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Centro Dramático Nacional. Bueno, nacional pero no mucho

APTOPIX BRITAIN SHAKESPEARE PORTRAIT

Algo tiene el poder cuando logra cambiar el discurso y la práctica de quienes acceden a él. Leo el catálogo con la programación del Centro Dramático Nacional y además de frotarme los ojos ante el sorprendente significado que encierra, pienso en que la cultura no es un territorio diferenciado y que quienes acceden al poder cultural se comportan igual que quienes acceden a cualquier poder. Sobre todo si no responden ante los ciudadanos, sino ante quienes les han nombrado.

Al bollo. El CDN, según reza su web, tiene la tarea de difundir y consolidar las distintas tendencias de la dramaturgia contemporánea, con especial atención a la española. Siento que lo que voy a decir ya lo he dicho antes y recordarlo me produce una cierta melancolía. Y siento que con este post no voy a ganar precisamente amigos en el poder, qué más da. “Pues amarga la verdad quiero echarla de la boca, y si al alma su hiel toca esconderla es necedad.” Sabio Quevedo.

Esta temporada (a la espera de lo que ocurra con el programa “Escritos en la escena”), hay 21 obras programadas, 7 en el María Guerrero y 3 en la Sala de la Princesa; y 6 en la sala grande del Valle Inclán y 5 en la Sala Francisco Nieva. De esas obras, 10 pertenecen a autores españoles, dos de ellos fallecidos. Y salvo Ramón Fontseré, Francisco Nieva y la pareja Marc Motserrat e Ignacio García May, el resto verán sus obras en las salas menores, de la Princesa y Francisco Nieva.

Las salas grandes, María Guerrero y Valle Inclán, quedan reservadas para quienes lo necesitan realmente: Homero, Shakespeare, Goethe, Potocki, Ionesco, Ibsen, Marivaux, Pollesch… Como puede verse una programación nítidamente al servicio de consolidar la dramaturgia española contemporánea.

Entre los autores teatrales, la mitad fallecidos mucho tiempo ha, tan solo hay tres mujeres, tres, una de ellas Petra Martínez, en compañía de su buen Juan Margallo, y solamente una joven autora española, Carolina Román. La canadiense Vickie Gendreau, la tercera mujer, es la única que pisará la sala grande… durante cuatro días, no sea que los espectadores vayan a pensar que sí, que hay mujeres que escriben bien. Y no es una cuestión de género y corrección política, que me repatea, es una cuestión de mirada, de enfoque, que gracias a los cielos es diferente en ellos y ellas. Y la mirada al mundo de las dramaturgas, queda circunscrita a un ínfimo 10% de días programados. No voy a emplear ninguna frase de humor cínico con este tema.

De los 128 días programados en la sala grande del María Guerrero, 84 lo ocuparán autores no españoles, el doble que nuestros dramaturgos. De los 100 que está programada la sala Valle Inclán, 50 son extranjeros. ¿Cómo va a desarrollarse la dramaturgia española contemporánea con menos de la mitad de los esfuerzos que el CDN dedica a autores consagrados y traducidos? ¿Qué concepto de sembrar futuro es ese que reduce a los nuevos autores a las salas pequeñas?

En fin, sobran los comentarios, sobran las rutinas y los caminos trillados, falta valor para programar a nuevos autores, a nuevos directores, y falta conquistar a nuevos públicos con ello. Un cierto aroma a catafalco dramático nacional (e internacional): Así es (si así os parece), Pirandello dixit.

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Javier Ortiz de York

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Hace unos días se cerró El Sol de York, ese coqueto teatro que impulsado por altas pasiones artísticas, se había hecho un hueco de lujo en el panorama teatral de Madrid. El alma mater había sido durante largos meses Javier Ortiz, navarro profesional que encabezó el proyecto de abrir, llenar de contenidos buenos y defender ese nuevo espacio escénico en el corazón de Chamberí. Todos cuantos amamos el arte y lo entendemos como herramienta de cambio –propio y ajeno-, tenemos una deuda con él y con cuantos apoyaron ese proyecto y lo hicieron vivir.

Ahora siento emociones y pensamientos contradictorios: emociones del que siente e incluso admira; pensamientos de quien analiza. Porque no quisiera decir solamente aquello que salta a la vista, lo positivo, sino que quisiera aprender, extraer enseñanzas también de esta aventura, tan bellamente insolente hacia los malos tiempos en que le ha tocado desempeñarse.

La gestión de El Sol de York ha sido en muchos aspectos ejemplar. Por su responsabilidad y compromiso con las compañías y artistas que representaron sus obras en ese teatro a las que siempre abonaba sus ingresos con la máxima justicia; por el modelo de programación artística, siempre a la búsqueda de la máxima calidad y del máximo aprovechamiento; por la relevante atención a los públicos, eje de su gestión; por el hecho mismo de haber logrado abrir una nueva ventana en Madrid al buen teatro y a muchos creadores que lo necesitaban; por su capacidad de acoger a cuantos necesitaban calor. Una gestión que caminaba en los hombros de la pasión.

El análisis, en todo caso, no debe eludir entrar en las debilidades del proyecto, esas que en parte explican el cierre. Si El Sol de York ha sido un ejemplo de gestión, entonces probablemente habremos de convenir que ha fallado el modelo empresarial que la soportaba. Un modelo en el que se apostaba por una fuerte implicación de la propiedad del inmueble y que sin embargo, durante todo el tiempo en que la sala estuvo abierta, no dio pasos en su compromiso concreto. La pasión, e incluso el éxito, tan cercano en muchos momentos, no podía obviar que todo proyecto artístico, hoy, es un proyecto empresarial y que tener cerrado el alquiler en contrato adecuado es absolutamente esencial para planificar a medio y largo plazo. Como lo es, también, disponer de socios o/y patrocinadores que cubran los flancos débiles. Sé que ambas cuestiones formaban parte de las preocupaciones clave de El Sol de York.

La legislación debería favorecer que los propietarios de locales dedicados al arte no sufrieran castigo por ello. Incentivos fiscales, ayudas a la rehabilitación, créditos especiales…, son algunas de las medidas que los propietarios necesitan para no sentirse tentados por dedicaciones más rentables. Como debiera recoger privilegiadamente la futura ley de financiación de la Cultura, el apoyo financiero a este tipo de expresiones y proyectos. Entre tanto, solamente queda acomodar los proyectos a la realidad en que han de sobrevivir y crecer.

En cuanto a Javier Ortiz de York, estoy seguro de que está preparando un nuevo lío guapo al que servir fielmente. Con la intensidad, la dedicación y el buen hacer con que sabe hacerlo. Muchos estamos dispuestos a estar a su lado en lo que necesite.

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El 21% de nada

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La decisión del Gobierno de aplicar un impuesto del 21 % a la producción y consumo de arte y cultura supuso y supone gravísimos problemas, cierto.

En el cine y en las artes escénicas en concreto, el incremento -brutal: del 8 al 21%- no ha repercutido apenas en los ciudadanos afectos al arte porque las empresas y compañías y los artistas han reducido sus márgenes para que los precios al público no subieran. Pero aún así, ha tenido tres consecuencias, entre otras, extraordinariamente graves.

La primera, la precarización del empleo cultural, que en estos momentos en no pocas producciones artísticas colectivas roza los límites de la dignidad, e incumple la legalidad. La segunda, la caída de muchos parámetros de calidad global de las producciones artísticas, que con la bajada de ingresos y de ayudas públicas reducen sus perfiles artísticos y de puesta en escena, el número de participantes en cada producción e incluso, urgidos por el éxito, buscan el camino fácil a través de producciones sin el menor riesgo en contenidos. En este segundo ámbito de consecuencias habremos de incluir, también (aunque este tema se merece un post específico) el caso del microteatro, que alabado por muchos de los laminadores de la cultura, precariza de oficio a los profesionales y muestra a muchos espectadores una faz tremendamente limitada del teatro. Y, en tercer lugar, la consecuencia más negativa ha sido la de desanimar a los públicos a acudir a los espectáculos en vivo, machacados comunicativamente por un análisis unilateral y chato de la subida de impuestos. En esta última consecuencia, el propio universo cultural tiene parte de la culpa al hablar constantemente, incluso cuando y donde no debe, de lo pernicioso del nuevo impuesto del 21%. El mensaje –falso por otro lado- de que la cultura se encarece, contribuye notablemente a que los públicos perciban esta expresión cultural como inasequible.

El 21% ha sido un trapero navajazo para la cultura y para los ciudadanos, a quienes desde el gobierno se transmite que la cultura es un bien casi de lujo. Pero desde el mundo del arte y de la producción cultural debemos buscar caminos propios que garanticen nuestra supervivencia y la del arte como expresión transformadora del ser humano, al margen y/o por encima de cualquier táctica del poder por destruirla. Incluso por encima del 21%.

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Las ventanas abiertas son para que entre el aire

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Escribo este post a riesgo de que a algunos amigos, y al mismo tiempo candidatos a directores del teatro Español, no les guste demasiado.

Creo que la convocatoria pública para cubrir el puesto, y el nombramiento de una comisión de “notables” (en algún caso, de sobresaliente) para acotar la decisión, son líneas orientadas a una mayor transparencia y democracia en la elección de los responsables de instituciones culturales públicas. Es como una pequeña ventana abierta. Una ventana abierta que debe aprovecharse para que entre el aire fresco y se renueve la atmósfera de la estancia.

A mi modo de ver, la ventana abierta debe servir, también y esencialmente, para renovar las formas y los modelos de gestión de los teatros públicos, e incluso los perfiles profesionales de quienes asumen esa gran tarea. Por eso es más probable que en esa lista de candidatos -27 nada menos- encontremos la idoneidad en nuevos nombres, en gentes tal vez con menos recorrido y experiencia, pero sin duda con entusiasmo, perfiles con más matices, nuevas ideas y futuro.

En mi anterior post hablaba de las condiciones que a mi modo de ver debe atesorar un gestor cultural público que aspire a dirigir el Español, entre las que su capacidad como directores de escena no es la más importante. Insisto en que se trata de buscar a quien mejor sea capaz de dirigir equipos, mover creatividades de otros, definir proyectos artísticos de largo recorrido, captar recursos económicos, poner el teatro en el mapa europeo, emplear el marketing y el desarrollo de audiencias como una herramienta esencial para conectar con los ciudadanos… Soy de la opinión de que lo más idóneo es nombrar un equipo de dirección en el que todas esas habilidades estén representadas, dos o tres personas bastarían. Se evitaría así la tendencia, al parecer acendrada en nuestros artistas, de convertirse en protagonistas.

Pero lo que tengo todavía más claro es que el mejor de los nombramientos es el que, además de servir a la política cultural marcada por las instituciones públicas, garantice aires nuevos en el Teatro Español, gente capaz de conectar con los nuevos talentos escénicos, responsables preocupados por atraer y dinamizar nuevos públicos, gentes que vivan y entiendan el teatro como una herramienta artística de transformación y enriquecimiento social.

No se trata de arriesgar; se trata de optar por modelos ya hechos con dudoso éxito o crear nuevos; se trata de elegir entre el futuro y el pasado, entre quienes prefieren compromisos con el poder y quienes los prefieren con el arte y con los ciudadanos.

Programar, llenar de contenidos las salas disponibles no es difícil. Lo verdaderamente relevante es construir un nuevo modelo de gestión del Teatro Español democrático, abierto, orientado a los públicos, que busque el mejor y más sostenible de los caminos para convertirlo en un centro de creación y de encuentro con la sociedad. Un modelo que huya del coto privado como de la peste.

Por eso, entre los muchos candidatos, grandes artistas, hay que privilegiar no tanto a quienes sabemos perfectamente de dónde vienen, sino a quienes tienen plano para ese nuevo viaje. ¡Ah, Ítaca!

 

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Nueva directora de los teatros municipales madrileños (o director). Me gustaría…

teatro

El proceso de selección del nuevo director del teatro Español -o directora- y los otros espacios escénicos municipales, está en plena efervescencia. Por supuesto espero, y espero que seamos muchos los que lo esperemos, que el proceso sea absolutamente transparente. La verdad es que me encantaría estar presente en la fase de selección: un ciudadano interesado en la cultura que acude a ver cómo se eligen a sus responsables. Me gustaría asistir a la presentación de los programas y propuestas de gestión de los candidatos y comprobar en ellas algunas de sus cualidades (de los candidatos). Me sorprendería gratamente poder acceder a los diversos proyectos presentados y pocas cosas me gustarían más que hacerles preguntas para aclarar las dudas que tuviera sobre sus propuestas.

Creo que es de tal calibre el déficit de transparencia en la selección y nombramiento de los cargos de designación, que cualquier avance en la dirección esbozada es de agradecer. Y avance es que la comisión que evalúa los proyectos y los candidatos sea conocida y prestigiosa. Sin duda tras ello se encuentra la decisión de Pedro Corral.

También me hubiera gustado que el perfil solicitado por el ayuntamiento como nuevo regidor de los espacios teatrales municipales fuera menos artístico y más de gestión. Creo que el modelo de designar artistas como responsables de teatros públicos está agotado y que necesitamos gestores que manejen con soltura las claves de la estrategia, de la dirección de equipos, del marketing y de la captación de fondos. Un “triunvirato” o, al menos, una dirección compartida con diferentes perfiles, pienso que garantiza mucho mejor la mejor dirección, y debilita la tendencia al personalismo.

Pero, además, hay otras claves decisivas para que la elección no solo sea adecuada en lo personal, sino efectiva en relación a la política cultural.

Lo primero es señalar con la máxima precisión los objetivos que el Ayuntamiento quiere cubrir con sus teatros. La acción del futuro o futura directora del teatro Español y demás espacios no debe ser cual la del propietario de una finca en la que puede tomar decisiones a su gusto; simplemente porque no es el propietario. Tampoco lo es el ayuntamiento. Son los ciudadanos los dueños y señores de los espacios municipales y cualquier gestor debe servir a unos principios de acción de política cultural conocidos y democráticos.

Lo segundo es que el programa de compromisos y de gestión seleccionado, enmarcado en las políticas y objetivos culturales conocidos, junto a los presupuestos que le son destinados, han de conformar un contrato público que el responsable y el ayuntamiento se comprometen a cumplir. Ese contrato deberá incorporar una cláusula de rescisión para el caso de que los objetivos no se cumplan o la gestión no se ajuste a lo comprometido.

En cualquier caso, le deseo un enorme éxito a quien resulte designado. ¡Son tan enormes las tareas y tan grandes las necesidades!

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El democraticismo oculta el bosque

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Me llega por mail una propuesta de Comisión para elegir al nuevo director de los teatros de Madrid, en sustitución de Natalio Grueso, que se va en junio. La elabora el Grupo Municipal Socialista del Ayuntamiento.

Loada sea toda iniciativa que se oriente a democratizar la elección de responsables políticos culturales; más loada aún si se propone que estos procesos salgan de la oscuridad y la catacumba. Lo malo es que centrar el problema, como hace el documento, en la creación de una comisión electora, es desviar el tiro del centro de la diana. Lo que necesitan los procesos de selección de responsables culturales de las instituciones –ayuntamiento, comunidad, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte- es ser organizados GLOBALMENTE, siguiendo pasos lógicos, conocidos, eficaces y transparentes:

Primero, que las instituciones expliciten sus objetivos de política cultural, sus bases políticas de gestión para el periodo de que se trate, que han de ser conocidas públicamente.

Segundo, que la convocatoria misma sea pública, abierta y conocida y garantice en su desarrollo la libre competencia entre candidatos.

Tercero, que los candidatos presenten su candidatura con un proyecto de gestión integral, que incluya objetivos, medios, propuestas de programación, e incluso financiación. En fin, que la gestión de los teatros quede en manos de profesionales de la gestión. Y como los gestores de hoy ya no son programadores con dinero público que van a comprar al mercado lo que les gusta para programarlo, su nuevo perfil habrá de ser el de un gestor profesional, que junto al rasgo cultural, sea conocedor de las técnicas de trabajo en equipo, de marketing, de comunicación, de desarrollo de públicos, de captación de recursos…

Cuarto, que el proceso de selección sea democrático y transparente, y que pueda ser seguido y evaluado por personas capaces, competentes e independientes. El proceso habrá de acabar con la firma de un Contrato-Programa que fije las condiciones y comprometa a las dos partes.

Quinto, que los responsables finalmente elegidos por las instituciones –pues son ellas quienes tienen la delegación popular para hacerlo- presenten anualmente un balance público de su gestión, que al final de su mandato habrá de ser auditada por profesionales independientes.

Así que, detenerse en que la elección debe ser hecha por asociaciones del sector, parece quedarse en la epidermis de la epidermis.¿De verdad garantiza ese modelo la elección del responsable de los teatros municipales más adecuado? El democraticismo, a veces, oculta el bosque.

 

NOTA: Y encima, ¿por qué la Asociación de Malabaristas y no ARTEMAD, por poner un ejemplo, que es una relevante asociación de empresas y compañías del sector que ha sido excluida del elenco?

 

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Creatividad y tijeras. 2: Se necesita un nuevo modelo

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Pues eso, que la creatividad grupal en nuestro país, necesita un nuevo modelo que favorezca el desarrollo de nuevos y jóvenes proyectos; y que combata con su propia altura la tijera y la auto-explotación. Es tan obviamente locura montar una sociedad limitada para un proyecto que durará un año en el mejor de los casos; es tan obstaculizador y generador de conflictos obligar a montar una empresa con todas las de la ley a un grupo de jóvenes en plena y bella fiebre artística…, que si desde el poder no se favorece un formato sencillo y por proyecto para dar cobijo a la creatividad de esos grupos o/y proyectos es porque no interesan nada; porque no se advierte el potencial de futuro que para un país tiene favorecer la creatividad.

Sin querer ser exhaustivo, ese nuevo modelo del que hablo debería incorporar los siguientes aspectos:

  1. Diferenciación de las producciones y actividades artísticas en función de tamaños, presupuestos, precios, espacios de exhibición y niveles de rentabilidad.
  2. Adecuación de los impuestos, retenciones y cotizaciones a la Seguridad Social, a esas diferentes realidades. Partiendo de la reducción del IVA -al menos a los niveles previos a la barbarie montorowertiana-, los productos, espacios y creaciones de un tamaño menor estarán absolutamente libres de impuestos, o verán reducidos al mínimo los pagos durante un tiempo que posibilite su subsistencia. Las retenciones y cotizaciones a la S.S. –no así los derechos- se reducirán para permitir que los procesos creativos jóvenes, producidos con pocos monises, destinados a públicos minoritarios o exhibidos en pequeñas salas…, trabajen legalmente.
  3. Los convenios han de cumplirse siempre, pero, para poder hacerlo, contendrán diversas categorías en función de las situaciones señaladas anteriormente. De tal modo que en los pequeños espacios o/y poyectos, al menos se cumplan los requisitos de trabajar con la Seguridad Social cubierta.
  4. Los modelos de producción y de constitución de empresas creativas se modificarán radicalmente, creando el modelo por proyecto para impulsar –facilitándola- la constitución legal de los nuevos equipos creativos, salas o producciones, pero sujetos a normas fiscales, de constitución, de pago de derechos de autor, etc, adecuados al escaso recorrido previo, a las expectativas y a la corta duración de su vida útil. Que para hacer una pequeña e imprevisible producción haya de crearse una empresa sociedad limitada es una estupidez y una maldad anti artística.

Ya, ya sé que éstas son apenas algunas de las medidas que habrían de tomarse, pero su virtud es que apuntan al corazón del mal: el arte no puede sujetarse exclusivamente a normas económicas del capitalismo duro.

Si estamos de acuerdo -que espero que lo estén incluso quienes rezongan al oírlo-, en que el arte y la cultura son necesarios en una sociedad de seres humanos libres; si estamos de acuerdo en que la bondad maravillos a del arte consiste en permite a los hombres expresar cosas bellas que de otra manera quedarían sin ser expresadas…, pongamos los medios para que ello sea posible.

Hasta hoy, los gobiernos se han limitado a financiar algunas expresiones pero tan solo han puesto dificultades a esa diferenciación que daría vida autónoma a los procesos nuevos, jóvenes, y a las creatividades en tiempos de tormenta. Los que vivimos.

 

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Creatividad y tijeras. 1: La auto-explotación como obstáculo

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Una consecuencia positiva del reinado de la tijera en la economía social es el impulso a la creatividad. Algo así como si con el estómago vacío pudiéramos volar sueños más guapos…, y hacerlos.

Hay algún ejemplo en el último cine español, con brillantes creaciones realizadas con un talento por centímetro cuadrado muchas veces mayor a su presupuesto. Un ejemplo: el caso de Stockolm, finalista a tres categorías de Goya y con un presupuesto de poco más de 200.000,00 €.

En artes escénicas y musicales, es época de florecimiento primaveral y exuberante de proyectos, de asociación de creadores y compañías, de hermosas locuras que iluminan un páramo de seguridades y procesos mil veces recorridos con anterioridad. Miremos la cartelera teatral y musical madrileña y descubriremos que un fin de semana normal podemos acceder a más de ciento cincuenta ofertas diferentes. Muchas en espacios inverosímiles y en condiciones en que la precariedad es una nueva condecoración. Veremos lo que queda de este magma creativo cuando se regularice la situación y quede lo que quede, pero ahora disfrutemos de esta parte.

Sin embargo, esta moneda tiene un reverso que debe alterarnos la ceja del corazón: la inmensa mayoría de los creadores no viven de su trabajo de sus proyectos, e incluso en muchos casos aportan sus propios dineros para ponerlos en pie. En el mejor de los casos, valgamediós, se auto-explotan. Las salas pequeñas, los espacios recién paridos al arte, las casas de porteras o mini-teatros…, si enseñaran el forro mostrarían artistas que no cobran, que no están asegurados, y cuyo magro beneficio disfrutan otros. Algunos grandes empresarios, al igual que ocurre en otros sectores económicos, aprovechan que el Ebro nace en Fontibre y aprietan los convenios y los acuerdos con las compañías y los artistas en los grandes teatros para mantener su tasa de beneficios. Malos momentos, sí, que debemos afrontar generando un nuevo modelo económico y creativo.

Si me preguntaran, que nadie me pregunta, se me ocurren algunos componentes básicos que incorporar a ese nuevo modelo. Pero hoy, aquí, no cabe más, que los post largos son un poco pesados. Así que lo dejaremos para mañaaaana.

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¡Tachán, tacháaaaannnn! Maestros Yoda hacernos debemos

Maestros Yoda hacernos debemos

Sí, el IVA para la compra de arte al 10% el Gobierno rebajado ha. Fiscal beneficio que disfrutarán esos millones de personas para los que las paredes de sus casas adornar con pinturas o esculturas de autor una imperiosa necesidad es. De hecho, si alguien a alguien conoce que comprado ha un cuadro a alguien en el último mes, seguramente pertenecer debe todavía a “la” clase social. En fin, el resto de los culturales sectores de este país felicitar queremos a galeristas, creadores y marchantes, y compradores, a las puertas de ARCO. También a valencianos falleros.

Por lo demás, la cultura, ese impreciso e inefable bien, que las instituciones públicas promover deben por constitucional mandato, disfrutando seguirá de ese especial tratamiento fiscal del 21% que en convertirlo en un objeto de lujo consiste. Bravo gritamos (Maestro Yoda dixit).

La verdad es que el hambre el ingenio aguza, aunque sin duda vivir hace en peores condiciones. Poco o nada ganar, la supervivencia estimula como una zanahoria a un burro, pero la hipoteca no paga, ni el supermercado, ni los sociales seguros. Por toda España, como otoñales hongos, nuevos culturales espacios en recónditos e impensables lugares surgen; nuevos creativos proyectos cargados de más talento que de regalos los Magos nacen; lo que ningún gobierno conseguirá jamás apagar por mucho que se empeñe, prolifera: la creatividad, el talento, el deseo de al mundo a través del arte aportar.

Pero no es de eso de lo que tratar quería. Sino del metalenguaje empleado por esta gente que nos gobierna. Al años tardar en encarcelar a los delincuentes de cuello blanco o a los inmobiliarios y especuladores sin ley, o a los antibéticos, perlímperlambréticos corruptos abogados; al jamás conseguir que un ladrón barcénico, expresidente de la CEOE, consorteprincipesco, o mandamás de una caja de ahorros lo a todos  robado devuelva; al la devolución no exigir del crédito a la banca española –para que sus vergüenzas hipotecarias tape- por valor de miles de millones de euros, que pagando con sangre y lágrimas TODOS estamos… Y, al mismo tiempo, al de impuestos cargar una actividad que el músculo bello y apolíneo del país muestra -la cultura, por millones de personas disfrutada-, lo que en realidad diciendo están es lo que verdaderamente una cosa y la otra les importan.

Por eso, enormemente me alegra  –bueno, un poco exagero: me alegro, simplemente- de que la pintura y las fallas el IVA del 10% tengan (superior en todo caso al del inicio de este viaje, eh), pero profundamente me irrita el paleto desprecio por la cultura, y por su económica relevancia, que un impuesto tan elevado mantener supone.

No sé qué impuesto pagar debemos quienes al teatro vamos, discos o películas compramos…  Mi principal conclusión de la fiscal política por el gobierno marcada es que, al igual que en la leyenda que en el bosque de Sherwood se desarrollaba, a los humildes en España robar barato, casi gratuito, sale, y que coto poner a los desmanes de los ladrones tremendamente difícil es, si estos mismos poderes hacerlo deben.

Los pies pararles, difícil, no imposible es. De nosotros depende. ¿Maestros Yoda tal vez hacernos debemos? La Fuerza nos acompañará.

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Privatizar: mirar el dedo o a dónde señala. A propósito de la Plataforma en Defensa de la Cultura

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Ayer, 4 de noviembre, asistí en el Círculo de Bellas Artes a una asamblea convocada por numerosas asociaciones culturales contra la «privatización» del teatro Fernán Gómez y contra el 21% del IVA cultural. La Plataforma en Defensa de la Cultura.

Desde los viejos tiempos temo las asambleas porque de modo natural suelen tender a convertirse en escenario de emociones y manipulaciones y muy rara vez en espacio de reflexión para la toma de decisiones, que es para lo que supuestamente se convocan.

Asistí, primero interesado, luego perplejo, a numerosas intervenciones, ya emocionales, ya llamadoras a la «lucha». Muchas con más enfado que argumentos. Las más con más entusiasmo que reflexión. Todas culpando a terceros y llamándose a andana de la más mínima responsabilidad en la actual situación. Sin algo de autocrítica y, más allá, sin que nos pongamos de acuerdo en el contenido y el sentido que damos a las palabras, sin que acordemos el marco en el que las gentes dedicadas profesionalmente a la cultura plantean sus quejas y reclamaciones, y sin que el norte de toda acción sean las necesidades ciudadanas, la vida de todo movimiento reivindicativo será inevitablemente corta. Y en el mejor de los casos de escaso calado y menor repercusión.

Y sin embargo la situación de profunda crisis social, económica y política, y la completa ausencia de estrategia cultural -en el gobierno y en cualquiera de los grupos políticos-, hace absolutamente perentorio generar pensamiento: definir hacia dónde queremos ir. Si me apuras, soñar el futuro para que sepamos los pasos que hay que dar para ir acercándonos a él.

Hoy, el reto de todo movimiento social o político preocupado por la cultura ha de ser llenar de contenido concreto el genérico mandato constitucional que da a las administraciones públicas la responsabilidad de promover la cultura. Una tarea pendiente desde hace treinta y cinco años. Lo cual exige abordar las grandes líneas de un política cultural que se precie: un pacto ciudadano y político por la cultura que le dé valor estratégico, la adecuada financiación pública y privada de la cultura, la transparencia en su funcionamiento y el establecimiento de fórmulas democráticas de acceso a la gestión pública, o la democratización cultural y el establecimiento de fórmulas de participación ciudadana, por mencionar algunas líneas maestras que hay que desarrollar.

Sin embargo los movimientos críticos suelen detenerse en los aspectos cosméticos, sin ir al fondo y al marco de la cuestión. Ver el arbusto que tenemos ante nuestra nariz y encelarnos en él.

En este sentido, el que parece ser el núcleo duro de las reivindicaciones tiene que ver con la privatización. Pero, ¿qué es eso de privatización? Definamos burda pero operativamente que es pasar algo que rigen manos públicas a manos privadas. Según la RAE, transferir una empresa o actividad pública al sector privado. Pero démosle algo más de profundidad, algún matiz más. En ese sentido siempre he dicho que se puede diferenciar entre  privatizar la propiedad, privatizar la gestión concreta o privatizar la función política. Primero, la propiedad de bienes o inmuebles culturales no está hoy en entredicho, ningún grupo político la plantea, aunque personalmente estoy seguro que hay propiedades públicas que podrían venderse para que dejasen de ser poco rentables socialmente y lesivas a lo público (o simplemente para recaudar fondos para necesidades superiores: ¿superiores a la cultura?: Sí, la vida, el empleo, la salud, la vivienda, la educación…). Segundo, se puede privatizar la gestión concreta, y eso es lo que se hace en muchos servicios cuyo funcionamiento es imposible que lo hagan funcionarios, ya por costes ya simplemente por operatividad (en este ámbito están la limpieza, autopistas, aeropuertos, e incluso aspectos de orden público, sin que nadie se rasgue por ello las vestiduras. Luego, claro, está el CÓMO se hace y A QUIÉN aprovecha). Y, tercero, se puede privatizar la función, es decir la política cultural, y que sean empresas privadas las que definan las necesidades ciudadanas en esta materia y decidan lo que hacer. ESTO ES LO VERDADERAMENTE GRAVE Y PELIGROSO. Y ES LO QUE SE ESTÁ HACIENDO. De matute, como dirían los castizos.

Porque, al ceder la gestión con criterios exclusivamente de ahorro o/y de rentabilidad económica, excluyendo la rentabilidad social y el control y evaluación de la gestión privada, de facto se está entregando la función de política cultural a los adjudicatarios de la gestión. Dos pájaros de un solo tiro. Seguramente los políticos que privatizan la gestión sin más criterio que la adjudicación al mejor postor, y las más de las veces en penumbra, ni siquiera son conscientes de que en realidad están renunciando a dirigir la política cultural de esos espacios cedidos a la gestión privada. ¡Tan poco saben de política cultural!

¿Puede evitarse? Sí, claro: imponiendo formatos transparentes y democráticos de contratación y adjudicación, en los que se fijen los criterios de política cultural que los adjudicatarios deben asumir. Sí, claro, imponiendo controles, auditorías y evaluaciones, que supervisen que la gestión está al servicio de la sociedad y de la política cultural marcada. (Controles que deberían llevar al levantamiento de la adjudicación si la gestión no responde a lo acordado). ¿Puede impedirse? Sí, claro, imponiendo limitaciones concretas desde las administraciones públicas a los niveles de beneficio a los que pueden aspirar los adjudicatarios. Limitaciones que se explican y justifican porque optan a gestionar un servicio público beneficioso para la sociedad.

El verdadero reto de los poderes públicos hoy no es abaratar costes en la gestión, eso lo hace cualquiera, aunque no sepa nada. El nuevo reto es establecer un papel superior de control a las administraciones públicas sobre la gestión privada de la cultura y otros servicios. El mundo del funcionariado, decimonónico y arcaico sin duda, deja paso en la actualidad y en el futuro a la mayor intervención de la sociedad civil -empresas incluidas- en su gestión. Pero las empresas han de ajustarse siempre al servicio de los intereses y necesidades de la sociedad fijados por las administraciones democráticamente elegidas. Por ello han de establecerse esos sistemas concretos de control y evaluación.

Hoy las instituciones, y los partidos, parecen incapaces de asumir sus nuevas tareas, imbuidos las más de las veces de un espíritu de recorte, corrupción y alergia a la transparencia. Son los ciudadanos más conscientes los que urgidos por la realidad del abandono cultural deben asumir esa tarea.

Necesitamos movimiento, alzar la voz, claro que sí. Pero necesitamos todavía más, señalar con el dedo la dirección hacia la que conducir el movimiento y la voz. Y cuidado, siempre hay quien se queda con su mirada fija en la punta del dedo.

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