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Bookcrossing, cultura y participación

Un libro de Woody Allen me esperaba defendido por una amplia y amable bolsa de plástico en uno de los bancos que frecuento en la Plaza de San Cayetano, vecino al quiosco regentado por Tomás, mi proveedor habitual de diarios. El libro esperaba que unas manos amables y unos ojos ávidos lo disfrutaran. Nada más cogerlo amorosamente me susurró que formaba parte de un plan de bookcrossing del ayuntamiento de Madrid en el que colaboraba la cervecera Mahou y 600 voluntarios que sembraron impensables lugares de Madrid con 30.000 libros.

El bookcrossing es una forma bella de encontrar pequeñas joyas para el alma en la selva a veces intrincada que hoy son las grandes ciudades. El libro, depositado en cualquier insospechado lugar, viajará de mano en mano tras ser leído, en un discurrir continuo entre amantes de las letras. Una hermosa metáfora en la que a las páginas les nacen alas y vuelan enriqueciendo a alguien en cada aterrizaje y en cada despegue. Mahou pagará tres euros por los dos primeros registros de cada libro que se acrediten en la web y la suma se destinará a un programa de inserción sociolaboral de jóvenes en riesgo de exclusión. Un ejemplo de Responsabilidad Social Corporativa, que como el de Coca-Cola, y algunas otras empresas, conviene seguir. Y emular.

Las posibilidades de poner en marcha formas de acción cultural son cada día mayores. La participación conjunta de instituciones y empresas sensibles multiplica los efectos. Aunque, tal vez debido a mi origen riojano, me inclino a celebrar con una copa de vino las cosas guapas que me ocurren, hoy beberé una mahou, por el Ayuntamiento de Madrid, por la empresa cervecera que tanto apoya el arte, por el bookcrossing y por cuantos disfruten de las letras volanderas.

Y ahora a pensar dónde deposito mi libro, bueno el de muchos. A jugar.

Ah, y el miércoles el post estará dedicado a Mercartes, la feria de artes escénicas que se celebró la semana pasada en Sevilla.

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Mecenazgo cultural y fundraising

La pasada semana estuve en Barcelona, en el X Congreso de Fundraising que este año desarrollaba, junto al programa general, uno específico destinado a entidades culturales. Tony Myers, José María Gasalla, Colin Tweedy, o Marcelo Iñarra, entre otros, figuraban entre los ponentes. El fundraising, es, resumidamente, la captación de fondos que permitan financiar proyectos o, más a menudo, causas, lo que implica un notable contenido social, tanto de los donantes como de los solicitantes. Los fundraisers”, una actividad profesional muy avanzada en otros países y que en el nuestro está iniciándose,  conectan al sector empresarial y a grandes fortunas con el sector no lucrativo –ONGs y fundaciones-, para la obtención de beneficios mutuos, mediante la donación de fondos, relaciones o influencias.

Me resultó sorprendente la escasa presencia del sector cultural en un evento como este. De los casi 300 asistentes, apenas cuarenta desarrollaban su actividad en el ámbito cultural, la mayoría de ellos del sector público, sobre todo grandes fundaciones tipo Liceu, MACBA, Festival Temporada Alta de Girona…, que son, por otro lado, quienes más avanzada tienen la tarea de captar recursos privados para su acción. El resto, la mayor parte, representaban al sector asistencia y de salud, la cooperación, la solidaridad… Aunque no todas, muchas empresas y fortunas –grandes o pequeñas- pueden ver en el mecenazgo, en la financiación de acciones, programas o causas con un marcado fin social (cultural) una forma relevante de articular su propia presencia en la sociedad. Gentes con conciencia de que retornar una parte de sus beneficios es satisfactorio y rentable de un modo u otro.

En el sector cultural estamos muy verdes en este nuevo ámbito abierto a la financiación. Y debemos prepararnos, conocerlo, dedicar esfuerzos concretos a informar de nuestros proyectos a gentes que puedan aportarles impulso, sea en forma de dinero o de relaciones. Sin dejarse vencer por la inercia que considera cualquier cuestión relacionada con la captación de recursos privados, una labor hercúlea. Actuar como si los fondos públicos fuesen los únicos que pueden contribuir al desarrollo de proyectos culturales en España es, a medio y largo plazo, un suicidio para los que piensen así.

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Buscando a ¿Wally?; perdón, buscando a Mecenas. El evangelio cultural del mecenazgo: dad y se os dará

Hace unas semanas hablaba del patrocinio como herramienta de financiación de la cultura y como expresión de la acción social de las empresas y de sus nuevas responsabilidades en el desarrollo cultural. Un tema estrechamente relacionado es el del mecenazgo de carácter filantrópico, que toca plantearse en un contexto de crisis, pero que es una clave estratégica para el sector, como ya lo es en otros muchos países.

El incremento de la participación financiera desinteresada en proyectos culturales –teatros, orquestas, museos, producciones escénicas, danza…- por parte de empresas, instituciones privadas y ciudadanos filántropos es una contribución de primer orden a la articulación de la sociedad, a su desarrollo por la vía del incremento de los niveles de formación y de cultura y de consumo de arte. Que es posible, es decir, que la sociedad española está preparada para asumir el mensaje de que su contribución económica es necesaria, lo demuestra el amplio recorrido que en este sentido llevan hecho las ONGs de solidaridad y cooperación internacional. Eso sí, el ámbito de la cultura precisa desarrollar un mensaje propio atractivo, argumentado para recabar donaciones, y ofrecer a los contribuyentes reconocimiento y contrapartidas vinculadas a la mejora de su imagen  pública, si lo desean.

Y por otro lado, es imprescindible avanzar aceleradamente hacia unas normas fiscales que favorezcan el mecenazgo. Los incentivos fiscales españoles recogidos en la Ley actual son de los más bajos de Europa y se han mostrado insuficientes para promover la filantropía. En el último número de la revista Ópera actual, David Camps, director de Mecenazgo y Comercial del Liceu, escribe un interesante artículo sobre este asunto, en el que resalta el positivo efecto que la reforma de la ley en Francia tuvo sobre el mecenazgo cultural.

Por su importancia, por su repercusión, éste no es, no debe ser, un tema que los diversos agentes del sector cultural aborden exclusivamente cada uno con sus propias fuerzas y habilidades. La reforma de la Ley es una cuestión que compete al conjunto del sector y que debe ser planteada unificadamente al gobierno y al parlamento. Ya. En un momento histórico en el que el dinero público se retrae de la acción social y cultural, dar protagonismo a quienes desde la sociedad civil estén dispuestos a aportar fondos a la cultura y a la acción social es una tarea urgente e imprescindible.

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«Maquillar» el arte: cultura y dinero privado

Hace unos meses visité la ciudad de Venecia, esa belleza anciana, enferma y sublime. Una de las cosas que me sorprendió fue la presencia de grandes anuncios publicitarios en algunas de las edificaciones artísticas más relevantes que ocultaban con ellos sus obras de reforma y rehabilitación. De hecho, la fotografía que acompaña este post oculta el Puente de los Suspiros del Palacio Ducal con un gigantesco anuncio de Choppard.La empresa privada, cada vez más necesitada de publicitar sus mensajes en nuevos soportes, contribuía a buen precio a las obras de adecentamiento y maquillaje de la “vieja dama” de la laguna: una vez más esa pareja que relaciona desde hace siglos el dinero privado, la empresa, y la cultura. Algunas sensibilidades se sienten profundamente molestas por ello.

Probablemente sentirían todavía más que el peso de los impuestos extraordinarios, necesarios para mantener en vida el arte histórico, cayera sobre sus espaldas individualmente. Porque la parte más sensible de la sociedad exige que los bienes culturales sean cuidados y defendidos, pero probablemente el coste real de ese mantenimiento resultaría disuasorio para las arcas públicas en un mundo que cada vez mira más al futuro y menos al pasado.

El problema de fondo no es tanto que la empresa privada intervenga en la financiación de algunas políticas culturales públicas. El problema es que debe establecerse un marco preciso, legal en el que esa intervención se produzca y beneficie a las partes, a la vez que se mantiene en el puente de mando el interés público. El patrocinio, el mecenazgo dan un espacio para que el dinero privado colabore con fines públicos sociales y culturales. Dan un espacio para que mejoren la visibilidad, la imagen de las empresas a cambio de reforzar su compromiso con la comunidad.

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Cultura y Coca-Cola: ¿Un extraño kalimotxo?

Llevo trabajando para Coca-Cola cinco años, como responsable, entre otras cosas, de la organización de los Premios de Teatro Joven que patrocinan y que se han convertido en referente imprescindible del teatro hecho en los centros de enseñanza y las casas de cultura de toda España. Estos días, junto a un campus para jóvenes teatreros, celebra su fase final en Madrid. Coca-Cola, liderada por Marcos de Quinto, su presidente, un hombre amante del arte, apostó en su momento por impulsar actividades culturales patrocinando ámbitos menos iluminados por el foco mediático. Con ello apoyaban a expresiones más frágiles, al tiempo que su acción era por ello más visible para el sector cultural y para la sociedad. Y así, una acción de promoción e incluso de política cultural nace de la aportación de fondos y energía de una empresa de refrescos. Bienvenida sea.

Incluso las fronteras territoriales que resultarían menos permeables a una iniciativa del gobierno central si promoviera un concurso “nacional”, resultan mucho más abiertas a una marca comercial instalada hasta en el último rincón del país. Muchos beneficios juntos; y muchos beneficiarios, pardiez. El papel del dinero privado en la cultura puede ir creciendo a medida que las instituciones reducen su presencia –no solo fruto de la coyuntura-. Las organizaciones culturales –empresas, compañías…- han de abrir sus ojos y su mente a esta nueva forma de intervención cultural que tanto puede aportar a actividades en las que la cultura está más desguarnecida. Sin miedo, con un discurso propio asentado en los valores sociales de la cultura, que otras empresas, como Coca-Cola ha demostrado, pueden compartir e incluso asumir.

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