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Las ventanas abiertas son para que entre el aire

ventanaabierta

Escribo este post a riesgo de que a algunos amigos, y al mismo tiempo candidatos a directores del teatro Español, no les guste demasiado.

Creo que la convocatoria pública para cubrir el puesto, y el nombramiento de una comisión de “notables” (en algún caso, de sobresaliente) para acotar la decisión, son líneas orientadas a una mayor transparencia y democracia en la elección de los responsables de instituciones culturales públicas. Es como una pequeña ventana abierta. Una ventana abierta que debe aprovecharse para que entre el aire fresco y se renueve la atmósfera de la estancia.

A mi modo de ver, la ventana abierta debe servir, también y esencialmente, para renovar las formas y los modelos de gestión de los teatros públicos, e incluso los perfiles profesionales de quienes asumen esa gran tarea. Por eso es más probable que en esa lista de candidatos -27 nada menos- encontremos la idoneidad en nuevos nombres, en gentes tal vez con menos recorrido y experiencia, pero sin duda con entusiasmo, perfiles con más matices, nuevas ideas y futuro.

En mi anterior post hablaba de las condiciones que a mi modo de ver debe atesorar un gestor cultural público que aspire a dirigir el Español, entre las que su capacidad como directores de escena no es la más importante. Insisto en que se trata de buscar a quien mejor sea capaz de dirigir equipos, mover creatividades de otros, definir proyectos artísticos de largo recorrido, captar recursos económicos, poner el teatro en el mapa europeo, emplear el marketing y el desarrollo de audiencias como una herramienta esencial para conectar con los ciudadanos… Soy de la opinión de que lo más idóneo es nombrar un equipo de dirección en el que todas esas habilidades estén representadas, dos o tres personas bastarían. Se evitaría así la tendencia, al parecer acendrada en nuestros artistas, de convertirse en protagonistas.

Pero lo que tengo todavía más claro es que el mejor de los nombramientos es el que, además de servir a la política cultural marcada por las instituciones públicas, garantice aires nuevos en el Teatro Español, gente capaz de conectar con los nuevos talentos escénicos, responsables preocupados por atraer y dinamizar nuevos públicos, gentes que vivan y entiendan el teatro como una herramienta artística de transformación y enriquecimiento social.

No se trata de arriesgar; se trata de optar por modelos ya hechos con dudoso éxito o crear nuevos; se trata de elegir entre el futuro y el pasado, entre quienes prefieren compromisos con el poder y quienes los prefieren con el arte y con los ciudadanos.

Programar, llenar de contenidos las salas disponibles no es difícil. Lo verdaderamente relevante es construir un nuevo modelo de gestión del Teatro Español democrático, abierto, orientado a los públicos, que busque el mejor y más sostenible de los caminos para convertirlo en un centro de creación y de encuentro con la sociedad. Un modelo que huya del coto privado como de la peste.

Por eso, entre los muchos candidatos, grandes artistas, hay que privilegiar no tanto a quienes sabemos perfectamente de dónde vienen, sino a quienes tienen plano para ese nuevo viaje. ¡Ah, Ítaca!

 

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Contra codicia, transparencia. Y abucheos.

Mi madre, riojana de pura cepa y de raigambre popular, llamaba “mamaduras” a aquello que los listos se llevaban “a mayores”, después de cobrarse lo que les correspondía en justicia. Algo así como seguir chupando del bote aunque no te toque hacerlo. Algo así como cuando el cachorro fuertote le quita su ración de leche al hermano débil.

Viene esto a cuento porque la transparencia total, cristalina, debe llegar a los cargos públicos, y en lo que nos corresponde, a los dependientes de Cultura. No basta que los procesos de selección sean abiertos, sometidos a decisiones tasadas y mediante contratos programa. Es imprescindible que la gestión diaria esté disponible libremente a los ojos de los ciudadanos. Es la mejor manera –probablemente la única- para que no se produzcan abusos. Por ejemplo, es público que todos los directores de los grandes centros dramáticos y teatros públicos han venido cobrando un salario nada desdeñable por su dedicación en principio exclusiva al cargo. Igualmente conocido es que los mismos directores han cobrado también por las direcciones de cada una de las obras cuya responsabilidad artística asumían, incluidas las obras producidas por empresas privadas fuera de su teatro. (No sé si, por ejemplo, en Follies, su director cobra como actor, además. Todo es posible.)

No sé si es legal cobrar por dirigir obras, o impartir conferencias o talleres mientras sigues cobrando la dedicación exclusiva. Desde luego no es ético. Desde luego no es solidario con la que está cayendo. Desde luego no es presentable. Esto no solo debe afectar a la Cultura, claro. Si alguien asume una responsabilidad de alto nivel, no debe compatibilizarla con consejos de administración remunerados (los casos de cajas, bancos y empresas públicas producen vergüenza por la indignidad acumulada), ni con tareas por las que cobra “a mayores”, si son propias del cargo y acometidas en tiempo de su dedicación a la tarea pública.

Si uno asume la dirección del Teatro Real, del Centro Dramático Nacional, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, el Prado, o el Teatro Español, no debe compatibilizarla con otras dedicaciones que le resten tiempo y por las que cobre añadidos, de la propia institución o de empresas privadas. No es digno, no es ético, no es solidario.

Para eso vale la transparencia, para escrutar. Pero la transparencia, para que sea útil, exige a quien observa, a quien analiza, una mirada cargada de ética, una mirada no complaciente con la corrupción ni con la codicia, que acechan siempre la acción pública en las democracias.

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