hemos hecho una pregunta esencial ante esta situación: ¿Por qué la fiscalidad de la producción cultural debe ser diferente y mayor que la del consumo? Y nos la hemos respondido: no debe ser diferente porque ambas –producción, es decir, creación y exhibición, por un lado, y consumo, por otro- forman parte del mismo proceso, del mismo servicio cultural. Y que quienes hacen posible el arte paguen más impuestos que quienes lo consumen lanza un mensaje al mundo y a la sociedad perverso e injusto. Perverso, porque a los ojos de la sociedad identifica a las empresas y organizaciones dedicadas a crear arte como empresas indiferenciadas respecto a cualesquiera otras: si pagan los mismos impuestos, son de la misma categoría y aportan el mismo valor social. Y no, son empresas, compañías, productoras, teatros, cines, galerías, orquestas, auditorios…, que ofrecen y garantizan un servicio público. Injusto, porque la cultura –sin distinciones entre producción y consumo-, está recogida específicamente en la Constitución, en su Preámbulo y en otros artículos, como un valor que las instituciones públicas deben promover en beneficio de todos los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto.

Los ciudadanos más sensibles, muchos por cierto, los creadores, productores, agentes culturales, han hecho frente común estos años a la medida trágica y dolorosa del incremento de 13 puntos en la fiscalidad cultural, que la situaba como un lujo, y que tanto daño a hecho. Hoy el dedo extendido no nos debe hacer perder de vista la dirección a la que apunta; hoy el árbol no debe impedirnos ver el bosque; hoy la bajada unilateral del IVA no nos debe despistar ni hacer olvidar que lo que necesita la cultura es un nuevo modelo impositivo. Un nuevo modelo que se asiente en el principio constitucional que reconoce a la cultura como un servicio público, beneficioso para la sociedad.

Ese nuevo modelo fiscal, ahora ya irrenunciable, ha de implantar cuatro medidas básicas:

Primera: Un único tipo de IVA, el mínimo o súper-reducido, para todas las actividades artísticas y culturales, tanto para aquellas que afectan directamente al consumo, como aquellas relacionadas con la producción de bienes y servicios culturales y artísticos, que atañen fundamentalmente al tejido empresarial cultural pero consecuentemente, afectan finalmente a los ciudadanos, y a la calidad del arte producido y consumido. Más claramente dicho: las entradas, es decir, el consumo, y la producción, es decir, la actividad de las empresas y organizaciones dedicadas a la producción, tendrán el mismo tipo impositivo mínimo.

Segunda: El pago del Impuesto de Sociedades no será obligatorio para aquellas empresas y organizaciones culturales cuyos beneficios sean mínimos. Este impuesto, además, ofrecerá ventajas a las empresas y organizaciones culturales que teniendo beneficios, reinviertan fehacientemente parte de ellos nuevamente en actividad cultural.

Tercera: Se establecerán tipos fiscales o medidas impositivas (impuesto de sociedades, tramos, deducciones…) que atiendan a la diversidad de los ingresos generados por las distintas organizaciones, de tal modo que las grandes empresas culturales y las pequeñas empresas creativas no soporten la misma presión fiscal.

Cuarta: Se aprobarán deducciones en el IRPF por consumo cultural, que impulsen el consumo de bienes, productos y servicios culturales por la vía de la desgravación por tramos de gasto acreditados.

Es cierto que el marco general de desarrollo de la cultura de un país no es exclusivamente fiscal: sistemas de créditos ad hoc, legislación sobre patrocinio y mecenazgo y sobre innovación, modelos de emprendimiento específicos para la creación, nueva regulación de los derechos de autor que garantice y respete su labor, normas laborales y de Seguridad Social adecuadas a la realidad de artistas y creadores, entre otras medidas, conformarían un nuevo marco general estratégico. Pero la fiscalidad, el modelo impositivo con que la Cultura contribuye a la marcha del país, es una clave esencial que define su relevancia estratégica. Las medidas concretas que proponemos buscan que la cultura pueda jugar el papel que le corresponde si deseamos que contribuya decisivamente a la mejora de nuestro país y nuestra sociedad.

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Cuesta arriba y sin frenos… ¡No dejes de pedalear!

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La cultura y el arte, y el tejido organizativo y humano que las produce necesitan urgentemente facilidades para su labor.

Hace unos días acudí en el Espacio Labruc, a la inauguración de la exposición de Luis Lamadrid, un estupendo fotógrafo y creador audiovisual cuyas imágenes y conceptos mueven el cerebro, inquietan al espectador, lo cual es mucho. Un montón.

El Espacio Labruc es uno de los numerosos centros de creación y promoción del arte que florecen en Madrid en estos tiempos de ira y penurias. Porque, como le decía a su director, Ángel Málaga, la penuria no dificulta la creación, muy al contrario, a menudo la estimula; su efecto perverso tiene que ver con cosas prosaicas como el desayuno, la calefacción o los seguros sociales de sus impulsores. La dignidad material, vamos. Y es que en los últimos años se ha producido una eclosión creativa en Madrid, al calor (habría que decir a pesar del frío) de los brutales recortes a cultura, del IVAzo, y del profundo desafecto desde el que nuestros regidores han venido gobernando la cultura y el arte. Los espacios de exhibición teatral, pero también audiovisual o musical, se han multiplicado; las creaciones, contra lo previsible, se han multiplicado; los intentos de saltar la valla del recorte y la mala baba se han multiplicado; el valor se ha multiplicado.

Esta eclosión no solamente muestra un tejido cultural y artístico enérgico, apasionado y valeroso, inmune al desamor del poder y sensible al amor de los públicos; muestra palmariamente la existencia de un verdadero ejército de creadores decididos a sembrar futuro, a pesar de los pesares. Benditos sean todos ellos, incluso cuando sus creaciones no alcancen todas la excelencia. En la actual situación alcanzarla tendría la categoría de milagro. Y tampoco es eso.

Me contaba Ángel Málaga en Labruc –sala con capacidad para no más de cincuenta personas- las exigencias técnicas y de seguridad que las autoridades les imponen para darles los permisos de funcionamiento, del mismo tipo a las que se exigen a espacios comerciales y con una capacidad de espectadores muy superior. Madrid Arena ha tenido como consecuencia estos barros, que perjudican a los pequeños. Como si pasar a todos los creadores y salas por el lecho de Procusto fuera justo.

En mi opinión, el problema de fondo es que ningún gobierno, pasado o presente, del país, de las comunidades o municipal, ha apostado por apoyar y legislar a favor de la creación, de la pequeña especialmente, y del tejido organizativo y empresarial que la sostiene. Porque nada grande ha nacido grande y todo lo que ha llegado a serlo fue antes pequeño, frágil, débil, ilusionado por crecer.

Lo que tendrían que hacer los gobiernos, todos y a todos los niveles de la administración, es promover leyes favorecedoras de la creación y de las organizaciones creativas culturales y artísticas. Regar a toda esta multitud de creadores jóvenes y no tan jóvenes que pugnan por sembrar arte hoy, entre piedras. Los ministerios de Trabajo y Economía, los ayuntamientos, y consejerías, deben legislar en materia impositiva, de seguros sociales, de creación de empresas, de ayudas… para FACILITAR el funcionamiento de las nuevas organizaciones y proyectos artísticos, creando categorías específicas para el emprendimiento y los proyectos culturales. (Echemos un vistazo al modelo cooperativo argentino, por favor.) A los que empiezan hay que ponérselo fácil; a quienes apuestan por trabajar en sectores como la cultura, que aportan valor a la sociedad con un muy limitado retorno económico, hay que ponérselo fácil; a quienes por las características de su labor artística viven en situaciones inestables con trabajo hoy pero no mañana, hay que ponérselo fácil.

Ni siquiera a estas medidas legales, políticas y económicas cabe llamarles discriminación positiva. Simplemente explicitarían el deber constitucional, todavía vigente si no me he perdido algo, de que los poderes públicos promuevan la cultura. Y defiendan e impulsen a quienes la producen, añado.

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Revistas porno para Wert y Montoro

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Combatir las medidas injustas, las políticas-brujas malas contra la cultura, puede ser hasta divertido. Que se lo cuenten si no, a las “primas de riesgo”.

Las “primas de riesgo”, una mezcla de familia teatral en segundo grado de gentes atacadas por el recorte salvaje, idearon hace un par de meses una alternativa que, como el cuento de El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, desnudaba hasta el extremo las vergüenzas del poderoso de turno, esta vez de los responsables de la cosa cultural y económica del gobierno.

Las “primas de riesgo” lanzaron su campaña de promoción de El mágico prodigioso, bajo el reclamo “Porno 4%, Calderón 21%”. Inequívoco mensaje, por cierto. La iniciativa consiste en que aprovechando que las revistas porno en España solo pagan el 4% de IVA, las venderán regalando con ellas entradas para la obra de teatro. Nada más apropiado que el porno, porque esta iniciativa, deja a Wert –y a Montoro- en ropa interior.

Los impuestos que han de pagar las empresas y lo ciudadanos, todos cuantos generen riqueza, son imprescindibles porque los estados que garantizan unos servicios a la sociedad, lo hacen en parte con esos ingresos. Eso nadie lo discute. Lo que sí se discute es cuánto tienen que pagar unos y otros, y lo más razonable parece que debe ser que aporten más los que más tienen y que paguen menos los que más dificultades tienen para sobrevivir. Por eso los impuestos indirectos son tan peligrosos, particularmente el más importante de todos ellos, el IVA, porque al recaer sobre el consumo en general, afecta igual a pobres y ricos. Bueno en realidad a los ricos les afecta menos el precio de las joyas o de la gasolina, claro.

Además, el IVA no afecta a todos los productos igual. Ningún gobierno se sostendría si algunos productos de primera necesidad fuesen gravados con un impuesto del 21%, por ejemplo el pan y los alimentos de primera necesidad. Por eso el subtexto del 21% aplicado a la cultura es tan nítido. La decisión de Wert y Montoro, tanto monta, quiere decir muchas cosas, todas ellas feas: quiere decir que si quieres alimentar el alma, pagues; que si quieres dedicarte a crear arte y a hacer que tu país destaque en cultura, pagues; quiere decir, como desnudan las “primas” que tienen menos impuestos las revistas porno que el teatro. Pensar, como algunos piensan, que con el 21% esos ministros quieren castigar al sector cultural por su carácter crítico, aunque el aire vengativo de ambos alimente esta posibilidad, es dotarles de una capacidad de pensamiento estratégico del que a todas luces carecen. No, simplemente desprecian la cultura, y no creen que el arte y la cultura deban tener un papel en nuestras vidas y en la historia futura de nuestro país.

Por eso simpaticé de inmediato con las “primas de riesgo”, y compraré entradas -digo, revistas porno- para sus representaciones de enero. Ah, y ahora mismo encargo dos para enviárselas a los ministros del ramo. Con ese impuesto, yo pago una ronda. Bueno, tal vez a Mariano tampoco le venga mal recibir una… entrada. Al final, la broma me va a salir por un pico.

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Menos de un año ya, para las elecciones, y en Cultura nada que esperar hasta entonces. (Un post gimnástico)

esperarMás de un mes sin escribir en el blog es mucho tiempo. En realidad el periodo más largo que lo abandono desde que lo inicié hace casi cinco años. Me pregunto la razón, y además de haber tenido en elmuro el trimestre más activo que recuerdo en toda su existencia, con numerosos eventos, producción artística y gestión de Madrid Activa entre otras cosas, me respondo que en realidad se debe a la atonía general de la Cultura en nuestro país. A que la realidad estimula bien poco, la verdad. Más allá de las rutinas, entre las que casi se encuentran los dignos repudios a algunos premios nacionales del ramo (Savall, el de Música, Colita, el de Fotografía), aquí no pasa nada. En realidad, a casi un año de las elecciones generales, podemos dar por finiquitada la legislatura sin que en el horizonte aparezca una novedad ilusionante desde la política. Ya ni siquiera el entierro del cadáver político que es Wert –es decir, su cese o dimisión- serviría para algo más que acortar la estancia en el poder del peor ministro de Cultura de la democracia.

Ni un paso atrás en la brutal medida impositiva del 21% a la Cultura que, efectivamente, ha supuesto un terrible golpe a un sector sensible y que debiera ser tratado con mimo por lo que supone de principal reservorio de alimento espiritual para la ciudadanía. Ni un paso adelante en la elaboración y aprobación de la ley de patrocinio. Y con dos ejemplos basta para ilustrar la nadería de este ministro y su equipo.

Tal vez el mayor aprendizaje de estos años pasados, y no solamente de los tres últimos, es que la solución de los problemas que afectan a los ciudadanos –pues la Cultura no es solo cosa de quienes la crean o la producen, sino de sus destinatarios-, es que son los ciudadanos y el propio sector cultural, quienes deben asumir la tarea de exigir, combatir, pelear frente a quienes consideran la cultura un lujo innecesario.

Bueno, que para retomar el blog después de unos días de parón, ya está bien, no sea que vaya a coger agujetas en los dedos del cerebro. Mañana más. O pasado.

 

Post Scriptum

Acaba el año, y para todos es tiempo de balances y de pensamientos futuros; para quienes trabajamos en elmuro, además, es tiempo de manualidades y de preparación del Kit de Supervivencia, que es nuestra manera de dar al mundo nuestro grito bueno. Pronto lo pondremos a disposición de nuestros amigos.

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