El Museo del Prado ha subido recientemente el precio de sus entradas generales de ocho a diez euros. Las entradas pasan a servir para todas las exposiciones, temporales y permanentes. Esta medida no altera la política de precios especiales reducidos y de ofertas que por algo más de dinero dan valores añadidos, por ejemplo llevarse a casa La guía del Prado.
Esta decisión está tomada para facilitar las vistas de los públicos que hasta ahora estaban obligados a elegir con antelación un tipo de entrada según los fondos que quisieran visitar. Expresa la estrategia del Prado de estar atento a sus usuarios, de escucharles y facilitar sus visitas, para lo que ha ido modernizando su modelo de gestión, comunicación y relación con los públicos. Expresa, también, la tendencia a acercar algo el precio a la realidad de los costes del servicio ofrecido.
Por eso la medida plantea, de paso, una reflexión sobre el precio de la cultura. No son pocas las personas que en España consideran que la cultura y el arte debe ser gratuito, confundiendo libertad de acceso con gratuidad. Como ya sabemos, y más en los presentes momentos de crisis, todo cuesta y todo ha de ser pagado, venga de los presupuestos de instituciones públicas, de mecenas o patrocinadores, o del bolsillo de los ciudadanos interesados. El precio de las entradas muestra, en parte, el valor atribuido a la cultura. Por la institución correspondiente, y por los públicos. Y hasta ahora, las políticas de precios cercanas al cero no han contribuido a prestigiar la cultura ni a hacer más público. Son la educación, una adecuada política de promoción y un modelo de atención a las audiencias que las sitúe en el centro de la actividad de las organizaciones culturales las medidas que darán verdadero valor a la cultura. Aunque el acceso sea algo más caro.
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