Bueno, tal vez el arte no, pero sí la forma de presentarlo, de vestirlo. O de desvestirlo para aquellas personas que vean el encanto de las cosas a través de su desnudez. Lejos de su aplicación habitual a las personas ,y por lo tanto de reaccionarias connotaciones de género, la aplicación de ese concepto al modo en cómo se organizan las exposiciones, o se presentan los proyectos (son dos ejemplos), da mucho juego. Lo leí por primera vez aplicado a la cultura en un libro de Tom Peters dedicado al tema precisamente de cómo diseñar los mejores proyectos.
Hace unos días, la periodista Patricia Gosálvez titulaba su crónica en El País: “Cómo hacer del viejo Ayuntamiento un museo sexy”, en alusión a los planes para convertir en museo la antigua sede municipal de Madrid. El titular responde a los tiempos, que persiguen bellas metáforas para alumbrar la nada, pero es una buena anécdota para explicar la cuestión de fondo, la enseñanza para el mundo de la cultura. ¿Cuál? Pues que cada proceso creativo, cada proyecto, cada paso que damos en el maravilloso y complejo mundo de hacer mejor a la sociedad a través de la cultura, nos enfrentamos a la doble posibilidad de comportarnos como funcionarios burocráticos o como exploradores en busca del milagro. La rutina o lo “sexy”.
Cada proyecto cultural, cada momento de contacto con nuestro público puede significar el simple cumplimiento rutinario de un trabajo, que en el mejor de los casos satisface a quien lo hace; o, el “sexy” momento en que buscamos para el público una experiencia memorable, un placer renovador o impregnador de su pasión por el arte. Aunque implique riesgos. A pesar de los riesgos. Porque tiene riesgos. Como el amor.
Y debemos elegir uno u otro camino, una u otra actitud, de Bartleby o de Indiana Jones. Cada día. Todos los días. Tal vez no dependa de ello el éxito de nuestro trabajo, pero sí, sin duda, su calidad, su diferencia. Y la conciencia de haber ido más allá para hacerlo mejor.
Nota: Pido disculpas a mis amigos exquisitos por el inadecuado uso de Bartleby, ese maravilloso personaje de Herman Melville que anuncia el Absurdo. Una gracieta: la alusión a este relato en Camera Café.
(no olvidéis suscribiros al blog, es muy fácil, sólo tenéis que escribir vuestro mail donde pone “Suscríbete”, en la columna de la derecha, y recibiréis un aviso con cada nuevo post)
