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Premiar el doce far niente en Cultura

Se me acumulan los temas y no sé a cuál acudir. Por cuestiones de urgencia –las noticias en política, como el mal pan, se quedan duras tan rápido- me inclino por la de la remodelación del Gobierno. Obviamente no entro en las carteras sobre las que no hago más seguimiento que el que pueda hacer un ciudadano más o menos enterado. Así que me meto en una de las que me concierne directamente, la de Cultura. Ángeles González Sinde llegó al ministerio con el magro bagaje de su presidencia de la Academia de Cine y de su carrera como guionista. Nada, apenas, sobre gestión, lo que hacía pensar en lo que finalmente ocurrió: que cansados en el gobierno de que el cine diera problemas se nombró a alguien para que los amortiguara. Como se puede ver, una mirada sobre la cultura, amplia, ambiciosa y de largo recorrido.

Como no podía ser menos, la ministra ha cumplido con las demandas y se ha limitado a que nada se moviera ni diera problemas, lo que en un sector dado a la queja y al mismo tiempo a depender de las ayudas públicas no era tarea difícil. Pero lo que podríamos llamar ideas, decisiones estratégicas, proyectos culturales de largo alcance, cambios profundos en las relaciones con las comunidades autónomas, que hoy detentan prácticamente todas las competencias, renovación del modelo de financiación de la cultura…, de eso nada de nada.

De ahí mi profunda extrañeza –exagero, la verdad- por el hecho de que un responsable tan evidentemente inoperante haya sobrevivido a la crisis. Es una norma de la más rancia estirpe burocrática la de no hacer ruido y no moverse para salir en la foto. Y desde luego González Sinde ha salido con muchos y diferentes trajes en muchas y diferentes fotos. Pero en todas sale sin el más mínimo movimiento. Las grandes decisiones sobre la CULTURA, así, con mayúsculas, habrán de esperar. Probablemente hasta que lo impongan en la agenda política quienes hacen cultura, quienes trabajan en ella, y los ciudadanos más comprometidos con el devenir de la cultura española.

(Adelanto los temas acumulados: el magnífico bailarín y coreógrafo Víctor Ullate, que dice que las compañías nacionales deben ser gestionadas por artistas y no por un gestor; y el Premio Nacional de Literatura Dramática, concedido este año a Lluisa Cunillé, por una obra que ella misma duda –en declaraciones a EFE- que sea especialmente significativa en su producción. Ah, las Academias de las lenguas de España y los premios. Así que la semana que viene, en este canal,  plus.)

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Pepito Grillo y La Noche En Blanco. II

Un año más se cumplen los pronósticos: cientos de miles de personas toman de anochecida las calles de Madrid y deambulan entre ofertas entretenidas de juego y disfrute colectivo en que este año se ha convertido el evento de La Noche en Blanco. El clamor más claro de todos los que nacen de este ¿éxito? es que los madrileños quieren más calles libres de tráfico para pasear, quieren gozar y hacer cosas diferentes aunque no sean culturales, quieren ser ciudadanos y sentir la ciudad como suya.  El clamor también alcanza a los problemas seculares en una oferta tan incontrolable y mal calculada de entretenimiento (con la coartada de “cultural”): colas desmesuradas por doquier y graves problemas de transporte.

Con el anterior post, supongo que intuían que Las Noches en Blanco no desatan mis pasiones culturales más recónditas, la verdad. Las de fiesta sí, claro, pero seguramente nadie espera que hable de eso; y al menos este blog me permite explicar los porqués de mi distancia frente al evento de marras.

Quizás lo que más me subleva es el paraguas cultural de LNEB. Quítenselo, por favor, y déjenlo en el de entretenimiento, que no está nada, pero que nada mal. Y no empleen los datos cuantitativos para reafirmar una política cultural inexistente que hace de la excepcionalidad, de la ocasionalidad, una muestra de triunfo y una seña de identidad. Cuando en realidad es la expresión más palmaria del fracaso de las políticas de promoción de la cultura. Porque concitar entusiasmos por visitar museos, academias, exposiciones…, una vez al año no tiene mérito alguno: basta con concentrar esfuerzos comunicativos y publicitarios para conseguirlos.

Prometo volver sobre el tema. Tal vez está demasiado cerca para valorarlo con plenitud. Pero el Ayuntamiento de Madrid, y otros muchos con él, deberían sacar una lección para aplicarla más a menudo: cierren las calles al menos una vez a la semana para que los ciudadanos las tomen, para que organicen en ellas su disfrute, para que las hagan suyas. Y que a los museos, por favor, vayan otros días… hay tantos (días) y tan buenos (museos).

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La Noche En Blanco y Pinocchio. I

Adoro la noche, bueno, adoro pasar la noche en blanco, qué digo la noche, las noches. Por eso soy un entusiasta defensor de LENB que organiza el Ayuntamiento de Madrid. Y por eso una sola noche en blanco me parece poco. Todas las noches deberían ser en blanco.

Disfruto cada minuto del nunca antes visto, del más difícil todavía (este año juegos en la Gran Vía, yupiiii), de las colas en donde armados de coca-cola esperamos y hacemos relaciones con gentes amantes de la ópera y el impresionismo alemán. Gozo como infante caramelizado al entrar en el Museo Naval de noche y pasear y pasear por el centro de la ciudad sintiendo que el mundo es diferente, que todos amamos el arte, la poesía, la danza, el teatro y la arqueología medieval.

Disfruto de la inmensa oferta -212- y dudo en cada paso de hacia dónde dar el siguiente. Oteo el horizonte de colas de perdidos noctámbulos que como yo aman con modernidad y alevosía la cultura y me inclino –débil como soy- por la más corta, en la que menos competencia hay en este parque temático a la luz de la tenue luna nueva septembrina. Pero nada me arredra. ¡Viva LNEB!

Disfruten de ella este fin de semana.

¡Ah!, y les hablaré un poco más en serio de ello el post del lunes próximo.

Otro ¡Ah!: recuerden que todos los post anteriores colean como peces en el agua.

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Programa cultural, programa, programa

Programa cultural, programa, programa.

No sé si Trinidad Jiménez –a quien tengo el placer de conocer- o Tomás Gómez leen este blog. Aunque sé que algunos de sus compañeros de partido lo hacen, dudo que sigan de cerca el mundo de la cultura, sobre todo el pequeño, el que se ocupa de la gestión y la política cultural. Más o menos lo mismo pasa en los otros nidos políticos en los que se ubican los pronto candidatos a regir los destinos políticos en ayuntamientos y comunidades autónomas. Lo que ha pasado, lo que está pasando en Madrid es la más clara prueba de que lo que ocupa y preocupa a los políticos profesionales es el acceso y/o el mantenimiento en el poder. Ni una sola de las intervenciones que estos días se han producido en los medios plantean ni remotamente diferencias que tengan que ver con el programa electoral. Y así, la búsqueda de sintonía –votos- con los ciudadanos se articula en torno a las “caras” de los candidatos y sus supuestas posibilidades de triunfo. Me dirán que los contenidos vienen después, pero no. Las ideas son lo que mueve el mundo y lo que permite ilusionar e implicar a los ciudadanos. La política no es un espectáculo. Aunque lo parezca.

En las anteriores elecciones me invitaron a acudir a las presentaciones de los candidatos socialistas para la acción cultural y, como siempre acepto las invitaciones, acudí. En ambas salí antes de terminar los actos, por la apabullante carencia de programa que pudiera ilusionar a las gentes de la cultura y a los ciudadanos. Una pequeña ristra de propuestas mal hilvanadas y una catarata de críticas contra la gestión de los “otros” no bastan para generar adhesiones. Menos entusiasmos. Parece que habrá que aprovechar para que en cada comunidad autónoma, en cada ayuntamiento, el propio sector elabore una propuesta cultural y la entregue en bandeja a quienes habrían de aplicarla. Probablemente solo sirva para cohesionar al propio sector, que no es poco. Es una propuesta en la que me animo a participar.

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«Maquillar» el arte: cultura y dinero privado

Hace unos meses visité la ciudad de Venecia, esa belleza anciana, enferma y sublime. Una de las cosas que me sorprendió fue la presencia de grandes anuncios publicitarios en algunas de las edificaciones artísticas más relevantes que ocultaban con ellos sus obras de reforma y rehabilitación. De hecho, la fotografía que acompaña este post oculta el Puente de los Suspiros del Palacio Ducal con un gigantesco anuncio de Choppard.La empresa privada, cada vez más necesitada de publicitar sus mensajes en nuevos soportes, contribuía a buen precio a las obras de adecentamiento y maquillaje de la “vieja dama” de la laguna: una vez más esa pareja que relaciona desde hace siglos el dinero privado, la empresa, y la cultura. Algunas sensibilidades se sienten profundamente molestas por ello.

Probablemente sentirían todavía más que el peso de los impuestos extraordinarios, necesarios para mantener en vida el arte histórico, cayera sobre sus espaldas individualmente. Porque la parte más sensible de la sociedad exige que los bienes culturales sean cuidados y defendidos, pero probablemente el coste real de ese mantenimiento resultaría disuasorio para las arcas públicas en un mundo que cada vez mira más al futuro y menos al pasado.

El problema de fondo no es tanto que la empresa privada intervenga en la financiación de algunas políticas culturales públicas. El problema es que debe establecerse un marco preciso, legal en el que esa intervención se produzca y beneficie a las partes, a la vez que se mantiene en el puente de mando el interés público. El patrocinio, el mecenazgo dan un espacio para que el dinero privado colabore con fines públicos sociales y culturales. Dan un espacio para que mejoren la visibilidad, la imagen de las empresas a cambio de reforzar su compromiso con la comunidad.

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Los autores, alma de la cultura

autores, el alma de la cultura

Los derechos de autor, territorio permanente de debate en España, no tienen que ver, al menos en lo fundamental, ni con los productores ni con la SGAE: es una cuestión entre los autores y la sociedad. La defensa de los derechos del creador es reflejo de la valoración que del arte y de la cultura hacen los ciudadanos. Defenderemos a nuestros creadores si pagamos con justicia su trabajo. A diferencia de los trabajadores por cuenta ajena, los autores solo viven de sus derechos, es decir, de lo que obtengan por su trabajo creativo. Por esta razón la cultura no sólo tiene un valor estratégico para un país, sino que también tiene un precio. El que cuesta hacerla. Y todos y cada uno de los ciudadanos –y más quienes se dedican a la cultura- han de ser conscientes de que defraudar los derechos de autor es dañar el alma creadora de un país.

Lo anterior no impide que sean necesarios cambios en la ley, acomodándola en algunos aspectos a la modernidad, que hace de la reproducción y del consumo a través de Internet una parte sustancial del consumo cultural. Y se necesita, además, acortar la vida de los derechos de autor, que hoy parece excesivamente larga. Creo que ya es suficiente que los herederos en primera generación, los hijos, disfruten de los beneficios de los creadores. Pasados 30 años del fallecimiento del autor, por proponer una cifra, la mayor parte de los derechos deberían ser liberados.

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¡Que vienen los festivales!

Los festivales de verano son la cara feliz de la cultura y el arte en España. La música y el teatro disfrutan en algunos casos de apasionados amores de las instituciones y del público de los que no gozan el resto del año. Las instituciones concentran en un corto periodo de tiempo inversiones y promoción, a menudo expresando con ello su desatención estable a la acción cultural. Aprovechan, también, para con ese esfuerzo “salir” en los medios.Los públicos, que suelen acudir poco durante el año, ven en esta fórmula la oportunidad de resarcirse e incluso de ver grandes nombres, y hasta de viajar o hacer turismo.

En realidad la alta densidad de festivales es muestra de que el resto del año no hay la suficiente oferta, ni la suficiente demanda. Por decirlo de otro modo: los festivales, tal y como son concebidos en nuestro país, son la expresión de una cierta adolescencia cultural. El triunfo del ruido y la alharaca frente a la acción cultural de largo recorrido. Las plantas, las flores no crecen bien con el riego ocasional, porque requieren mimo y cuidados constantes. Y la cultura es una frágil y bella flor.

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Cultura y Coca-Cola: ¿Un extraño kalimotxo?

Llevo trabajando para Coca-Cola cinco años, como responsable, entre otras cosas, de la organización de los Premios de Teatro Joven que patrocinan y que se han convertido en referente imprescindible del teatro hecho en los centros de enseñanza y las casas de cultura de toda España. Estos días, junto a un campus para jóvenes teatreros, celebra su fase final en Madrid. Coca-Cola, liderada por Marcos de Quinto, su presidente, un hombre amante del arte, apostó en su momento por impulsar actividades culturales patrocinando ámbitos menos iluminados por el foco mediático. Con ello apoyaban a expresiones más frágiles, al tiempo que su acción era por ello más visible para el sector cultural y para la sociedad. Y así, una acción de promoción e incluso de política cultural nace de la aportación de fondos y energía de una empresa de refrescos. Bienvenida sea.

Incluso las fronteras territoriales que resultarían menos permeables a una iniciativa del gobierno central si promoviera un concurso “nacional”, resultan mucho más abiertas a una marca comercial instalada hasta en el último rincón del país. Muchos beneficios juntos; y muchos beneficiarios, pardiez. El papel del dinero privado en la cultura puede ir creciendo a medida que las instituciones reducen su presencia –no solo fruto de la coyuntura-. Las organizaciones culturales –empresas, compañías…- han de abrir sus ojos y su mente a esta nueva forma de intervención cultural que tanto puede aportar a actividades en las que la cultura está más desguarnecida. Sin miedo, con un discurso propio asentado en los valores sociales de la cultura, que otras empresas, como Coca-Cola ha demostrado, pueden compartir e incluso asumir.

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El reto de las Ayudas públicas a la Cultura

Escribo este post desde Vitoria-Gasteiz, donde me encuentro formando parte de la Comisión que estudia las ayudas públicas a proyectos artísticos y a compañías en el País Vasco. Un ejemplo muy positivo de cómo funcionan hoy los mecanismos de subvención por su seriedad y transparencia, por su búsqueda de los mejores criterios de decisión. No es lo habitual. Porque las ayudas públicas son una herramienta de la política cultural en la que deben introducirse profundas transformaciones.

Es necesario, en primer lugar, un fuerte incremento presupuestario destinado a dar verdadero valor a este instrumento de dinamización.  En segundo lugar, hay que definir los objetivos que persiguen y alejarse de su instrumentación política o al servicio de intereses menores: promover las nuevas tendencias artísticas, la innovación de las organizaciones culturales o su proyección exterior, son algunos ejemplos. Y en tercer lugar, hay que introducir cambios de fondo en los sistemas de asignación de recursos, que deben destinarse a los proyectos artísticos de más calidad, mayor índice de viabilidad y soportados por empresas y organizaciones culturales con perspectivas de futuro, salvo cuando se destinen específicamente a la nueva creación.

El doble objetivo de promover la cultura y asentar el tejido cultural –empresas, compañías, organizaciones…- hace imprescindible que se exija a los solicitantes –junto a un proyecto artístico desarrollado, no una idea- planes de comunicación, de marketing, análisis de viabilidad, presupuestos y planes de explotación reales… El avance, la consolidación de la creatividad exige que la madurez y profesionalidad de las organizaciones que la soportan vaya al mismo paso.

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To be or not to be

Hoy EL PAÍS, uno de los espejos en que se suele mirar la gente de la cultura para otear el horizonte, publica un listado de 100 ideas para salvar el estado del bienestar. Ninguna de ellas se relaciona con la cultura. El espejo dice que, a esos efectos, la cultura, simplemente no existe. Me pregunto porqué y encuentro dos claves que lo explican.

La primera, que en nuestra historia como país, nunca nadie con responsabilidad de poder ha entendido –y menos asumido- que la cultura es un bien estratégico para la sociedad. Un bien que la dota de identidad, que la sitúa en el mundo. Una sociedad en que la cultura es materia primordial de sus sueños colectivos es más libre, más solidaria, mejor. Ni ayer ni hoy los políticos trabajan por hacer de la cultura un horizonte del bienestar individual y colectivo.

La segunda clave se halla en quienes “hacen” cultura. Lo que llamamos sector cultural, y que agrupa a creadores, productores, empresarios, exhibidores –un magma literario, musical, audiovisual, museístico, escénico…- carece de identidad grupal, de sentido de pertenencia a un colectivo con una responsabilidad social verdaderamente relevante. El sector de la cultura tiene un enorme reto ante sí, definir su discurso, unas líneas comunes de intervención ante la sociedad y en la política. Constituirse en un conglomerado que tiene mucho que decir en voz alta; aunque antes debe debatir mucho y en profundidad en privado.

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