Fernando Urdiales acaba de morir. Al director, agitador, animador de Teatro Corsario, le ha fallado esperadamente su segundo hígado, y se ha ido, discreto, seguramente armado con su especial sonrisa terciada, indescifrable. La noticia me ha golpeado en México, donde Jacinto Gómez y yo esperábamos el avión de vuelta del Congreso Iberoamericano de productores escénicos. Allí, cosas de la vida, habíamos estado este pasado viernes con otros corsarios que habían llevado su arte escénico; con Luismi García y Jesús Peña y los manipuladores de esa maravilla de marionetas para adultos que es “Aullidos”. Teatro Corsario es una de las mejores compañías españolas. Desde Valladolid hacen arte con seriedad y trascendencia, con personalidad y sabiduría.
Quería y respetaba a Fernando desde que coincidimos estudiando en la Facultad de Medicina de Valladolid, hace… Él ya era un artista, amante de la vida y del compromiso. Desde que yo entré en este mundo de la cultura y la escena nos hemos encontrado muchas veces, porque procuraba no perderme lo que hacían los corsarios. Y siempre hablábamos de la compañía, de su modelo de gestión. Yo le criticaba con cariño sus resistencias a entrar en otros modelos que permitieran que su trabajo se proyectara como se merece, mucho más, y que sus gentes vivieran acorde a sus excelentes trabajos, mucho mejor. Fernando era mucho Fernando.
Su muerte es una evidente pérdida para el teatro español y para sus muchos amigos. Pero también es momento de transformación, de vida, de futuro para esa magnífica compañía.
Honor y gloria a Fernando Urdiales. Larga vida a Teatro Corsario.
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