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Ángeles: dile algo a Leyre, porfa

Acordemos –con una enorme tristeza, eso sí- que en el actual gobierno la densidad de talento político no es especialmente deslumbrante. A la escasa competencia de la ministra del ramo cultural, ya mencionada en este blog en otras ocasiones (la última a propósito de la ley que lleva su apellido), se une cual elefante en cacharrería la de Sanidad. Leyre Pajín, a falta supongo de temas más relevantes a los que meter mano, dedicó una perla a la Cultura, cuando afirmó que la Ley “antitabaco” debía cumplirse también en los escenarios. La ministra daba por buena la denuncia de un espectador del musical Hair en el que se fuma (la obra va de la época hippie, como para no echar humo). La ministra sugirió que dadas las habilidades de interpretación de los actores y actrices, debían interpretar que fumaban.

Es la expresión de un radicalismo inculto y puritano, incapaz de convivir con la diferencia y los diferentes. Supongo que ni Arthur  Miller podría hacer una buena obra breve sobre este tema que de verdad no da como para la crítica  a la inquisición contenida sabiamente en Las brujas de Salem.

Ángeles, dile algo a Leyre, porfa.  Dile que el arte, y la creación, la Cultura como forma socializada de ambas, es un espacio de libertad indiscutible en democracia, y que lo más lejano de la libertad es ocultar la realidad, la diversidad.

Que sí, que Bogart fumaba en escena, pero que hacía obras de arte.

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Al fin, siempre la gestión

Chillida es uno de los grandes escultores y su obra es monumental, en todos los sentidos. La aprecio tanto que hasta tengo un grabado suyo que allá por los años ochenta me costó un buen dinero, por cierto. Voy al Chillida Leku cada poco, a acompañar a visitantes que no conocen ese espacio magnífico de paz y de arte. El último día de 2010 quedó cerrado tras la presentación de un ERE, ante la imposibilidad de que la familia hiciera frente a las deudas acumuladas.

Es, evidentemente, un problema de gestión, de marketing, de pensar en el cliente, ese ciudadano que ha oído hablar de la obra de Chillida y quiere conocerla. Para que se hagan ustedes una idea, en el Chillida Leku no había ni bar para comer o charlar tras la visita, ni exposiciones temporales que multiplicaran el interés de quienes ya habíamos ido varias veces; de otros públicos. En realidad era un espacio que conservaba exactamente las  mismas características que tenía cuando se fundó. La familia, con Pilar Belzunce a la cabeza, se ha opuesto a cualquier cambio y a la entrada de las instituciones públicas, lo que obviamente hubiera supuesto una reorientación de los objetivos del museo y un menor peso de la familia en la definición de su futuro. Cuando el arte pasa a ser patrimonio cultural de una sociedad, mantener su gestión en la familia cercana, sin establecer mecanismos de intervención de la sociedad es dejarlo en el ámbito del negocio, como ha pasado muchas veces, o reducir su perfil a criterios conservacionistas que le impiden crecer y adecuarse al presente que ya es futuro.

Deseo de corazón que Blanca Urgel, Antonio Rivera y todo el equipo de Cultura del Gobierno Vasco den con la solución adecuada, que satisfaciendo los deseos de la familia los concilie con abrir el Chillida Leku a un modelo de gestión pública moderna. Estoy seguro no solamente de que es posible, sino de que es lo que hay que hacer.

 

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Mascarell conseller de cultura. ¿Acaso una lección?

Ferrán Mascarell tiene una larga trayectoria de liderazgo y responsabilidades culturales vinculadas siempre al socialismo catalán. Artur Mas, nuevo president convergente de la Generalitat lo ha nombrado conseller de Cultura, cargo que ya tuvo durante unos meses en un gobierno Maragall. Me cuesta creer lo primero que sugieren estos maridajes aparentemente extraños: que el poder tienta mucho y que cuanto más poder más tentador; y que vale más cargo en el bolsillo que alcaldía de Barcelona volando, que es en lo que al parecer andaba últimamente Mascarell. Me cuesta mucho creerlo en este caso: un político de gran prestigio, con una personalidad arrolladora y un indiscutible liderazgo. No parece que le hiciera falta alguna la aventura.

Pienso en esta ocasión más en una decisión estratégica del nacionalismo moderado con la que Mas apuesta por establecer una línea de acuerdo de “país”, que empuje en esa dirección la acción cultural. Hacer nación desde la cultura y señalar que ésta está por encima de las opciones ideológicas. Tal vez emplearla de mascarón de proa (“mascarell” de proa, si me permiten la gracieta) de una política cultural diferenciadora a la vez que fuertemente identitaria.

Si no fuera tan poco nacionalista, resabios tal vez de mi viejo internacionalismo, podría considerar un ejemplo esta decisión de Artur Mas. Fíjense, trasladada al gobierno central podría significar que Rajoy contase con César Antonio Molina, o que Zapatero no le haría ascos a Alicia Moreno. Y es que hay decisiones que te recuerdan que algunas cosas deben estar por encima de la confrontación partidaria. Una cultura de tanta proyección como la española, con una lengua hablada por tantos millones de personas en tantos y tantos países, se merece criterios de altura, miradas que pongan sus ojos allá, lejos. Nuestros políticos actuales tienen sus ojos pegados a… una puerta cerrada.

(Ah, Feliz Año Nuevo, que es lo que toca. Y en el próximo post hablamos de él. De 2011, digo. Abrazos)

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A propósito del Pacto por la Cultura. Es momento de programas y… de acción

El viernes, 17 de diciembre, se celebró en CaixaForum de Madrid, la conferencia estatal de los sectores profesionales y empresariales de la  cultura, , iniciativa impulsada por la Federación Estatal de Asociaciones de Gestores Culturales en la que participaron cerca de cincuenta asociaciones del sector cultural español. El objetivo central era la firma, por todas ellas, de un Pacto por la Cultura como expresión de unidad del sector ante la situación de crisis. Cuando llegué a primera hora de la tarde, los organizadores me propusieron sorpresivamente que diera públicamente mi opinión sobre el documento que servía de base para la redacción de ese Pacto, sustancialmente el mismo que resultó aprobado. Aquí va, de nuevo, resumida mi evaluación.

El documento, extraordinariamente académico, es decir, con una redacción marcadamente “política”, expresa acuerdos genéricos, de los que está expresamente ausente cualquier concreción de carácter programático. Por decirlo de otro modo, es un listado de deseos que apenas “muerden carne” en los gravísimos problemas de la Cultura en España. Un documento que muestra, sí,  la madurez de amplios sectores de la cultura en diagnosticar la situación de abandono de la Cultura por los poderes públicos.  Pero que, al mismo tiempo, señala dos carencias, dos oportunidades de relevancia estratégica y práctica que le quedan por delante al sector.

La primera: las gentes de la cultura deben  pasar de la simple enumeración de sus deseos, a la configuración de un programa de intervención, práctico en definitiva. Pasar, por ejemplo, de hablar de la necesidad de transparencia y democratización a la exigencia de implantación de contratos programa para el acceso a los cargos públicos de gestión.  Pasar de hablar de la necesidad de una nueva ley de financiación a proponer una en concreto, la que desde la cultura exigimos.

La segunda, pasar decididamente del discurso crítico políticamente correcto a la expresión física de la fuerza contenida, del desasosiego, e incluso del justo cabreo que quienes trabajamos en cultura sentimos por la actual situación de abandono e inoperancia de instituciones y partidos. Y planificar y organizar la expresión colectiva de esa fuerza, en forma de movilización si es necesario. Que lo es.

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Blanca Portillo y el Festival de Mérida

Blanca Portillo ha sido nombrada nueva directora del Festival de Mérida. Los políticos continúan su tendencia habitual de situar a personas de perfil esencialmente artístico en cargos que implican muchas más exigencias que las de pura programación . Qué lástima que se decidan los nombramientos digitalmente y no mediante concursos abiertos a los que los candidatos debieran acudir con planes y programas de funcionamiento y explotación, entre los que elegir el mejor. Ya se sabe que en política una buena página en los medios es el objetivo prioritario y éste se logra mejor con sorpresivos nombramientos estrella, mediáticos. En El Mundo se reflejaba a la perfección este objetivo cuando se decía que Blanca era la nueva imagen del Festival de Teatro de Mérida. Antes, se había intentado el fichaje de Nuria Espert y Mario Gas. En fin.

Sin embargo Blanca Portillo incorpora tres rasgos relevantes que, al menos, moderan la decisión. Por un lado, ella misma es productora teatral y conoce a través de Avance Producciones Teatrales, su empresa, la parte de atrás de la producción escénica. Por otro, ha hecho pública su decisión –diferenciadora de tantos otros directores de teatros nacionales o festivales-, de que no actuará ni dirigirá obra alguna para Mérida. Finalmente, va acompañada en la dirección, a modo de tandem, de Chusa Martín, productora y gestora de larga experiencia, que asumirá a buen seguro la mayor parte de las competencias que en teoría recaen en la figura de un director de Festival.

Los festivales son una oportunidad para implantar nuevas fórmulas de elección de los responsables, basadas en convocatorias abiertas que exijan a los candidatos unos objetivos a lograr, un programa, una planificación artística y de gestión y unos resultados. Vamos, lo que debería ser normal cuando se trata de acción cultural pública que se hace con dinero de todos.

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¿Quién debe dirigir los teatros y compañías nacionales?

Víctor Ullate, en El País del pasado 20 de octubre, decía: “Un gestor debe dedicarse a los números y un artista tiene que dedicarse a dirigir, por ejemplo un ballet nacional… (…) No es lógico que un gestor dirija una compañía, tiene que ser alguien que haya bailado…” Me sorprende la simplicidad de la ecuación gestor = números con que despacha la cuestión. Quienes nos dedicamos a la gestión sabemos que nuestro trabajo tiene muchos más perfiles: gestionar equipos, contrataciones, definir y aplicar la política de marketing, identificar, conocer e incrementar nuestros públicos/clientes, gestionar presupuestos y atender a la faceta de financiación pública y privada de las producciones, comunicar a través de todo tipo de soportes con los destinatarios de nuestras creaciones… en fin, una panoplia compleja y multidisciplinar de  tareas. Los creadores –coreógrafos y directores de escena en este caso- tienen como función poner en pie espectáculos de la máxima calidad artística, crear. Pero ello no garantiza que sean buenos gestores.

Probablemente sin quererlo, Ullate ha planteado el grave problema que genera el hecho de que las instituciones entreguen la dirección de las compañías y teatros nacionales a artistas sin conocimientos específicos de gestión. A mí no se me ocurriría encargar la dirección de un espectáculo a un gestor y sin embargo lo contrario, encargar la gestión a un artista, es la norma. Son las tareas, el perfil necesario para un puesto lo que define el nombre, y no al revés. La cuestión es definir las tareas de dirección del CDN o el teatro Español, y ver si el perfil profesional de Mario Gas o de Gerardo Vera son los adecuados para ser responsables de la gestión global de un teatro público.

Si me permiten simplificar, el artista piensa en arte (por cierto, en el que le gusta a él), y el gestor piensa en públicos, en sostenibilidad, en poner al conjunto de la organización de que se trate al servicio del arte y de la audiencia.

 

Nota 1: En mi artículo de noviembre de El espectáculo teatral abordo este tema con detenimiento.

Nota 2: Jesús Cimarro me cuenta las graves deudas –taquillas y cachés- que varios ayuntamientos tienen con su empresa. Un asunto del que algo hay que decir.

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Un “reaccionario” interesante: ¿Es arte todo el “arte” que se hace hoy?

(en la foto Damien Hirst con una de sus obras)

La verdad es que es un placer escuchar una opinión argumentada, aunque no te guste. Bueno, a mí, incluso más si no me gusta. Porque el que alguien te abra ojos y oídos del alma intelectual es un regalo en estos tiempos en los que la reflexión parece estar de vacaciones. A la cosa.

Marc Fumaroli, un francés culto y peculiar, polemista, un poco outsider y “vieux terrible” (hubiera dicho “enfant terrible, pero nació en 1932), ha visitado España para presentar su último libro titulado París Nueva York-París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes. Alguno podría considerarle provocador y reaccionario, y de hecho así inicia el redactor su entrevista, publicada en El País: ¿Es usted reaccionario? Y Fumaroli le contesta: “Es verdad que me gusta mucho reaccionar y las gentes que reaccionan están muy vivas. (…) No creo que la historia tenga un sentido ni que tengamos que inclinarnos ante el sentido de la historia. Lo que me interesa son aquellos que van contracorriente.”

Fumaroli es extraordinariamente crítico con el concepto del arte espectáculo, del arte negocio, de ese arte apoyado y empleado por los que más tienen para marcar la diferencia social y económica con los que no pueden poseerlo. Desde su perspectiva el arte contemporáneo no puede ser llamado arte; por decirlo de otro modo –coincidente con lo que muchos pensamos-: que no todo lo que se cuelga de un museo es arte. Señala que Europa, influida por EE.UU desde el movimiento pop (¡hay que ver lo que dice de Warhol!) tiene una idea de arte como concepto, “como cosa efímera que durará un tiempo breve y que, momentáneamente excita a los periodistas.” Algo así como lo excitados que se sienten también tantos con las colecciones de moda, verdadero talón de Aquiles hasta de algunos de nuestros auténticos intelectuales. O de algunas obras escénicas.

En arte está tan aquilatado el hecho de que quien juzga y decide es un conglomerado formado por responsables de museos, galeristas y ricos, que afirmar que el arte para ser aceptado como tal requiere el paso del tiempo y un cierto consenso social, es hoy en día estar fuera de juego. Lo estoy, indudablemente. Es más, en ocasiones siento que la necesaria apuesta de los poderes públicos por los nuevos creadores, va mucho más allá y sanciona con su apuesta a los creadores recientitos como grandes artistas sin esperar recorridos. El poder, el poder. ¿Por qué tanta prisa, cuando el arte es aquello que se destila de la creación de una época como legado para las siguientes?

Leeré este libro de Fumaroli y volveré a leer otro que en su día creó gran polémica, El Estado cultural. Y algo podré compartir. Espero.

(Nota: Hoy, 29 de septiembre, es día de ruidos, de los que no obstante habrá que hablar cuando se serenen. Solo entonces podremos seguir el consejo del sabio poeta Antonio Machado: “A distinguir me paro las voces de los ecos”.)

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Cultura y Huelga General

Es tremendo, pero la Huelga General convocada para el próximo día 29, no genera en mí entusiasmo alguno. En realidad, lo contrario. Y sin convicción, mal puede apuntarse uno a un bombardeo. Y mira que me gustan. El Gobierno socialista ha virado a posiciones conservadoras –por cierto, mucho antes de que fuera denunciado por los sindicatos- y probablemente lo va a pagar muy caro en las elecciones. En buena parte por no haber hecho sus deberes antes, metiendo mano a los grandes problemas y desequilibrios de la economía española. Quienes los sustituyan tampoco van a tener los intereses de los trabajadores en el centro de sus preocupaciones. Los convocantes, por su parte, difícilmente podían haberlo hecho peor: mensajes arcaicos, carentes de originalidad y con un peligroso tufillo a defensa de su estatus.

El mundo de la cultura que también debería tener hechos sus deberes para decidir su posicionamiento ante una cita como ésta, permanece silbando el Sitio de Zaragoza, mientras mira a Suecia, como si ante la situación por la que atraviesa España no tuviera porqué plantear su propio programa. Cuestiones como la definición de un nuevo modelo de relación entre lo público y lo privado en Cultura, la financiación (incluidas una nueva Ley de Fundaciones y nuevas deducciones fiscales para las empresas que apoyen el arte), la reducción del IVA, nuevos modelos legales para la constitución de compañías neoprofesionales, la transparencia y la democratización de la gestión pública, los códigos de buenas prácticas en la gestión… En fin, que tenemos muchos deberes y que parece que no nos gusta hacerlos, más o menos como a los niños.

Algo grande, un mucho, está hecho de muchos pocos. La Cultura es uno de esos pocos. Importante, eso sí. Por delante tiene la enorme responsabilidad como sector de definir su propia propuesta de modelo cultural para España, sin esperar a que salga de políticos o gobernantes, porque eso no va a ocurrir.

Con todo esto, como pueden comprender, el día 29, me temo que va a suponer muy poco para la marcha del país, ni para la Cultura en particular, más allá de la guerra de cifras en la que se suelen embarcar quienes participan en el partido en la defensa de sus intereses. A nosotros nos queda un largo camino que tendrían que impulsar las asociaciones profesionales del sector. A eso sí me apunto.

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Pepito Grillo y La Noche En Blanco. II

Un año más se cumplen los pronósticos: cientos de miles de personas toman de anochecida las calles de Madrid y deambulan entre ofertas entretenidas de juego y disfrute colectivo en que este año se ha convertido el evento de La Noche en Blanco. El clamor más claro de todos los que nacen de este ¿éxito? es que los madrileños quieren más calles libres de tráfico para pasear, quieren gozar y hacer cosas diferentes aunque no sean culturales, quieren ser ciudadanos y sentir la ciudad como suya.  El clamor también alcanza a los problemas seculares en una oferta tan incontrolable y mal calculada de entretenimiento (con la coartada de “cultural”): colas desmesuradas por doquier y graves problemas de transporte.

Con el anterior post, supongo que intuían que Las Noches en Blanco no desatan mis pasiones culturales más recónditas, la verdad. Las de fiesta sí, claro, pero seguramente nadie espera que hable de eso; y al menos este blog me permite explicar los porqués de mi distancia frente al evento de marras.

Quizás lo que más me subleva es el paraguas cultural de LNEB. Quítenselo, por favor, y déjenlo en el de entretenimiento, que no está nada, pero que nada mal. Y no empleen los datos cuantitativos para reafirmar una política cultural inexistente que hace de la excepcionalidad, de la ocasionalidad, una muestra de triunfo y una seña de identidad. Cuando en realidad es la expresión más palmaria del fracaso de las políticas de promoción de la cultura. Porque concitar entusiasmos por visitar museos, academias, exposiciones…, una vez al año no tiene mérito alguno: basta con concentrar esfuerzos comunicativos y publicitarios para conseguirlos.

Prometo volver sobre el tema. Tal vez está demasiado cerca para valorarlo con plenitud. Pero el Ayuntamiento de Madrid, y otros muchos con él, deberían sacar una lección para aplicarla más a menudo: cierren las calles al menos una vez a la semana para que los ciudadanos las tomen, para que organicen en ellas su disfrute, para que las hagan suyas. Y que a los museos, por favor, vayan otros días… hay tantos (días) y tan buenos (museos).

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Fresas entre el asfalto: artistas callejeros

Dejo para el próximo post el tema previsto (el desperdicio de talentos y conocimiento en nuestro país provocado por los Expedientes de Regulación de Empleo), porque la noticia de la retención/identificación/denuncia de un artista callejero la pasada semana en Madrid, impone urgencia antes de que se olvide.

Sí, la actuación de Rodolfo Meneses, “Tuga”, un mimo que suele trabajar –con gran éxito de público- en la Puerta del Sol, fue cortada por la policía municipal con la justificación de que su labor interfería el tráfico y favorecía la tarea de carteristas que aprovechan las aglomeraciones. Tuga fue trasladado a comisaría donde siguió actuando ante los incrédulos y ofendidos policías: el mimo continuó “mimando”, que es lo que mejor sabe hacer, hasta que tuvieron que ponerlo en libertad sin haber logrado de él una sola palabra. Me hubiera encantado estar presente. Y me ha hecho recordar la estupenda interpretación de Óscar Jaenada en la película “Noviembre”, de Achero Mañas. Y la filosofía del film, tal vez recogida en la frase del protagonista: “Me gustaría cambiar este puto mundo.”

¿Qué les pasa a los dirigentes del ayuntamiento madrileño para que impidan una actuación que alegra la vida a tantas gentes y da trabajo a algunos que lo necesitan? El arte callejero, otra forma humilde de cultura, ya forma parte de nuestra experiencia urbana, sea a través de estatuas vivientes, pequeñas actuaciones de magia, mimos, músicos o malabares. Aporta dulzura al asfalto, ilumina de pequeñas luces las calles oscuras de vida. El arte de la calle hay que defenderlo de las sombras y de los uniformes, correspondan éstos a trajes de políticos insensibles o a municipales entusiastas de su trabajo censor. El arte hecho en la calle nos recuerda tiempos en que ese era el espacio de comunicación y de creación casi único, y lo recupera como experiencia popular. Tal vez haría bien el ayuntamiento en regularlo, pero poco, por favor, y siempre al servicio de su defensa, de su supervivencia. En Tres sombreros de copa, esa estupenda pieza de Mihura, Paula le pregunta a su amado: Dionisio, ¿te casas? Y él, tímidamente, le responde: Sí, me caso, pero poco. Pues eso.

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