Mira el bosque, no al árbol: el IVA cultural ya no es el problema

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Derecha, neoderecha y medio izquierda ya anuncian y dan por descontada la derogación del IVA al consumo cultural decretado por Wert y Montoro. El coro de corifeos llega tarde.

Mientras hemos sufrido la medida fiscal hemos pensado y mucho, y ahora ya no es suficiente volver al punto de partida. Queremos otro punto de partida. Queremos otro juego. La discusión no está en los números, sino en el horizonte al que mirar.

La subida del IVA al 21%, desde el 8% del que partía, solamente afectaba al consumo cultural, o por decirlo brutamente, a las entradas de los espectáculos y al cine, entre otros servicios culturales. La subida afectó a la creación y a las empresas de producción de arte, pero ellas ya partían de que pagaban el 18%.

En estos años nos hemos hecho una pregunta esencial ante esta situación: ¿Por qué la fiscalidad de la producción cultural debe ser diferente y mayor que la del consumo? Y nos la hemos respondido: no debe ser diferente porque ambas –producción, es decir, creación y exhibición, por un lado, y consumo, por otro- forman parte del mismo proceso, del mismo servicio cultural. Y que quienes hacen posible el arte paguen más impuestos que quienes lo consumen lanza un mensaje al mundo y a la sociedad perverso e injusto. Perverso, porque a los ojos de la sociedad identifica a las empresas y organizaciones dedicadas a crear arte como empresas indiferenciadas respecto a cualesquiera otras: si pagan los mismos impuestos, son de la misma categoría y aportan el mismo valor social. Y no, son empresas, compañías, productoras, teatros, cines, galerías, orquestas, auditorios…, que ofrecen y garantizan un servicio público. Injusto, porque la cultura –sin distinciones entre producción y consumo-, está recogida específicamente en la Constitución, en su Preámbulo y en otros artículos, como un valor que las instituciones públicas deben promover en beneficio de todos los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto.

Los ciudadanos más sensibles, muchos por cierto, los creadores, productores, agentes culturales, han hecho frente común estos años a la medida trágica y dolorosa del incremento de 13 puntos en la fiscalidad cultural, que la situaba como un lujo, y que tanto daño a hecho. Hoy el dedo extendido no nos debe hacer perder de vista la dirección a la que apunta; hoy el árbol no debe impedirnos ver el bosque; hoy la bajada unilateral del IVA no nos debe despistar ni hacer olvidar que lo que necesita la cultura es un nuevo modelo impositivo. Un nuevo modelo que se asiente en el principio constitucional que reconoce a la cultura como un servicio público, beneficioso para la sociedad.

Ese nuevo modelo fiscal, ahora ya irrenunciable, ha de implantar cuatro medidas básicas:

Primera: Un único tipo de IVA, el mínimo o súper-reducido, para todas las actividades artísticas y culturales, tanto para aquellas que afectan directamente al consumo, como aquellas relacionadas con la producción de bienes y servicios culturales y artísticos, que atañen fundamentalmente al tejido empresarial cultural pero consecuentemente, afectan finalmente a los ciudadanos, y a la calidad del arte producido y consumido. Más claramente dicho: las entradas, es decir, el consumo, y la producción, es decir, la actividad de las empresas y organizaciones dedicadas a la producción, tendrán el mismo tipo impositivo mínimo.

Segunda: El pago del Impuesto de Sociedades no será obligatorio para aquellas empresas y organizaciones culturales cuyos beneficios sean mínimos. Este impuesto, además, ofrecerá ventajas a las empresas y organizaciones culturales que teniendo beneficios, reinviertan fehacientemente parte de ellos nuevamente en actividad cultural.

Tercera: Se establecerán tipos fiscales o medidas impositivas (impuesto de sociedades, tramos, deducciones…) que atiendan a la diversidad de los ingresos generados por las distintas organizaciones, de tal modo que las grandes empresas culturales y las pequeñas empresas creativas no soporten la misma presión fiscal.

Cuarta: Se aprobarán deducciones en el IRPF por consumo cultural, que impulsen el consumo de bienes, productos y servicios culturales por la vía de la desgravación por tramos de gasto acreditados.

Es cierto que el marco general de desarrollo de la cultura de un país no es exclusivamente fiscal: sistemas de créditos ad hoc, legislación sobre patrocinio y mecenazgo y sobre innovación, modelos de emprendimiento específicos para la creación, nueva regulación de los derechos de autor que garantice y respete su labor, normas laborales y de Seguridad Social adecuadas a la realidad de artistas y creadores, entre otras medidas, conformarían un nuevo marco general estratégico. Pero la fiscalidad, el modelo impositivo con que la Cultura contribuye a la marcha del país, es una clave esencial que define su relevancia estratégica. Las medidas concretas que proponemos buscan que la cultura pueda jugar el papel que le corresponde si deseamos que contribuya decisivamente a la mejora de nuestro país y nuestra sociedad.

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Un Rato bueno en mi barrio

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En mi barrio de Madrid, al comienzo de la calle Cartagena, hay un bar que se llama Bar Rato.

(Ja, ja, lo escribo y se me viene a mientes esa vibrante y cachonda canción de mi amigo Riki López, “El menú del bar Rambo”, pero no, no tiene nada que ver. Escuchadla, que es fantástica, como él.)

El bar Rato está justo debajo de donde vive ese tipo admirable para las gentes del teatro que se llama José Monleón, artífice de la revista Primer Acto. El bar Rato lo regenta una de esas parejas que huele a emigración moderna de aire neoyorquino: él portugués, ella italiana, en la treintena pero con mucho mucho vivido, a saber si todo bueno. Ellos, sí. Desde hace un año que están en él y le han dado la vuelta hasta que el calcetín parece otro, guapo, limpio y oloroso, lleno de jóvenes y de animales, sí, que permiten pasar a los perros sin que consuman.

En el bar Rato buscan constantemente fórmulas nuevas para atraer clientes, desde intercambios lingüísticos (ya podrían ser besos, ya, pero no: enseñas una lengua y te enseñan otra), hasta bancos de intercambio de objetos sin dinero (lo último que vi era comida para mascotas, qué cosas).

En el bar Rato, ella hace pasteles que saben a abuela, y él anda limpiando siempre como si todo necesitara brillar y deslumbrar para los clientes. Esta pareja está logrando con trabajo honrado levantar un bar que antes era parada cutre de taxistas sobrados de mus y de coñac barato: antes era ese tipo de bar anclado en los sobres de azúcar vacíos tumbados indolentes largas horas a los pies de la barra. Ellos han dado esperanza a un bar que seguro se sentía acabado. Ellos y su Rato han dado esperanza y alegría sencilla a un fragmento de la geografía humana de mi barrio. Ellos y el bar Rato me dan esperanza.

(Veo a Rato en el Telediario, hundido como solamente puede hundirse el delincuente culpable y sin razón para haber elegido la mierda en vez de la virtud, y me vienen esos versos maravillosamente ácidos del poeta Machado en sus Proverbios y Cantares: “La envidia de la virtud hizo a Caín criminal: ¡Gloria a Caín¡, hoy el vicio es lo que se envidia más”. Ni un segundo más dedicado a la ignominia.)

Gracias a mis vecinos del Rato por hacer que esa palabra que hoy genera una profunda vergüenza ajena, solamente me recuerde su bar, honorable, pequeño, limpio, abierto, tranquilo, amistoso.

Y es que hay Ratos y Ratos. Hay virtud y hay vicio. Las gentes humildes que preferimos envidiar la virtud deberíamos recordar la diferencia constantemente. Necesitamos formar ejércitos éticos de lo pequeño hermoso, de lo pequeño purificador, de lo pequeño transformador, del pequeño cambio honrado y diario, de la simiente de futuro, en fin. Ratos contra Rato.

Perdón, por este post, he estado poseído por… un rato.

 

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Eduardo Galeano: poeta del bien común

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Un mensaje canalla y mentiroso en mi móvil dice que Eduardo Galeano acaba de morir en su querido Montevideo a los 74 años. No es verdad.

Galeano es un escritor de mandíbula seria y enhiesta frente al mal, de mirada clara y herida, de entrecejo fruncido por el dolor propio y el ajeno, y de alma sensible, limpia y despejada, como su propia frente. He leído muchas veces su obra, sus obras, como lo han hecho tantos otros sensibles al sufrimiento de América Latina y de los agraviados y nadies del mundo en los últimos cincuenta años. Ha construido un arsenal de palabras que como balas de tinta atacan el corazón de los malos, los poderosos, los que no sufren o creen no sufrir. Balas de tinta frente a balas de verdad. Fueguitos contra el frío.

Galeano es un poeta del bien común, o por decirlo con otras palabras, un creador de imágenes que estimulan lo bueno colectivo que hay en el ser humano, imágenes con las que te identificas y que te hacen creer en que estar de parte del bien de todos, es tu humilde contribución a hacer del mundo un lugar habitable, del que no avergonzarte.

Cada año nuestro Kit de supervivencia de elmuro recoge alguna de sus pequeñas historias, que beben de la narrativa mínima latinoamericana, y de la sencillez. Seguramente la destilación más serena de su pensamiento poético y político está en El Libro de los abrazos y en Memoria del fuego, aunque no sean los más conocidos. De este último reproducíamos un canto breve a la acción humilde, a la pequeña acción que “mancha” el mundo para bien: “Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.”

Pues eso, que la noticia es mentira, que Eduardo Galeano sigue vivo.

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Los creadores y SGAE. ¡Tan necesarios y tan frágiles!

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SGAE estrena nueva Junta Directiva, fruto de las recientes elecciones, y hace unos días fue elegido en ella su nuevo presidente, José Luis Acosta, que repite cargo. Su histórico reto es probablemente refundar la sociedad de los autores.

Los cielos demandan unidad y discreción frente al guirigay y la confrontación de los últimos tiempos. Son muchos los no-amigos de SGAE, unidos por el interés común de debilitar la sociedad que gestiona los derechos de los autores y poco proclives a dar respuesta al reto de cómo pagar a los creadores en los tiempos de internet. Y los socios de esa casa deberían ser conscientes de la tormenta exterior y de la pérdida de crédito de los últimos años y unirse, unirse hasta la intimidad en la tarea de salvaguardar los derechos y la figura del autor.

Es razonable pensar que en la nueva Junta no han cambiado los malos aires de “fronda” que la atravesaban en los últimos meses. Con algunos de los viejos junteros y aspirantes a presidente dentro, los pequeños odios y los grandes intereses personales con asiento en plaza, la preocupación por la función primordial de SGAE pasa a segundo plano. La misión de la sociedad de los autores es defender los intereses de los AUTORES, así, en mayúsculas y en plural. Alguna vez he escrito que la defensa de los derechos de los creadores, que en última instancia tiene que ver con el derecho a vivir dignamente de sus obras sin que se las roben o manipulen, es el termómetro de la madurez democrática de una sociedad en relación a la cultura. He dicho también que el problema de SGAE era de liderazgo. Pongo en cuarentena esta última afirmación. Probablemente el problema de SGAE es que en su seno la defensa de los autores, de TODOS LOS AUTORES, DE LA FIGURA Y LOS DERECHOSA DEL AUTOR, no preocupa a todos los socios por igual. Y en particular, algunos conciben la sociedad como una herramienta útil a sus intereses económicos y de poder. Desgraciadamente esos han perdido las elecciones y hoy no gobiernan la SGAE. No, no es que me hubiera gustado que ganaran las elecciones –los defensores de la “rueda” no cuentan con mis simpatías-, pero probablemente están decididos a convertir en una guerra infinita su derrota en esta batalla. Y eso no merece la pena. Porque nadie que ame la paz y la creación puede vivir permanentemente en pie de guerra y de visceral odio. Nadie que prefiera el sentido común y el acuerdo frente al empujón y el codazo, puede estar cómodo entre gritos y pleitos. Nadie que ame el arte puede hozar a gusto en el barro.

Tal vez los autores hayan de pensar en la posibilidad de solucionarlo rompiendo la SGAE por colegios o simplemente, creando dos sociedades que reúnan por simpatías estratégicas a sus nuevos socios. No sé si es una buena posibilidad. Parece que al menos, puede llegar a ser menos mala que la guerra infinita. Porque si ni un ápice de deseo de unidad hay, si ni un átomo de necesidad de compartir espacio hay, convivir es vano intento.

Los autores, los creadores -la creación- se merecen una voz unidad y armónica. Y a la sociedad es mejor darle un espectáculo más edificante.

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Locos por tus huesos nos tienes, Miguel

miguel-de-cervantes-saavedraLos huesos del cuerpo humano son 206, si la mala suerte no los ha reducido, claro.

En el caso de Cervantes también, porque su militar manquez, consistió en que sus falanges, metacarpo y huesos de la muñeca se limitaron a perder la movilidad tras el arcabuzazo lepantino. Bueno, pues algunos de sus huesos parece que podrían estar entre otros muchos hallados en el madrileño Convento de las Trinitarias.

Este país, machadianamente ansioso de escándalos y amoríos dedica ahora sus horas muertas previas a elecciones a debatir con entusiasmo sobre cuestión tan trascendental.

Veo a Francisco Etxeberría en la televisión, uno de nuestros mejores forenses, explicar en condicional –dada la falta de análisis de ADN- el resultado de la búsqueda, “Pareciera que…”, “tal vez…” y sonrío con su sonrisa. Estudiamos juntos en la Facultad de Medicina en Valladolid hace…, bueno hace mucho, y él, aplicado y brillante, terminó estudios y se dedicó a lo que aparentemente no da problemas, los cuerpos que hablan sin voz de su vida, los muertos que reclaman identificar a sus asesinos, o simplemente las causas de su adiós. Y en eso es de los mejores como antropólogo forense.

Sonreía Paco, y estoy seguro de que después de tanto dolor como ha visto e intuido a lo largo de su carrera profesional, esto de Cervantes le parecía un sketch de José Mota (al tiempo). Porque él ha estado detrás y delante de las grandes investigaciones de desaparecidos por crímenes de Estado en Argentina, Chile y en España, y detrás de la investigación de otras muchas muertes.

Hablábamos de huesos y hay quien los relaciona con la cultura. Mejor hagámoslo con el turismo, que tampoco es nada malo. Porque la cultura es otra cosa y quienes andan/andamos preocupados por su marcha bien nos conformaríamos con que una centésima parte de la preocupación que los medios han dedicado a este asunto, se la dedicaran a promoverla o a exhibirla. Claro que la Cultura es cosa viva, y lo que mola son los huesos. Y que conste que lo del turismo no es para desecharlo: ya imagino cervantinas rutas, quijotescos viajes y menús, paseos por las Letras, visitas trinitarias, bares especializados, teatritos forenses, merchandising a go gó…, que bienvenidos sean. Hombre, de preferencia la obra literaria, y sus desarrollos cinematográficos, teatrales o televisivos, pero en su defecto no seré yo quien se queje del circo óseo y el foco sobre Madrid.

Paciencia, Miguel.

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Golpe a golpe, post a post: desde Pamplona a Urueña

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Después de un mes en el que tantas cosas han ocurrido, me decido a retomar el blog y elijo hablar de… todo un poco.

La semana pasada se me acumuló el trabajo y apenas tuve tiempo para ir de una cosa a otra, como los tenistas que se entrenan contra la maquina de lanzar pelotas, respondiendo malamente a los golpes, sin más afán que meter la bola entre las líneas de cal más allá de la red.

El jueves, 5 de marzo, invitado por la Federación de Asociaciones de Gestores Culturales acudí a su encuentro a Pamplona con una ponencia en la mano titulada “El Sistema Cultural español: Principios para un nuevo equilibrio”. Obviamente no voy aquí a explicar en un par de párrafos lo que escribí en catorce páginas y defendí de viva voz en media hora. Pero sí voy a trasladar dos reflexiones sobre mi experiencia navarra.

La primera, ratificarme en la necesidad imperiosa de abordar los problemas de la cultura en España desde la perspectiva del Sistema Cultural y no desde la de Modelo cultural. Cuando se plantea el modelo cultural inevitablemente se plantea el aburrido y sin salida “Público Vs Privado”, como eje de la cuestión, lo que lleva inevitablemente a plantear exclusiones y conflictos. En tanto que si conceptualmente partimos del Sistema Cultural en el que todos los componentes y agentes son imprescindibles porque interactúan, habremos de buscar para cada uno de ellos la mejor de las posiciones para obtener beneficios propios y aportar beneficios al sistema.

La segunda enseñanza que extraje es que la hipersensibilidad sigue estando a flor de nuestra piel, la de cuantos nos dedicamos a la cosa cultural. Una de las cuestiones que planteé, probablemente una de las de menor calado, era la de considerar que la gestión de la cultura no precisa, en general y para todo, de funcionarios, sino de buena gestión y de calidad en el servicio para los ciudadanos, la dé quien la dé. Probablemente por la taurina tendencia a seguir el trapo rojo, y fijarnos en el árbol para no ver ni entrar en el bosque, esta cuestión, la desfuncionarización, suele tender a ocupar demasiado tiempo del complejo debate que afecta al Sistema Cultural, ése sí relevante
Y de Pamplona, montado en coche y sin apenas dormir, al Primer Congreso de la Academia de las Artes Escénicas, un proyecto largamente acariciado por el sector escénico y que ahora parece que caracoleando pero firmemente, se va consolidando. Urueña, el preciosísimo pueblo vallisoletano con las mejores puestas de sol del país, reunió a ochenta académicos del teatro y la danza, con su presidente, José Luis Alonso de Santos a la cabeza. Debates, talento y camaradería para mostrar que la unión de los profesionales es posible y que de seguir avanzando será una estupenda herramienta para dotarnos de una voz fuerte.

Ya de vuelta, el lunes brilla la noticia de la constitución de la nueva Junta Directiva de SGAE, y de la elección de su nuevo presidente, José Luis Acosta, que repite cargo. Pero esa es otra de la que hablaré…, pasado mañana.

Ya ven ustedes. Unas semanas sin escribir y se acumulan los temas. Y eso que no he hablado de la serpiente de invierno lanzada por ABC: “El gobierno prepara la bajada del IVA cultural”. Pues si ahora piensan que el descomunal daño que han hecho al sector lo van a resolver volviendo a la casilla de partida, van dados. Ahora vamos a reclamar la bajada del IVA al tipo súper-reducido, al 4%, sí al que tienen las revistas porno. Al menos durante cuatro años, los cuatro años que han machacado a la cultura con una media estéril. Pero también sobre este tema volveremos.

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Yo no puedo ser Charlie

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Yo soy más de monte o de mar, incluso de campo, pero hoy voy a meterme en un jardín afirmando blogueramente: Yo no puedo ser Charlie.

Semanas después del asesinato de los caricaturistas de la revista francesa, brutal por desalmado, bárbaro por insensible al dolor del otro, inútil porque los criminales lo que mueven lo mueven hacia el infierno, es momento, tal vez, de darle un par de vueltas a este tema en relación al mundo de la cultura. Empiezo diciendo que “Yo no puedo ser Charlie”, y me explico.

  1. Yo “soy” víctima y me coloco del lado de todas las víctimas que han sido agredidas, maltratadas, asesinadas en la historia. Con Walter Benjamin pienso que tenemos una enorme deuda con cuantos han sufrido y nos han precedido. Estoy al lado de todas las víctimas pues, sea cual sea su origen, su credo, su género o su ideario, incluso cuando no me guste; incluso cuando se oponga a cosas en que creo, que amo o deseo. Ser solidario y empático con las víctimas ha de sacar lo mejor de los seres humanos. Defenderé pues la revista Charlie Hebdo, y su derecho democrático a expresarse por medio del cómic y la caricatura como lo sienta o desee. Siempre. Aunque no me identifique con los insultos, los ataques o las ridiculizaciones.
  2. Quienes cometen crímenes no representan credos, son simplemente criminales, sea Atocha, Nueva York, Marraquech o Bagdad su escenario. Los verdugos de todos los tiempos y todas las religiones quieren siempre ser tenidos por representantes aventajados de terceros. Pero asumir que son representativos, o actuar como si lo fueran, es hacerles el juego a los malos. Es cierto que diferenciar es difícil, sobre todo cuando desde el interior del islam no se han levantado todavía voces suficientes para denunciar a quienes usurpan una representación que nadie les otorga. Pero en Occidente hemos de asumir nuestra responsabilidad, que no es otra que distinguir a la inmensa mayoría de musulmanes que son sencillos creyentes con reglas distintas a las cristianas, de los que reclamándose de esas creencias son capaces de asesinar. El odio no está recogido en ninguna religión como regla, y dar por hecho que una o algunas religiones son en esencia violentas, es dar por cierto que la violencia es la base de nuestra relación con ellas. Gracias a los dioses, a los diversos dioses, nuestro país es testigo histórico a través de nuestra Edad Media de que la convivencia entre religiones no solo es posible sino que puede llegar a ser sustancialmente enriquecedora.
  3. La cultura y el arte son herramientas de encuentro, de relación. La cultura y el arte han de estar al servicio de reconocernos como pertenecientes al género humano y alentar la comprensión del otro, la aceptación de la diferencia, el compasivo reconocimiento en el otro de mí, de mis diferencias e incluso de mis defectos. La cultura y el arte no deben ser altaneros, ni mirar otras civilizaciones desde la suficiencia y el menosprecio. Occidente lo ha hecho durante cientos de años. Hoy, ese Occidente que vuelve, se encuentra en el camino con otras expresiones que todavía van, particularmente algunas interpretaciones del islam. Algunas de esas expresiones particulares parten de que la simple diferencia ideológica, religiosa o de vestimenta, merece la pena de muerte. Quienes así piensan, perdón, quienes actúan en consecuencia a esas ideas, son asesinos y deben ser perseguidos por la justicia del país donde cometan sus fechorías. El hecho de que una caricatura saque de quicio, o sea empleada para justificar ataques brutales a la libertad y a la vida, refleja una extrema fragilidad de pensamiento de quienes así actúan. Pero nuestra historia no es ajena a ello, ni está libre de pecado, y no nos permite tirar demasiadas piedras. En mi opinión, ni los dominicos autores del Malleus maleficarum, manual católico antibrujeril que costó la vida a miles y miles de inocentes en la Edad Media cristiana, ni quienes defienden una interpretación de El Corán que bendiga acabar con la vida de inocentes, aportan más al mundo que dolor. Ambos, con siglos de distancia eso sí, juegan en el mismo equipo intelectual.
  4. No me gusta ridiculizar al “otro”, subrayar con desprecio las diferencias. Quienes sentimos que la cultura y el arte no tienen fronteras y que por ello buscamos en el “otro” idéntico reconocimiento como seres humanos, estamos obligados a no despreciar la diferencia cultural e incluso a entender que otras personas, en otras partes del mundo, piensen y vivan de manera distinta e incluso opuesta a la que nosotros hemos elegido. Más aún en tiempos de globalización y de intercomunicación instantánea. La riqueza de la diversidad. (Lean, por favor a Tzvetan Todorov). Ello no quiere decir que aceptemos en nuestros países otras leyes que las que libremente nos hemos dado. Ello no quiere decir que nos gusten modelos civilizatorios en los que la igualdad de géneros no existe, o en los que la fuerza bruta predomina sobre el pensamiento y los derechos. Pero, en realidad, la ridiculización, ayuda no pocas veces a identificar al otro como inferior, retrasado o simplemente como enemigo. Y si queremos convencer a alguien, o señalar a otros las bondades de nuestro camino, y hablo de seres humanos que viven en otras sociedades, no será fácil hacerlo insultando o caricaturizando sus creencias. Y viceversa.

En resumen:

La interpretación del mundo como un espacio de seres susceptibles de ser sometidos a una sola religión o/y cosmogonía, no es aceptable, y no puede ser respondida con cultura altiva occidental que mire por encima del hombro a otras religiones o formas de entender las relaciones sociales… Eso no sirve para construir, además de mostrar el poco aprovechamiento y escaso aprendizaje que hemos extraído de nuestro propio pasado.

Soy víctima, pero no me gusta burlarme de otras civilizaciones. Ni en cómic. Y sé que unos miles de personas no representan a toda la sociedad, ni en el mundo cristiano ni en el musulmán. Ni desde el grito o el exabrupto, ni desde el crimen. La razón por encima de la pasión, el puente más que el barranco, la compasión muy por encima del odio.

Estaría bien, además de todas estas reflexiones, que nos preguntáramos qué ha ocurrido en los últimos 80 años en las relaciones internacionales para que una parte del mundo musulmán acepte el terror y la venganza como herramientas de presencia. ¿Aporta alguna explicación o información la constitución del Estado de Israel tras la II Guerra Mundial en suelo palestino; o la promoción de los talibán por la inteligencia norteamericana para expulsar a las tropas rusas de Afganistán; o la invasión de Irak argumentada en falacias y que llevó a cientos de miles de soldados a decenas de miles de kilómetros de sus casas?

No me identifico con quienes diciendo “Yo soy Charlie” asumían/asumen el insulto o la burla como herramienta de relación con los otros, con cualquier “otro”. Quienes decían “Yo soy Charlie” como expresión de solidaridad con las víctimas y de oposición a los verdugos, cuentan sin embargo con toda mi simpatía.

Pero, aunque yo no sea Charlie defenderé con todas mis fuerzas que todos los Charlies del mundo opinen libremente, incluso aunque lo hagan desde el desprecio al otro. Es la diferencia entre la opinión y la bala. Y estaré enfrente de quien ataque, maltrate, amenace, hiera o mate a cualquier Charlie. Es la aportación de quienes no queremos imponer nuestra mirada a nadie, de quienes aspiramos a un mundo mejor y diverso. De quienes intentamos superar día a día el temor de ir hacia un mundo en que el dolor ajeno sea moneda de cambio.

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Autores todos: OS QUEREMOS!!!! (aunque a veces no lo parezca)

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Hace unos días una asamblea extraordinaria de la Sociedad General de Autores y Editores acababa, nuevamente, sin ver aprobadas las cuentas anuales ni las nuevas tarifas de derechos para las franjas horarias televisivas. Si hacemos caso a los medios de comunicación, algunos de ellos muy, pero que muy interesados en que las cosas de SGAE vayan mal (luego veremos porqué) establecían paralelismos entre la asamblea y la serie “Aquí no hay quien viva”. Comparaciones que son un despropósito, por cierto.

Desde hace unos años, la sociedad que representa los intereses de los autores y que se encarga en nuestro país de recaudar sus derechos conforme a la legislación, no deja de vivir un estado de crisis interna y de ataques externos. La crisis interna está producida en buena medida por el cambio de modelo de gestión y de liderazgo tras la desaparición de Eduardo Bautista como presidente. Sus sucesores, que tomaron la responsabilidad en plena y brusca bajada de la recaudación de derechos, se encontraron, además, con equipos que no habían elegido, con decisiones estratégicas que no habían tomado (Arteria) y con una sociedad –la española, incluidos sus políticos- que no reconoce en la práctica el derecho de los creadores a vivir de sus creaciones, algo que solo puede explicitarse con el pago del porcentaje correspondiente por la utilización y disfrute de sus obras.

Para mayor dificultad, este periodo reciente ha sido testigo de diversas legislaciones sobre propiedad intelectual, a menudo parciales y poco duraderas, y con un cambio de fondo en el modo en que se consume la cultura, trasladándose buena parte de ese consumo desde los soportes físicos a los virtuales.

Si como espectador externo me preguntaran (ya, ya sé que nadie me lo va a preguntar: era algo retórico) mi opinión sobre la situación de SGAE y su diagnóstico proyectado al futuro, agruparía lo que pienso en los siguientes puntos.

  1. SGAE tiene déficit de liderazgo, personal e ideológico. En lo personal, las situaciones verdaderamente difíciles, y la presente lo es, requieren al mando de la nave a personas capaces de suscitar un indiscutible consenso; personas que sepan aunar y buscar el interés de la mayoría por encima de todas las cosas. En lo ideológico, se precisa reconstruir el respeto de los ciudadanos hacia la obra y la figura de los autores como inversión del conjunto de la sociedad en su futuro cultural. El hecho de que “descargarse” arte esté bien visto y que hablar mal de la sociedad de los autores sea una actividad casi profesionalizada, refleja hasta qué punto la sociedad española está desarmada ante la necesaria construcción de una Cultura propia y autónoma. Pero la culpa también es de quienes desde las propias filas de los autores han tenido y tienen la responsabilidad de generar ese respeto hacia los creadores. La principal tarea que tienen los autores y sus sociedades de gestión es recomponer su imagen ante la sociedad, y convencerla de que un país que pretende disponer de una cultura propia dentro de unas décadas, debe favorecer y potenciar que los creadores vivan hoy de su trabajo. Hoy, algunos autores –apenas un puñado- parecen más interesados en recaudar lo más posible que en que los derechos de autor reflejen el respeto social a la figura del creador. No les importa la algarabía.
  2. En SGAE conviven autores con editores, es decir, creadores, con titulares de derechos que no son creadores. Esta medida se anunciaba desde su inicio, hace muchos años, como un foco de conflictos. Tal vez sea el momento de plantearse que pueden existir, coexistir, una sociedad que gestione derechos de autor (incluso varias sociedades de derechos de autor), y otra/s que gestionen los derechos de los editores. Es mucho mejor que existan varias a que exista una que internamente tiene dificultades para funcionar como una sola organización. Una sociedad de guionistas y autores dramáticos y músicos es perfectamente posible.
  3. La SGAE debe proceder, probablemente, a reestructurarse internamente y a dotarse de equipos alineados con las nuevas direcciones, que trabajen en sintonía y lealtad con las directivas y consejos elegidos por los socios, que pongan sus conocimientos al servicio de sacar adelante la imagen y los derechos de los autores, por encima de los intereses de grupos internos de presión, sean cuales sean éstos. El capital histórico acumulado por la sociedad de los autores es enorme, y está siendo dilapidado en poco tiempo sin que se aborden estratégicamente las causas.
  4. La resolución del problema llamado de “la rueda” es esencial, por ejemplificante, y probablemente piedra angular para la solución de otros problemas. Muchos se preguntan lo que es “la rueda”: pues bien, en pocas palabras, es lo que explica porqué, sea cual sea la cadena televisiva a la que se conecte uno a las tres de la mañana, se emiten grabaciones musicales que jamás volverán a oírse por ningún otro medio ni por otros intérpretes. Es un sistema por el que algunos autores y las televisiones (aquí está una de las claves de la acritud de los medos con SGAE), recuperan por la vía de los derechos de autor lo pagado a SGAE, sin que eso corresponda realmente a consumo cultural alguno, simplemente por tiempo de emisión. Este tema, que desde fuera parece estúpido, mueve millones de euros para algunos autores y cadenas que se aferran a sus recaudaciones, aprovechando resquicios legales y el inadecuado valor de los derechos en esas franjas horarias que nadie ve.
  5. Muchos medios de comunicación (y muchas personas animadas por aquellos) llegan incluso a manipular la información para atacar a la sociedad que recauda los derechos de autor, que no olvidemos es el dinero que ellos perciben por su trabajo: su medio de vida. Muchos se frotan las manos imaginando un futuro en el que los derechos de autor pudieran defraudarse todavía más fácilmente de lo que hoy se defraudan: eso que se ahorrarían. La consecuencia, desgraciadamente, sería que la creación, el arte, la música, la danza…, dejarían de existir tal y como las conocemos o vivirían una lánguida vida , y la pujanza que ha venido mostrando las últimas décadas se vendría abajo. Frente a esto, los autores, todos ellos, deben alinearse en un frente único y no proporcionar munición alguna a los medios atacantes.

Quienes sentimos que los guionistas, compositores, dramaturgos, coreógrafos… son insustituibles en la labor de hacer cultura y construir país, nos sentimos abochornados por situaciones como las que rodean la asamblea extraordinaria del lunes día 26 de enero. Sin ser linces sabemos que intereses personales de algunos, en todo caso minúsculos, están siendo puestos muy por delante de los intereses de todos los creadores. Solamente pedimos a quienes entre los autores estén más libres de pecado, que tiren la piedra sin esconder la mano, y expliquen a los ciudadanos la situación. Antes de que el crédito se agote es mejor, si es necesario, romper la baraja para empezar de cero. De nuevo.

 

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Cuesta arriba y sin frenos… ¡No dejes de pedalear!

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La cultura y el arte, y el tejido organizativo y humano que las produce necesitan urgentemente facilidades para su labor.

Hace unos días acudí en el Espacio Labruc, a la inauguración de la exposición de Luis Lamadrid, un estupendo fotógrafo y creador audiovisual cuyas imágenes y conceptos mueven el cerebro, inquietan al espectador, lo cual es mucho. Un montón.

El Espacio Labruc es uno de los numerosos centros de creación y promoción del arte que florecen en Madrid en estos tiempos de ira y penurias. Porque, como le decía a su director, Ángel Málaga, la penuria no dificulta la creación, muy al contrario, a menudo la estimula; su efecto perverso tiene que ver con cosas prosaicas como el desayuno, la calefacción o los seguros sociales de sus impulsores. La dignidad material, vamos. Y es que en los últimos años se ha producido una eclosión creativa en Madrid, al calor (habría que decir a pesar del frío) de los brutales recortes a cultura, del IVAzo, y del profundo desafecto desde el que nuestros regidores han venido gobernando la cultura y el arte. Los espacios de exhibición teatral, pero también audiovisual o musical, se han multiplicado; las creaciones, contra lo previsible, se han multiplicado; los intentos de saltar la valla del recorte y la mala baba se han multiplicado; el valor se ha multiplicado.

Esta eclosión no solamente muestra un tejido cultural y artístico enérgico, apasionado y valeroso, inmune al desamor del poder y sensible al amor de los públicos; muestra palmariamente la existencia de un verdadero ejército de creadores decididos a sembrar futuro, a pesar de los pesares. Benditos sean todos ellos, incluso cuando sus creaciones no alcancen todas la excelencia. En la actual situación alcanzarla tendría la categoría de milagro. Y tampoco es eso.

Me contaba Ángel Málaga en Labruc –sala con capacidad para no más de cincuenta personas- las exigencias técnicas y de seguridad que las autoridades les imponen para darles los permisos de funcionamiento, del mismo tipo a las que se exigen a espacios comerciales y con una capacidad de espectadores muy superior. Madrid Arena ha tenido como consecuencia estos barros, que perjudican a los pequeños. Como si pasar a todos los creadores y salas por el lecho de Procusto fuera justo.

En mi opinión, el problema de fondo es que ningún gobierno, pasado o presente, del país, de las comunidades o municipal, ha apostado por apoyar y legislar a favor de la creación, de la pequeña especialmente, y del tejido organizativo y empresarial que la sostiene. Porque nada grande ha nacido grande y todo lo que ha llegado a serlo fue antes pequeño, frágil, débil, ilusionado por crecer.

Lo que tendrían que hacer los gobiernos, todos y a todos los niveles de la administración, es promover leyes favorecedoras de la creación y de las organizaciones creativas culturales y artísticas. Regar a toda esta multitud de creadores jóvenes y no tan jóvenes que pugnan por sembrar arte hoy, entre piedras. Los ministerios de Trabajo y Economía, los ayuntamientos, y consejerías, deben legislar en materia impositiva, de seguros sociales, de creación de empresas, de ayudas… para FACILITAR el funcionamiento de las nuevas organizaciones y proyectos artísticos, creando categorías específicas para el emprendimiento y los proyectos culturales. (Echemos un vistazo al modelo cooperativo argentino, por favor.) A los que empiezan hay que ponérselo fácil; a quienes apuestan por trabajar en sectores como la cultura, que aportan valor a la sociedad con un muy limitado retorno económico, hay que ponérselo fácil; a quienes por las características de su labor artística viven en situaciones inestables con trabajo hoy pero no mañana, hay que ponérselo fácil.

Ni siquiera a estas medidas legales, políticas y económicas cabe llamarles discriminación positiva. Simplemente explicitarían el deber constitucional, todavía vigente si no me he perdido algo, de que los poderes públicos promuevan la cultura. Y defiendan e impulsen a quienes la producen, añado.

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Revistas porno para Wert y Montoro

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Combatir las medidas injustas, las políticas-brujas malas contra la cultura, puede ser hasta divertido. Que se lo cuenten si no, a las “primas de riesgo”.

Las “primas de riesgo”, una mezcla de familia teatral en segundo grado de gentes atacadas por el recorte salvaje, idearon hace un par de meses una alternativa que, como el cuento de El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen, desnudaba hasta el extremo las vergüenzas del poderoso de turno, esta vez de los responsables de la cosa cultural y económica del gobierno.

Las “primas de riesgo” lanzaron su campaña de promoción de El mágico prodigioso, bajo el reclamo “Porno 4%, Calderón 21%”. Inequívoco mensaje, por cierto. La iniciativa consiste en que aprovechando que las revistas porno en España solo pagan el 4% de IVA, las venderán regalando con ellas entradas para la obra de teatro. Nada más apropiado que el porno, porque esta iniciativa, deja a Wert –y a Montoro- en ropa interior.

Los impuestos que han de pagar las empresas y lo ciudadanos, todos cuantos generen riqueza, son imprescindibles porque los estados que garantizan unos servicios a la sociedad, lo hacen en parte con esos ingresos. Eso nadie lo discute. Lo que sí se discute es cuánto tienen que pagar unos y otros, y lo más razonable parece que debe ser que aporten más los que más tienen y que paguen menos los que más dificultades tienen para sobrevivir. Por eso los impuestos indirectos son tan peligrosos, particularmente el más importante de todos ellos, el IVA, porque al recaer sobre el consumo en general, afecta igual a pobres y ricos. Bueno en realidad a los ricos les afecta menos el precio de las joyas o de la gasolina, claro.

Además, el IVA no afecta a todos los productos igual. Ningún gobierno se sostendría si algunos productos de primera necesidad fuesen gravados con un impuesto del 21%, por ejemplo el pan y los alimentos de primera necesidad. Por eso el subtexto del 21% aplicado a la cultura es tan nítido. La decisión de Wert y Montoro, tanto monta, quiere decir muchas cosas, todas ellas feas: quiere decir que si quieres alimentar el alma, pagues; que si quieres dedicarte a crear arte y a hacer que tu país destaque en cultura, pagues; quiere decir, como desnudan las “primas” que tienen menos impuestos las revistas porno que el teatro. Pensar, como algunos piensan, que con el 21% esos ministros quieren castigar al sector cultural por su carácter crítico, aunque el aire vengativo de ambos alimente esta posibilidad, es dotarles de una capacidad de pensamiento estratégico del que a todas luces carecen. No, simplemente desprecian la cultura, y no creen que el arte y la cultura deban tener un papel en nuestras vidas y en la historia futura de nuestro país.

Por eso simpaticé de inmediato con las “primas de riesgo”, y compraré entradas -digo, revistas porno- para sus representaciones de enero. Ah, y ahora mismo encargo dos para enviárselas a los ministros del ramo. Con ese impuesto, yo pago una ronda. Bueno, tal vez a Mariano tampoco le venga mal recibir una… entrada. Al final, la broma me va a salir por un pico.

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