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De pelis y palomitas

El Ministerio de Cultura propone un programa de actualización de las salas de cine en base a su digitalización, con un presupuesto de tres millones de euros, a duplicar tras los acuerdos con las comunidades autónomas que se sumen. Ángeles González Sinde señala que la medida busca mejorar la calidad en la exhibición y recuperar espectadores. En mi opinión el apoyo a la distribución es necesario pero no entra en el fondo del problema del cine visto en salas.

Si el sector de la distribución quiere que los espectadores no abandonen las salas y que los que lo han hecho retornen, deberán ofrecer valores añadidos muy superiores a los actuales. En otros post anteriores he subrayado que las salas maltratan a los espectadores con espacios hiperexplotados que a menudo dificultan la limpieza entre sesiones; hiperexplotación que conduce a la expulsión urgente de los espectadores por la parte de atrás para ganar tiempo, como si de detritus se tratara; locales en los que si quieres tomar un refresco abusan desmesuradamente de los precios haciendo sentir al espectador algo muy cercano al atraco a palomita armada.

Todo ello expresa que las salas piensan poco “en espectador”, en público. O mejor, parece que piensan que los públicos siempre estarán ahí, dispuestos a ser maltratados a cambio de ver hoy lo que en unos meses podrán ver en su propia casa. Señores y señoras de la distribución: deberían ponerse a aportar valor a su trabajo. En ofrecer momentos de satisfacción añadidos que hagan que la memoria del usuario del cine en sala se acerque a lo memorable. Tal vez encuentros y debates con actores en directo tras algunos pases, tal vez información escrita de la obra entregada a los asistentes, tal vez comunicación individualizada, previa y posterior, con los clientes…

Cuando los espectadores sienten que son tratados como personas importantes, vuelven. El cine disfrutado colectivamente es un valor que no debe perderse, que quienes aman el cine no quieren perder. Pongámoslo fácil.

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Más madera 3: Gerardo Vera

El director del CDN, Gerardo Vera, se autoprograma,  y tendremos la fortuna, además, de que esté con su Woyzeck más tiempo que  ninguna otra obra esta temporada. Gerardo Vera ha decidido montar a Georg Büchner, un poco conocido autor español que se suma a la larga lista de autores ibéricos de esta temporada y que precisaban desesperadamente darse a conocer a través del Centro Dramático Nacional: Tennesse Williams, Heinner Müller, Harold Pinter, Eduardo de Fillippo, Anton Chejov, William Shakespeare

Hay que reconocer sin embargo a Vera, el esfuerzo de abrir las puertas de este teatro “nacional” a nuevos autores extranjeros como Alfredo Sanzol, El brujo, José Ramón Fernández, Rodrigo García, José Manuel Mora o Margarita Sánchez.

Ciertamente algún mal pensado dirá que eso de programarse a sí mismo se ha hecho siempre, en éste y en cualquier teatro público que se precie. Ahí está otro Tennessee Williams, el de Gas, en el Español por ejemplo. Lo dicho, mal pensados que creen que la gestión entregada a artistas tiende a confundir las cosas y poner la gestión al servicio de uno mismo.

Y al tercer día…, paró, que me estoy poniendo un poco pesadito con tanta madera

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Más madera 2: Matadero de Madrid

Se anuncia la apertura de nuevos espacios de creación en el Matadero de Madrid. Desde una fotografía que ilustra la noticia, veo a Gallardón junto a Alicia Moreno, sonriente de verdad (A Alicia siempre le digo que sonríe como pocos y que da unos besos maravillosos de saludo). Una noticia para estar contentos. Porque una ciudad como Madrid y una sociedad como la española, necesitaban territorios de creación, de exhibición, de encuentro cultural, de vanguardia… Y los múltiples espacios –cerrados y abiertos- del Matadero son perfectamente adecuados para ello.

Solamente cabe pedir, exigir, que los procesos de explotación, las cesiones, los contratos, los presupuestos, la gestión en suma, sea transparente. La cultura necesita que los públicos entren en ella abriendo puertas y ventanas. La cultura necesita equipos –no sacerdotes- y que la sociedad civil sea su aliada estratégica. La cultura necesita democracia. Quizás un amplio Consejo representativo con poderes al margen de los partidos políticos ayudara en esa dirección.

Y mañana, más

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Bienvenidos a Porvenir

No sé qué me pone más, que se abra un centro de alto rendimiento dedicado a las artes escénicas o que se abra en una antigua iglesia. Harrobia Eskena es un centro de innovación impulsado por el ayuntamiento de Bilbao que gestionará Eskena, la dinámica asociación de empresas escénicas del País Vasco, y que tiene su sede en la vieja iglesia de Otxarkoaga que así se recupera. Un excelente ejemplo de las posibilidades de colaboración entre lo público y lo privado.

El objetivo central de Harrobia Eskena es que las compañías de estructura empresarial mejoren sus procesos de producción, la calidad de sus creaciones y su propia capacidad de innovación. La innovación y la transferencia de tecnología de otros ámbitos al escénico y cultural, conforman la verdadera piedra angular que permitirá al sector mantener su personalidad creativa y su aportación de valor a la sociedad en las próximas décadas. Un tema que a quien esto escribe le preocupa y le ocupa.

Solamente cabe desear dos cosas: la primera, que el funcionamiento interno esté en sintonía con la modernidad que proclama la iniciativa; la segunda, que la búsqueda de la innovación afecte no solamente al campo de la gestión y a la ruptura de las fronteras del arte, como se recoge en las  noticias, sino que se extienda a la creación de valor y a la relación con los públicos, dos elementos claves en los que en cultura podemos y debemos  liderar procesos de innovación.

Harrobia Eskena, ongi etorri, bienvenido.

PD 1.: (Harrobi: porvenir en euskera)

PD 2.: Me alegró ver en la fotografía de la firma a Pío Ortiz de Pinedo, gerente de Eskena, junto a Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao.

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La ley del deseo

(en la foto Gerardo Vera da indicaciones a Pere Arquillué)

Sí, se trata de saber si la principal ley de la gestión cultural es el propio deseo o la satisfacción de deseos y necesidades de otros, esencialmente de los ciudadanos. A propósito de esta cuestión, hemos hablado ya en algunas ocasiones del modelo de gestión del Centro Dramático Nacional, bueno, en realidad de una parte importante de los centros públicos de referencia. Hoy vuelvo. Aseguro ante los dioses que no quería, pero una respuesta de Rodrigo García a una pregunta en la revista Teatros casi, casi lo demanda. Contesta el autor de “Gólgota Picnic”, actualmente en el María Guerrero, a la pregunta de dónde surge esta obra: “Mariano Formenti (pianista) y yo compartíamos un taxi, hablamos de la obra de Haydn Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, y nos despedimos. Al poco me llamó Gerardo Vera y le dije que quería trabajar sobre esa pieza. No había proyecto ni texto ni espacio escénico, pero sí un deseo y con eso era suficiente.” Dos deseos reunidos. Con estos mimbres tomó la decisión el CDN.

Si le creemos -y no hay razón para no hacerlo, dada su habitual expresividad-, el autor pone el dedo en la llaga: la decisión de programación es artística esencialmente y además, al servicio de los gustos estéticos del programador; o tal vez para dar la capa de barniz “vanguardista” al María Guerrero. Es obvio que Vera quería contar con este autor y le importaba muy poco que no tuviese texto o proyecto. La Ley del deseo. Del suyo; pagado con dinero público. Busquemos por donde busquemos ese es el único criterio que aparece. Porque nadie duda de que este autor –como otros y otras muchas- puede o debe ser programado en el CDN. La cuestión es que su  elección/programación ha de responder a unos criterios conocidos, homologables, lógicos (también artísticos, claro), no a decisiones personales. Las decisiones asentadas en la arbitrariedad o en criterios desconocidos son inaceptables en democracia. Lo decía en el post anterior.

 

P.S.: Todavía no he podido ver esta puesta en escena, pero he leído tres cosas previas sobre ella: de Paloma Pedrero, de Javier Villán y de Enrique Centeno. De un modo u otro son lecturas relevantes y complementarias.

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Políticos pavos (“reales”) y Ciudad de la Cultura

Mi querido Antonio Gala dedicaba su “Tronera” del pasado viernes en El Mundo a la Ciudad de la Cultura de Santiago, tema que ha surgido también a debate en este blog. Demasiada cultura, lo titulaba con cierta sorna. Y, sin hacer sangre, comenta con humor la desmesura de las cifras, la megalomanía, el faraonismo que caracteriza este proyecto y tantos otros en nuestro país. Es muy frecuente el descontrol de la obra pública en España, sometida siempre a presiones políticas y empresariales; y más frecuente aún el descontrol en cultura, porque el concepto de cultura que han manejado y manejan nuestros responsables políticos no admite rendición de cuentas, análisis de viabilidad o estudios de rentabilidad. Para los políticos, la cultura, y más la “constructiva”, sirve para dejar su huella, para, al modo de pavos reales, mostrar “plumas”: es como la escenografía de su poder.

La Ciudad de la Cultura forma parte de otros muchos impulsos arquitectónicos en los que estás últimas décadas se ha ido redecorando el parque español de recintos culturales. No hay prácticamente ninguna ciudad mediana o grande que no haya construido teatro, auditorio, museo o complejo cultural…, sin haber elaborado estudios previos sobre su necesidad, su utilidad y, sobre todo, los costes de su mantenimiento y programación. Porque el problema principal no es la construcción –con ser importante-, el problema de fondo es definir la dedicación, el uso, los contenidos de esos nuevos espacios, el modelo de gestión, la programación y el servicio que va a ofrecer a los ciudadanos… Y con ello los presupuestos para que sean construcciones culturales vivas y no catafalcos. La propia Xunta de Galicia estima en 2,5 millones de euros anuales el coste de mantenimiento, que no incluye los costes laborales ni la programación.

Es preciso poner coto a la megalomanía en cultura –y la política de construcciones forma parte de la política cultural-, y exigir que las grandes decisiones sean tomadas con estudios de viabilidad previos y con transparencia. Así es en democracia.

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¿Otros retos de la Cultura en Iberoamérica?

Estoy estos días en México –del 5 al 10 de diciembre-, asistiendo al I Congreso Iberoamericano de Productores Escénicos, una iniciativa en la que se han volcado Marisa de León y Silvia Peláez apoyadas por Miguel Ángel Pérez, entrañable gestor español y Gustavo Schraier, del porteño Complejo San Martín. Ponencias, mesas redondas y Talleres, me permiten tomar el pulso a las compañías, a los productores mexicanos, y cómo no, al conjunto del teatro iberoamericano. Aquí están Carla Lobo, de Brasil, Antonino Pirozzi, de Chile, Álvaro Franco, de Colombia, Miguel Issa, de Venezuela, Giancarlo Protti, de Costa Rica, Jacinto Gómez, de España, Ernesto Piedras, de México… En las llamadas Sesiones dinámicas, compañías relevantes de México intervienen para dar su perspectiva, de la que no está exenta la pasión. (¡Ah, “Las Reinas Chulas”, que “odiaban” mi metáfora del gestor como capitán de barco!)

Mi impresión es que a uno y otro lado del Atlántico las gentes de la escena –de la cultura- tienen similares retos pendientes, casi todos relacionados con su necesario distanciamiento de la tutela pública y su apertura a la sociedad civil –asociaciones, empresas…-, con el incremento de la profesionalización, con la mejora de la calidad de los productos y servicios, y con la asunción con todas sus consecuencias del público, como eje de la acción cultural, como protagonista del encuentro artístico.

El incipiente recorrido del teatro iberoamericano en el ámbito de la gestión, propone a las compañías, gestores, teatros…, un inmenso campo de oportunidades de crecimiento y desarrollo, de intervención en el devenir de la cultura en cada uno de los países. Tan solo falta la decisión de aceptar los retos y asumirlos con autonomía, sin tutelas, conscientes de que la fuerza y la capacidad de transformación nace de conocer el destino y de la decisión de llegar a él.

 

PD: El Centro Español de México, cercano al Zócalo, es un espacio de encuentro cultural imprescindible. Dirigido por el incansable Jesús Oyamburu a quien no veía desde su estancia en Costa Rica, está haciéndose con un papel referente en la capital.¡Lo que España podría hacer en América Latina, y en el mundo, si la cultura y la lengua, que es su principal activo, contaran con los fondos públicos suficientes!

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Un mensaje sólido, una voz fuerte para el sector escénico

La pasada semana se celebró en Sevilla, Mercartes, la feria más importante de las artes escénicas, en la que se encuentra el sector de la producción y la exhibición, es decir, empresas y compañías por un lado, y teatros institucionales por el otro. En realidad es un encuentro entre el sector privado, que en España corre a cargo de la mayor parte de la creación, y del sector público, principal comprador y exhibidor de espectáculos a través de las redes públicas. Por nuestra parte presentamos allí los dos nuevos proyectos en que estamos embarcados desde el objetivo de aportar valor añadido al sector: Merkaescena, dedicada al reciclaje escenográfico, y Asimétrica, la consultora avanzada en marketing cultural.

El encuentro sirve también para establecer relaciones y para dar voz a las muchas necesidades comunes. Porque a pesar del cansino debate sobre lo público y privado en cultura (cansino porque no avanza, no porque no sea imprescindible), el sector escénico, y extensamente el cultural, precisa con urgencia configurar una sola voz que lo represente, que lo constituya como grupo de presión, que le permita hacerse oír. Es difícil avanzar en la creación de esa voz única sin avanzar al mismo tiempo en un programa de acción, una especie de común denominador que cohesione y emita mensajes únicos ante la administración y ante la sociedad.

Lo curioso es que a veces los mensajes, la unidad, se formula al final de un camino que se inicia con pequeños pasos. Miguel Ángel Varela y Alberto Muyo lanzaron en Sevilla la propuesta de constituir una Academia de las Artes Escénicas. Algo que desde El Espectáculo Teatral se había sugerido meses atrás. Lo que aparece como una idea peregrina puede ser el primer paso en la generación de una imagen única, de una voz unificada de todo el sector escénico. La condición imprescindible es que el proceso sea transparente, sin protagonismos, y que cuente con la simpatía y el respaldo de la mayor parte de personas y organizaciones del sector.

Seguiremos muy de cerca este tema. Y a buen seguro volveremos sobre Mercartes.

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Bookcrossing, cultura y participación

Un libro de Woody Allen me esperaba defendido por una amplia y amable bolsa de plástico en uno de los bancos que frecuento en la Plaza de San Cayetano, vecino al quiosco regentado por Tomás, mi proveedor habitual de diarios. El libro esperaba que unas manos amables y unos ojos ávidos lo disfrutaran. Nada más cogerlo amorosamente me susurró que formaba parte de un plan de bookcrossing del ayuntamiento de Madrid en el que colaboraba la cervecera Mahou y 600 voluntarios que sembraron impensables lugares de Madrid con 30.000 libros.

El bookcrossing es una forma bella de encontrar pequeñas joyas para el alma en la selva a veces intrincada que hoy son las grandes ciudades. El libro, depositado en cualquier insospechado lugar, viajará de mano en mano tras ser leído, en un discurrir continuo entre amantes de las letras. Una hermosa metáfora en la que a las páginas les nacen alas y vuelan enriqueciendo a alguien en cada aterrizaje y en cada despegue. Mahou pagará tres euros por los dos primeros registros de cada libro que se acrediten en la web y la suma se destinará a un programa de inserción sociolaboral de jóvenes en riesgo de exclusión. Un ejemplo de Responsabilidad Social Corporativa, que como el de Coca-Cola, y algunas otras empresas, conviene seguir. Y emular.

Las posibilidades de poner en marcha formas de acción cultural son cada día mayores. La participación conjunta de instituciones y empresas sensibles multiplica los efectos. Aunque, tal vez debido a mi origen riojano, me inclino a celebrar con una copa de vino las cosas guapas que me ocurren, hoy beberé una mahou, por el Ayuntamiento de Madrid, por la empresa cervecera que tanto apoya el arte, por el bookcrossing y por cuantos disfruten de las letras volanderas.

Y ahora a pensar dónde deposito mi libro, bueno el de muchos. A jugar.

Ah, y el miércoles el post estará dedicado a Mercartes, la feria de artes escénicas que se celebró la semana pasada en Sevilla.

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Acceso al conocimiento en la era digital

Hace unos días se ha celebrado en Barcelona el Free Culture Forum, un encuentro de debate y de coordinación global dedicado a temas relacionados con la cultura libre y el acceso al conocimiento, al margen de las industrias del copyright. Sus objetivos se orientan a fortalecer la posición de la ciudadanía en el debate sobre la creación y la distribución del arte, la cultura y el conocimiento en la era digital. En el encuentro se presentó la Carta por la Innovación, la Creatividad y el Acceso al Conocimiento, una perspectiva distinta sobre los derechos de autor en unos momentos en que el desarrollo tecnológico impide la existencia de barreras de tiempo y espacio en la creación y el consumo de cultura a través de la red.

Los conceptos clásicos de propiedad intelectual y derechos de autor están siendo hoy rebasados por la realidad de nuevos paradigmas que permiten a los ciudadanos que lo deseen crear contenidos, y, en todo caso, disponer de herramientas y canales para su distribución y consumo.

La transformación democrática y participativa que este nuevo marco supone no puede ser afrontada con criterios y principios basados en los modelos que funcionaban hasta hace apenas diez años. El derecho al conocimiento y a la cultura son indiscutibles, como lo es el derecho a que los creadores, los autores, definan por sí mismos la relación que quieren mantener con los destinatarios de su obra, incluida la posibilidad de renunciar a los derechos económicos derivados de autor, no a los morales.

Poner puertas al campo es, en mi opinión, un esfuerzo estéril y una pérdida de tiempo. Creadores de contenidos, productores, distribuidores y sociedades de gestión deben buscar acuerdos. Y esos acuerdos deben respetar lo más importante: el derecho de los ciudadanos al conocimiento y el derecho de los autores a decidir el modelo de relación que quieren mantener con su obra. Esos acuerdos deben garantizar la sostenibilidad tanto de los creadores independientes como de las industrias.

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