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Patrocinio sí, pero con alma

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Hace apenas dos años, Telefónica, una de las principales empresas españolas, anunció el despido de 6.400 trabajadores, el 20% de su plantilla en España. Al día siguiente, comunicaba la decisión de aportar bonus millonarios para sus directivos. En 2010, Telefónica había obtenido 10.000 millones de euros de beneficios. Telefónica tiene numerosos programas de intervención en las áreas educativa, cultural y del conocimiento.

¿De que vale su acción en el ámbito de la cultura o de la educación? La impostura, la ausencia de ética es tan clamorosa que conviene tomar aire antes de seguir escribiendo.

Llevamos años reclamando una Ley de Patrocinio que incentive a las empresas a aportar fondos en favor de la cultura y otras necesidades sociales. A cambio de mejorar su imagen y obtener jugosos descuentos en sus impuestos, los dineros empresariales taparían el deshonesto abandono del Estado del territorio de lo social. Pero el patrocinio -y la futura  Ley de Patrocinio- no debe mirar para otro lado ante situaciones, ante funcionamientos empresariales como el que comentamos y que son el pan nuestro de cada día.

Este caso pone el dedo sobre la verdadera llaga de la economía, la política y, sí, de su relación con la cultura de nuestro país: la clamorosa ausencia de ética.

Porque la principal responsabilidad de una empresa es defender a sus trabajadores, cuidar y bien tratar a quienes producen su fuerza empresarial. Y solo cuando su defensa está garantizada puede acometer tareas de RSC. Si no es así, esas tareas deben ser consideradas humo, mentiras, rimmel. La mejora de la productividad, verdadero dios nuevo al que se encomiendan la política y la economía contemporáneas, no puede excusar despidos masivos en épocas de crisis mientras se obtienen beneficios innúmeros y se reparten bonus a los despedidores sin conciencia.

En la Cultura debemos privilegiar la relación con empresas con alma. En Cultura, exigimos que la colaboración de las empresas en proyectos sociales y culturales lo sea a partir de una gestión ética en la que su principal aportación a la sociedad sea un modelo justo y no rufianesco.

Hoy más que nunca los ciudadanos necesitamos esperanza, y ésta solo está en la justicia. Los ciudadanos necesitamos alegría, y la alegría se halla en la lucha contra la injusticia, en la solidaridad con los otros en tiempos difíciles. La alegría nace de hacer bien las cosas, de cultivar con afecto y excelencia el pequeño fragmento del universo que nos ha sido dado en responsabilidad. Con patrocinio o sin él.

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Mientras declaran la guerra, ¿quién se cree ahora el PECAM?

Traición a la cultura

Mientras el 26 de julio se presentaba con bombo y con platillo el Plan Estratégico Cultural del Ayuntamiento de Madrid, sus responsables ya habían decidido suspender toda la programación artística de música, teatro y danza en los distritos madrileños para el segundo semestre del año. La programación artística en los centros culturales, que acerca la cultura profesional y de calidad a la periferia urbana, y la democratiza, estaba compuesta aproximadamente por cerca de 120 actuaciones que afectaban a 43 compañías con un coste aproximado de 350.000,00 €.  A estas cifras hay que sumar las de la música.

La decisión unilateral de rescindir los acuerdos previamente suscritos con empresas y compañías, que se inscribe en el suicida Plan de Recortes que el gobierno central y los locales están acometiendo en loca carrera, multiplica las dificultades de supervivencia de la creación hasta lo insoportable, y hurta a los ciudadanos su derecho a la cultura y al arte. En Sopa de ganso, de los Hermanos Marx, se decía: “¡Es la guerra!”. Yo creo que simplemente es una declaración de guerra. Nada más y nada menos.

Escribí el post anterior sin conocer esta noticia, pues los responsables municipales aún habiéndola tomado ya, arteramente la ocultaron hasta después de presentar el PECAM. Pero en ese post alertaba hace una semana de que el mensaje de fondo había sido toda una loa al recorte, la “taquilla” y el neoprofesionalismo, y una renuncia a la política de proximidad.  Algunos políticos se sienten cómodos gestionando miseria, como si ese fuera su papel preferido.

La política consistente en más y más recortes, supuestamente orientada a reducir gastos, conduce inevitablemente a más paro, a menos consumo, a menos ingresos de las administraciones vía impuestos y, en consecuencia, a nuevos recortes en ciclos cada vez más cortos. Nuestros políticos no solamente son cobardes y mediocres, incapaces de liderar a una sociedad deseosa de enfrentarse unida a esta situación que no crearon; son, además –nuestros políticos-, desconocedores del axioma económico que dice que sin estímulos las políticas de recorte alargarán inevitablemente esta crisis salvaje y el sufrimiento enorme de millones de seres humanos inocentes.

El ayuntamiento de Madrid debe dar marcha atrás inmediatamente a la rescisión unilateral e ilegal de los acuerdos tomados con decenas de compañías y empresas artísticas. Si no lo hace, su credibilidad estará rozando el subcero a medio año apenas de su toma de posesión. Pero, además, se enfrentará a un sector harto, unido y que necesita y quiere vivir. Ya se sabe lo que ocurre cuando se empuja sin misericordia a la desesperación; tanto y a tantos.

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Ficción y realidad. Cultura e impostura



La última polémica surgida del mundo de la cultura, se ha producido en el Festival de Mérida, con la retirada de una fotografía de la exposición «Camerinos». Fatiga este tipo de polémicas en torno a sensibilidades heridas cuando tantas cosas extraordinariamente importantes mantienen nuestra alma atrincherada; como si la vida fuera un miura feroz y nosotros Don Tancredos.

¿Cómo no entender que la imagen de Asier Etxeandía –preciosa fotografía de Sergio Parra– en su personaje de la obra teatral Infierno, de Tomaz Pandur, pueda provocar que algunas personas cristianas se sientan molestas por lo que consideran hiriente para su religión?

Pero no deja de sorprenderme que la imagen sobredicha –con un origen indiscutiblemente cultural– genere cientos de emails de protesta. La imagen –ficción- de un actor que interpreta a un personaje molesta más que la foto de la realidad; por ejemplo, esa realidad que nos acusa de inacción y dejadez en la muerte de miles de personas, por poner un caso último, en Somalia. Me asombra que tantas y tantas personas no distingan entre realidad y ficción y les hiera más la segunda que la primera. Hoy,  podemos disfrutar de nuestra sabrosa y abundante comida mientras la televisión bombardea imágenes del grandioso dolor del mundo, sin que ello impida una buena digestión. Pero no podemos soportar que otras personas generen imágenes de ficción para una obra teatral. Chusco si no fuera éticamente preocupante.

En todo caso quien ha decidido retirar la fotografía de la exposición “Camerinos” es Blanca Portillo y ella deberá explicar porqué la campaña de unos cientos de personas basta para ceder e imponer la censura. Y esos cientos de personas deberán preguntarse si querían evitar el dolor a otros cristianos al forzar la retirada de la foto o simplemente deseaban vencer. Si aspiraban a lo segundo, parece que lo han conseguido. Si deseaban lo primero han fracasado estrepitosamente: la foto la han visto cientos de miles de personas. Gracias a la intransigencia. Gracias a la impostura. Mi aportación humilde a que la otra foto se conozca es publicarla aquí, abriendo este post.

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¿Solo ante el peligro?

Segundo post consecutivo sobre el cine. Cosas que ocurren porque este sector cultural estratégico está sufriendo como pocos el cambio de paradigmas en su distribución. Así que resulta inevitable hablar de él; y más tras los Goya.

No es  lo mismo afirmar que la solución está en internet a que internet debe formar parte de la solución. Alex de la Iglesia, en su discurso en la ceremonia de los Goya, acertó de plano al colocar a los públicos como eje de la acción cultural y del arte. Porque sin tenerlos en cuenta el arte es onanismo. Y hoy, demasiados creadores, productores y exhibidores no cuentan lo suficiente con los destinatarios de sus creaciones y de su negocio.

Pero da la impresión de que el todavía presidente de la Academia no ha sacado la conclusión completa y tiende a surfear exclusivamente por la ola internetera. Claro que los modos de consumo y de relación con el arte son diferentes desde el nacimiento de internet; claro que eso afecta esencialmente al arte reproducible, entre los que la música y el cine son los más afectados. Pero el cine no solamente se consume/disfruta a través del ordenador o la televisión. O por decirlo de otro modo: los espectadores no han dado la espalda al cine porque -Alex dixit– “están mirando la pantalla del ordenador”. A pesar de la pérdida de espectadores, las salas siguen siendo un lugar de referencia en el consumo social del cine. Son la expresión de que el cine ha sido, es y puede seguir siendo un hermoso rito social. Por eso las gentes del cine, si quieren pensar en los espectadores, han de pensar en las salas. Hoy, en España, los cines son en general la ejemplificación del maltrato y de la consideración del espectador como un sujeto al que sacarle dinero. Muy mal.

Sí, Alex, pensemos en internet, no como la salvación sino como un nuevo e importante escenario para el arte y la cultura. Pero sobre todo pensemos en los públicos, porque también internet los puede maltratar, y mucho.

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