En una encuesta para la que me pidieron opinión desde El Cultural de El Mundo sobre la subida del IVA de los productos culturales, y en particular del teatro, respondía que era un error estratégico. Decía que era mendrugos para hoy y hambruna para mañana. Decía que incrementar los impuestos al consumo cultural es una barbaridad, no solo porque quienes la aplican son unos liberales indocumentados, sino porque la cultura y el arte hacen país, aúnan sociedad, estimulan a los pueblos en dificultades e impulsan su crecimiento, y reducir sus presupuestos y encima exprimir sus recursos es propio de villanos de película y tendrá previsibles y funestas consecuencias. Considerar la cultura un gasto es pensamiento antigualla. ¡Es una inversión, tontainas! ¡Y muy rentable!
Si pudiera hacerme oír lo suficiente promovería la objeción de conciencia a esta subida ladronera, y el uno de septiembre seguiría facturando al viejo IVA. Y que persigan a cientos de miles de insumisos. Porque el IVA se aplica a productos que consumen lo mismo el rico que el pobre, a la cultura que a Loewe. Pero el pobre y la cultura tienen muy poquito ya de lo que desprenderse para aportar a la cosa pública, y algunos morirán por estas medidas; mientras que a los ricos y muy ricos, incluidos los ladrones de todo jaez que estos años han bandolerizado la economía y la banca y ahora se van de rositas a disfrutar del atraco, la subida del IVA no les va ni a rozar su quelonio y desalmado caparazón. En realidad, si no crecen los ingresos ni se desarrolla la economía, más IVA va a generar menos consumo, otro agujero inútil en el apretado cinturón de esta sufrida sociedad.
Como muchos otros, ofrezco mi hombro, mis hombros, en la dirección de hacer país. Pero para ello la condición sine qua non es que los ladrones y causantes de esta situación pidan perdón por sus acciones y las consecuencias las paguen en primer lugar ellos: banqueros, constructores, políticos corruptos y empresarios desaprensivos. Pero ni una sola medida de las muchas que el gobierno ha impuesto en estos meses se orienta a gravar a los canallas y a los de mucha “grasa”. Ninguna a incentivar la innovación, la creatividad empresarial, el emprendimiento, a favorecer nuevas fórmulas de crecimiento, o promover nuevos modelos empresariales, a esperanzar a la población… Ninguna medida que muestre la más mínima comprensión hacia el enorme papel económico de la cultura.
En definitiva, nuestros gobernantes hacen lo que han hecho los gobernantes toda la vida: exprimir a muchos que tienen poco y respetar a pocos que tienen mucho, sin preocuparse del mañana de todos. Atilas. Así que, encima, hemos de sufrir gobernantes sin imaginación. Ya lo cantaba Lola Flores: Ay, pena, penita, pena.
NOTA: El mucho trabajo ha impedido mantener la periodicidad de este blog en las dos últimas semanas. En ésta, en compensación, aparecerán tres. Vaya atracón.
