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Neurociencia, comunicación y marketing. Vaya, vaya.

Vengo de asistir al Congreso Internacional de Neurociencia, Comunicación y Economía, que tenía como título este año el de “Consumidor global y Tecnología”, y que se celebraba en la Universidad Europea de Madrid. La ponencia inaugural corría a cargo de Mónica Deza, Vicepresidente de Innovación de McCann Worldgroup, que preside la asociación organizadora (AINACE). Su intervención y la de quienes le siguieron, planteaban en su conjunto un campo de investigación, una mirada al futuro, en un territorio espectacular para quienes trabajan en el arte y la cultura, el que tiene por esquinas la emoción, el marketing, la comunicación, y el cerebro.

Lo apasionante es explorar el cerebro desde la perspectiva de la acumulación y selección de la información, de los ingredientes que participan en cada una de nuestras elecciones,  de cómo la digitalización está alterando –ha alterado ya- no solo la comunicación, sino las partes del cerebro en que se asienta. Intuir cómo todo ello introduce variaciones en nuestro patrón de toma de decisiones -¿pronto con repercusiones genéticas?- produce un cierto vértigo.

Acercarse al fenómeno de la moda, la belleza, las emociones, las marcas, las redes sociales…, en estos momentos de cambio profundo y acelerado, desde una perspectiva neuro-científica, es más que estimulante. Las utilidades en áreas educativas, pero también en aspectos relacionadas con el conocimiento último de los gustos y los motivos de los usuarios,  y por lo tanto de su aplicación al marketing, aunque sea simplemente en esbozo, genera un sugerente cúmulo de incertidumbres.

Me quedé con la enorme sospecha de que la ética, como compromiso íntimo individual, pero también colectivo, no va al mismo ritmo que la investigación de la neurociencia en su relación con la economía y otras ciencias sociales y del comportamiento. Esa es mi sugerencia para el próximo Congreso: la de esbozar también los límites éticos de la neurociencia.

Por cierto, Mónica Deza, es una de las ponentes que participará los días 15 y 16 de octubre, en Madrid, en la segunda Conferencia de Marketing de las Artes. Su ponencia tiene un bello título: B.E.S.A.M.E. Estoy deseando escucharla.

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Plan Estratégico de Cultura para Madrid: el punto de partida

La presentación ayer en la sede municipal madrileña del proyecto de Plan Estratégico de Cultura del Ayuntamiento de Madrid (PECAM), es una buena noticia. Muestra la intención de levantar la vista y mirar más allá de lo que habitualmente miran las instituciones. Hacer política cultural planificada, atendiendo a unos objetivos en beneficio de la sociedad -y dotar luego los planes de los recursos adecuados para su ejecución-, es lo menos que se puede exigir a los poderes públicos. Enhorabuena a Carlota Álvarez y todo el equipo que ha dado los primeros pasos de esta iniciativa. Ha despertado notable interés en el entramado cultural y ciudadano, deseoso de participar en el diseño estratégico cultural de Madrid.  Ya iremos viendo en los próximos días y meses si tras esta iniciativa municipal hay voluntad decidida y seria o artificio. Perdonen, pero razones para la duda no faltan. Incluso algunas se deslizaron ayer desapercibida y subrepticiamente a lo largo de la presentación.

El Delegado Villalonga, en su bien tramado discurso, afirmó como una de las piedras angulares de su argumentación (en realidad una anécdota), que los teatros dependientes del ayuntamiento venían costando 23 millones de euros anuales y que el último año habían tenido un 43% de ocupación, y que eso, evidentemente, no podía ser. El argumento tiene dos o tres facetas tirando a tramposillas y en cualquier caso de poca proyección, lo que extraña en un responsable político de ese nivel. Las planteo en forma de preguntas: ¿Cuáles son los índices de ocupación empleados? ¿Se refiere a todos los teatros o el problema apunta específicamente al Fernán Gómez, como nos tememos? Si mete a todos en el mismo saco, ¿será por criticar la gestión del anterior equipo en su conjunto? Seguimos: ¿Si el porcentaje de ocupación hubiera sido del 100%, los 23 millones hubieran estado bien gastados? ¿Los teatros públicos tienen como objetivo capital e indeclinable el “no hay entradas”? ¿Forma parte eso de la/su política cultural? Todos creemos saber cómo llenar, pero disentimos en como llenar haciendo ciudadanía, claro.

Segundo tema. (Recuerden que estábamos hablando del Plan Estratégico para la Cultura madrileña) Contestando a una pregunta, el Delegado afirmó –por cierto, sonriendo mientras daba por obvia su respuesta- que los centros culturales de barrio seguirían dependiendo de otras áreas municipales, que eso no entraba en su negociado. Es decir, como ahora. ¿Alguien considera serio que en la planificación estratégica cultural de Madrid, se parta de que sigan fuera de la planificación general y bajo la tutela de las juntas de distrito los centros donde se encuentran con la cultura una enorme cantidad de ciudadanos?

Otra intervención realmente relevante y “filosófica” la proporcionó el moderador del acto, coordinador del Fringe de Madrid, a quien nadie de la organización desdijo. Joan Picanyol se vanaglorió de que el festival no estaba pagando cachés a las compañías programadas y que todos los grupos acudían a taquilla (¡en un festival!), que lo importante para ellos era representar y tener la oportunidad de que les vieran. Para justificar el recorte se justificaba la vuelta al neoprofesionalismo canalla. El servilismo de la apología de la miseria. Ojala me equivoque, pero suena a que todo esta parafernalia puede estar al servicio de un retroceso presupuestario en toda regla y de una neoprofesionalización de la creación artística madrileña. Jopé si es así: vaya alforjas para tan corto viaje.

Ah, una última cuestión, ésta metodológica. Doy por sentado que cuantos han intervenido hasta el momento han hecho un buen trabajo (aunque todavía no lo he podido terminar de leer), pero si el ayuntamiento quiere de verdad, sinceramente, que la sociedad civil participe en la elaboración de las líneas maestras del futuro, deberá promover fórmulas concretas de participación del tejido cultural, y esencialmente del empresarial y el asociativo (ayer ausente en el discurso), que vayan más allá de recibir mensajes a través de la web habilitada.

En realidad, el éxito o el fracaso de este proceso se podrá constatar al final del camino en el próximo diciembre midiendo cuántos agentes no institucionales han participado y propuesto cambios y cuántos de esos cambios se han incorporado al PECAM.

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Anuario SGAE: datos duros… y oportunidades

El Anuario SGAE de las Artes Escénicas, Musicales y Audiovisuales es una herramienta imprescindible para conocer el estado del consumo cultural en España. Y hay que agradecer que a pesar de las dificultades, SGAE, Fundación Autor y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, sigan apostando por conocer la realidad. Conocerla es la condición imprescindible para actuar sobre ella. Para cambiarla.

La presentación de los datos del último anuario SGAE, correspondiente a 2011, fue un rosario de pérdidas: de espectadores, de actividad, y en menor medida, que también, de ingresos. Antón Reixa, Antonio Onetti, Francisco Galindo… desgranaban algo tocados una situación para la que no estábamos preparados. Muchos años continuados de crecimiento nos hicieron pensar que la cultura y el arte empezaban a ocupar el puesto que les corresponde en una sociedad avanzada. Pero no: el desplome de la economía española –incomprensible arcano para mí todavía en sus detalles- ha arrastrado incluso a los sectores que iban bien. En la presentación se habló de la “Burbuja cultural” como si su crecimiento los últimos diez años hubiera sido ficticio, falso, hinchado. Pero no. El impulso de la creatividad, el desarrollo del tejido cultural y de las empresas que lo han hecho posible, su peso correspondiente en el PIB… no son un bluff. El retroceso es, simplemente, la explicitación de la dependencia de la cultura con respecto a la economía, y también respecto a las ayudas públicas. Cuando pensábamos que formaba parte del motor, la realidad nos ha venido a recordar que todavía entre nosotros es un aditamento estético del que prescindir cuando el hambre aprieta. Porque por estos lares, el hambre-hambre se relaciona más con el pan que con el alma.

Probablemente el inmediato futuro sería menos doloroso y difícil si hubiéramos hecho a tiempo algunos deberes que tienen que ver con el desarrollo de las audiencias y la fidelización de los públicos del arte. Hoy esas tareas pasan a estar relacionadas con la supervivencia misma del sector. Hoy el seducir a nuevos públicos, desarrollar las audiencias de la creación, hacer que quienes van repitan más veces y además entreguen de buen grado su lealtad a las organizaciones culturales, son objetivos estratégicos. En los próximos tiempos muchas organizaciones tal vez desaparezcan o comprueben la ausencia de razones para ser. Lo importante es que cuando el arte y la cultura española salgan de esta situación, los públicos sean más y más fieles. Porque lo que debemos conseguir es que las gentes –muchas y nuevas gentes- sientan que la cultura les acompaña en este tramo duro de sus vidas, con calidad y buen hacer. Que con alimento espiritual del bueno las penas son menos y el futuro más cercano. Es una nueva oportunidad que no podemos desaprovechar.

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Visca Catalunya, con perdón

Los “vivas” tras los cuales hay el nombre de un país, nación o nacionalidad, suelen poner mis escasos pelos firmes cual escarpias. En el mejor de los casos me recuerda el papanatismo de “viva mi pueblo” (que no sabes si lo que de verdad quiere decir, es biba yo y avajo los demás), y en el peor, el terrible “viva la muerte” del legionario Millán-Astray de infausta memoria.

Ya, ya sé que el post anterior rezaba Viva España, pero supongo que a nadie se le ocultó que lo que quería gritar era un imperativo “Vivid, no os dejéis desanimar”, ante la agresión psicológica a la que está sometida la buena y humilde gente de este país para que se trague la crisis sin chistar.

Bueno. Pues hoy me dan ganas de gritar “Viva Cataluña, o Visca Catalunya”, y es que cuando uno coge carrerilla es difícil pararle.

Sergi Belbel, director del Teatre Nacional de Catalunya ha decidido programar la obra de cuatro autores catalanes jóvenes en la Sala Grande del TNC. Salivo de envidia por su valor y por la medida misma que, aunque tardía –es su última temporada- expresa la decisión de promover al primer plano a los dramaturgos locales. La cultura de un país, la cultura vinculada a una lengua, a unas tradiciones, a un pasado común que alimenta historias colectivas e Historia, debe ser respetada, conservada, delicadamente cuidada. Por eso siento hoy envidia por la decisión de Belbel, y pena por el castizo desprecio por lo castizo que anida en las mentes de tanto moderno sin pasado que bebe los vientos por cualquier novedad y desecha lo cercano, lo propio.

No hay forma de que los creadores crezcan y se hagan grandes –sean dramaturgos, realizadores, novelistas, poetas, fotógrafos o pintores…- sin el alimento que suponen estrenos, publicaciones, grabaciones, exposiciones…; sin el alimento que supone el juicio del público, al que sus creaciones van destinadas.

Pues eso, que sana envidia.

NOTA: Pena penita pena, por Juan Luis Galiardo, ese nadador irredento y atleta en su vejez; y por Gustavo Pérez Puig, que montó a Alfonso Sastre cuando hasta los suyos le negaban el pan y la sal. Fíjate, le gustaban Sastre, Buero, Jardiel y Mihura,  una tierna contradicción. Y es que, para algunas cosas, hay derechas valientes e izquierdas cobardicas.

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La calidad, un buen límite para la cantidad

Experincia del público

En el último post valoraba positivamente la existencia de hordas (buenas) de consumidores de artes, inexpertos pero hambrientos. Inexpertos en conocimientos profundos de la pintura, el teatro, la ópera, el cine o la literatura; hambrientos por decir que estuvieron allí, que sí, que él es quien aparece en la fotografía delante de las Meninas, que él también ha leído la última de Zafón, o de contar a los cuatro vientos que no se perdió la última Traviata.

Estoy leyendo el último libro de Vargas Llosa, tan admirado literato, autor de Travesuras de la niña mala y de otras muchas joyas. En él arremete contra estos tiempos en que las masas consumen y no degustan, y hacen ruido frente a la quietud que todo arte demanda. En el fondo, el libro -en mi opinión escaso de argumentos: léanlo, está dando que hablar sin mencionarlo incluso-, es una queja ante los efectos de la democratización del acceso al arte y la multiplicación del consumo de arte reproducible. Y sin embargo, si lo miramos con detenimiento, lo ocurrido en las últimas décadas no debe molestar a ningún experto y amante de la “alta cultura”. Hoy no hay menos personas que amen la cultura de elite, simplemente hay más gente que consume cultura superficialmente. Pero eso no es malo, al contrario. Me hace recordar aquella cerrada defensa que Antonio Banderas hizo de Santiago Segura y sus películas. Banderas decía que no se pueden hacer grandes películas y obras maestras sin industria, y que la industria se hace sobre películas que ven millones, no sobre las que ven solamente miles.

Sí, es cierto que en arte la cantidad debe tener el límite de la calidad. Que la experiencia del usuario en su contacto con el arte debe ser satisfactoria, estimulante, gratificante en sí, transformadora. Y eso requiere unas condiciones que las organizaciones culturales deben respetar y alentar. Ver obras de arte entre codazos, películas con ruidos, o teatro en asientos incómodos, por poner unos ejemplos, puede poner en riesgo e incluso destruir la experiencia, y expulsar al usuario a otros espacios de ocio más amables; o más lógicos.

La cantidad debe relacionarse con la calidad y con la segmentación de públicos. Y las organizaciones artísticas –museos, teatros, auditorios, galerías…- han de poner esos criterios en función de su misión, de su razón de ser, que es notablemente diferente en cada uno de los casos. Vamos, que la captación de recursos, la financiación, no debe impedir una atención adecuada y segmentada que proporcione una satisfacción adecuada e individual a cada uno de los espectadores y usuarios en cada uno de sus momentos de relación con el arte. Si no es así, probablemente las organizaciones sobrevivan, pero a costa de maltratar e incluso echar a sus usuarios. También a los mejores. Mal rollito.

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Escrito desde la vorágine

Ando de un lado para otro empujando proyectos y realidades que necesitan nuevos impulsos. Entre los proyectos destaca emprendecultura, una propuesta formativa en marketing digital para emprendedores en la que nos hemos embarcado de la mano elmuro y ASIMETRICA para apoyar la imprescindible autogestión de las pequeñas organizaciones culturales. Entre las realidades, los Premios Buero de Teatro Joven impulsados por Coca-Cola, tan exigentes siempre por primavera y siempre con novedades; y el reestreno de En La Otra Habitación, de Paloma Pedrero, primero en Tribueñe y a partir del 27 de marzo, en el Teatro Conde Duque. No nos aburrimos, la verdad.

Pero no era de esto de lo que quería hablar, claro. Esto simplemente explica el que haya tardado en volver a colgar un post de mi ventana digital. Lo que  quería comentar es que ayer hubo un encuentro de gestores en Madrid organizado por AGETEC y coordinado por Jaume Colomer, sobre la cooperación público privada en artes escénicas en relación a la exhibición y a los públicos. Un encuentro necesario para ir avanzando en ese reto que es constituir el sector cultural en grupo de presión, con personalidad, fuerza y objetivos que plantear a los políticos. Tras la mesa en que participé, junto a Fátima Anllo, Lluis Bonet y Adriana Moscoso, el debate derivó hacia la necesidad de cambiar los grandes ejes de la gestión pública y la financiación de la cultura. One more time no pofavó. En mi opinión las tareas urgentes, impostergables, de las organizaciones culturales son cambiar lo que ellas mismas pueden cambiar, lo que gentes que trabajan en el sector tienen en sus propias manos cambiar. Y, desgraciadamente, para grandes transformaciones en las que precisemos acuerdos parlamentarios o de gobierno, carecemos hoy de fuerza e incluso de programas.

¿Qué es entonces lo que debemos abordar? A mí me parece que lo más perentorio es mejorar y privilegiar las relaciones con los públicos de la cultura. Son ellos, en estos momentos de retroceso de la financiación pública, los que pueden dar soporte a la producción y a la exhibición artísticas. Mejorar la relación quiere decir, escuchar sus opiniones y necesidades, quiere decir conocerlos, incluso individualmente, apoyándonos para ello incluso en la tecnología que el marketing pone en nuestras manos, ticketing y CRM incluidos. Solamente conociendo a nuestros públicos podemos ofrecerles aquello que buscan y hacer de su encuentro con el arte una experiencia emocional, un viaje de calidad que debe aspirar a lo inolvidable.

Los gestores tienen, tenemos, mucho que aprender para avanzar en esta senda del conocimiento de nuestros usuarios; pero debemos hacerlo desde la humildad de aceptar que estamos a su servicio y no al revés.

En realidad, y como suele decir Roger Tomlinson, en esta cuestión tan solo se trata de responder acertadamente a una pregunta: ¿Cómo quieres que sea la relación con tus públicos, anónima o personal?

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El crowdfunding, ¿bálsamo de Fierabrás?

Después de una de las múltiples palizas recibidas en sus andanzas, Don Quijote menciona a Sancho este bálsamo curatodo. El equivalente en Asterix sería la afamada poción de la marmita. Siempre a la búsqueda del Santo Grial. Como para muchos el principal mal de la cultura hoy es la escasez de dineros, se está publicitando masivamente el micro-patrocinio, el crowdfunding, como solución de Fierabrás. Numerosas webs han nacido en los últimos meses como plataformas de búsqueda de micromecenazgo para pequeños proyectos (goteo, verkani, lanzanos, latahona, fandyu, kreandu…); docenas de mails recibidos me recuerdan en las últimas semanas que muchos proyectos –galerías, teatros, producciones…- quieren beber del maná, del Grial de la eterna juventud que es el dinero privado.

En el ágora digital se confunden creadores salientes del cascarón, con productoras solventes o teatros alternativos. Todos cuentan de sí, todos piden y todos ofrecen más o menos lo mismo. Hombre, no  digo yo que lo de salir a la calle hucha en mano es lo mismo, pero tal y como se está llevando a cabo amenaza con llegar a ser algo no muy diferente.

El crowdfunding es una herramienta magnífica para pequeños proyectos, pero que no consiste simplemente en pedir colaboración económica a conocidos y desconocidos; muy al contrario; su práctica ha de regirse en sus principios de funcionamiento por estrategias de captación de recursos, de comunicación y de marketing. Si no es así es hucha, mesa petitoria. La práctica del crowdfunding ha de estar al servicio de unos determinados objetivos de marketing, hacerse con veracidad y gestionarse con transparencia los fondos obtenidos, rindiendo cuentas a los compañeros de viaje logrados, buscando la diferenciación y la especificidad en relación a otros proyectos similares, dirigiéndose a un público segmentado estudiado, y definido para que los mensajes los reciban los destinatarios adecuados. Y lo más importante: debe generar en quienes colaboran la sensación colectiva de que realmente están contribuyendo a poner en pie un proyecto creativo original. Si no se siguen estas elementales y razonables normas, dentro de muy poco tiempo habremos recibido tantas solicitudes que responderemos igual ante ellas que ante la última oferta de Orange. Y es que copiar los originales, hacer buen benchmarking no es nada fácil.

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Patrocinio y fiscalidad, una pareja que da juego

La parte más debatida de las leyes de patrocinio suele ser los incentivos fiscales que promueven que empresas y particulares contribuyan a la financiación de la cultura.

En mi opinión los porcentajes de desgravación son relevantes, pero no tanto como se suele señalar. No olvidemos que la contribución de las empresas al patrocinio, reduce los impuestos de esas empresas, y por lo tanto la suma de ingresos globales que el Estado maneja. Por eso los incentivos fiscales deben estar al servicio de una política cultural global, como decíamos en el anterior post.

Ello quiere decir, que conviene ir a máximos en los incentivos para generalizar en las empresas la aportación de fondos privados a Cultura. Motivan mucho más y hacen que empresas poco sensibles a la Cultura, se planteen apoyarla. Los incentivos máximos juegan, en fin, un papel divulgador del papel de la empresa como financiador cultural.  Pero formar parte de una política cultural quiere decir también que  el modelo de incentivos que se apruebe, debe garantizar que ámbitos culturales y artísticos poco mediáticos, o minoritarios, reciban también el apoyo económico del mundo empresarial. Así que, dentro del escalado de incentivos, demos máximos beneficios fiscales para los patrocinios a proyectos de vanguardia  o innovadores, o a expresiones de difícil subsistencia. Porque la cultura sin diversidad no es cultura. Y las expresiones más mediáticas van a tener apoyos más fácilmente.

En esta misma dirección, otra fórmula de gran interés –a estudiar para incluirla en la futura Ley- es que una parte de la financiación privada sea, por ley, destinada a un fondo conjunto gestionado por el Estado o las instituciones públicas. Ello garantizaría que actividades que precisan ayuda para subsistir, gozaran también de los beneficios de una buena ley de patrocinio, dentro de una política cultural que los ciudadanos han elegido.

 Y una última cosa relacionada con los incentivos fiscales. Los ciudadanos, individualmente, también deberían poder  patrocinar la cultura y el arte y así debería recogerlo la nueva Ley. A través de pequeñas donaciones desgravables, sí. O, lo que es más revolucionario, a través de la desgravación por consumo. Así, el consumidor de arte, ese que llena teatros, compra libros, cine y música y asiste a exposiciones, vería recompensada y potenciada su fidelidad, su apoyo al arte.

En definitiva, necesitamos una Ley de Patrocinio, orientada a la sociedad, a los públicos, incluso más que a las empresas.

Y pronto el cuarto post dedicado al patrocinio –por el momento-. Pero antes, un paréntesis.

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¿Para qué una ley de Patrocinio? 2

La respuesta a esa pregunta, aparentemente chusca, tiene que ver con el modelo cultural que deseamos para España. La Constitución fija para las instituciones la tarea de promover la cultura como un servicio a los ciudadanos. Una tarea de enorme envergadura que no pueden ceder a terceros y a la que por lo tanto han de destinar establemente fondos suficientes en los Presupuestos Generales del estado y de cada una de sus instituciones.

Por otro lado, además de ser titulares de la propiedad de los espacios culturales públicos, las instituciones son responsables de fijar las líneas estratégicas de hacia dónde va la cultura; también las líneas maestras de la financiación de las artes. En este nuevo modelo mixto de financiación, alma de la nueva ley de patrocinio, las instituciones privadas, empresas, asociaciones y ciudadanos tienen la tarea de colaborar con el estado y contribuir a la financiación de la Culturapara el conjunto de la sociedad. En ese magma privado hay diversos y a veces confrontados intereses. Todos ellos deben estar representados y de algún modo salvaguardados. Porque la aportación de dinero desde las empresas ha de tener obviamente una gratificación, que debe estar establecida y delimitada por la ley. Y respetada por los medios de comunicación, que deben diferenciar el patrocinio de la publicidad, sin ocultar el primero para forzar la segunda.

Pero las aportaciones privadas a la cultura se inscriben en un modelo en el que las decisiones estratégicas sobre cultura las toma el Estado a través de gobiernos elegidos. Y es el Estado el que debe fijar periódicamente las líneas a apoyar preferentemente, mediante incentivos fiscales específicos a las líneas marcadas.

En definitiva, el patrocinio no debe servir a las instituciones para abandonar su responsabilidad política y económica en la cultura. Muy al contrario, es una nueva herramienta para incorporar a las políticas culturales. Porque ninguna ley de Patrocinio debe olvidar que su fin último es poner el arte al servicio de los ciudadanos y con ello hacer ciudadanía.

El viernes seguimos con el tema de los incentivos fiscales.

 

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Muchos visitantes, qué bien. Pero, ¿sabemos algo más?

Las dos noticias culturales de la pasada semana han sido la desaparición de la Dirección General del Libro y la cifra de visitantes de los tres principales museos de Madrid. De la primera, veremos las consecuencias en los próximos meses. Agrupar el Libro a Industrias Culturales parece una buena idea; separarlo de Bibliotecas, un riesgo. Veremos pues.

La otra es una noticia relevante. Entre el Thyssen, el Prado y el Reina Sofía (perdonen que ahorre en los tres la palabra museo) han alcanzado en el pasado año la cifra record de siete millones de visitantes, 800.000 más que en el año precedente, un incremento cercano al 20%. Si sumamos otros centros expositivos del eje Prado-Recoletos (CaixaForum, Fundación Mapfre…) las cifras se acercan a los diez millones de visitantes, solamente en Madrid. Bien, bravo. Cierto que todavía se encuentran a distancia de las del Louvre (8,5 millones), el British Museum (5,5 millones), el Metropolitan de New York (4,4 millones), o la National Gallery  y la Tate Modern (cada una 4,8 millones), pero es evidente que la evolución orienta el futuro hacia la equiparación con ellas. Sin duda, la calidad de la oferta y del servicio cultural atrae y seduce a nacionales y extranjeros.

La noticia ilustra el discurso de quienes afirman –afirmamos- el valor estratégico de la cultura en España, con las dos grandes ciudades de referencia, Madrid y Barcelona, al frente.

La cruz de la noticia tiene que ver con la “calidad” de las cifras. Si desconocemos lo que hay detrás de ellas, difícilmente podremos hacer una buena política de públicos. Conocerlos, segmentarlos, ofrecer precios, servicios y contenidos adecuados a cada uno de ellos, conocer sus opiniones una vez acabada la visita, recoger su juicio sobre la experiencia artística y emocional vivida…, es absolutamente imprescindible para conocer la opinión de fondo de los clientes y con ello mejorar aquellos aspectos de la gestión que permitirán en el futuro satisfacer mejor las expectativas generadas.

El eje cultural artístico creado en los últimos veinte años en torno al Paseo del Prado y sus alrededores es la demostración palpable del poderoso y positivo efecto de la pareja arte/urbanismo. Las sinergias de las administraciones e instituciones públicas y privadas que se han conjugado en él muestran las enormes posibilidades que tienen cuando se asocian sin celos ni conflictos.

Un ejemplo de lo que la cultura aporta a nuestro país, a sus ciudadanos, a sus visitantes, a su economía. Un ejemplo de lo que nuestro país puede hacer en favor la cultura.

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