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Ana Diosdado: una dramaturga

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Mujer de raza, de las que contiene en un fino y frágil cuerpo una energía y una determinación inconmensurables, ha muerto dulcemente en su puesto en la directiva de SGAE, durante una reunión, acompañada en el final por la mano amiga de Paloma Pedrero.

Esta primavera me llamó para que fuera al estreno en el Lienzo Norte, de Ávila, de “El cielo que me tienes prometido”, la obra que había escrito con motivo del centenario de Teresa, la mística abulense. Consumida por el mal, pero fuerte y sin una sola queja, recibió feliz la ovación tras el final y luego, ya en petit comité, charlamos con un vino en la mano de futuro; como siempre: con ella siempre se hablaba de planes.

Ana Diosdado no solo era una gran autora teatral, era el mascarón de proa de un cambio producido en el teatro español a comienzos de los ochenta, casi en medio de la Transición a la democracia. Y ese cambio, revolucionario por radical, consistió en que las masculinas murallas de la escritura teatral se abrieron al toque de trompeta de una brava mujer, sí, una mujer, que osaba no solo a competir en un territorio reservado a las corbatas, sino que, además, abordaba temas y creaba tramas y personajes desde una perspectiva hasta entonces casi ausente en la dramaturgia española.

Porque ésa es precisamente la clave de su aportación y lo que hay que recordar en estos momentos en los que los tópicos suelen flotar por encima de las grandes verdades. Se dice tantas veces que no importa el género de los autores y que lo que importa es la calidad, que se olvida que eso se suele afirmar partiendo de un molde masculino, acuñado por hombres que deciden lo que es y no es canónico, que dice que hay temas y personajes importantes, y temas y personajes poco relevantes. La perspectiva desde la que buena parte de las mujeres autoras escriben no es la de los grandes personajes, reyes, políticos, líderes o celebridades, ni sus temas son la guerra, la ambición, la política o el triunfo. No, ellas suelen elegir personas humildes, héroes a menudo anónimos, incluso osan convertir en protagonistas de sus obras a mujeres. De pronto, la vida representada en escena, se abre a una mirada diferente, y se abordan temas cotidianos, más cercanos a la medida de lo humano y no de dioses o héroes. Relean “Usted también podrá disfrutar de ella”, “Cristal de Bohemia” o “La última aventura”. No ceo en el teatro de género, pero sí creo en que muchas autoras tienen una mirada propia muy difícil de impostar por los autores. Es su aportación específica, sin la que el teatro quedaría incompleto.

Por eso, y por tantas otras cosas, gloria a Ana Diosdado, honor a la dramaturga.

PS.: La muerte de Henning Mankell, también dramaturgo y novelista, el mismo día y casi a la misma hora que Diosdado, convierte esta pena en pareada. No se me ocurre mejor homenaje que releer inmediatamente alguna de sus obras. De Ana, Usted también podrá disfrutar de ella; de Mankell tal vez Antes de que hiele, o El chino.

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Nueva directora de los teatros municipales madrileños (o director). Me gustaría…

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El proceso de selección del nuevo director del teatro Español -o directora- y los otros espacios escénicos municipales, está en plena efervescencia. Por supuesto espero, y espero que seamos muchos los que lo esperemos, que el proceso sea absolutamente transparente. La verdad es que me encantaría estar presente en la fase de selección: un ciudadano interesado en la cultura que acude a ver cómo se eligen a sus responsables. Me gustaría asistir a la presentación de los programas y propuestas de gestión de los candidatos y comprobar en ellas algunas de sus cualidades (de los candidatos). Me sorprendería gratamente poder acceder a los diversos proyectos presentados y pocas cosas me gustarían más que hacerles preguntas para aclarar las dudas que tuviera sobre sus propuestas.

Creo que es de tal calibre el déficit de transparencia en la selección y nombramiento de los cargos de designación, que cualquier avance en la dirección esbozada es de agradecer. Y avance es que la comisión que evalúa los proyectos y los candidatos sea conocida y prestigiosa. Sin duda tras ello se encuentra la decisión de Pedro Corral.

También me hubiera gustado que el perfil solicitado por el ayuntamiento como nuevo regidor de los espacios teatrales municipales fuera menos artístico y más de gestión. Creo que el modelo de designar artistas como responsables de teatros públicos está agotado y que necesitamos gestores que manejen con soltura las claves de la estrategia, de la dirección de equipos, del marketing y de la captación de fondos. Un “triunvirato” o, al menos, una dirección compartida con diferentes perfiles, pienso que garantiza mucho mejor la mejor dirección, y debilita la tendencia al personalismo.

Pero, además, hay otras claves decisivas para que la elección no solo sea adecuada en lo personal, sino efectiva en relación a la política cultural.

Lo primero es señalar con la máxima precisión los objetivos que el Ayuntamiento quiere cubrir con sus teatros. La acción del futuro o futura directora del teatro Español y demás espacios no debe ser cual la del propietario de una finca en la que puede tomar decisiones a su gusto; simplemente porque no es el propietario. Tampoco lo es el ayuntamiento. Son los ciudadanos los dueños y señores de los espacios municipales y cualquier gestor debe servir a unos principios de acción de política cultural conocidos y democráticos.

Lo segundo es que el programa de compromisos y de gestión seleccionado, enmarcado en las políticas y objetivos culturales conocidos, junto a los presupuestos que le son destinados, han de conformar un contrato público que el responsable y el ayuntamiento se comprometen a cumplir. Ese contrato deberá incorporar una cláusula de rescisión para el caso de que los objetivos no se cumplan o la gestión no se ajuste a lo comprometido.

En cualquier caso, le deseo un enorme éxito a quien resulte designado. ¡Son tan enormes las tareas y tan grandes las necesidades!

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El teatro como herramienta para las empresas… Y las personas

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La pasada semana acudí a la sede que Bankinter tiene en Tres Cantos, un edificio moderno en el que me sorprendió el espacio que tienen dedicado a la formación de sus empleados. Lo forman varias salas de uso múltiple que podían agruparse en una única aula grande, para más de doscientas personas. En los colores, la organización y los lemas que presiden las salas y espacios comunes, estaba muy presente la preocupación por fomentar la creatividad, el deseo de aprendizaje y el impulso por compartir conocimiento con otros. Fui allí junto a Pedro Antonio García, a presentar el programa La Empresa a Escena de elmuro a Enrique Díaz Mauriño, responsable de formación de este banco que tiene en la innovación una de sus fortalezas.

Muchas empresas españolas han integrado en sus rutinas organizativas la formación continua de sus trabajadores en aquellos contenidos que técnicamente tienen relación con su actividad específica y de negocio. Sin duda la competitividad e incluso la sostenibilidad de las organizaciones exige una puesta al día constante de los conocimientos específicos y diferenciales en un mundo en cambio permanente.

En lo que el avance formativo está todavía por desarrollar, y donde más oportunidades tienen las empresas para mirar más allá es en aquellas áreas que tienen que ver con la creatividad, la escucha, la empatía, el trabajo en equipo, la mejora de las habilidades narrativas, expositivas y de relación, las que tiene que ver con la capacidad de hacer frente a situaciones de conflicto o que requieran improvisación, o la capacidad de articular su comunicación pública de forma espectacular. A pesar de que estas facetas introducirían elementos diferenciales frente a sus clientes y frente a la competencia, muy pocas empresas les dedican los recursos necesarios.

Las relaciones de las empresas con su entorno, e incluso las de los propios trabajadores entre sí y en el organigrama de la empresa, son en esencia actividades de representación, en las que cada cual “actúa” asumiendo un determinado papel. Esto es lo que hacen cada día los actores y actrices en el teatro: representar. Y para ello tienen que utilizar esas técnicas que son el abecé de la interpretación: escucha, improvisación, entrar en personaje, relajación, proyección de voz, trabajo en equipo…

Esto es lo que el teatro puede ofrecer a la empresa; y lo que propone y hace el programa La empresa a Escena: aportar esas habilidades a quienes las necesitan para hacer mejor su trabajo o/y encarnar mejor el alma de la empresa, tanto en el trabajo interno como hacia fuera. Eso es lo que hemos hecho ya en Teatros del Canal, con Adecco o Coca-Cola, entre otras empresas.

P.D.: Sigo el orden temático que tenía previsto esta semana, pero se amontonan los temas. El Ayuntamiento de Madrid inicia la privatización de algunos de sus espacios culturales emblemáticos, y Montoro, que junto a Wert podrían ser los Zipi y Zape cansinos del momento, provocan un nuevo seísmo en el malherido mundo del cine español. Pero eso, como diría Jorge Mota, mañaaaaaaana.

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Queremos mucho Max

premiosmax

Los Premios Max son una fiesta para las artes escénicas. Y hay que agradecer el esfuerzo de SGAE y Fundación Autor, encabezadas ahora por Anton Reixa y Antonio Onetti, por impulsarlos. Tienen sus sombras, cómo no, pero han devenido en el espacio en el que quienes crean arte en España reciben público premio por su buen hacer. Un “lugar” aceptado por los más. La expectativa y la repercusión dentro del sector y entre cientos de miles de aficionados al teatro y la danza es muy grande. Bienvenido sea todo ello.

En la situación por la que atraviesa el espectáculo en vivo, los Max no podían ser ajenos a las políticas públicas de abandono y dejación de responsabilidades culturales. Muchos durante la ceremonia lo dijeron por activa y por pasiva, aunque menos conjugaron sabiamente el humor con la crítica.

No es este el lugar para comentar o valorar los premios, conseguidos en todo caso a través de votos individuales de profesionales inscritos en el censo de votantes. Tampoco es el lugar para entrar en la valoración artística de la ceremonia. La producción fue muy buena y al acabar la Gala los asistentes salieron muy satisfechos y disfrutaron luego de un amable ambiente en el que departir en la cálida noche del Matadero.

Aquí me detendré tan solo en cuatro aspectos que me parecen razonablemente importantes.

1. El primero es el del sistema de votación. Año tras año se percibe con nitidez que en los votantes influye demasiado el afecto y la amistad, y es difícil desprenderse de la impresión de que existen grupos que actúan como tales al depositar el voto. Solamente así se puede entender que una obra se lleve todos los galardones a los que opta, como si lo que hicieran el resto de los candidatos no mereciera ni migajas. Y esto es así desde los viejos tiempos en que Animalario arrasaba. La dificultad primera es ver todos los espectáculos candidatos por el hecho mismo de ser en vivo. No es fácil resolver este problema: parte de la solución probablemente pase por reducir el número de candidaturas a las que puede optar un espectáculo, o establecer un sistema de Jurado que filtre, complemente o sustituya la elección, o establecer un sistema de voto ponderado. Pero sin duda es un problema que exige urgentes medidas para garantizar la máxima transparencia y credibilidad.

2. El segundo aspecto interesante que me provocó reflexión tiene que ver con la relación de las artes escénicas con sus públicos. En la mayor parte de los discursos e intervenciones el público estaba ausente. Los mensajes se dirigían a los asistentes, como si de una reunión interna se tratara, olvidando que a través de la televisión lo que se dice llega a cientos de miles de personas. Personas que pueden estar o no interesadas -esto último es lo más lógico- por los problemas internos del sector teatral. Ante ellos, ante nuestro público, las AA.EE. han de mostrar lo mejor de sí, la máxima belleza, la mayor y mejor de las seducciones. El teatro en 2012 ha hecho maravillas a pesar de la crisis, ese es el mensaje. El tonillo lastimero y de queja es, francamente, poco glamuroso.

3. El ministro de Educación, Cultura y Deporte, dio, una vez más, la nota fea e ineducada. Su clamorosa ausencia no muestra solo el escaso interés de Wert por las Artes Escénicas. Hay algo más, que tiene que ver con su mínima capacidad de dialogo y escucha, con su gusto por la provocación y el profundo desprecio que siente por la sustancial parte de la cultura que representa el espectáculo en vivo. El ministro Wert hace tiempo que es el problema. El ministro Wert debe irse. No hay garantías de que el próximo lo haga bien. Pero es muy difícil que otro lo haga peor.

4. SGAE tiene un reto en el inmediato futuro de primera magnitud. Los Max son una creación de los autores para todos cuantos trabajan profesionalmente en el teatro y la danza. Bien, porque todos queremos que el sector tenga una voz potente, unificada e indiscutida, y los Max pueden ser el germen.  El reto para SGAE tal vez pase por iniciar un proceso constituyente de una verdadera Academia de las Artes Escénicas. La grandeza que tal cometido exige será una buena prueba de hasta dónde está dispuesta la sociedad de los autores en la tarea de liderar al conjunto de los sectores profesionales de las artes escénicas, y compartir con ellos el futuro protagonismo. Un hermoso reto.

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¡Muerte a la cultura!

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Es absolutamente cierto que la subida del IVA al 21% el pasado año convirtió a la cultura  en un producto casi de lujo. El teatro y otras artes, sometidas a un incremento impositivo tan brutal en un entorno de crisis aguda, han acabado sufriendo las consecuencias y hoy los públicos obligados a ahorrar lo que pueden, abandonan las salas.

En una entrevista publicada en El País el pasado lunes, Ernesto Caballero, director del Centro Dramático Nacional, decía: “Un 21% de cero es cero.” Y es que la consecuencia está siendo que  la recaudación de impuestos del teatro y otras artes se desploma. Con ser destructivo para el alma de un país y de sus ciudadanos que se ven excluidos de un consumo cultural casi de lujo; con ser enorme el daño al sector cultural, por los miles y miles de personas que están perdiendo sus puestos de trabajo, lo verdaderamente grave es el significado profundo que la medida del escasamente presentable ministro Wert tomó el pasado año.

La aplicación de ese tipo impositivo refleja que este gobierno considera la cultura irrelevante para la vida de los ciudadanos, para su desarrollo como tales. El mensaje de fondo es que para este gobierno la cultura debe ser rentable y estar sometida a las leyes del mercado; que es producto, no servicio.

Hoy está a la orden del día la confrontación extrema entre dos formas de entender  la cultura. La que alienta la Constitución, que le concede un rango superior y ordena a los poderes públicos promoverla entre los ciudadanos, y la que alienta al gobierno, que se apresura a convertirla de facto en mercancía, que recorta sus ya escasos presupuestos y que la considera una fuente de ingresos para las arcas del estado.

La cultura y el arte son expresión máxima del desarrollo de las sociedades y por eso hay que detener con urgencia la loca fiebre de los recortes que eliminan los apoyos a las expresiones más frágiles, y que aplican duras cargas impositivas a sus prácticas. Creen que moriremos felices convencidos por los medios y por nuestros responsables políticos, de que morir de hambre es lo mejor para vivir.

Parafraseando a Unamuno en su famoso enfrentamiento con Millán Astray, acabaré diciendo que este gobierno tiene la fuerza y tal vez venza, pero jamás nos va a convencer en su poco sensata tarea de acabar con la cultura como un bien público.

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