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¿Te gusta el tutti frutti de arte y cultura?

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Veo en El País una escultura de Bernardí Roig –uno de sus regordetes y albos hombres con los pantalones abiertos- rodeada de otras muchas barrocas. La noticia cuenta algo del Museo Nacional de Escultura, esa maravilla situada en Valladolid que acoge piezas clave de Juni, Fernández, o Berruguete. Un museo a no perderse. La noticia informa de que se suma a la opción de abrir sus ventanas introduciendo escultura contemporánea entre las barrocas. “Okupas” lo llama el diario. Recuerdo que la obra de Roig, con idéntica filosofía, la vi hace unos meses en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, que dirige una “fiera”, trabajadora y dulce, Elena Hernando.

Tengo que mencionar de nuevo en el blog este museo madrileño porque es un ejemplo de sinergias, de llenar de agua ese pozo que la crisis amenaza permanentemente con secar. Este próximo jueves, 3 de octubre, el Lázaro Galdiano acoge una Jornada: “Arte y Empresa: un mismo combate”, en la que gentes del arte y la empresa compartirán sus reflexiones de cómo multiplicar valores mutuos en tiempos de cólera. Para no perdérsela. Apenas veinte días después, 21 y 22 de octubre, el mismo salón de actos acogerá la tercera Conferencia de Marketing de Las Artes, de ASIMETRICA. Otra cita a la que asistir en ese foco de arte, experimentación y reflexión que está siendo la FLG.

Cuando empezaba este post no era sobre esto de lo que quería hablar. Hoy simplemente quería sugerir, recomendar la lectura de la penúltima columna de Vicente Verdú, El deseo de cultura: como casi siempre, sugeridora, y tarareadora  de músicas intelectuales infrecuentes hoy. “El deseo es la base de la existencia”, comienza su artículo. “El ciudadano culto transmitía la impresión de que obtenía mayor placer paseando por una nueva ciudad, leyendo un nuevo libro o viendo un nuevo cine que quien no disponía de ese caudal”, nos recuerda. “Pero esta demanda o aspiración de ser culto ha desaparecido con una facilidad y rapidez impensable”. No sigo, léanlo.

La lectura de Verdú me sugiere una parte relevante de nuestro papel, el de aquellos que por profesión o pasión mediamos entre quienes crean arte y quienes lo desean. Y ese papel es promover que el arte llegue a los ciudadanos en la mejor de las condiciones para ser degustado, para que ese encuentro le ayude a vivir la vida con más placer e intensidad, más consciente de que el arte es aquello, precisamente, que establece parte diferencial y fundamental de “ser” humanos. El pasado viernes asistí una vez más, con mi hija Candela, a un concierto de Ara Malikian. Algunos de los acordes que obtenía con maestría de su violín diminuto, me llenaron de congoja guapa, y si hubiera estado solo con seguridad habría llorado, de felicidad. Por sentir esa diferencia. Por sentir. Esa es la esencia del arte.

Bueno, mañana más y diferente. Que esto, después de releerlo, parece un helado de tutti frutti. Y yo un tontuelo.

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Gracias, por el Eco de tu voz, Umberto: solo la humildad nos hará sabios

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Las respuestas de Umberto Eco a las preguntas de la periodista de El País (24.05.2013) son sencillas y magistrales. Muestran una sabiduría apacible y distante. Humilde. La entrevista se titula “La cultura no está en crisis; es crisis”.

Uno de los principales rasgos de la modernidad –no la nuestra, la de cada época- es el vacuo y fatuo orgullo por sus propias creaciones. La creencia de que lo último es lo mejor y lo que requiere más apoyo y más aplauso es propio de cegatones o, lo que suele ser más habitual, desconocedores de la historia. En nuestro caso de la historia del arte y de las artes. Ilustra esto una de las respuestas de Eco, en la que nos recuerda que no sabemos la duración de las memorias USB, pero que hay libros que ya tienen más de mil años.

Quienes trabajamos en cultura –en realidad, apenas la tarareamos- necesitamos empaparnos de ese tipo de humildad y tomar las debidas distancias sobre fenómenos que pueden ser tan deslumbrantes como efímeros. Deslumbrarse por lo que todavía puede que no esté “hecho” contribuye a dejar pasar de largo aquello que está en su plenitud; conduce a acortar bárbaramente los periodos de vida de las creaciones artísticas, que fenecen a menudo sin apenas haber sido disfrutadas.

Umberto Eco también habla de que el racismo destaca entre los oscurantismos de nuestros tiempos. Y de sus palabras extraigo la enseñanza de que lo que necesitamos es más Europa, más mundo, más ciudadanos y más personas; menos nación, menos “pueblo”. Menos “qué hay de lo mío” y mucho más “que hay de lo de todos”.

Unas palabras que son fruto de una larga y rica vida, cuajada de pensamiento y de mirada buena. Unas palabras con eco.

 

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Queremos mucho Max

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Los Premios Max son una fiesta para las artes escénicas. Y hay que agradecer el esfuerzo de SGAE y Fundación Autor, encabezadas ahora por Anton Reixa y Antonio Onetti, por impulsarlos. Tienen sus sombras, cómo no, pero han devenido en el espacio en el que quienes crean arte en España reciben público premio por su buen hacer. Un “lugar” aceptado por los más. La expectativa y la repercusión dentro del sector y entre cientos de miles de aficionados al teatro y la danza es muy grande. Bienvenido sea todo ello.

En la situación por la que atraviesa el espectáculo en vivo, los Max no podían ser ajenos a las políticas públicas de abandono y dejación de responsabilidades culturales. Muchos durante la ceremonia lo dijeron por activa y por pasiva, aunque menos conjugaron sabiamente el humor con la crítica.

No es este el lugar para comentar o valorar los premios, conseguidos en todo caso a través de votos individuales de profesionales inscritos en el censo de votantes. Tampoco es el lugar para entrar en la valoración artística de la ceremonia. La producción fue muy buena y al acabar la Gala los asistentes salieron muy satisfechos y disfrutaron luego de un amable ambiente en el que departir en la cálida noche del Matadero.

Aquí me detendré tan solo en cuatro aspectos que me parecen razonablemente importantes.

1. El primero es el del sistema de votación. Año tras año se percibe con nitidez que en los votantes influye demasiado el afecto y la amistad, y es difícil desprenderse de la impresión de que existen grupos que actúan como tales al depositar el voto. Solamente así se puede entender que una obra se lleve todos los galardones a los que opta, como si lo que hicieran el resto de los candidatos no mereciera ni migajas. Y esto es así desde los viejos tiempos en que Animalario arrasaba. La dificultad primera es ver todos los espectáculos candidatos por el hecho mismo de ser en vivo. No es fácil resolver este problema: parte de la solución probablemente pase por reducir el número de candidaturas a las que puede optar un espectáculo, o establecer un sistema de Jurado que filtre, complemente o sustituya la elección, o establecer un sistema de voto ponderado. Pero sin duda es un problema que exige urgentes medidas para garantizar la máxima transparencia y credibilidad.

2. El segundo aspecto interesante que me provocó reflexión tiene que ver con la relación de las artes escénicas con sus públicos. En la mayor parte de los discursos e intervenciones el público estaba ausente. Los mensajes se dirigían a los asistentes, como si de una reunión interna se tratara, olvidando que a través de la televisión lo que se dice llega a cientos de miles de personas. Personas que pueden estar o no interesadas -esto último es lo más lógico- por los problemas internos del sector teatral. Ante ellos, ante nuestro público, las AA.EE. han de mostrar lo mejor de sí, la máxima belleza, la mayor y mejor de las seducciones. El teatro en 2012 ha hecho maravillas a pesar de la crisis, ese es el mensaje. El tonillo lastimero y de queja es, francamente, poco glamuroso.

3. El ministro de Educación, Cultura y Deporte, dio, una vez más, la nota fea e ineducada. Su clamorosa ausencia no muestra solo el escaso interés de Wert por las Artes Escénicas. Hay algo más, que tiene que ver con su mínima capacidad de dialogo y escucha, con su gusto por la provocación y el profundo desprecio que siente por la sustancial parte de la cultura que representa el espectáculo en vivo. El ministro Wert hace tiempo que es el problema. El ministro Wert debe irse. No hay garantías de que el próximo lo haga bien. Pero es muy difícil que otro lo haga peor.

4. SGAE tiene un reto en el inmediato futuro de primera magnitud. Los Max son una creación de los autores para todos cuantos trabajan profesionalmente en el teatro y la danza. Bien, porque todos queremos que el sector tenga una voz potente, unificada e indiscutida, y los Max pueden ser el germen.  El reto para SGAE tal vez pase por iniciar un proceso constituyente de una verdadera Academia de las Artes Escénicas. La grandeza que tal cometido exige será una buena prueba de hasta dónde está dispuesta la sociedad de los autores en la tarea de liderar al conjunto de los sectores profesionales de las artes escénicas, y compartir con ellos el futuro protagonismo. Un hermoso reto.

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Patrocinio sí, pero con alma

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Hace apenas dos años, Telefónica, una de las principales empresas españolas, anunció el despido de 6.400 trabajadores, el 20% de su plantilla en España. Al día siguiente, comunicaba la decisión de aportar bonus millonarios para sus directivos. En 2010, Telefónica había obtenido 10.000 millones de euros de beneficios. Telefónica tiene numerosos programas de intervención en las áreas educativa, cultural y del conocimiento.

¿De que vale su acción en el ámbito de la cultura o de la educación? La impostura, la ausencia de ética es tan clamorosa que conviene tomar aire antes de seguir escribiendo.

Llevamos años reclamando una Ley de Patrocinio que incentive a las empresas a aportar fondos en favor de la cultura y otras necesidades sociales. A cambio de mejorar su imagen y obtener jugosos descuentos en sus impuestos, los dineros empresariales taparían el deshonesto abandono del Estado del territorio de lo social. Pero el patrocinio -y la futura  Ley de Patrocinio- no debe mirar para otro lado ante situaciones, ante funcionamientos empresariales como el que comentamos y que son el pan nuestro de cada día.

Este caso pone el dedo sobre la verdadera llaga de la economía, la política y, sí, de su relación con la cultura de nuestro país: la clamorosa ausencia de ética.

Porque la principal responsabilidad de una empresa es defender a sus trabajadores, cuidar y bien tratar a quienes producen su fuerza empresarial. Y solo cuando su defensa está garantizada puede acometer tareas de RSC. Si no es así, esas tareas deben ser consideradas humo, mentiras, rimmel. La mejora de la productividad, verdadero dios nuevo al que se encomiendan la política y la economía contemporáneas, no puede excusar despidos masivos en épocas de crisis mientras se obtienen beneficios innúmeros y se reparten bonus a los despedidores sin conciencia.

En la Cultura debemos privilegiar la relación con empresas con alma. En Cultura, exigimos que la colaboración de las empresas en proyectos sociales y culturales lo sea a partir de una gestión ética en la que su principal aportación a la sociedad sea un modelo justo y no rufianesco.

Hoy más que nunca los ciudadanos necesitamos esperanza, y ésta solo está en la justicia. Los ciudadanos necesitamos alegría, y la alegría se halla en la lucha contra la injusticia, en la solidaridad con los otros en tiempos difíciles. La alegría nace de hacer bien las cosas, de cultivar con afecto y excelencia el pequeño fragmento del universo que nos ha sido dado en responsabilidad. Con patrocinio o sin él.

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¡Muerte a la cultura!

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Es absolutamente cierto que la subida del IVA al 21% el pasado año convirtió a la cultura  en un producto casi de lujo. El teatro y otras artes, sometidas a un incremento impositivo tan brutal en un entorno de crisis aguda, han acabado sufriendo las consecuencias y hoy los públicos obligados a ahorrar lo que pueden, abandonan las salas.

En una entrevista publicada en El País el pasado lunes, Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, decía: “Un 21% de cero es cero.” Y es que la consecuencia está siendo que  la recaudación de impuestos del teatro y otras artes se desploma. Con ser destructivo para el alma de un país y de sus ciudadanos que se ven excluidos de un consumo cultural casi de lujo; con ser enorme el daño al sector cultural, por los miles y miles de personas que están perdiendo sus puestos de trabajo, lo verdaderamente grave es el significado profundo que la medida del escasamente presentable ministro Wert tomó el pasado año.

La aplicación de ese tipo impositivo refleja que este gobierno considera la cultura irrelevante para la vida de los ciudadanos, para su desarrollo como tales. El mensaje de fondo es que para este gobierno la cultura debe ser rentable y estar sometida a las leyes del mercado; que es producto, no servicio.

Hoy está a la orden del día la confrontación extrema entre dos formas de entender  la cultura. La que alienta la Constitución, que le concede un rango superior y ordena a los poderes públicos promoverla entre los ciudadanos, y la que alienta al gobierno, que se apresura a convertirla de facto en mercancía, que recorta sus ya escasos presupuestos y que la considera una fuente de ingresos para las arcas del estado.

La cultura y el arte son expresión máxima del desarrollo de las sociedades y por eso hay que detener con urgencia la loca fiebre de los recortes que eliminan los apoyos a las expresiones más frágiles, y que aplican duras cargas impositivas a sus prácticas. Creen que moriremos felices convencidos por los medios y por nuestros responsables políticos, de que morir de hambre es lo mejor para vivir.

Parafraseando a Unamuno en su famoso enfrentamiento con Millán Astray, acabaré diciendo que este gobierno tiene la fuerza y tal vez venza, pero jamás nos va a convencer en su poco sensata tarea de acabar con la cultura como un bien público.

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AVETID: pensar juntos para cambiar las cosas

Participacion audiencia

Invitado por María Ángeles Fayos y Santiago Sánchez, participé la semana pasada en los IV Encuentros de la Associació Valenciana d’Empreses de Teatre i Circ. Se reunían para debatir y compartir sobre la situación en la que una pésima administración de la Cultura ha dejado al sector y a la práctica cultural de los ciudadanos en esa comunidad. Destrucción de tejido, recortes brutales, dejación de la responsabilidad política en cultura, oscurantismo y eliminación del circuito teatral, son algunas de las consecuencias de la gestión. Ahora, con equipos políticos recién nombrados, las organizaciones parecen respirar un poco e ilusionarse.

La queja ante el maltrato, el dolor ante el desaire permanente, la herida frente al desprecio están dejando paso a la conciencia de que la fuerza del cambio en la cultura valenciana está en manos de quienes trabajan por ella, y de los ciudadanos que desean incorporarla a sus vidas. Y para ello, como han hecho estos días, se han reunido, y apoyados por la Universidad de Valencia, han identificado líneas de fuerza que permitirán agrupar energías e introducir cambios en la gestión.

Compartí mesa con el peruano Alberto Menacho, Hassane Kouyaté, de Burkina Fasso y Marcos Ottone, de Yllana, llamados para exponer otras visiones y experiencias. A mí me tocó proponer el nuevo marco por el que las organizaciones deben apostar: organizaciones cada vez más profesionales y autosuficientes que sean capaces de redefinir su relación con las instituciones y que apuesten por asumir la responsabilidad incluso de gestionar lo público. Les decía que en este sentido, las organizaciones y los ciudadanos deben trabajar juntos para cambiar las leyes y excluir de la gestión de los servicios públicos -salud, educación, cultura…- a las empresas con ánimo desmedido de lucro y sin función social. Les decía que debemos mirar más y siempre a los públicos, que son los que dan sentido a la creación artística. Los públicos están cambiando en su forma de relacionarse entre sí y con la oferta cultural, quieren participar más, quieren intervenir y ser escuchados, y la supervivencia de las organizaciones artísticas depende de que efectivamente sepamos adaptarnos a ese nuevo campo de juego y caminar juntos.

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Gestión de la Cultura y ánimo de lucro, una pareja bien fea

Las administraciones públicas, responsables por activa o por pasiva de la actual situación económica, salen de estampida de la gestión de los servicios públicos para abaratar sus costes.

La privatización, sin criterios y sin más objetivo que gastar menos, amenaza a la Cultura y otros servicios esenciales de la comunidad. Está pasando de tapadillo y sin oposición la entrega de teatros, auditorios y centros culturales de titularidad pública (y hospitales…) a empresas con ánimo de lucro. Empresas que están obligadas a anteponer su propio beneficio a la función social del servicio que se les entrega, y la mayor parte de las veces se dan sin la más mínima transparencia, a escondidas.

Soy un decidido partidario de la desfuncionarización de la cultura, pero para que en su gestión entre la sociedad civil, pero para que se democratice y acoja la opinión y los deseos de los ciudadanos. Y sin embargo, ya está ocurriendo todo lo contrario. Es el momento de decir en voz alta que los servicios sociales y en lo que nos afecta, la cultura, no puede ser gestionados por empresas con ánimo de lucro, y que la gestión de la cultura debe ser asumida, en el caso de que se privatice, por organizaciones del Tercer y Cuarto sector, es decir, por organizaciones sin ánimo de lucro, o por empresas con fines sociales y limitación legal de sus beneficios.

Crear un nuevo modelo de gestión de lo público es una tarea extraordinariamente urgente en la que las organizaciones culturales tienen todo que decir. Es cierto que muchas de ellas para acceder a responsabilidades de gestión han de incrementar sus capacidades organizativas y de gestión. Es cierto que hay que reformar las leyes para que empresas culturales que funcionan de facto como empresas sin ánimo de lucro, sean tratadas fiscalmente como tales.

Pero es posible y es necesario, si la sociedad civil no quiere ver cómo servicios esenciales pasan a funcionar con criterios exclusivos de rentabilidad, olvidando sus valores de equilibrio social, de igualdad de oportunidades, de mejoramiento social.

El modelo de sociedad al que nos dirigimos puede ser apolíneo o convertirse en un monstruo en el que la desigualdad triunfe porque el dinero decide en cuestiones en las que no debe decidir. Algo hay que hacer sobre esta cuestión estratégica, ¿no?

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Abusos no, gracias. Por un nuevo modelo de reparto de la taquilla

La relación entre productores de arte con los gestores de exhibidores es una relación demasiado desequilibrada a favor de los segundos que hay que corregir. La pasada semana fui a ver al teatro Amaya, Orquesta de señoritas, dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente. Iba invitado por Juan Carlos Naya uno de los estupendos actores que pone en pie la obra. En la puerta me encontré con el histórico productor Juanjo Seoane. Su conversación giró, como las de casi todos los creadores o productores en los últimos tiempos, sobre la brutal subida del IVA que está ya disuadiendo a muchos públicos; sobre los escasísimos  ayuntamientos que contratan y de las condiciones de taquilla que imponen desde hace un año; sobre la morosidad institucional que ahoga a tantas y tantas compañías. Algunas de estas cuestiones se resolverán más temprano que tarde; otras, aunque se moderarán, forman parte del nuevo panorama relacionado con la situación económica y solo cuando ésta cambie, podrá cambiar en alguna medida el escenario de las artes.

También se quejó de las duras condiciones que imponen los empresarios de teatros para entrar en sus salas de Madrid y Barcelona a hacer temporada. Empresarios que a cambio del teatro y su servicio, exigen ir a media ganancia, es decir, ir al 50% de la taquilla. Descontando los derechos de autor y otros pequeños gastos, ese reparto deja a las compañías que se arriesgan menos del 40% para hacer frente a todos los gastos salariales, técnicos, publicitarios, y a la amortización de la inversión realizada y al necesario beneficio para seguir adelante. No parece equitativo, sin duda. Y ese modelo no depende del gobierno, sino de acuerdos sectoriales que evidentemente hay que revisar. La creación, el riesgo de producir espectáculos de calidad y con el número de intérpretes necesarios (no dos o tres) exige como contrapartida las mejores condiciones posibles. Para ambas partes.

Un reparto más adecuado, para empezar,  podría ser el 60% para la compañía y el 40% para la sala. Eso, o que los empresarios de teatros incrementen su inversión en promoción y publicidad.

Esta situación me recuerda la de los campesinos, cansados de que su sudor por un kilo de tomates les proporcione 20 céntimos, cuando el distribuidor-vendedor lo cobra, a 3 euros (precio barato, eh). Los creadores de arte deben negociar con los empresarios de teatros un nuevo reparto de la taquilla, especialmente con aquellos que imponen condiciones leoninas arriesgando poco en la programación.

Los empresarios de paredes saben todo esto, y saben que deben revisar sus condiciones porque los creadores son imprescindibles. Saben que un mes sin programación teatral en Madrid, fruto del acuerdo de todas las compañías para revisar las históricas malas condiciones de entrada a los teatros, bastaría para forzar nuevos acuerdos.

NOTA

Los precios también han de ser revisados a favor de los públicos. ¿Por qué la entrada a una obra con nueve actores y una potente escenografía tiene el mismo precio que otra en la que trabajan dos actores en cámara negra? ¿Por qué el beneficio no tiene relación con la inversión? Los abusos deben acabarse y éste es el mejor momento para empezar.

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Contra Wert: a la calle que ya es hora

Hoy el desayuno se nos atraganta con la noticia de que en los presupuestos para 2013 la cultura se reducirá en un 30%. La noticia dice, también, que en los últimos tres años la reducción global ha sido del 70%. José Ignacio Wert nos engañó, es evidente, cuando en aquellos debates post-lectorales asumía el papel de moderado y centrado intérprete. Como ministro de Educación, Cultura y Deporte ha aflorado su verdadera cara, la de un killer incendiario, un altivo exterminador.

El ministro, como otros del gabinete, ha sacado su verdadera alma cuando ha ocupado el poder, el alma negra de quien no escucha, de quien no se disculpa cuando hace daño, el alma mala de quien se cree ungido por los dioses y la verdad en exclusiva. Un exterminador al que parece gustarle el cuchillo, la tijera, la guadaña. Parece disfrutar cuando justifica la brutal subida del IVA de los productos y servicios culturales del 8% al 21%, que castiga sin misericordia a los públicos y a las frágiles organizaciones culturales. Parece disfrutar cuando, con añadida chulería, afirma que la sentencia de los tribunales contraria a los colegios que segregan niños de niñas, él se la va a saltar dictando una nueva ley que permitirá subvencionarlos. Son tantas sus barbaridades en menos de un año que no merece la pena seguir. Hemeroteca.

El texto y el subtexto de la noticia es que al Gobierno de España la cultura y el arte no le importan; que en su estrategia para el país con la segunda lengua de relación más importante del mundo, la cultura es cero.  Conviene recordar, en estos tiempos que nuestros políticos y banqueros han convertido en oscuros e inciertos, que la cultura y el arte tienen el decisivo papel de darnos identidad como sociedad y nos permiten digerir mejor el presente, entenderlo e incluso cambiarlo; la cultura nos explica el mundo y nos posiciona en el mundo. La cultura, además, aporta un importantísimo 3% al PIB.

El ministro debe irse porque está haciendo la política contraria a la prometida. El gobierno en su conjunto, si no da marcha atrás en los presupuestos de cultura, va a enfrentarse a una dura respuesta. La dignidad exige gritar basta. Y hoy, como  en ningún otro momento en la historia de la democracia, los ciudadanos conscientes de la importancia de la cultura para la sociedad y la economía, y el sector del arte y la cultura, deben plantar cara y luchar por la supervivencia. Qué pena que haya que recuperar forzadamente esa vieja palabra.

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CSI Eurovegas: “Sombras que acechan”

Esperanza Aguirre se va. Buena y mala noticia. Mala porque esa mujer bárbaramente sincera daba el mejor de los alimentos a los noticieros y a la izquierda clásica. La van a echar mucho de menos. Buena porque se va un símbolo del liberalismo más feroz, ese que antepone el derecho al beneficio individual sobre cualquier otro derecho. El que parece haber perdido la compasión por los débiles, la humanidad. El que cuenta los millones de parados por números, no por esperanzas rotas.

Viene todo esto a cuenta de Eurovegas. El promotor Adelson, de aspecto y pasado más que inquietantes, magnate de casinos en Las Vegas y otros lares, parece haber logrado derribar todas las barreras legales que le hacían poner morritos a Madrid como su sede europea. Previsiblemente se encontrará terrenos a precio de calderilla, un espacio de excepción en que parte de la legislación no se cumplirá (tabaco, derechos laborales, salarios…), exenciones fiscales, y un montón de políticos que suspiran desvergonzadamente por atraerle. A él y a sus negocios necesitados de un radical blanqueante. Si finalmente se ejecuta este proyecto recuerden dentro de diez o quince años las voces que prometían que de Eurovegas manarían fuentes de oro para los madrileños. Recuérdenlo.

En nuestro país hemos visto tantos de estos fiascos negociados entre sombras. Sí, me dirán, pero este creará empleo. Ya veremos si en número y calidad como el que ahora se promete. Ya veremos dónde paga sus impuestos este señor. Ya veremos. Las negociaciones han sido secretas y no sabemos nada. Por eso ya veremos.

En España tenemos la tendencia loca e ilusa de buscar soluciones mágicas para los problemas acumulados, esos que no henos sabido o querido resolver por el buen camino. Y lo habitual es que sea construyendo, construyendo, construyendo. Poniéndose en manos de no importa quién. Niemeyer de Gijón, Ciudad de la Cultura de Galicia, innumerables parques temáticos del que solamente Port Aventura parece haber sobrevivido, centros comerciales por doquier… Pan para hoy desconociéndose qué traerá el mañana.

De los imprescindibles estudios de públicos, de viabilidad y de impacto, de estudios alternativos que analicen qué otras posibilidades existen, de consulta a los ciudadanos o en su caso de debate transparente… nada de nada. Si estás a favor de Eurovegas eres de los nuestros y estás por generar empleo; si estás en contra eres de los malos y solo sabes hacer oposición.

La buena salida a la crisis hacia la que debemos orientarnos no puede basarse en el modelo político de Eurovegas. Un modelo de toma de decisiones, entre sombras, que sigue siendo el dominante en el ámbito de la Cultura.

Y no he dicho nada de valores morales, eh, ni de las “bellas” personas que va a atraer este tipo de negocio, ni de los costes en seguridad que lo acompañará, ni, ni. Pero podría.

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