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Fernando Urdiales y Teatro Corsario

Fernando Urdiales acaba de morir. Al director, agitador, animador de Teatro Corsario, le ha fallado esperadamente su segundo hígado, y se ha ido, discreto, seguramente armado con su especial sonrisa terciada, indescifrable. La noticia me ha golpeado en México, donde Jacinto Gómez y yo esperábamos el avión de vuelta del Congreso Iberoamericano de productores escénicos. Allí, cosas de la vida, habíamos estado este pasado viernes con otros corsarios que habían llevado su arte escénico; con Luismi García y Jesús Peña y los manipuladores de esa maravilla de marionetas para adultos que es “Aullidos”. Teatro Corsario es una de las mejores compañías españolas. Desde Valladolid hacen arte con seriedad y trascendencia, con personalidad y sabiduría.

Quería y respetaba a Fernando desde que coincidimos estudiando en la Facultad de Medicina de Valladolid, hace… Él ya era un artista, amante de la vida y del compromiso. Desde que yo entré en este mundo de la cultura y la escena nos hemos encontrado muchas veces, porque procuraba no perderme lo que hacían los corsarios. Y siempre hablábamos de la compañía, de su modelo de gestión. Yo le criticaba con cariño sus resistencias a entrar en otros modelos que permitieran que su trabajo se proyectara como se merece, mucho más, y que sus gentes vivieran acorde a sus excelentes trabajos, mucho mejor. Fernando era mucho Fernando.

Su muerte es una evidente pérdida para el teatro español y para sus muchos amigos. Pero también es momento de transformación, de vida, de futuro para esa magnífica compañía.

Honor y gloria a Fernando Urdiales. Larga vida a Teatro Corsario.

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¿Otros retos de la Cultura en Iberoamérica?

Estoy estos días en México –del 5 al 10 de diciembre-, asistiendo al I Congreso Iberoamericano de Productores Escénicos, una iniciativa en la que se han volcado Marisa de León y Silvia Peláez apoyadas por Miguel Ángel Pérez, entrañable gestor español y Gustavo Schraier, del porteño Complejo San Martín. Ponencias, mesas redondas y Talleres, me permiten tomar el pulso a las compañías, a los productores mexicanos, y cómo no, al conjunto del teatro iberoamericano. Aquí están Carla Lobo, de Brasil, Antonino Pirozzi, de Chile, Álvaro Franco, de Colombia, Miguel Issa, de Venezuela, Giancarlo Protti, de Costa Rica, Jacinto Gómez, de España, Ernesto Piedras, de México… En las llamadas Sesiones dinámicas, compañías relevantes de México intervienen para dar su perspectiva, de la que no está exenta la pasión. (¡Ah, “Las Reinas Chulas”, que “odiaban” mi metáfora del gestor como capitán de barco!)

Mi impresión es que a uno y otro lado del Atlántico las gentes de la escena –de la cultura- tienen similares retos pendientes, casi todos relacionados con su necesario distanciamiento de la tutela pública y su apertura a la sociedad civil –asociaciones, empresas…-, con el incremento de la profesionalización, con la mejora de la calidad de los productos y servicios, y con la asunción con todas sus consecuencias del público, como eje de la acción cultural, como protagonista del encuentro artístico.

El incipiente recorrido del teatro iberoamericano en el ámbito de la gestión, propone a las compañías, gestores, teatros…, un inmenso campo de oportunidades de crecimiento y desarrollo, de intervención en el devenir de la cultura en cada uno de los países. Tan solo falta la decisión de aceptar los retos y asumirlos con autonomía, sin tutelas, conscientes de que la fuerza y la capacidad de transformación nace de conocer el destino y de la decisión de llegar a él.

 

PD: El Centro Español de México, cercano al Zócalo, es un espacio de encuentro cultural imprescindible. Dirigido por el incansable Jesús Oyamburu a quien no veía desde su estancia en Costa Rica, está haciéndose con un papel referente en la capital.¡Lo que España podría hacer en América Latina, y en el mundo, si la cultura y la lengua, que es su principal activo, contaran con los fondos públicos suficientes!

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Un mensaje sólido, una voz fuerte para el sector escénico

La pasada semana se celebró en Sevilla, Mercartes, la feria más importante de las artes escénicas, en la que se encuentra el sector de la producción y la exhibición, es decir, empresas y compañías por un lado, y teatros institucionales por el otro. En realidad es un encuentro entre el sector privado, que en España corre a cargo de la mayor parte de la creación, y del sector público, principal comprador y exhibidor de espectáculos a través de las redes públicas. Por nuestra parte presentamos allí los dos nuevos proyectos en que estamos embarcados desde el objetivo de aportar valor añadido al sector: Merkaescena, dedicada al reciclaje escenográfico, y Asimétrica, la consultora avanzada en marketing cultural.

El encuentro sirve también para establecer relaciones y para dar voz a las muchas necesidades comunes. Porque a pesar del cansino debate sobre lo público y privado en cultura (cansino porque no avanza, no porque no sea imprescindible), el sector escénico, y extensamente el cultural, precisa con urgencia configurar una sola voz que lo represente, que lo constituya como grupo de presión, que le permita hacerse oír. Es difícil avanzar en la creación de esa voz única sin avanzar al mismo tiempo en un programa de acción, una especie de común denominador que cohesione y emita mensajes únicos ante la administración y ante la sociedad.

Lo curioso es que a veces los mensajes, la unidad, se formula al final de un camino que se inicia con pequeños pasos. Miguel Ángel Varela y Alberto Muyo lanzaron en Sevilla la propuesta de constituir una Academia de las Artes Escénicas. Algo que desde El Espectáculo Teatral se había sugerido meses atrás. Lo que aparece como una idea peregrina puede ser el primer paso en la generación de una imagen única, de una voz unificada de todo el sector escénico. La condición imprescindible es que el proceso sea transparente, sin protagonismos, y que cuente con la simpatía y el respaldo de la mayor parte de personas y organizaciones del sector.

Seguiremos muy de cerca este tema. Y a buen seguro volveremos sobre Mercartes.

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Anabel Veloso, artista y gestora aventajada

El valor de la formación en gestión es indiscutible, incluso para los que tienen la creación artística colectiva como principal impulso: crear sin conocer de gestión, de mercado, de audiencias, de comunicación, de marketing…, hace más difícil el éxito, ya de por sí distante y esquivo. Hoy quiero hablar de Anabel Veloso y su compañía “Deje flamenco”. Hace casi dos años realizó uno de los cursos que dirijo para SGAE, el Curso Internacional de Gestión Escénica. Alumna inquieta y aventajada –ni mucho menos el único caso- siempre quería saber más de los principios, las técnicas y las herramientas que los artistas y las compañías tienen disponibles para comunicar mejor su arte a la sociedad y para organizar mejor su trabajo de gestión. Hoy su compañía es residente en el Auditorio de Roquetas, en Almería, siendo la primera en Andalucía. Este es un ejemplo de lo que ha ido haciendo. Y hay dos más que me parecen relevantes.

Anabel Veloso, gestora de su propio proyecto empresarial, asumió que para captar financiación privada hay que dar a los posibles compañeros de viaje, contenidos e incluso imágenes a las que se puedan enganchar: por estas fechas el pasado año organizó la presentación de una de sus coreografías , “Nacidos bajo el Mar”, en el Aquarium de Roquetas, sumergida entre tiburones (de verdad). Me hubiera encantado ver ese baile submarino.

Hoy me llega otra de sus iniciativas de marketing artístico y cultural, orientado, como me escribe en el mail, a “hacer al espectador partícipe de los procesos creativos de nuestra compañía”. En colaboración con el diario “La voz de Almería” propone a los lectores/futuros espectadores que elijan la fotografía del cartel de su próximo espectáculo (Poema sinfónico 2), de entre las realizadas por el fotógrafo Pepe Segura.

Bravo, Anabel Veloso. Una muestra de arte, imaginación, voluntad. Y de tener al destinatario del arte, el público, siempre en el eje de la acción.

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Yllana, cultura y páginas “salmón”

Cada domingo leo las páginas salmón, ésas dedicadas al mundo de los “negocios”, a la espera de encontrar alguna noticia de interés para el mundo de la cultura. Muy ocasionalmente aparece algo relacionado con la gran industria del libro o la música, y más ocasionalmente aún, anuncios sobre formación en master culturales. El interés me viene, obviamente, porque una parte considerable de la cultura que se genera en España en la actualidad está producida por empresas –museos, teatros, compañías, productoras audiovisuales…- que con más o menos acierto y con más o menos entusiasmo están sometidas a las reglas de la economía de mercado.

Pues bien, mi sorpresa fue notable cuando el domingo pasado en las “salmón” de El País, reconocí en una fotografía a Marcos Ottone, gerente de Yllana y compañero de tantas y tantas ferias. El artículo ejemplificaba en esta compañía que gestiona también el teatro Alfil, un modelo que conjuga el arte con la rentabilidad económica. Un modelo basado en el humor, la internacionalización –tiene franquiciado su espectáculo 666 en Broadway- y el aprendizaje constante de formas de gestión que conduzcan a la autonomía financiera de sus espectáculos y de su compañía. Marcos Ottone, y el resto de Yllana –David Ottone, Joe O’Curneen, Francisco Ramos y Fidel Fernández– apuestan por un sistema de financiación de las artes escénicas en el que por un lado, el público, a través del pago de su entrada, soporte el grueso de los costes y genere beneficios, y por otro, las producciones cuenten con aportaciones de dinero privado para su puesta en pie. Las subvenciones y las contrataciones municipales, que hoy son el grueso de las aportaciones al sector escénico, generan una enorme y arriesgada dependencia de los poderes públicos cuyos negativos efectos se multiplican en tiempos de crisis.

Ciertamente hay muchas formas de hacer cultura, de producir arte, y éste modelo es una de ellas. Ningún modelo probablemente es generalizable al conjunto del ámbito cultural –en este caso escénico-, pero de todos conviene aprender.

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Cultura y Coca-Cola: ¿Un extraño kalimotxo?

Llevo trabajando para Coca-Cola cinco años, como responsable, entre otras cosas, de la organización de los Premios de Teatro Joven que patrocinan y que se han convertido en referente imprescindible del teatro hecho en los centros de enseñanza y las casas de cultura de toda España. Estos días, junto a un campus para jóvenes teatreros, celebra su fase final en Madrid. Coca-Cola, liderada por Marcos de Quinto, su presidente, un hombre amante del arte, apostó en su momento por impulsar actividades culturales patrocinando ámbitos menos iluminados por el foco mediático. Con ello apoyaban a expresiones más frágiles, al tiempo que su acción era por ello más visible para el sector cultural y para la sociedad. Y así, una acción de promoción e incluso de política cultural nace de la aportación de fondos y energía de una empresa de refrescos. Bienvenida sea.

Incluso las fronteras territoriales que resultarían menos permeables a una iniciativa del gobierno central si promoviera un concurso “nacional”, resultan mucho más abiertas a una marca comercial instalada hasta en el último rincón del país. Muchos beneficios juntos; y muchos beneficiarios, pardiez. El papel del dinero privado en la cultura puede ir creciendo a medida que las instituciones reducen su presencia –no solo fruto de la coyuntura-. Las organizaciones culturales –empresas, compañías…- han de abrir sus ojos y su mente a esta nueva forma de intervención cultural que tanto puede aportar a actividades en las que la cultura está más desguarnecida. Sin miedo, con un discurso propio asentado en los valores sociales de la cultura, que otras empresas, como Coca-Cola ha demostrado, pueden compartir e incluso asumir.

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Malkovich en el Metropol

Con un mes de retraso, el ayuntamiento de Tarragona confirma lo sabido: que se gastó 230.000,00 € en las dos actuaciones de John Malkovich en el centenario del bellísimo teatro Metropol. Ochocientos espectadores pudieron disfrutar del actor, lo que, si mi calculadora no falla, da un coste por espectador cercano a los 290,00 euros. No entro –para qué- en el concepto que se ¿esconde? ante este tipo de decisiones: el arte al servicio de los medios y de la presencia en ellos de los poderes políticos. Lejos, muy lejos, de su labor de hacer ciudadanía a través del arte, de su responsabilidad política de promover la cultura. Estamos tan acostumbrados a que la agenda cultural la marque el adorno o la consecución de un buen dossier de prensa, que un ejemplo más no hace rebosar el vaso.

Pero tal vez más grave, en mi opinión, es que el ayuntamiento haya negado la verdad, haya decidido en la oscuridad, hurtando a los grupos de la oposición y sobre todo a los ciudadanos, la información sobre el coste real… hasta que ha sido inevitable reconocerlo ante la prensa. La transparencia, piedra real de toque de la democracia, ni está ni se la espera en la mayor parte de instituciones públicas culturales. ¿Porqué no entienden que cuando hacen incomprensibles los presupuestos, o simplemente ocultan sus gastos, están gritando que algo sucio esconden?  La única administración pública que merecería ese nombre debería ser de cristal transparente. Porque no es suya, es de todos.

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Calidad en el arte… y en la atención a los públicos

Dirigido por Alberto Fernández Torres, pensador imprescindible en el ámbito cultural, se celebró hace unos días en Almagro un Taller dentro de la Escuela de Verano de La Red de Teatros, en torno a la Calidad en las artes escénicas. El objetivo era poner en común y ofrecer a los responsables de los teatros públicos, criterios lo más objetivos posibles para la evaluación, y por lo tanto para la selección, de las obras escénicas. En la mesa estaban también, Eduardo Pérez Rasilla, Alex Ruiz Pastor, Manuel Fernández Vieites, y yo mismo. Mis compañeros hicieron una excelente aproximación a los criterios que han de ser tenidos en cuenta para valorar un espectáculo. En el fondo de este tema está la necesidad de proponer un lenguaje y un corpus de conceptos comunes al sector, como lo tienen otros ámbitos, para que pueda realizarse la tarea de evaluación lo menos subjetivamente posible. Desterrar el “me gusta o no me gusta”, que tan solo refleja el dominio de la subjetividad y el todo vale. Bien.

Alberto, con una incomprensible confianza en mis posibilidades, me encargo que toreara el miura: la calidad desde la demanda, desde los espectadores. No sé si mis conclusiones fueron del todo bien recibidas por la concurrencia. A mi modo de ver, la calidad no es el primer componente racional de los públicos de artes escénicas, aunque sí lo sea para los más aficionados. Lo que esperan y buscan la mayor parte de los espectadores es que sus expectativas se vean satisfechas, y que la experiencia sea lo más memorable posible. Y para que esto se produzca la calidad es importante, pero son decisivos valores añadidos a los que actualmente el sector no da excesiva importancia. Un espectáculo es algo más que lo que se produce en el escenario: es el viaje, la experiencia, la comodidad, el aparcamiento, la información, la atención y la sonrisa de los empleados, la comunicación previa y posterior… Y los gestores –públicos y privados- siguen demasiado preocupados por el arte y poco por los espectadores, por los públicos y por lo que ellos demandan y esperan, por tratarlos como clientes y usuarios de un servicio. Por hacer de su experiencia memoria rica.

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Poder de los técnicos o poder burocrático

La Compañía Nacional de Teatro Clásico está triste, ¿qué tendrá la CNT?  Muy sencillo, el teatro público ha vivido durante unas semanas las consecuencias de la funcionarización, de la dependencia del trabajo funcionario, irracional si es aplicado a la cultura, y a la escena en particular. Una huelga ha parado a la compañía y ha mantenido a los espectadores en ayuno. Un modelo funcionarial que permite que “trabajen” en turnos –incluidas las mañanas- cuando las representaciones son por la tarde; en el que organizar los horarios laborales es un infierno para el arte; que impide o dificulta giras por unos convenios que parecen suscritos para la minería y no para la escena.

Recuerdo una anécdota que en todos los años que llevo en la profesión más dolor me ha producido, estrechamente relacionada con este poder ejercido contra el arte. ¿O es que no hay otra manera de exigir derechos que hacer repercutir las consecuencias de las reivindicaciones en los compañeros artistas y en el público? A la anécdota. Hace casi dos años produje la ópera La Celestina, una ambiciosa producción privada liderada por la Fundación Ana María Iriarte. Era el estreno mundial de una pieza compuesta por Joaquín Nin-Culmell. La ilusión porque quedara registrada, y la incertidumbre de no saber cuándo se repetiría, nos llevó a negociar con las partes los derechos de grabación. Actores/cantantes, teatro y orquesta pronto dieron su aprobación, conscientes de la importancia de guardar memoria  de las obras de los autores españoles. Pero el coro de La Zarzuela se descolgó. Primero exigió cobrar suplementos si salían a escena. Cantaron entre cajas, claro. También exigieron cobrar aparte si se grababa, aunque sabían que nadie cobraría nada y que el beneficio de una grabación operística en España es nulo. La grabación obviamente no se pudo hacer. Se apoyaban en un convenio irracional que concede un poder sobre el arte desmesurado, de veto, a funcionarios de la voz. ¿Quién lo negoció?

Algo huele a podrido en Dinamarca, perdón en España, cuando un funcionario puede impedir que el arte sea apreciado por los ciudadanos. Algo hay que hacer para impedir desmanes que atacan al arte, y encima sin imaginación . Les aseguro que en las compañías privadas, en las que se cobra mucho menos, a ningún trabajador se le ocurriría cargar sus conflictos sobre el resto del equipo artístico, y mucho menos sobre el público. De sus problemas, que los tienen y muchos, hablaré en otro post. Ah, y si se sienten aludidos, respondan, por favor: garantizamos un muro donde colgar las opiniones.

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La programación de los teatros públicos

El Avaro del Centro Dramático Nacional nos está saliendo caro. Vaya por delante que admiro a Juan Luis Galiardo. Me parece uno de nuestros grandes actores. Y además lo tengo por amigo. Vaya también por delante que Jorge Lavelli me parece uno de los grandes directores de escena actuales. Las cosas como son. Ahora bien, lo que me parece impresentable es que el Centro Dramático Nacional sea escenario de un desembolso desmesurado –un millón de euros, según El País– en la puesta en escena del Avaro, un clásico… francés.

Ya, ya sé que Moliére es un clásico mundial. Pero, ¿por  qué desde el Centro Dramatico Nacional se asume ese mensaje de gasto tan claramente desmesurado para los tiempos que corren? No importa tanto si en el presupuesto han colaborado instituciones públicas como la Junta de Andalucía o la de Extremadura: el dinero sale del mismo lugar. AL hilo de este estreno se me ocurren varias preguntas más. Por ejemplo, ¿porqué el CDN y no la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que parece más lógico? ¿O parecería también estupendísimo que Eduardo Vasco montara un Belbel, por poner otro ejemplo inverso? Malos tiempos para la lógica. Malos tiempos éstos en que un responsable político parece tomar sus decisiones basándose en sus gustos o en sus relaciones y sin tener que rendir cuentas ante los ciudadanos de sus excesos.

El Avaro

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