Una de las grandes virtudes del deporte es la de generar un espíritu de unidad colectiva, de identificación con unos determinados valores (“colores” les llaman algunos), que posponen o superan momentáneamente crisis, diferencias, conflictos. Al menos cuando el deporte da alegrías de gran tamaño.
No es baladí el hecho de que al margen de tendencias políticas u orígenes regionales se produzca una suma de afectos y entrega a Nadal, Gasol, la “roja”, Contador o Lorenzo. Es bueno. Podría ser mejor, claro.Que el entusiasmo, la identificación, la emoción se produjera en torno a otras actividades con más matices. Sobre todo con matices relacionados con la mejora del alma, con el enriquecimiento del ser humano. Porque el entusiasmo colectivo con los triunfos deportivos, no implica que los entusiastas tengan todas las potencialidades de su alma en activo.
Sería verdaderamente hermoso para la humanidad que la cultura, las expresiones más elevadas del arte, aquellas que permiten que el ser humano tome conciencia de su faceta más profunda, mas trascendente, unificaran los entusiasmos y generaran similar espíritu de confraternidad y orgullo. Y mira que tenemos creadores en la literatura, en el arte como para entusiasmar. Mira que disfrutamos de creadores cuya obra, con toda seguridad, va a permanecer siglos y siglos, mucho más allá de lo que permanezcan las gestas deportivas.
