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Consolidar el tejido cultural

Recibo información de un encuentro en torno a “La cooperación como alternativa a la crisis económica en el sector de las artes escénicas”, que organiza Convivencia Pirineos, y que tendrá lugar en el marco de la Feria Internacional de Teatro y Danza de Huesca del 27 al 29 de septiembre. El asunto me parece sugerente y muy oportuno, y además participan buenos conocedores del tema de ambos lados de los Pirineos, entre ellos José Luis Melendo y Javier Brun. Coincide con una de las preocupaciones que en mi opinión debe estar entre las primeras de las empresas culturales españolas: la de hacer frente a la actual encrucijada tomando las decisiones más adecuadas para salir fortalecidas tras la crisis. Consolidar el tejido empresarial, que a eso  me refiero, exige a la cultura española medidas en varias direcciones fundamentales, de las que me centraré en tres.

Por una parte, la internacionalización de los productos culturales que, asentados en el segundo idioma de comunicación del mundo, pueden ocupar espacios de distribución enormes, a condición de que el proceso creativo defina, desde su inicio, productos para un mercado mucho más amplio del que el sector cultural tiene en estos momentos en la cabeza. Por otro lado, las empresas y organizaciones culturales deben atender, dedicando fuerzas y recursos específicos, a la tarea de la innovación, tanto en lo referido a los propios procesos de producción y de gestión, como a la diversificación de clientes y mercados, como a los propios productos artístico/culturales.  En tercer lugar, y aquí conecto con la información que daba pie a este post: la consolidación del sector cultural exige urgentemente fórmulas de cooperación entre empresas, compañías y organizaciones que multipliquen su fuerza y su operatividad y que les permitan plantearse retos de mayor envergadura. ¿Por qué no plantearse fusiones, Agrupaciones de Interés Económico, Uniones Temporales de Empresas…?

La cultura que emplea soportes empresariales para su funcionamiento –la mayor parte de la audiovisual, de la editorial y de las artes en vivo- no puede permanecer al margen de las preocupaciones que en este sentido tienen el resto de las empresas que se planteen sobrevivir e incluso reforzarse en y tras la crisis.

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«Maquillar» el arte: cultura y dinero privado

Hace unos meses visité la ciudad de Venecia, esa belleza anciana, enferma y sublime. Una de las cosas que me sorprendió fue la presencia de grandes anuncios publicitarios en algunas de las edificaciones artísticas más relevantes que ocultaban con ellos sus obras de reforma y rehabilitación. De hecho, la fotografía que acompaña este post oculta el Puente de los Suspiros del Palacio Ducal con un gigantesco anuncio de Choppard.La empresa privada, cada vez más necesitada de publicitar sus mensajes en nuevos soportes, contribuía a buen precio a las obras de adecentamiento y maquillaje de la “vieja dama” de la laguna: una vez más esa pareja que relaciona desde hace siglos el dinero privado, la empresa, y la cultura. Algunas sensibilidades se sienten profundamente molestas por ello.

Probablemente sentirían todavía más que el peso de los impuestos extraordinarios, necesarios para mantener en vida el arte histórico, cayera sobre sus espaldas individualmente. Porque la parte más sensible de la sociedad exige que los bienes culturales sean cuidados y defendidos, pero probablemente el coste real de ese mantenimiento resultaría disuasorio para las arcas públicas en un mundo que cada vez mira más al futuro y menos al pasado.

El problema de fondo no es tanto que la empresa privada intervenga en la financiación de algunas políticas culturales públicas. El problema es que debe establecerse un marco preciso, legal en el que esa intervención se produzca y beneficie a las partes, a la vez que se mantiene en el puente de mando el interés público. El patrocinio, el mecenazgo dan un espacio para que el dinero privado colabore con fines públicos sociales y culturales. Dan un espacio para que mejoren la visibilidad, la imagen de las empresas a cambio de reforzar su compromiso con la comunidad.

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Be water my friend. Flexibilidad para las organizaciones culturales

“Vacía tu mente. Libérate de las formas, como el agua. Pon agua en una botella y será la botella. Ponla en una tetera y será la tetera. El agua puede fluir, trepar, gotear, estrellarse o puede golpear. Sé agua, amigo.” ¿Recuerdan las palabras de Bruce Lee? Sun Tzu, estratega militar de la China clásica y autor de El arte de la guerra, manual que tanto juego da a los grandes empresarios –Botín entre ellos-, venía a decir algo muy parecido: “Igual que el agua no tiene una forma constante, no hay condiciones constantes en la guerra. Al que es capaz de conseguir la victoria modificando sus tácticas de acuerdo con la situación del enemigo, bien puede llamársele divino.” Ya, ya sé que esto no es la guerra, pero de todo se aprende, ¿no?

En esas deben andar cuantos dedican su energía personal y profesional a la acción cultural. En tiempos de conflicto es imprescindible que las organizaciones se adecuen con soltura a las condiciones impuestas, en nuestro caso las restricciones presupuestarias en cultura y la reducción, por tanto del universo de clientes institucionales y el incremento de la competencia. La supervivencia va en ello. Salirse del raíl, de los caminos trillados, la condición. Las organizaciones, los profesionales de la cultura deben tomar la forma de la situación, apoyándose en la flexibilidad, la innovación, la búsqueda de nuevas formas de encuentro con los públicos. Ser como el agua que aprende de los caminos que recorre tomando su forma. Perdonen, este post me ha dado pelín filosófico.

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To be or not to be

Hoy EL PAÍS, uno de los espejos en que se suele mirar la gente de la cultura para otear el horizonte, publica un listado de 100 ideas para salvar el estado del bienestar. Ninguna de ellas se relaciona con la cultura. El espejo dice que, a esos efectos, la cultura, simplemente no existe. Me pregunto porqué y encuentro dos claves que lo explican.

La primera, que en nuestra historia como país, nunca nadie con responsabilidad de poder ha entendido –y menos asumido- que la cultura es un bien estratégico para la sociedad. Un bien que la dota de identidad, que la sitúa en el mundo. Una sociedad en que la cultura es materia primordial de sus sueños colectivos es más libre, más solidaria, mejor. Ni ayer ni hoy los políticos trabajan por hacer de la cultura un horizonte del bienestar individual y colectivo.

La segunda clave se halla en quienes “hacen” cultura. Lo que llamamos sector cultural, y que agrupa a creadores, productores, empresarios, exhibidores –un magma literario, musical, audiovisual, museístico, escénico…- carece de identidad grupal, de sentido de pertenencia a un colectivo con una responsabilidad social verdaderamente relevante. El sector de la cultura tiene un enorme reto ante sí, definir su discurso, unas líneas comunes de intervención ante la sociedad y en la política. Constituirse en un conglomerado que tiene mucho que decir en voz alta; aunque antes debe debatir mucho y en profundidad en privado.

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Preparar el futuro, antes de que nos dé alcance

Cada mañana nuevas noticias sobre la extrema dureza de la situación económica alientan la intranquilidad y la desesperanza de los ciudadanos. Lógico, cuando los cambios en curso incrementan su inseguridad y empeoraran sus condiciones de vida y de desarrollo social. La cultura, que hasta hace apenas un año era una actividad asumida en buena medida por el estado, está siendo lanzada a la intemperie sin periodo de aclimatación previo.

Las gentes de la cultura susurran, cuando lo que deberíamos hacer es gritar. Y, sobre todo, trabajar en nuevas direcciones, más autónomas, que permitan la subsistencia del talento creativo y de las empresas que se dedican a ello. A partir de ahora serán las propias fuerzas de cada organización cultural las que garanticen su supervivencia en el medio y largo plazo. La innovación, la búsqueda de nuevos espacios de negocio basados en las propias fortalezas, el establecimiento de modelos de relación con los públicos sin intermediarios, y, sin duda, la reconversión como sector, son tareas urgentes, inmediatas. La reconversión, malhadada palabreja, que tal vez tenga el aspecto positivo de romper con la larga adolescencia/dependencia en la que una parte del sector ha/hemos vivido desde hace años. Hagámosla nosotros, siempre será mejor.

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