Hace unos días se cerró El Sol de York, ese coqueto teatro que impulsado por altas pasiones artísticas, se había hecho un hueco de lujo en el panorama teatral de Madrid. El alma mater había sido durante largos meses Javier Ortiz, navarro profesional que encabezó el proyecto de abrir, llenar de contenidos buenos y defender ese nuevo espacio escénico en el corazón de Chamberí. Todos cuantos amamos el arte y lo entendemos como herramienta de cambio –propio y ajeno-, tenemos una deuda con él y con cuantos apoyaron ese proyecto y lo hicieron vivir.
Ahora siento emociones y pensamientos contradictorios: emociones del que siente e incluso admira; pensamientos de quien analiza. Porque no quisiera decir solamente aquello que salta a la vista, lo positivo, sino que quisiera aprender, extraer enseñanzas también de esta aventura, tan bellamente insolente hacia los malos tiempos en que le ha tocado desempeñarse.
La gestión de El Sol de York ha sido en muchos aspectos ejemplar. Por su responsabilidad y compromiso con las compañías y artistas que representaron sus obras en ese teatro a las que siempre abonaba sus ingresos con la máxima justicia; por el modelo de programación artística, siempre a la búsqueda de la máxima calidad y del máximo aprovechamiento; por la relevante atención a los públicos, eje de su gestión; por el hecho mismo de haber logrado abrir una nueva ventana en Madrid al buen teatro y a muchos creadores que lo necesitaban; por su capacidad de acoger a cuantos necesitaban calor. Una gestión que caminaba en los hombros de la pasión.
El análisis, en todo caso, no debe eludir entrar en las debilidades del proyecto, esas que en parte explican el cierre. Si El Sol de York ha sido un ejemplo de gestión, entonces probablemente habremos de convenir que ha fallado el modelo empresarial que la soportaba. Un modelo en el que se apostaba por una fuerte implicación de la propiedad del inmueble y que sin embargo, durante todo el tiempo en que la sala estuvo abierta, no dio pasos en su compromiso concreto. La pasión, e incluso el éxito, tan cercano en muchos momentos, no podía obviar que todo proyecto artístico, hoy, es un proyecto empresarial y que tener cerrado el alquiler en contrato adecuado es absolutamente esencial para planificar a medio y largo plazo. Como lo es, también, disponer de socios o/y patrocinadores que cubran los flancos débiles. Sé que ambas cuestiones formaban parte de las preocupaciones clave de El Sol de York.
La legislación debería favorecer que los propietarios de locales dedicados al arte no sufrieran castigo por ello. Incentivos fiscales, ayudas a la rehabilitación, créditos especiales…, son algunas de las medidas que los propietarios necesitan para no sentirse tentados por dedicaciones más rentables. Como debiera recoger privilegiadamente la futura ley de financiación de la Cultura, el apoyo financiero a este tipo de expresiones y proyectos. Entre tanto, solamente queda acomodar los proyectos a la realidad en que han de sobrevivir y crecer.
En cuanto a Javier Ortiz de York, estoy seguro de que está preparando un nuevo lío guapo al que servir fielmente. Con la intensidad, la dedicación y el buen hacer con que sabe hacerlo. Muchos estamos dispuestos a estar a su lado en lo que necesite.
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